Albacete, 16 de abril de 2022. Fotografía de Alberto López Aroca |
I
19 de abril de 2022
Llevo dos años fascinado por este monstruo, realizado por un grafitero, más o menos anónimo y probablemente local, en las portadas de una obra paralizada en la calle Dionisio Guardiola de Albacete. Esto es lo que se ve a pie de calle. Desde mi casa, a seis pisos por encima y en la siguiente vía transversal, tengo una visión privilegiada de la edificación frustrada, los pilares y el forjado sin acabar a la intemperie: los palomos disfrutan de tres pisos que comparten con algún gato, de los charcos que se forman cuando llueve, de la libertad. Por encima de la obra se alza el brazo gigante de una grúa lleva también dos años (o más) al albur de los elementos. Los gorriones y otros pájaros de bandada lo utilizan como último punto de descanso, como lugar de reunión -o qué sé yo, porque no soy pájaro-, antes de adentrarse por miles de millares en el parque de Abelardo Sánchez para dormir.
En muy poco tiempo, el montacargas, esa pluma-grúa de color verde, se ha convertido en un lugar sagrado para las aves. El resto de la estructura es un templo elemental en donde se dan cita, conversan y procrean. Cuando miro por la ventana y observo cómo los pájaros realizan sus actividades secretas, me siento como un mirón, un intruso. Les confesaría a esos bichos que soy culpable, pero me temo que les da exactamente igual. Son mejores que yo. Más libres.
***
Otto Lidenbrock descubre la firma de Arne Saknuseem. Ilustración de Édouard Riou, 1864. |
Resulta lamentable, pero no soy tan moderno como para apreciar la belleza de las firmas sin ton ni son que suelen engorrinar escaparates, persianas de garajes y comercios, aunque sí que puedo admirar ciertos murales anónimos, más o menos minimalistas. Por desgracia, esas firmas tan molonas (en el peor sentido, el mexicano: allá, "molar" significa "molestar") no se entienden un carajo, y no porque se trate de caracteres rúnicos, pues se supone que corresponden a nuestro alfabeto; pero lo cierto es que son aún más difíciles de descifrar que la firma del alquimista Arne Saknussemm en el lugar bajo el centro de la Tierra donde quiso dejar constancia de su paso. Lo de Saknussemm, claro, tenía sentido; a fin de cuentas, se había salido del mapa ¡hacia abajo!, y constató que en esa nueva barra axial, que añadía una dimensión a la cartografía convencional, había monstruos, como confirmaría el profesor Otto Lidenbrock a comienzos de la década de 1860. Lo de esos imberbes que caminan por Dionisio Guardiola armados con un esprai, no: todo el mundo pasa por Dionisio Guardiola y no necesita dejar su fima para la posteridad. Al menos, habría que escribir un insulto, una frase ingeniosa, un montón de faltas de ortografía (tantas que dé risa), una reivindicación... un puñetero monigote, ¿no? Algo. "Vanpiro esiten". "Emosido engañado". Lo que sea. Con o sin gracia. Eso lo juzgará la posteridad.
Pintada bética que reivindica la figura del Yeti, más conocido como el Abominable Hombre de las Nieves. Era necesaria y me parece justficadísima. Ubicación exacta desconocida. |
De vez en cuando, uno se topa también con algunas simbologías más o menos conocidas (el signo de la mujer, el signo de la homosexualidad, esvásticas, alguna que otra A encerrada en un círculo...), pero rara es la ocasión en que haya algo original, un gusarapín que nos retrotraiga a significantes siniestros, ocultistas, herméticos, sobrenaturales: parece que esa generación de grafiteros ya no recuerdan el símbolo del planeta Ummo y sus habitantes -que pasaron por Albacete allá por 1950-, así que, a lo mejor es mucho pedir que se inventen un signo de Yog-Shothoth o, al menos, uno del Gran Cthulhu. (Sobre este último asunto, el tema de las pintadas y grafitis trasladadas a lo lovecraftiano, Stephen King tiene un delicioso cuento, titulado Crouch End. Clive Barker también hizo un excelente trabajo socio-cultural y terrorífico en un relato sobre los grafiteros en zonas desiertas de ciudades británicas post-industriales. El lector lo encontrará en sus primeros Libros de Sangre, no en el sexto).
La imagen de inicio de este texto no es un mural, claro está, sino la simple representación de un monstruo. Es arte rupestre realizado a la vuelta de la esquina de mi casa, y digo que es arte porque creo que se trata de una manifestación espontánea del artista, que en lugar de limitarse a firmar una obra inexistente, al menos se molestó en pintar un monstruo. Por suerte para mí, los monstruos son una de las cosas que más me gustan del mundo. Y las portadas de la obra cancelada y en ciernes (sin visos de que vuelva a abrir), pintadas de amarillo deslucido, son bastante vulgares. El monstruo le aporta cierta personalidad, y lo ha visto cualquiera que haya tenido que hacer cola en la calle para entrar en la oficina principal de Correos durante los días de la Plaga.
Es una representación espontánea e inconsciente del Monstruo de Albacete. Los aficionados a los psicogeografía reconocerán de inmediato los trazos burdos y burlescos, la espontaneidad, la falta de precisión, la impresión colectiva jungiana que aparece por enésima vez en un imaginario colectivo que no es consciente de sí mismo, sino todo lo contrario... porque si no, seríamos hormigas. Creo que esto se llama Art Brut. El monstruo grita de dolor, o avisa del dolor que hay al otro lado (¿al otro lado de qué?), o es una señal de que más allá de esas puertas hay peligro; o quizá simboliza lo que siente el dueño de la construcción aplazada sine die: "Os mataré a todos, hijos de puta; os comeré vivos". Sus puños cerrados son los de una Furia mitológica, cuya pasión y hambre no tienen fin.
Eso, de mano de un tipo que, a altas horas de la madrugada, tuvo la idea de pintar un monstruo. El tipo, el chaval, lo que sea, no sabía lo que se encontraba detrás de esa vision: parte de mil años de Historia. Puede que dos mil. Incluso más.
Yo me atrevería a decir que la imagen es excelente, pues lo que representa resulta perfectamente reconocible para cualquiera que la contemple. Se trata, por supuesto, del olvidado Monstruo de Albacete, cuyos orígenes se pueden rastrear, como mínimo, a la apertura del Canal de María Cristina, que cruzaba la ciudad en el siglo XIX, y muy posiblemente lo hallemos antes, en algunos romances de ciego que mencionan el "río Piojo", hoy soterrado bajo el asfalto en lo que hoy es la calle Ancha.
Es bastante probable que el Monstruo de Albacete sea una suerte de descendiente bastardo del famoso Monstruo de Jerusalén, cuya hija, la Arpía (o Harpía) Americana dio la vuelta al mundo y siguió su vida en papeles volanderos hasta bien entrado el siglo XX: da igual que hablemos de la Crupecia (o Cuprecia), de la Maltrana o del Galofre, todos son hijos bastardos de los bestiarios medievales, de cruzados que viajaron a Tierra Santa, de exploradores y comerciantes que salvaron el Atlántico en busca de las Indias... y de lo que trajeron consigo. Y no me refiero tan sólo a testimonios.
Cuando te mees en el río
mira bien ande te pones,
pos como salga la Bicha
te pue morder los cojones
y quedarse con tu picha.
Al Monstruo se le asocia con el canal, conocido popularmente como "el Río la Mierda" (sin el "de" de "la Mierda") por su condición de conducto de aguas fecales y desechos industriales de la ciudad. Por ejemplo, es famosa la zona en torno al Maqueda -un bar de carretera a la salida de la carretera de Barrax- por su pestilencia, procedente de las miasmas que arrojaba la fábrica de papel Los Olmos al canal. Recientemente (no debe hacer aún un año), la Papelera, cerrada desde hace mucho tiempo, ardió en circunstancias no aclaradas. Los medios de comunicación se hicieron eco de las declaraciones de la Policía, y parece que el incendio, intencionado o no, dio comienzo en un montón de palés de madera abandonados en el interior de la fábrica. No obstante, en bares cercanos a la zona, y más concretamente en el Maqueda, se mencionó el aliento flamígero del Monstruo de Albacete como principal responsable.
Es de suponer, claro está, que nuestra criatura o bien es inmortal, o bien ha criado con el paso del tiempo. O puede que ambas cosas.
Personalmente, tengo la teoría de que, actualmente, se refugia en el antiguo Sanatorio Mental de las Tiesas, también en la carretera de Barrax: se trata de un edificio impresionante que, durante muchos años, albergó a algunos de nuestros más queridos enfermos, entre ellos un buen puñado de homicidas, y alguna que otra ninfómana. En las paredes de las salas comunes se podía leer, o más bien contemplar, extensos textos escritos en caracteres indescifrables, procedentes de algún otro mundo. Pero claro: en la Tiesas, había alguien que sabía lo que significaban. Y yo aventuro que quizá profetizaban el triste final de aquel conjunto arquitectónico, hoy semiderruido, abandonado por la administración pública, pasto de los elementos y de criaturas como el Monstruo de Albacete.
II. Conclusión
24 de octubre de 2023
Albacete, 24 de octubre de 2023. Fotografía de Alberto López Aroca |
Y de paso, nos has robado un misterio y unas ensoñaciones fantásticas que, por su fuerza y poder místico indiscutibles, reaparecerán en otras paredes y en otros rincones tan golosos como las portadas de esta malograda obra.
Ahora mismo tengo en mente la imagen de un grafitero supuestamente anónimo, cuya obra se limita a su firma. El grafitero está en el paraje de las Mariquillas y se acerca a mirar el cauce del Júcar, que prácticamente está seco. El artista siente una punzada en el bajo viente, de modo que se medio baja la cintura de los pantalones del chándal y, con los ojos cerrados, se dispone a echar una larga y gratificante meada.
Nadie le ha advertido del peligro.
Albacete, 16 de abril de 2022. Fotografía de Alberto López Aroca |
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