miércoles, 18 de octubre de 2023

Con el verano llegó la muerte (87th Precinct nº13), de Ed McBain


7 de octubre de 2023

Vamos a conocer un poco mejor a los detectives Andy Parker y Frankie Hernández, dos de los Muchachos de la 87 a los que ya habíamos entrevisto, en tal o cual caso, durante las 12 entregas anteriores de esta serie.

Parker es el detective sucio, con aspecto de vagabundo o de maleante, y su carácter no difiere demasiado de su higiene personal. Parker tiene el gatillo fácil y los puños muy sueltos, y también serios problemas con las personas de otras razas. Especialmente, le tocan las pelotas los puertorriqueños como su compañero Frankie Hernández. Cuando era patrullero, Andy recibió una monumental paliza, lo cual que no se parece en nada a las palizas que recibe la gente en las películas. Aquello, de acuerdo con Andy, fue fruto de una "buena acción" que había realizado aquel mismo día. Así, Parker decidió que "nunca jamás volvería a recibir una paliza. Nunca".

Frankie, posiblemente nativo de los Estados Unidos e hijo de inmigrantes de Puerto Rico, es el detective estoico, pacífico, considerado, amable, y procede con manga ancha ante los pequeños delitos (como hacía Andy Parker antes de que le dieran su famosa paliza). También sabe lo que es recibir un martillazo en el hombro, y golpes, y la discriminación racial imperante en Isola en los años 50. Su compañero Parker le recuerda constantemente lo que él cree que significa ser puertorriqueño, y Parker lo hace con comentarios nada inofensivos. En una ocasión, Andy Parker se pasó tanto de rosca con Hernández que el detective Steve Carella, presente en la oficina, se enzarzó a puñetazos con Parker, y sólo cuando Frankie les recordó que la puerta del teniente detective Byrnes estaba abierta, dejaron de pelear. Ahí quedó una cuenta pendiente.


Con el verano llegó la muerte es el título de la traducción al castellano realizada por Ramón Margalef Llambrich en marzo de 1976 de See Them Die (1960), número 13 de la Comisaría 87; la editó Luis Caralt en la colección Bestsellers de Violencia, un nombre rimbonbante y prometedor, que acogería obras como el western La ira de Dios de James Graham (Jack Higgins) o Muerte en la isla de los hippies, de James Jones (que merece investigación posterior, aunque no sea más que por el título). Ya había aparecido en nuestro idioma, en 1962, como número 249 de la mexicana colección Caimán, de Editorial Diana, bajo el título Mírenlos, ¡muertos! y una magnífica ilustración de portada que se come con patatas la fotografía de época de la edición de Caralt.

Nuestra novela debió parecer muy moderna y rompedora en el momento de su publicación en USA, pero hoy ha quedado un tanto desfasada. Al parecer (pero carezco de información al respecto), las bandas juveniles puertorriqueñas no eran tan violentas como las que se formarían posteriormente, pero claro: esto es una cuestión de grados y de números, ¿verdad?

A mí me ha resultado interesante y medianamente entretenida, pero poco más. Está estructurada casi como una obra teatral, o un guión cinematográfico sin mucho presupuesto, pues toda la acción transcurre en una esquina del barrio puertorriqueño de Isola, en donde hay un prostíbulo y un bar. De hecho, sólo sabemos de un caso para los Muchachos de la 87: un importante delincuente (por escurridizo), un asesino y ladrón llamado Pepe Miranda, ha logrado desarmar a cuatro o cinco policías y huir para esconderse en algún rincón de Isola. Entre estos agentes se encuentra Andy Parker.

 

Por otra parte, McBain nos muestra las andanzas de un diminuto grupo de chavales puertorriqueños que pretenden conformar una banda propia, y para hacerse un nombre, planean matar a tiros a otro chico cuyo pecado consiste en haber saludado a una guapa muchacha del barrio.

Esto, y la presencia de otro muchacho, una joven marino americano que ha terminado en el barrio para irse de putas, conforman el grueso de la historia, en la que unos y otros personajes se entrecruzan y charlan muchísimo (demasiado), y de vez en cuando se escapa un buen mamporro.

Y todo desembocará en la localización del bandido Pepe Miranda, precisamente en ese lugar, en el edificio donde se encuentra La Gallina (la casa de lenocinio en cuestión), y la acción policial para atraparlo.

 

Mi problema con esta historia es curioso. Me ha dado la sensación de que McBain, que se supone había tenido tratos con chicos del extrarradio con problemas, y que a partir de ahí había escrito su exitosa novela (y luego película) The Blackboard Jungle (1954), en realidad no conocía para nada los entresijos y dinámicas de las bandas juveniles (casi infantiles) de maleantes.

Mi experiencia personal, como humano que ha tenido infancia y juventud, es que la violencia es una de las formas presentes, constante e inalterable, de relación entre los más jóvenes. Si en esta novela, los chavalillos tienen acceso a armas de fuego, en mi realidad, la aparición de una navaja (y ojo: soy de Albacete) ya era algo extraordinario. Y sin embargo, en mi experiencia, los comportamientos y relaciones de carácter violento eran el día a día de los más jóvenes en el barrio: desde el maltrato psicológico al físico. (Esto, junto con los comportamientos de polo opuesto: amistad sincera, lealtad, bondad, generosidad, etc. Los mismos individuos, en las mismas circunstancias, pueden comportarse de formas radicalmente opuestas e igualmente extremas).

Pues eso es lo que he echado en falta en una historia de chicos que quieren cometer un asesinato gratuito: la visceralidad que otorga la inconsciencia, la inexperiencia y la flagrante ignorancia de la juventud.

Que no me he creído una palabra de lo que aquí se cuenta respecto a estas bandas juveniles, en resumen. Y me quedo con la impresión de que si algún Latin King de Madrid tuviera la idea de echar un vistazo a este volumen, se descojonaría vivo.



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