jueves, 12 de octubre de 2023

Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy

 

10 de marzo de 2023

A la tercera va la vencida. Pues tres han sido los viajes, tomado de la manita por Cormac McCarthy, los que me han costado leer de una puñetera vez este libro que, hoy, se encuentra ya en el terreno de los clásicos meridianamente malditos (o de culto). La primera vez que lo intenté debió ser allá por 2008, año más o menos, pues me lo prestó mi gran amigo, el periodista y escritor Marcelo Ortega Picazo, con mucha ilusión; y Marcelo es un excelente lector y encima de Villalgordo (provincia de Albacete).

Por supuesto, no pude soportar durante mucho tiempo la ausencia de puntuación en los diálogos de McCarthy, y tuve que abandonarlo tras el magistral capítulo del vampiro, que se encuentra en las cincuenta primeras páginas o así. Porque una cosa es que la prosa sea realmente buena y la narración recoja acontecimientos de sumo interés para el lector y los personajes sean odiosamente apreciables; y otra cosa es que te pierdas cada dos o tres páginas por el capricho estilístico de un autor. Servidor, bregado en textos castellanos del siglo XV y XVI en sus versiones originales, no debería tirarme tanto de los pelos por esto, pero en pleno siglo XXI (o incluso en el siglo XX), pues mire usted... no lo veo claro. Vale que es la voluntad del escritor, de acuerdo, y que sin duda esto tiene un motivo artístico; pero me siento más cómodo con Jim Thompson, que es definitivamente mejor que McCarthy, juega en su misma liga (o en su mismo paradigma) y no se ríe de la ortografía, así, por sus santas narices. Tome el lector La sangre de los King (King Blood, 1973), una de las mejores y más violentas novelas jamás escritas, y luego hablamos.

Pero no quiero entrar en comparaciones, pues ese es un terreno deleznable e injusto en el que siempre, siempre, siempre sale perjudicado alguien. El primero, el opinador de turno. Corramos un tupido velo...

Volví al juego de "¿quién puede más, tú o yo, maldito McCarthy?" una década más tarde, con el mismo éxito (es decir: me quedé en el vampiro, o poco más adelante. Sigo pensando que esa secuencia del vampiro nocturno se la robó el autor a Goya, y nadie me va sacar de ahí). Y ahora, por fin, con sangre, sudor y lágrimas, lo he logrado. Me he leído de cabo a rabo Meridiano de sangre. Y el tortuoso viaje ha merecido la pena, claro que sí. Pero que no me inviten otra vez, por favor.


Han sido diez días de lectura discontinua y esforzada. La preparación previa consistió en la trepidante Al otro lado del río de Jack Ketchum y la gozosa, por su aparente sencillez, Mr. Paradise de Elmore Leonard. La primera, porque está relacionada temáticamente con Meridiano de sangre, y transcurre incluso en la misma época y casi en el mismo territorio; y la segunda, porque con Leonard uno se siente como en casa (eso, suponiendo que tu casa esté repleta de gentuza y de criminales gilipollas) y sus prodigiosos diálogos están muy, muy bien escritos... y puntuados. Sólo un traductor atroz, o un editor-rata (de los de publicar libros con tipografías ínfimas o con espaciado automático entre párrafos), pueden cargarse un libro de Leonard.

Blood Meridian se publicó originalmente en 1985, y no he hecho un seguimiento de cómo le fue en Estados Unidos ni la repercusión que tuvo. Llegó a España en 2001, en edición de Debate, y es bastante probable que hacia 2002 o 2003, mi amigo Luis Escribano me hablara de esta novela, pues Luis siempre ha estado al día de los títulos y autores más interesantes, sobre todo de los norteamericanos. (Quiero recordar una conversación con Luis en el bar Triana de Albacete, en la que apareció McCarthy y su Meridiano de sangre, posiblemente porque estuviéramos hablando de Apocalypse Now, de Joseph Conrad, de la brutalidad en la literatura o de westerns. O de fanzines. O de... quién sabe).

Pero en realidad, empecé a tener conciencia de la existencia de McCarthy cuando, en 2007, se adaptó al cine No es país para viejos (No Country for Old Men, 2005), dirigida por los Cohen y con un papel oscarizado de Javier Bardem. Nunca he llegado a ver la película, aunque sí leí la novela por recomendación del inspector jefe de la Policía Nacional de Albacete, que por entonces era alumno de servidor en la Universidad Popular, en el curso de escritura creativa. Y, como ya he dicho, me pareció que era una historia que podría haber firmado Jim Thompson, pero sin puntuación en los diálogos (cosa muy poco útil en un curso de escritura donde, entre otras cosas, se enseñaba la importancia de la ortografía y la gramática para el escritor). Me gustó, pero también me molestó.
Por cierto: La carretera (The Road, 2006) no la he leído. Y tampoco he visto la peli.

En fin. El libro:

McCarthy conforma una novela larga sobre el infame Grupo Glanton, una banda de hijos de puta, algunos de ellos veteranos de la guerra de México y Estados Unidos, que se dedicaban a la caza de cabelleras de indios entre 1849 y 1850, a sueldo de los mexicanos. Al parecer, el negocio era bueno, pero Glanton y los suyos consideraron que era difícil distinguir la cabellera de un indio de la un mexicano: a más cabelleras, más oro.

Unos hijos de puta sádicos, como digo. Y por desgracia, reales como la vida misma, si no nos engañan las crónicas y diversos testimonios de la época.

Hay un personaje de dudosa historicidad, conocido como "el Juez Holden" según la autobiográfica My Confession de un tal Samuel Chamberlain, que formó parte del grupo. Chamberlain afirmaba que nadie sabía "quién o qué era Holden". Hay subrayar ese "qué", pues es el que le permite a McCarthy dar la vuelta al marcador del western para introducirnos en una historia no sólo de terror y salvajismo y crueldad y bellos paisajes y muerte y tortura y desesperación, sino también de horror sobrenatural fantástico. Pues el Juez Holden bien pudo existir, pero si era tal y como aparece en Meridiano de sangre, también podríamos rescatarlo como enemigo de la Patrulla X. Metidos a especular y a decir disparates, casi lo podríamos comparar con el Conde Drácula, epítome de los malvados sobrenaturales. Holden, en esta novela, tiene esa talla de villanía y monstruosidad, y ese aire outré, contra todo pronóstico creíble, que lo hace aún más grande. Sin duda, Holden es el logro definitivo de McCarthy. Porque es esta pieza, este personaje salido de otro mundo, de otro planeta o del puto infierno, el que hace que la ambientación y la sucesión de hechos, peripecias, masacres y barbarie encajen a la perfección, hasta el punto de que uno termina pensado aquello de "esto tuvo que ser así y no de otro modo", como nos sucede cuando leemos From Hell de Alan Moore.

¿La recomiendo? Sí, claro que sí, cómo no, faltaría más; y esto, a pesar de que McCarthy no nos ayude en absoluto con su falta de puntuación. Eso sí: vocabulario tiene como para aburrir.

En el terreno más o menos extraliterario, debo mencionar mis dudas de si la traducción al castellano es mala o regular. Espero no olvidarme nunca (y por eso escribo para mí estas reseñas) de que el traductor, Luis Murillo Fort, el mismo caballero que ha vertido al castellano con éxito casi todas las novelas de Barry Gifford, utilizó “venablo” como sinónimo de “jabalina” (la hembra del jabalí), para no repetir la palabra en el mismo párrafo. Me temo que ahí, el diccionario de sinónimos no estuvo a la altura de las circunstancias.

Oh, Cthulhu... me estoy dando cuenta de que, en algún momento de mi vida, tendré que leer la versión original en inglés de esta pesadilla. Joder, esta novela es como una maldición...

***

Post Scriptum: Le he dicho a Marcelo que ya le puedo devolver el libro. Marcelo dice que ya se lo devolví hace años. Que tiene su ejemplar en Villalgordo. Yo SÉ que no se lo devolví nunca, y que jamás he comprado un ejemplar de Meridiano de sangre. ¿Qué cojones pasa con este libro? ¿Está de verdad maldito, o qué?


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