domingo, 29 de octubre de 2023

La crueldad de la bestia (serie Sean Doyle nº1), de Shaun Hutson

 

22 de octubre de 2023

No todo son grandes triunfos y lecturas maravillosas. En este caso, la traducción de Marco Aurelio Galmarini -que utiliza giros incompresibles para servidor, como el de las constantes heridas "interesadas" (en el sentido de "producir daño en un órgano", acepción que yo desconocía)- y las muchas erratas ortotipográficas de la única edición en castellano de La crueldad de la bestia de Shaun Hutson han convertido una lectura que, quiero pensar, deseo, debía ser mucho más fluida en el texto inglés. Esto, independientemente del argumento, hace que este sea un título fallido de la colección Gran Súper Terror de Martínez Roca, que tantos gozos y alegrías nos dio en su momento.

Renegades (1991) es el nombre original de esta novela británica que mezcla el thriller de acción con el horror sobrenatural, producida por un autor especialista en splatterpunk que, en esta ocasión, limita el derramamiento de sangre y la descripción de heridas y muertes explícitas, híbridos arrancados de placentas, vómitos y chorlitazos de tripas, a una ensalada de tiroteos y persecuciones en automóvil. Ciertamente, esas escenas de violencia (repito: de acción) no son precisamente lo mejor del relato, ni mucho menos, pero esto quizá sea una apreciación personal del que suscribe: entiendo que la diferencia entre unas y otras armas y municiones da como resultado heridas más o menos espectaculares; pero que se me informe del modelo, marca, calibre y número de serie de todas y cada una de las pistolas, revólveres y ametralladoras que utilizan los personajes, sobre si todo si me lo cuentan cada puñetera vez que alguien desenfunda el arma, pues... me aburre soberanamente, y me produce la sensación de que, aquí, alguien ha pasado mucho tiempo charlando largo y tendido con tiradores profesionales o aficionados, tomando notas, consultando manuales de armamento, y metiendo todo el batiburrillo con calzador en la historia. Que sí, que aporta credibilidad a la narración... pero a mí lo que me da es ganas de saltarme páginas (cosa que no hago nunca jamás, palabrita del niño Whateley).

 

La prometedora trama no está nada mal: en la Provenza (Bretaña francesa), un tipo investiga en una iglesia abandonada y encuentra una vidriera que representa a varios monstruitos comeniños, y que claramente está relacionada con el histórico mariscal Gilles de Rais, cuyas atrocidades brujeriles están recogidas en las páginas de la Historia del Crimen. Paralelamente, un grupo armado y desconocido revienta a tiros una de las más trascendentes conversaciones de paz en el Ulster. Y entra en escena Sean Doyle, agente antiterrorista británico que, a todo esto, es más irlandés que los leprechauns. También es un sociópata suicida desde que lo pilló de lleno una bomba del IRA y lo dejó marcado para siempre. El tercer argumento en discordia sa llama David Callahan (y su esposa Laura): David ha sido un exitoso delincuente, especialista en todo tipo de contrabando y tráfico internacional, incluido el de armas. Cuando las cosas se pusieron peligrosas en Londres los Callahan, David decidió retirarse con su señora a una fortaleza perdida en Irlanda. David y Laura, nos explica Hutson, son un par de chalados sádicos que andan en busca de alguna experiencia definitiva en el terreno de hacer el hijo de puta. Pero Hutson nos ahorra los detalles escabrosos, cosa que me parece insólita: es como si el caballero que escribió Némesis se estuviera conteniendo las ganas de relatar un banquete de carne humana o los detalles de una suculenta cámara de torturas. Increíble pero cierto.

 

En lugar de las burradas aberrantes de Hutson, nos encontramos con una historia que parece deudora directísima del gran Jack Higgins y sus muy disfrutables thrillers protagonizados por terroristas del IRA o por militares británicos. Y, de vez en cuando, un leve aviso de "que viene el Coco" con el rollo de la vidriera de las narices, y capitulillos en cursiva que describen las actividades, en otra dimensión, de algún fantasma, algún demonio, algún monstruo, o a saber qué. (Esto es lo que interpreto yo).

Para ser sincero, y como sabrá cualquiera que me conozca o me haya leído, me encanta el hibridaje de géneros y, cuando me encontré con que en esta historia de antiguas brujerías había elementos de terrorismo y tiros, me las prometí muy felices. En ese sentido, creo que he tenido todo el tiempo en mente esa disparatada novelaca de terror que es Sepulcro (Sepulchre, 1987) de nuestro querido y llorado James Herbert, compatriota de Hutson, en la que el protagonista, Halloran, también es un veterano de las incursiones militares británicas en Belfast, un tipo durísimo, héroe de acción con pasado dramático, etc., que ve enfrentado a las triquiñuelas de, ¡sí!, un súpervillano de tipo sobrenatural, adorador del malvado dios Marduk (un primo sumerio de Pazuzu), rodeado de serviciales psychokillers sadomasoquistas y que por tener, tiene hasta un monstruo tentaculado en un lago. O eso creo recordar. (Me consta que Sepulcro no tiene muchos fanes a lo largo y ancho del mundo. Bueno, pues yo soy uno de esos pocos, a mucha honra. Y aprovecho para darle las gracias a Emilio Carrión, que me la recomendó hará unos veintitantos años).

 

Para rematar el asunto, resulta que el ya mencionado Jack Higgins publicó en 1992 (casi un año después de la aparición de Renegades de Hutson) El ojo del huracán (Eye of the Storm; no confundir con Storm Warning (1976), también de Higgins, y que en España se tradujo de idéntica manera: El ojo del huracán), la primera novela de la serie de Sean Dillon, súper terrorista del IRA que terminará trabajando por los Servicios de Inteligencia Británicos. Ciertamente, Sean Doyle y Sean Dillon son nombres muy, muy, muy parecidos, y ambos tienen más puntos en común que diferencias. (Aprovecho para recomendar Eye of the Storm a los lectores de Higgins, pues sirve de puente puente entre las aventuras de Liam Devlin -el irlandés de Ha llegado el águila (1975), por ejemplo, a quien encarnó Donald Sutherland en la versión cinematográfica- y su sucesor y discípulo, el brutal, sangriento y simpatiquísimo Sean Dillon).


He averiguado, por medio de un elemental sondeo en la Red de Redes, que Hutson recuperó a Sean Doyle en dos novelas más, en las que, de acuerdo con los argumentos, lo sobrenatural brillaba por su ausencia. Se trata de White Ghost (1994, sobre el IRA y las triadas chinas en Gran Bretaña) y Knife Edge (1997, sobre la paz en el Ulster y algún ingles experto en bombas que no está contento con perder su trabajo), donde continuarían las hazañas del indestructible Doyle.

Por supuesto, ninguna de estas dos secuelas está publicada en castellano. Pero visto el resultado de La crueldad de la bestia, casi lo prefiero: odio llevarme una mala impresión de un autor por culpa de la traducción. Y me niego a tomarle manía a Shaun Hutson. Me cae bien este tío.

 

 

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