17 de octubre de 2023
En el mes de julio de 1972, Juan Gallardo Muñoz publicó, al menos, siete novelas; de ellas, cinco las firmó como Curtis Garland, y las otras dos eran westerns firmados por Donald Curtis. Está lejos de ser imposible que, precisamente ese mes, apareciera algún título más escrito por Juan Gallardo y publicado por las editoriales Alonso y Rollán.
Tan sólo con estas siete, publicadas todas por Editorial Bruguera, tendríamos un mes de verano magnífico que dedicar al estudio y los intríngulis de la carrera literaria de Gallardo Muñoz. Uno de esos títulos es El manuscrito del Destripador (Servicio Secreto nº1.145), que ya recuperamos en nuestro volumen Jack el Destripador de Curtis Garland. Otro título de ese mismo mes, que ha alcanzado cierto renombre entre los bolsilibreros y curtisólogos, es La Metrópolis (La Conquista del Espacio nº103), que servidor aún no ha leído.
Y también de julio de 1972 es el número 533 de Punto Rojo, Licencia de investigador, un abierto homenaje al hardboiled norteamericano, en cuyo frontispicio encontramos una cita de Ellery Queen hablando de Sam Spade, el prototípico detective creado por Dashiell Hammett.
Nuestro protagonista y narrador es Steve Caine, detective privado de New York que pasa a engrosar la enorme nómina de investigadores creados por Juan Gallardo (supongo que, un siglo de estos, intentaremos hacer un listado). De Caine sabemos todo lo que hay que saber: "No soy un ángel, ni tan siquiera un tipo excesivamente decente. Me gusta el dinero, y he visto siempre los billetes de menor valor por lo que, como humano que soy, no dudaría en hacer un puñado de cosas por ganar más y ver en mi bolsillo un puñado de billetes de mil. Aunque esas cosas no fuesen completamente honestas. Después de todo, uno se harta de ver que los demás no ponen demasiados remilgos en lo que hacen cuando se trata de ganar dinero". A esto hay que sumarle su afición por el alcohol y, sobre todas las cosas del universo, las mujeres bellas.
Y así, ya tenemos un arquetipo con patas y una Walter PP del .32 en el bolsillo. ¿Qué nos falta? La hermosa cliente viuda (rubia despampanante, joven y rica), que asegura haber visto a su difunto marido con una fulana... después de que el cadáver de ese caballero fuese incinerado. Hay mucha pasta para el honrado Steve Caine en lo que parece ser un sencillo caso de confusión de identidad. Pero de sencillo, nada, pues las huellas del "hombre resucitado" llevarán a nuestro detective al Club Vampyr, adornado con rostros de Drácula, murciélagos y luces fantasmales; y luego a la sede de una secta "esotérico zodiacal", comandada por el gurú que se hace llamar Profesor Zodiac, y que en mi opinión, está descrito como una suerte de Charles Manson que, en lugar de un rancho en California, tiene a su "familia" de jovencitas hipnotizadas y drogadas en un lujoso apartamento de Manhattan.
Así, entre pacíficas visitas a funerarias, clínicas privadas y pisos de prostitutas de lujo, Caine se encontrará con algún que otro muerto (ahora sí, bien muerto), con sus amigos del New York Police Department, con matones a los que Caine domina a puñetazo limpio, y... bien, todo lo deseable en un pastiche que, al fin y a la postre, tiene más resonancias de La maldición de los Dain (1929), por el ambiente ocultista que comparte con nuestra novelita, que de El halcón maltés (1930).
Un entretenimiento redondo y gratísimo que se lee con una sonrisa en los labios, una sonrisa que sigue impresa tras el punto final. Y eso es mucho para "una simple novela de a duro".
Para consultar opiniones sobre otros bolsilibros, puede visitar mi blog NOVELAS DE A DURO, con más de un centenar de micro reseñas.
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