martes, 24 de octubre de 2023

Némesis, de Shaun Hutson

 

16 de octubre de 2023

El británico Shaun Hutson es uno de esos tipos a los que conoces de vista y poco más. Te sabes su nombre y sus obras y aventuras, pero nunca has terminado de decidirte a meterle mano como Cthulhu manda. Más de una vez he cogido mi ejemplar de La crueldad de la bestia, que apareció en la colección Gran Súper Terror de Martínez Roca, y lo he vuelto a dejar en la estantería. No sé de dónde saqué mi ejemplar de Némesis, en la edición de 1992 de Grijalbo, colección La Puerta Oscura (como nuevo, hasta que lo he sobado y resobado y paseado por bares), supongo que lo encontré en Madrid en alguna parte o me lo regaló algún amigo, pero ha estado criando polvo hasta hace un par de días. Eso sí; no debe hacer más de dos meses que encontré, en Albacete, un ejemplar de Las babosas, en la versión de Ediciones B. Y ahí está, esperando turno.

Porque después de haber leído Némesis, le llegará.

Némesis se publicó originalmente en 1989, y es una novela splatterpunk sin pretensión de ser ninguna otra cosa. No profundiza en lo más oscuro del alma humana, ni en los orígenes de la maldad, ni en la gozosa pero funesta naturaleza del sadismo. Ni siquiera es una narración que pida un bol de palomitas. En serio, es más simple que el mecanismo de un chupete, y carece de la más mínima sutileza estilística, literaria o artística. Si es arte (que yo pienso que lo es, a su manera), es arte rupestre, de una prehistoria en la que no existía la censura, el qué dirán, la inclusividad, o el más elemental recato tardovictoriano. ¿Se ahonda en algo, entonces? Sí, por supuesto: en las diversas cavidades corporales del ser humano, a lo que hay que añadir las más diversas nuevas aberturas realizadas con cuchillos de los que siempre acabamos conociendo la medida exacta y la calidad de su filo: 21 centímetros, 25 centímetros... ¡Ah!, y los estiletes que, como cualquier objeto punzante, van directamente a los ojos.

Encantador, ¿verdad?


El punto de partida del relato también es encantador: 1940, bajo un Londres bombardeado, un científico británico trabaja en el secretísimo "Proyecto Génesis" para el gobierno, con la venia del mismísimo Winston Churchill. Elipsis temporal. Estamos en la actualidad (finales de los 80) y a un chaval con la moto averiada lo asesina alguien muy grande y muy fuerte de un modo bastante gráfico y violento. Elipsis. Pareja de clase media con hija pequeña en Londres. Él tiene una amante jovencita, ella tiene un padre enfermo terminal en el hospital. Un par de psicópatas se cuelan en la casa de la pareja, donde se encuentran a una jovencísima canguro y a la niña. Lo que hacen los hijos de puta con las pobres crías es inenarrable (aunque Hutson sí que lo narra, más o menos, sin economizar en detalles).

Todo esto es para abrir boca. Luego nos meteremos en el desagradable terreno de los partos del "Proyecto Génesis" y sus consecuencias. (Lo de los partos en el terror splatter, y en el cine gore, tiene su significado freudiano, sin duda. Lo comento porque, utilizados como elemento de horror asqueroso, funcionan una y otra vez. Recordemos la novela Manitú del gran Graham Masterton, o cierta escena de la película Gomia: Terror el mar Egeo). Y luego, más psicopatadas para todas las edades. Venga burradas, venga sangre, venga canibalismo, venga violencia gratuita...

 


Y mejor que ahora vayamos directamente a la valoración del libro, y la sempiterna comparación con el maestro Richard Laymon: Hutson no es tan divertido ni tiene el sentido del humor del escritor californiano; de hecho, como Jack Ketchum, se diría que Hutson carece de sentido del humor. Pero claro: no hay punto de comparación entre Ketchum y Hutson. Ketchum te toca las narices y te constriñe a los límites de la realidad; Hutson se va de paseo por la Zona del Crepúsculo, muy serio él, cargado con un saco de tripas de cerdo y sangre de mentirijillas y la envidiable idea de que "todo vale".

El autor cumple su cometido puntualmente, como un reloj suizo, como un profesional. No hay muchas pegas que ponerle, ni tampoco motivos para llevarlo a hombros. No es tan horriblemente malo como dicen algunas reseñas, ni tan bueno como para reivindicarlo y subirlo al altar de  los grandes.

De cualquier modo, han sido casi 500 páginas, traducidas al castellano de forma no ideal por María Vidal (tiene sus defectos, la traducción), con buena tipografía y un puñado de erratas. Y he empezado a leer La crueldad de la bestia. ¿Por qué? No lo sé.

Uno, que es masoca. Supongo.

Shaun Hutson, 1989.

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