27 de septiembre de 2023
Sí: sigo leyendo a Ed McBain como si no hubiera un mañana. Y en total y absoluto desorden cronológico, pues recordemos: servidor es el tipo que empezó a leerse Watchmen, allá por el verano de 1987, por el número 6 (sí, el de Rorschach y el perro y el psiquíatra y "yo no estoy encerrado aquí con vosotros; vosotros estáis encerrados aquí conmigo").
Esto último lo pienso por la indiscutible calidad de las novelas y la cantidad de recursos que utiliza en ellas de forma impecable. No me refiero a las diversas tramas entrecruzadas y a la cercanía (y por tanto, realidad) de sus personajes, sino técnicas literarias más o menos caprichosas con las que McBain nos lleva de la mano adonde le sale de las narices, sin que le tiemble el pulso. Sí, hay informes policiales, periciales, fichas de delincuentes, notas de periódicos... pero la canónica narración en tercera persona y pasado se va a paseo de vez en cuando, y el autor le habla en segunda persona a USTED, el lector que, por ejemplo, de repente es un cadáver y, por tanto, NO TIENE DERECHOS. O cuando narra en presente los días o las horas o la estación del año en La Ciudad. O ese momento en que un personaje rememora mejores tiempos, y McBain se marca un corta y pega de alguna novela anterior, y nosotros lo leemos con total naturalidad y pensamos: "Es verdad, esto le sucedió así a Bert Kling, sin duda... ¿Es que lo habré leído en alguna parte?"
¿De qué va la novela? De un único caso: el de un asesinato en masa cometido en una librería. Cuatro cadáveres y un único criminal. Y por desgracia, una de las víctimas es la prometida de un detective de la 87. Lo cual significa, como bien explica McBain, que desde ese momento todos los agentes, hasta el último patrullero, siguen haciendo su trabajo con la efectividad de siempre, como en cualquier otro momento... pero en realidad, todos ellos lo hacen de forma automática, sin demasiado interés, porque en realidad están centrados en escuchar, olizquear, registrar, remover, y sacudir lo que haga falta para encontrar al culpable.
Todos.
Y los principales detectives encargados del caso tendrán que abrir muchos "armarios", como siempre hacen durante los casos de homicidio, y en esos "armarios" siempre hay esqueletos. Incluso en el "armario" de la joven e intachable novia de un poli, a la que conocemos desde hace ¿doce, trece novelas? Uf...
Qué tipografía enorme, maravillosa, se utilizó para esta edición, y qué birria minúscula que era, es y será siempre la tipografía utilizada por los responsables de la mexicana Editorial Diana, que publicó a McBain en castellano antes que nadie. Hoy, precisamente, me ha llegado por correo un ejemplar del nº232 de la colección Caimán de Diana, titulado Yo soy el culpable, y que es la primera traducción de Lady, Lady, I Did It, realizada en 1962 por René Cárdenas B.
Pero ese es otro jardín bien distinto, y lo dejaremos para otra ocasión. O para nunca. Es mejor no perder el tiempo.
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