16 de abril de 2023
Allá por 2011, mi amigo José Luis Zárate, escritor mexicano, me habló muy bien de su colega Bef (alias de Bernardo Fernández), y me recomendó algunas de sus obras, entre ellas la novela fantástica Ojos de lagarto, a la que no he podido echar el guante, y Tiempo de alacranes. Esto sucedía en la Semana Negra de Gijón, el único puente real que conozco entre Latinoamérica y España que no esté sembrado de cristales rotos. Desde entonces soy bastante consciente de que la fluidez de los vasos comunicantes literarios entre los Dos Mundos que existió en el siglo XIX y quizá durante el boom latinoamericano de las décadas de 1960 y 1970, se ha convertido en un muro. Pienso en 1979, y me imagino un gran barco de mercancías con bandera española que se cruza en mitad del Atlántico con otro mercante, este mexicano, y se saludan haciendo sonar las sirenas. El barco español lleva un cargamento de bolsilibros de Editorial Bruguera, con montones de novelitas del oeste, de terror, policíacas y del espacio, firmadas por Curtis Garland, Ralph Barby, Clark Carrados, Lou Carrigan... El barco mexicano tiene la bodega repleta de publicaciones de Editorial Novaro: Domingos Alegres, Supermán (con tilde), Batman (alias de Bruno Díaz, ricacho de Ciudad Gótica), los Campeones de la Justicia, Marvila, y muchos títulos de producción propia.
Oí decir a Paco Ignacio Taibo II al respecto de este asunto que "un océano nos une y un idioma nos separa", lo cual es un curiosísimo y poético modo de explicar (o de no explicar) por qué resulta tan difícil hoy importar y exportar la literatura de una a otra orilla y viceversa. Estamos hablando de obras que comparten una misma lengua y que, por tanto, no necesitan a ese intermediario que se llama "traductor". ¿Dónde estriba la dificultad? No tengo ni idea. (Sí: me consta que hay algunos casos exitosos, como el de la escritora argentina Mariana Enríquez, que en España ha recibido una acogida excelente gracias a una obra consistente y de interés. Pero me pregunto qué porcentaje de la amplia obra de Pilar Pedraza, escritora española veterana que transita por los mismos géneros que Enríquez, se encuentra disponible, a la venta, en Latinoamérica, en ediciones que no sean las de Valdemar).
Tiempo de alacranes entra de lleno en mi clasificiación de "casi bolsilibros" por su extensión y por la temática: es una novela negra muy corta, de sicarios mexicanos, narcos y gente de mal vivir. Me ha parecido divertida, pero prácticamente ilegible para el público español, pues el bueno de Bef no se corta un pelo en "escribir como se habla"... en México. La cantidad de argot y giros idiomáticos que aquí no se conocen es apabullante. Lo cual no quita para que esté muy, muy bien escrita. Es la historia del "Güero", llamado así por los alacranes güeros (rubios, amarillos), y su último encargo como sicario a las órdenes del narco. Bef utiliza todos los recursos literarios narrativos que le salen del alma para retratar una versión tarantinesca de un país que parece mentira pero es real como la vida misma: varios narradores con voces muy distintas, recortes de prensa, textos en cursiva y sin puntuar para mostrarnos a los yonquis asaltabancos, muchos "experimentos" para este relato con referencias populares explícitas (hay un personaje que viene de Latveria, nada menos, y otro, un funcionario de la procuraduría del estado, se llama Gómez Darkseid), misteriosos agentes desconocidos, prostitutas, policía institucionalmente corrompida y... yo diría que no hay ni un solo "bueno" en toda la historia.
La novela se alzó con el premio Nacional de Novela de México "Una vuelta de tuerca" en 2005, y el Memorial Silverio Cañada 2006 de la Semana Negra de Gijón. A España llegó en junio de 2009 de mano de la Editorial Pàmies, con una buena cubierta del amigo Alejandro Colucci. La edición original, de mayo de 2005, era una coedición de Joaquín Mortitz, Planeta México, Conaculta y yo qué sé quién más.
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