lunes, 9 de octubre de 2023

La chica del columpio, de Eloy M. Cebrián

 


8 de octubre de 2023

Eloy M. Cebrián (Albacete, 1963; en adelante: Eloy) demuestra una vez más que, en el año de su jubilación laboral como docente, sigue siendo una joven promesa. Y eso es bueno.

Me explico. El escritor (no Eloy, sino "el escritor", en general, como especie que se ha convertido en plaga planetaria) es una criatura vil, envidiosa y vanidosa; un chiquillo malcriado y respondón. Cuando pierde esos defectos porque ha comprendido de una vez por todas las verdades de la vida, el significado profundo del Bien y del Mal, y siente el memento mori del dolor de espalda diario, deja de ser escritor para convertirse en yo qué sé qué... ¿Alguna especie de quimera monstruosa, pero tranquila, paciente, de vida rutinaria y placentera? ¿Una estatua en cuyo pecho late un corazón débil que, o lo ha perdido todo, o lo ha ganado todo? ¿Un adorno en su propio salón? ¿Una persona que ha alcanzado el nirvana y ya no necesita compartir sus importantísimos, más íntimos pensamientos con el resto del universo y más allá? Quién sabe.

Así, la vida útil del escritor de narrativa (mientras sigue siendo escritor) se divide en dos fases, cuyas demarcaciones son tan difusas como un espejismo chino en el cielo o la foto de un OVNI de 1968: joven promesa y vieja gloria. No hay término medio.

Ambas fases son indistinguibles para el propio escritor, que pasa de la una a la otra sin percibir el más mínimo cambio en su realidad: sigue peleando, sigue maldiciendo, sigue buscando que lo lean y, sobre todo, sigue escribiendo como si aquello fuera lo más importante del mundo. Porque esas fases (que existen, si lo sabré yo) se encuentran en la mirada del observador, es decir, en el lector. Y es que los lectores tienen su lenguaje en clave, sus códigos, sus saludos secretos francmasónicos, carbonarios y rosacrucianos que no comparten con los autores. "He leído XXX de Fulato de Tal", dice un lector a otro. "¿Y qué tal?" "Tira que te va. Promete, habrá que ver cómo evoluciona..." "Ah, vale". Y también: "Uf, me he terminado YYY de Zutano de Cual". "¿Y qué, mantiene el nivel o ya está acabado?" "Uf. Uf. Uf. La verdad, tira que te va, porque se le ve el oficio hasta en la encuadernación. Pero no se puede comparar con lo que escribía hace 5X8IZ años. Se nota que se le han acabado las ideas y se ha acomodado". "Ah, vale".

Y así todo el rato.

Bueno, pues según este rollo mariano que acabo de soltar, Eloy es joven promesa, a pesar de que lleva ya, no sé, ¿veinticinco años? escribiendo y publicando y ganando premios y etc. Y sus lectores, me parece, siguen observando "a ver cómo evoluciona". O sea: "a ver qué se inventa ahora".

 

Lo que nuestro autor se ha sacado de la manga es una novela corta americana que casi cuadraría con la etiqueta de "gótico sureño" si no fuera porque está escrita por un tío de Albacete. Admito que La chica del columpio no llega a ser tan americana como las obras que publican los amigos y colegas de Dirty Works, porque eso ya sería pasarse de rosca y tendríamos que buscar a Eloy para eutanasiarlo, pero sí que suena tan americana como, pongamos, Stephen King o una hamburguesa del McDonald's o el Air Force One.

La chica del columpio es una historia de terror que, en la contraportada del libro, el mismo Eloy relaciona con Cormac McCarthy, con Donald Ray Pollock... y con James M. Cain. Servidor ve en esta novelita sobre todo al último, pues al igual que Eloy, Cain sabía puntuar los diálogos y utilizaba y reutilizaba un argumento archiconocido: el tipo que cae al abismo por culpa de una mujer fatal. (Cain escribió esta historia tres o cuatro veces, por lo menos). De este modo, que me disculpe Eloy, pero La chica del columpio es un clarísimo pastiche de Cain, ejecutado con la soltura, fiabilidad y legibilidad que caracterizan al autor, y con una enorme dosis de mala baba y semen desparramado o proyectado con potencia adolescente.

 

La "América profunda" de Eloy es genérica (el Medio Oeste) y no se moja con localizaciones reales, ni falta que le hace. La historia es intensa, un pasapáginas y, por extensión (e incluso por la estructura), es algo así como un bolsilibro moderno, con toda la incorrección política que era de esperar y de desear en Eloy. (También diré que, en realidad, la historia es políticamente incorrecta para los cánones actuales, pero hace diez años no habría tenido nada de particular en ese terreno, ni habría resultado provocadora, ni leches en vinagre. Es una historia negra, y punto).

¿Por qué el relato sobre un chaval que se tuerce y al que mandan a la granja de sus tíos (a ver si lo enderezan) resulta que es una narración terrorífica? Porque da mucho miedo. Porque suena a auténtica. Porque es prima hermana de los infames hechos reales sobre los que Jack Ketchum construyó su más famosa novela. Porque cosas así suceden con mucha frecuencia, y no obstante nos preguntamos, con Ambrose Bierce: Can Such Things Be? Es decir, ¿esto puede ser? (Nota: debería resultar obvio, pero lo voy a subrayar: "Bitter" Bierce es el abuelo incontestable de esta clase de crónicas oscuras americanas. Sin Bierce no tendríamos a Cain, ni a McCarthy, ni a Ketchum. Ni a Eloy M. Cebrián, me temo).


Puaf, vaya si no. Esto, amigos, es todo lo contrario del realismo mágico, en que los hechos anormales, fantásticos, improbables, se presentan y aprecian en un contexto más o menos real como habituales y perfectamente aceptables en el orden de las cosas. La chica del columpio de Eloy M. Cebrián, como las obras de la rama realista del terror, ofrece una serie de hechos factibles, que no son tan extraordinarios; de hecho, se diría que son hasta comunes, dentro su aparente extrañeza. Pero no nos parecen aceptables y cada vez que nos los cuentan, nos echamos las manos a la cabeza en plan grito de Munch y decimos lo de Bierce: "Joder, ¿cómo pueden pasar estas cosas?"

***

Más información: Ayer, 7 de octubre, Eloy me dio un ejemplar firmado de la edición no venal de treinta ejemplares  (se equivocó en la fecha de la firma y puso el 6; necesita un corrector, este muchacho), y lo he terminado de leer esta tarde, después de la siesta. Vamos, que ha caído en dos sentadas. O tumbadas

Por mi parte, Eloy puede seguir siendo una joven promesa hasta el día en que cumpla 100 años o más, siempre y cuando me dé más guarradas y cabronadas de éstas. Me importa un carajo cómo evolucione. Y a ver si escribe un weird western de una puta vez; seguro que lo borda.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario