jueves, 16 de mayo de 2024

Abierta la suscripción de ULTHAR nº20 (junio de 2023)

 
Hoy, jueves 16 de mayo de 2024, abrimos oficialmente la suscripción para publicar el número 20 de ULTHAR, revista de fantasía, ciencia ficción y terror, editada, dirigida y maquetada por Alberto López Aroca. El índice de contenidos y autores que aparecen en este número lo pueden consultar AQUÍ. Los créditos los pueden consultar AQUÍ.

Este número tendrá 148 páginas, en formato 23x15 cm; cubierta a todo color con solapas, e ilustración de portada realizada por SERGIO BLEDA (que estará a la venta a lo largo de esta suscripción; ver este ENLACE). Incluye 12 relatos de diversa extensión, una novela corta de Santiago Eximeno, y varios artículos del gran Agustín Jaureguízar. Rescatamos, de 1981, un relato olvidado de nuestra sección MÁS VAMPIROS EN ESPAÑA; e historias de autores de Argentina, México, Francia, Estados Unidos de América, Italia y España. En este número, con algún contenido ripperiano y holmesiano, destaca la presencia del legendario SIMBAD EL MARINO. El interior está profusamente ilustrado, y los textos están presentados a doble columna, con introducciones del Editor.
No habrá edición digital.
La suscripción para publicar ULTHAR 20 costará 13 euros; para el pago, deberán escribir a fabulasext@hotmail.com (consulte también este ENLACE). La suscripción servirá para financiar la impresión de la revista y el pago a los autores.
El PVP de la revista tras esta suscripción será de 14 euros.

Esta suscripción cerrará de forma improrrogable a las 23:59 horas del próximo día 4 de junio de 2024 (martes).

Para cualquier duda o pregunta, diríjase al correo electrónico fabulasext@hotmail.com.
Si está interesado en este proyecto, por favor,
difunda esta noticia.


 
 




miércoles, 15 de mayo de 2024

Noticias de ayer: Haggard contra Benoit (marzo de 1920)



Las acusaciones de plagio entre autores un clásico y da para escribir una enciclopedia. Desde el plagio real y demostrado a la coincidencia increíble pero cierta, pasando por las acusaciones con sentido pero sin acierto, y por supuesto, el plagio involuntario. Creo que en alguna parte quizá en nuestra edición de Ironcastle) he hablado de la pequeña contienda dialéctica, más o menos indirecta, entre J. H. Rosny el mayor y Arthur Conan Doyle y sus respectivas La fuerza misteriosa y El cielo envenenado.

Aquí tenemos otro "duelo de titanes" entre Inglaterra y Francia: en un rincón, H. Rider Haggard, y en el opuesto, Pierre Benoit.

Y, antes de arrancar, quiero llamar la atención de los comentarios de Benoit sobre los tuaregs como tribu matriarcal en muchos sentidos (como mínimo, matrilineal), así como el modo en que tanto en inglés como el francés representan sociedades en las que las mujeres gozan de una libertad y poderes muy superiores a los de los hombres. (Y a esto debemos añadir el choque entre las costumbres tuaregs y las diversas filosofías del Islam, que no cuadran de ninguna manera).

Vamos allá.

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Extraído de la revista Cosmópolis (Madrid), marzo de 1920.

 

 

Henry Rider Haggard



Pierre Benoit
La Atlántida (Sociedad General Española de Librería, 1952)

Ella (Acme, 1945).
 

martes, 14 de mayo de 2024

Thaddeus Mobley: un olvidado de la ciencia ficción (2017)

 


(De Facebook)

9 de mayo de 2017

Va haciendo falta edición en castellano de estos clásicos de la ciencia ficción.Thaddeus Mobley es uno de los grandes olvidados, junto a Kilgore Trout.

 


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14 de mayo de 2024

De este comentario casual que publiqué en Facebook ya han pasado unos cuantos años, y Mobley sigue sin dar señales de vida. Quizá se deba a que era el pseudónimo de un viejo amargado que en otro tiempo fue un joven y prometedor autor que sufrió las inclemencias del mundo editorial.

Así, al menos, se recoge en la tempora 3 de la serie televisiva Fargo, basada en la película de los hermanos Cohen de 1994. Esta tercera temporada alcanzó el culmen de la perfección, y no he podido con sus continuaciones: la 4ª era un festival de mal gusto, vómitos y pedos, y la 5ª me ha pillado en plena renuncia voluntaria al género audiovisual (soy no televidente, ni piso un cine, ni uso internet para ver películas, desde poco antes de agosto de 2020, con un par de excepciones). Lo cual, dicho de paso, no significa que no esté informado de las novedades más populares, de la evolución política, económica y social de las películas y las series de televisión, de los nombres que más suenan, de las tendencias, etc. Esas informaciones me parecen prescindibles, frente a la posibilidad -que he descartado por mi propia voluntad- de disfrutar de estos productos. En cualquier caso, por el mero hecho de tener que trabajar con internet conectado a la computadora, y de mantener relaciones sociales, toda esa información me llega puntualmente y la digiero y proceso, la mayor parte de las veces con la intención de expulsarla en alguna visita al cuarto de baño. (Sin éxito, debo añadir).

La verdad es que prefiero dedicar mi tiempo a leer, que cada vez me parece una actividad más proscrita (tal y como insinuo en un reciente artículo) y peor vista, o más ninguneada, o más despreciada. Antes, se presuponía (erróneamente en demasiados casos) que alguien que leía mucho, tenía que saber mucho, por narices. Ahora, alguien que lee mucho es un freak.

No un friki. Un freak. En inglés. Como en aberration, abnormality, monster, etc. En inglés, el verbo to freak significa también "comportarse de un modo irracional y destructivo, normalmente por una emoción extrema o por el uso de drogas".

Ya me pueden recomendar la novísima maravilla cinematográfica de Villeneuve, que yo no voy más allá de las impecables, perfectas primeras temporadas de West World o de Vynil, ambas de 2016.

Ayer terminé de leer el libro de relatos Defecto de forma de Primo Levi (obra maestra, amigos), y releí "El pueblo blanco" de Arthur Machen para comentarlo en el Club de Lectura de Terror de la biblioteca de Albacete. Esta mañana he leído el cuento "Un hombre bueno es difícil de encontrar" de la escritora norteamericana Flannery O'Connor, en un volumen de sus prosas cortas completas (me ha puesto los pelos de punta). Y el retorcido y malvado Miguel Matesanz me crea una necesidad con su reciente reseña sobre los relatos de Eudora Welty. Paralelamente, sigo leyendo y corrigiendo textos para publicar de autores que no mencionaré aquí (esto es por la vertiente profesional de la lectura).

¿De verdad alguien cree que necesito ver tal o cual película o serie con todo lo que hay ahí, esperándome en las crecientes pilas de libros? Para sacarme de aquí, tendría que venir David Lynch en persona para decirme "hola, acabo de rodar un poco más de Twin Peaks". Maldición, ¡si yo quiero leer hasta las obras de Thaddeus Mobley, que ni siquiera existen en nuestro plano de realidad!

Flannery O'Connor

lunes, 13 de mayo de 2024

Prohibido leer

Un lector adicto y demente, a comienzos del siglo XVII. Es un retrato triste que, por desgracia, se sigue dando en nuestros días. NO A LA LECTURA.

Después de tantos años como lector casi profesional (muchos, pues fui precoz), he llegado a la conclusión de que la única manera de "animar a la lectura" a aquellos que no tienen el hábito de leer es prohibírselo. Esto, claro, tendría un efecto secundario no deseado: si prohibimos leer, eso incluirá a los niños, de modo que sólo aprenderían aquello de "la b con la a, ba" en el entorno familiar, y siempre de forma clandestina.

Por lo demás, no creo que hubiera problema y, además, aumentarían las ventas del libro en progresión geométrica. Porque una cosa es prohibir la lectura, y otra cosa es prohibir la escritura, la edición y la venta de libros. La tenencia de libros "para consumo propio" también tendría que estar prohibida o, al menos, regulada al estilo minimalista japonés, o incluso por gramos, como se hace con cualquier producto estupefaciente. Las sanciones por leer en público deberían estar limitadas a multas económicas de cierta cuantía, pues estaríamos hablando de un delito menor, incluso de una falta durante las primeras infracciones. La cárcel debería estar reservada para grandes lectores reincidentes, empedernidos y degenerados.

 

Por suerte, este tipo de adminículos para la enseñanza de la lectura van cayendo en desuso.

Para conseguir el efecto deseado, y antes de ilegalizar por completo la lectura, lo lógico sería limitar el número de libros leídos por año. Digamos que sean doce (uno por mes), con multa para aquellas personas que sobrepasen esa cifra.

Simplemente con esta última medida, el número de lectores aumentaría de modo estratosférico. De hecho, entre los dos habituales bandos políticos de cualquier nación o federación del siglo XXI, tendría que existir un acuerdo tácito en la ampliación de estas limitaciones, conforme fueran pasando las legislaturas. Si el partido A limita las lecturas a 12, el partido B, cuando gane las elecciones, las limitará a 10. Y así sucesivamente hasta que lleguemos a la prohibición absoluta deseada, en apenas seis administraciones.

Adolf Hitler, leyendo un libro. ¿Qué, si no?


Benito Mussolini, que se permitía retratarse mientras leía. Atroz.


¿Qué se debería aducir y argumentar en contra de la lectura? Pues evidentemente, toda su parte negativa. Para empezar, está demostrado que la guerra, tal y como la entendemos, sólo se da entre el ser humano desde que existe la lectura. No hay constancia de guerras anteriores a la invención de la lectura, salvo dudosos restos arqueológicos de cierta antigüedad, que si bien parecen apuntar a la existencia de fenómenos violentos, lo que no demuestran es que no se debiera a algún tipo rudimentario de lectura. Esto resulta difícilmente discutible, y a los peligrosos textos más ancestrales que se conservan habremos de referir a aquellos que pongan en duda nuestra afirmación. Lo mismo podemos decir de la violencia y, si me apuran, de las enfermedades.

 

La guerra, invención humana y consecuencia directa de la lectura. Los mismísimos libros de Historia nos dan la razón. En la imagen, un soldado leyendo.

 

También me gustaría llamar a los diversos movimientos feministas y sociointegradores de la actualidad (hoy, desgraciadamente, demasiado divididos por desacuerdos menores) a que proclamen con claridad lo que es un hecho: que la lectura es una invención patriarcal y heteronormativa. A fin de cuentas, no existen textos originales que recojan la Edad Dorada de los matriarcados prehistóricos, lo cual se debe, primero, a que la lectura era absolutamente innecesaria en aquellas sociedades perfectas; y segundo, a la injerencia patriarcal, con sus viles invenciones y registros históricos, concebidos se diría que exclusivamente para eliminar cualquier tipo de referencia al tiempo en que las pacíficas y primitivas sociedades analfabetas eran comandadas por mujeres. Nos atrevemos a afirmar que la prueba de lo que decimos se encuentra, precisamente, en la ausencia de la prueba. De hecho, las únicas pruebas "tangibles" que el patriarcado ha consentido son las leyendas de transmisión oral que hablan de matriarcados, como si fueran simples mitos. La lectura es un invento patriarcal de opresión. (Otra cosa distinta es que el patriarcado haya caído en su propia trampa lectora y ahora no encuentre modo de deshacer el mal. Quizá los nuevos movimientos antipatriarcales logren dar con la obvia solución de la simple y llana prohibición).

Ranavalona I (1782-1861), reina de Madagascar, ejemplar monarca femenina que no dudó en eliminar influencias procedentes de lecturas inapropiadas, de prohibirlas, proscribirlas y castigarlas. Por supuesto, el patriarcado ha interpretado por escrito sus acciones como negativas, y retrata a la legítima reina como un monstruo de maldad.

Incluso las mejores y más poderosas mujeres sucumben ante la lectura. En la imagen, Margaret Thatcher leyendo, sumisa a la imposición del patriarcado.

Otra obviedad, tan preocupante desde hace ya años, es la del cambio climático antropocéntrico debido al calentamiento global. Si la lectura hubiera estado prohibida y proscrita desde sus inicios, jamás habríamos podido desarrollar todas las tecnologías -y los malos hábitos y caprichos a los que sirven-, que son responsables de esta inminente catástrofe planetaria. Sin la lectura no habríamos tenido la ciencia y la investigación que nos ha llevado a la sobreexplotación de los recursos naturales, a la contaminación atmosférica, y a una indeseada, intolerable superpoblación. Estaríamos, de una vez por todas, a expensas de los elementos extremos, el frío y el calor, tal y como se supone que siempre debió ser o, al menos, como fue durante la mayor parte del tiempo en que el ser humano ha existido. Recordemos que la lectura y la escritura, como tecnologías, son relativamente jóvenes y, por tanto, aún podemos echar marcha atrás y regresar adonde nos corresponde.

Esto deberíamos estar haciendo ahora mismo, en lugar de leer sandeces.

Si la lectura ha dado pie a la existencia de males humanos como la guerra, ¿cómo es que no ha habido ninguna civilización que haya pensado antes en deshacerse de ella? ¿Por qué el ser humano insiste en leer, desde el momento en que alguien apunta sobre la pared de la caverna varios palitos junto al trazado en carbón de una rudimentaria cabeza de cabra, hace como poco unos 10.000 años? ¿Por qué hemos permitido que algunas lecturas reciban el calificativo de "sagradas", e incluso se hayan convertido en piedra angular de ese otro fenómeno (¿quizá una consecuencia de la lectura?) que denominamos "religión"?

La respuesta es tan evidente que me avergüenza apuntarla: la lectura es adictiva.

Joseph Stalin, otro adicto a la lectura.

 

Saddam Hussein, leyendo incluso mientras lo estaban juzgando. Hasta ese punto llega la adicción.

Como con todas las drogas duras y blandas, esto sucede cuando se consume en grandes dosis. Unas pocas lecturas, en principio, no dañan a nadie de forma irreparable; pero en el momento en que se abre la compuerta de la compulsión humana, la lectura es peor que el tabaco, que la cocaína, que el opio, que la heroína, que el juego e incluso que el sexo, pues posee la capacidad de convertir en yonquis a personas de cualquier edad, género y condición. Las bibliotecas públicas, por poner un ejemplo ampliamente conocido, demuestran con claridad lo que aquí exponemos: su público mayoritario se centra en los rangos de edad inferiores y superiores de la población, esto es, los que tienen menos poder adquisitivo para conseguir sus "chutes" diarios. Los niños con sus libros infantiles de letras enormes (¡conducidos allí por sus propios padres!), los ancianos con sus periódicos y, también, qué coincidencia, ¡con libros de letras enormes! A cualquiera le resultará evidente que aquí existe un patrón de comportamiento, que ajusta el tipo y la forma de la lectura a las necesidades de cada consumidor atrapado.

Triste imagen de niños enganchados a una adicción milenaria. La sonrisa en sus rostros es la del heroinómano que se acaba de meter un pico en vena.

Esta adicción, esta droga que se extendió por todo el mundo y de la que muchos empresarios multimillonarios se han aprovechado (estamos pensando, por ejemplo, en Randolph Hearst, que concibió la siniestra idea de publicar tiras cómicas con dibujitos para que los inmigrantes aprendieran a leer inglés y, por tanto, consumieran los productos de Hearst, esto es, la prensa), habrá que extirparla poco a poco, pues sin duda, encontraremos muchos focos de resistencia, de signos distintos pero igualmente integristas y radicales: ultra islamistas y ultra cristianos con sus "textos sagrados"; fascistas y extremistas de izquierda con sus adoctrinamientos; los risibles extremocentristas que abogarán por la "justicia" por medio de "leyes escritas y fijadas"... ¡Como si existiera algo más mutable que la ley...! Pues ¿no son distintas las leyes en cada país, e incluso en cada región? ¿No se fijan penas distintas para un mismo delito, según el lugar en que se cometa?

Leyes grabadas en piedra, con caracteres concebidos para que pudieran ser leídos por cualquier persona alfabetizada (h. 1750 a.C.). Pero ¿qué fue de Mesopotamia y sus gentes? ¿Queda alguno por ahí? La respuesta es un rotundo "NO". Y esto sucede porque la lectura conduce a la destrucción de las más gloriosas civilizaciones.

Lo que los políticos deberán ofrecer, y la sociedad deberá exigir, es una cultura basada en la imagen y el sonido, sin la representación abstracta de este último: la escritura. Para ello, disponemos de tecnologías que ya han avanzado mucho en este siglo, y que nos llevan por el buen camino: la de la informática unida a la telefonía portátil. Falta poco, o eso deseo, para que se eliminen definitivamente los teclados de los terminales que usamos a diario (aún hay que descartar definitivamente los inútiles, fallidos, poco fiables teclados virtuales), pues ¿no es mejor, más cómodo, más rápido, más eficiente, más directo, hacer una pregunta en voz alta que escribirla? Y ¿no es preferible escuchar una respuesta de viva voz e ilustrada con imágenes, que leer dicha respuesta por medio del fatigoso -pero, insistimos, peligrosamente adictivo- proceso de leer? ¿No resulta mucho más sencillo para el cerebro procesar imagen y sonido, que procesar una serie de caracteres y gusarapines arbitrarios que se traducen en sonido y luego en ideas y sólo entonces, por fin, en imágenes? Es evidente que el esfuerzo de leer es muy superior al admisible. E incluso así, los intentos por erradicar la lectura son, hoy por hoy, insuficientes. Y parece que poco le importa a nuestros mandatarios esta "dictadura de las letras".

 

Imagen alegórica de Satanás entregándole la lectura al ser humano.

Si prohibimos la lectura, recuperaremos nuestra capacidad de comunicarnos con el prójimo a diario en la cola de la panadería, en la sala de espera del hospital, en la cola del cajero automático (que, ¡por favor, debería funcionar por medio de la voz y la imagen del usuario!). Las relaciones humanas se intensificarán, la comprensión mutua se hará más factible y no se prestará a malas interpretaciones, con lo que descenderá el nivel de violencia que cada sociedad afronta. ¿Qué necesidad hay, en realidad, de leer? ¿Qué puede aportar alguien que murió hace diez, cien, mil años, a nuestro mundo? ¿A quién le importa cómo vivían los griegos, los romanos, o los ingleses de la Era Victoriana? Y por supuesto, ¿cuáles son los beneficios objetivos y cuantificables de "leer ficción"?

Bucólica imagen familiar, previa a la invención de la lectura. A esto deberíamos aspirar.

En definitiva, ¿cuáles son los oscuros placeres que proporciona la lectura, si tanto se ha extendido desde su invención hasta nuestros días? Son placeres, afirmo, muy personales y muy censurables e insolidarios. Es terrible que la batalla contra la lectura se centre tan sólo en algunos títulos, en algunos autores, en algunos temas recogidos en libros y que merecen censura, y que esto no se haga extensivo a cualquier texto escrito.

La lectura es uno de los males surgidos acaso de la proverbial caja de Pandora, y está en nuestras manos el prohibirla, desterrarla y olvidarla. A nadie le interesa saber quién era Pandora ni qué contenía su caja. De ahí sólo salieron calamidades. No necesitamos saberlo, no queremos saberlo.

Apliquemos este principio de una buena vez, y quizá, sólo quizá, consigamos el efecto contrario al deseado.

En realidad, ¿a quién le importa que se lea o no?

Alberto López Aroca, 12 de mayo de 2024

 


sábado, 11 de mayo de 2024

Noticias de ayer: James Oliver Curwood, por A. G. - Manhattan Transfer, por J. Robles Pazos (1927)

Hoy traemos una semblanza y una reseña, rescatadas del año 1927. De James Oliver Curwood todo el mundo (es un decir) tiene algún ejemplar de algún título, pero es improbable que lo haya leído, pues sus fieles lectores ya han fallecido sin relevo. Confieso que yo mismo no me he aproximado a Curwood, a pesar de que obra en mi poder un puñado de novelas suyas, unas heredadas, otras surgidas espontáneamente en mis estantes. La semblanza que viene a continuación, que lo describe como un aventurero a la antigua usanza, me ha animado a leerlo. Eso, y las opiniones de Curwood sobre los animales y la creencia en un ánima: "Los animales, como los hombres, tienen rencores y venganzas". Simplemente por esta frase, creo que merecerá la pena.

El otro recorte de prensa corresponde a una temprana reseña de Manhattan Transfer (1925) de John Dos Passos, realizada en 1927 desde New York por su traductor al castellano, José Robles Pazos, que tuvo una vida corta y apasionante, por lo que hemos podido averiguar.

Como se puede comprobar, a bordo del Matilda Briggs somos omnívoros, y tenemos altares de idéntica altura para los Homeros y los Curtis Garland. Pues inmortalidad no hay más que una, y mide lo mismo.

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 Extraídos de La Gaceta Literaria (Madrid), 15 de abril de 1927

 




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John Dos Passos


Primera ed. norteamericana de Manhattan Transfer (1925).

Portada de la 2ª edición en español, 1930



viernes, 10 de mayo de 2024

El hombre de la caja carmesí, de Harry Stephen Keeler (1940)

 


(De Facebook)

9 de mayo de 2013

Lecturas recientes: El hombre de la caja carmesí, de Harry Stephen Keeler. (The Man with the Crimson Box, 1940).
 
Cuando Neil Gaiman decía que Keeler era aficionado a sacar personajes que acarrean de acá para allá una calavera, no lo decía en broma. El hombre de la caja carmesí es una de esas historias de "skull in a box" que, como me comentó mi amigo y keeleriano Javier Vidal, "te enseña que si alguna vez te encuentras un cráneo, tienes que grabar tus iniciales en él".
Con respecto a la (enrevesadísima) trama, diré que sólo he salido de dudas y he conocido la verdad (¿?) en la puñetera última página.
Los personajes de esta obra (algunos) vuelven a aparecer, según promete la nota al pie de esa última página que os decía, en El hombre de las gafas de madera, y al parecer, también en La muchacha del maletín azul (que sale entre las páginas de esta novela, aquí y allá).
Keeler era un puto genio, la verdad.
 
Comentario de Javier Vidal:
En algunas de sus novelas como El cráneo del clown bailarín o El hombre de los tímpanos mágicos descubres la clave de la novela no ya en la última página sino en el último párrafo o la última línea. Un genio, desde luego.
 

jueves, 9 de mayo de 2024

José León Cano Ramírez, decano albaceteño del terror

 


8 de mayo de 2024

Esta mañana he vivido un momento muy especial: he conocido en persona a Peter Van Door, Alain Noel, Roy Damm, Lewis Mahoney, Jean-Luc Cartier, Alexander Demarest, Henry W. Bagley y Ronnie Foster.

Es decir, a José León Cano Ramírez, periodista, ensayista, poeta y narrador español, nacido en Albacete el 9 de abril de 1943, y criado en este enclave oscuro donde acechan monstruos, brujas y ummitas, y al que ha vuelto de visita hace unos días. José León Cano es autor de una treintena de relatos de terror, la mayoría publicados en la mítica colección de Ediciones Uve Biblioteca Universal de Misterio y Terror (en adelante, BUMT), concebida y dirigida por José Antonio Valverde en 1981, que contaba con la icónicas ilustraciones de cubierta del gran Victoriano Briasco, fallecido en 2007.

 

Victoriano Briasco

 

José León era uno de los dos "asesores especiales" (el otro fue Pedro Montero) de aquella publicación, ampliamente difundida en Latinoamérica, y con mucho más predicamento al otro lado del Atlántico que en España. (A nadie le extrañará esto, me temo). Sus cuentos de miedo están realmente bien escritos, y merecen su recuperación inmediata (cosa de la que, por supuesto, hemos hablado hoy). Por el momento, en ULTHAR 20 tendremos su relato "Vampiro", que apareció en BUMT nº9 (1981), y que en opinión del que esto firma, es un homenaje y una vuelta de tuerca al célebre "El almohadón de plumas" (1907) de Horacio Quiroga: tengo la suerte de que, en breve, podré averiguar si estoy en lo cierto, pues se lo podré preguntar a José León.

 

Ilustración de Briasco para el relato "Vampiro", de José León Cano.

Entre sus historias podemos encontrar a cualquier monstruo clásico imaginable, pastiches de los Mitos de Cthulhu (incluida una adaptación de un texto célebre de Lovecraft y Zealia Bishop), parapsicólogos devenidos en occult doctors, caníbales, etc.; todo ello servido con una pátina estilística de sabor clásico que evoca a M. R. James, a August Derleth, a Ray Bradbury, a Richard Matheson... Personalmente, y de forma subjetiva, al leer a Cano Ramírez me viene a la mente una y otra vez el recuerdo de los cuentos de Joseph Payne Brennan (norteamericano creador de Lucius Leffing, holmesiano investigador de lo paranormal), al que en España hemos visto sobre todo en antologías y en un único volumen dedicado a su obra. De hecho, pienso que José León Cano es ese autor con el que te tropiezas en una de esas antologías tituladas Horrores IV o Espantables macabradas o Los mejores relatos de terror según un señor de Camberra, y de repente te das cuenta de que estás como en casa con unas zapatillas viejas, que eso es lo que buscabas, que estás disfrutando con la familiaridad (y la siniestrez) de uno de esos raros escritores que te llevan, pasito a pasito, hasta el cadalso prometido por la literatura de miedo. Y piensas: "Joder, ojalá todos los cuentos de esta antología fueran de este individuo".

Estoy ante el tercer autor de la BUMT al que conozco en persona; los otros dos son el llorado y añorado Carlos Saiz Cidoncha, y el escritor Daniel Tubau, que empezó a publicar con Valverde a la tierna edad de diecinueve años, y ha dedicado gran parte de su tiempo a la televisión. (De Cidoncha no hace falta que explique nada, pues es uno de los grandes de la literatura de imaginación española a los que no vamos a olvidar jamás).

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Este feliz encuentro con José León Cano se ha producido gracias a varias personas y circunstancias. Primero, está mi viejo amigo José María Carrancio Cuesta, connoisseur y diletante de la arqueología ibérica, escéptico estudioso de la Historia del Ocultismo (lo que lo acredita, si no como Doctor de lo Oculto, al menos como Bachiller de lo Oculto), y ávido amante y admirador de la BUMT. Con este miembro de la Tertulia de Albacete (la de literatura de fantasía, terror, ciencia ficción y textos afines cogidos por los pelos) es con quien he podido discutir repetidas veces, y desde hace muchos años, sobre la colección de Valverde; y fue gracias a él que me propuse investigar a los autores. Y descubrí que había un albaceteño entre ellos.


Un paseo por la Red de Redes me llevó a la madrileña Tertulia Rascamán, coordinada por el poeta Javier Díaz Gil, y ahí encontré que José León Cano era uno de los integrantes de esas reuniones. (Esa tertulia se realiza en una cafetería muy próxima a la Plaza de Santiago -muy cerca del Palacio Real y el de la Ópera-, donde residí durante un par de años; lamento no haber sabido de su existencia hasta ahora). También descubrí que José León había dirigido revistas sobre arqueología e historia, que era periodista y un poeta reconocido a nivel nacional con tres libros de poesía publicados, que había recibido varios premios literarios, que Miraguano había publicado en 2002 su libro de viajes El vuelo de la serpiente (subtitulado Viajes Precolombinos, tradiciones clandestinas y enigmas arqueológicos de Mesoamérica), que la editorial andaluza Almuzara había publicado en 2016 Tras las huellas de Al-Andalus (Las montañas mágicas), y que con suerte, podría contactarlo.



Eso lo conseguí por medio de y gracias a Javier Díaz Gil: Javier me facilitó el correo electrónico de José León, quien me escribió antes de que yo pudiera reaccionar. Pasaron semanas hasta que le di respuesta, y más semanas hasta que me propuse telefonearlo. (Muchos amigos y colegas del ramo editorial y literario conocen mi proverbial inconstancia en el contacto, mis misteriosas ausencias a la caza y captura del yeti, y mi inexcusable renuencia a responder misivas). El día 7 de mayo marqué el número de José León, y cuán grande y grata no sería mi sorpresa cuando me dijo que se encontraba en Albacete, visitando a viejos amigos. En esos momentos, el autor se hallaba en un café del emblemático Pasaje de Lodares, a dos manzanas de mi casa.

La vida, a veces, se porta como si nunca hubiera roto un plato.

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José María Carrancio y José León Cano Ramírez. Bar Fiesta y Paz (Albacete), 8 de mayo de 2024. Fotografía de Alberto López Aroca.

El encuentro con José León Cano Ramírez se produjo en la cafetería Fiesta y Paz (el logotipo es una paloma bebiendo una jarra de cerveza), base de operaciones actual desde la que, sentados, vemos desfilar a los actores del Gran Teatro del Mundo.

 


Allí me aguardaban José María Carrancio, José León Cano y su amigo de la infancia, Jesús (ambos nacieron el mismo día del mismo año), que nos dejó para que "hiciéramos negocios". Los negocios fueron breves, y José León me dejó con la impresión de encontrarme ante una personal de inteligencia excepcional: se las arregló para preguntarnos sobre nosotros, en lugar de dar respuestas a nuestras curiosidades y contar batallas ancestrales. También, parece que ha redescubierto Albacete como un lugar donde se encuentra muy cómodo ("como si hubiera nacido aqui", dice con retranca), y que necesitaba "gente de su palo, de su cuerda" aquí.

La ha encontrado. Asegura que estará a caballo entre Madrid y Albacete. Y es bienvenido siempre que le apetezca visitarnos, y lo aguardamos con los brazos abiertos.

Resulta, José León, que tienes por lo menos dos hogares.


Alberto López Aroca y José León Cano Ramírez. Bar Fiesta y Paz (Albacete), 8 de mayo de 2024. Fotografía de José María Carrancio.