martes, 31 de octubre de 2023

Cari Mora, de Thomas Harris


30 de octubre de 2023

Cuanto más viejo soy, más ganas me dan de echarle una mano a un viejo amigo cuando le hace falta. Pues esa es la relación que los lectores llegamos a tener con algunos autores, aunque dicha relación sea, en apariencia, unilateral: al menos, nos consideramos sus amigos. Pero la cosa va más allá, en realidad.

Un ejemplo muy claro de esto que afirmo sucede con Stephen King. Muchos, muchísimos lectores se consideran amigos suyos. Pues no. No es que "se consideren", es que realmente son sus amigos, aunque Stephen King no los conozca por nombre, apellidos, apodo... ni de vista, vamos. Sin embargo, King sabe que los "fieles lectores" están ahí, y los valora mucho, vaya si no. ¿O acaso King no es consciente de que su fortuna se la han brindado sus lectores? ¿No sabe que escribe lo que le da la gana cuando le da la gana, única y exclusivamente por obra y gracia de sus lectores? Coño, ¡pues claro que son sus amigos! ¡Y claro que lo sabe! Y sin duda, lo aprecia.

Stephen King

Esta curiosa amistad aparentemente unilateral, que se parece mucho al amor imposible del fan consagrado a una estrella de cine, tiene además la característica de que trasciende el tiempo y el espacio, y vence a la mismísima Muerte. Y esto se debe al carácter de la literatura, que sobrevive al autor. Pienso que Lovecraft, que no anduvo corto de amistades durante su vida (por mucho que algún que otro biógrafo diga lo contrario), ha tenido muchos, muchísimos más amigos después de muerto. Por ejemplo, servidor. Cuando alguien se mete con Lovecraft, algo en mis tripas, algo puramente emocional, me impele a defenderlo. A él y a su obra. Considero que Lovecraft es uno de esos viejos amigos y lo frecuento una y otra vez, siempre a través del mismo cauce: sus historias.

Lovecraft

Este fenómeno de la amistad unilateral no sucede con todos los autores, ni muchísimo menos. Por algún motivo, no me siento amigo de Arthur Conan Doyle, pues lo siento algo más lejano que algunas de sus creaciones, como Sherlock Holmes, Watson y el profesor Challenger. Pero, claro está, no me puedo considerar "amigo" de esos personajes. Estoy como una cabra, pero tampoco nos pasemos.

Soy amigo de Stephen King (aunque llevo un tiempo bastante enfadado con él; en fin: los amigos también discuten y se distancian) y de Lovecraft, y también soy amigo de Juan Perucho, de Richard Laymon, de Philip José Farmer, de Richard Stark (me resulta difícil llamarlo "Donald" o "Don"), de Raphael Aloysius Lafferty, de Jean Ray, de Alan Moore, de Garth Ennis, de Curtis Garland... Soy amigo de autores sobre los que he escrito nota necrológica, y aun así siguen vivos para mí. Soy amigo de escritores que murieron mucho antes de que yo naciera. Soy amigo de gente a la que no voy a conocer nunca jamás, con la que nunca me tomaré una cerveza, con la que no compartiré confidencias.

Soy amigo de Thomas Harris.

Thomas Harris

Harris, nacido en Tennessee en 1940, es uno de esos raros individuos que andan por ahí medio escondidos, temerosos de que sus seguidores lo reconozcan y lo asalten con preguntas, apretones de manos, besos, abrazos y una pila (pequeña) de libros para firmar. Al parecer, su trayectoria vital consiste en: un montón de años dedicado al periodismo de sucesos en Texas, y luego una etapa neoyorquina en una agencia de noticias. Justo entonces vendrían los libros, las adaptaciones al cine, las regalías, la creación de una franquicia que se llama "Hannibal Lecter"... Pero todo eso no ha sido más que un paréntesis entre lo que realmente hace Harris, que es vivir y curiosear aquí y allá, en centros de rehabilitación de aves o quién sabe dónde más. Él asegura en alguna de las escasas entrevistas que ha concedido que tiene una oficina adonde va "a que le llegue la inspiracion"... pero estoy bastante seguro de que pasa allí poco tiempo. Porque lo que es escribir, escribe poco. (Quizá sea un gran lector, y eso es lo que acaba haciendo en el sofá cama de su oficina).

Como gran parte del resto de la humanidad viviente, conocí a Harris a través de la oscarizada película El silencio de los corderos (1991) de Jonathan Demme, que resultó ser A) ¡una novela de 1988! y B) ¡la secuela de una novela de 1981!

¡Había Hannibal Lecter antes de Clarice Starling!

El cartel de la película, en versión española.

Leí los libros, me fascinaron, y lloré unos años porque no había más secuelas. (Recuerdo esos llantos y el crujir de dientes, en compañía de mi gran amigo lecterólogo, Miguel Ángel Aguilar Avilés). Me compré la primera novela de Harris, Black Sunday (Domingo Negro, 1975), pero por pura rabia no la leí. Sigo sin haberla leído. Tengo una edición cochambrosa en rústica y reencuadernada en plan casero en tapa dura por alguien, y en algún momento sacaré tiempo y entraré al trapo y me la zamparé. A fin de cuentas, Harris es un amigo.

En 1999 tuvo a bien complacer a los lectores con Hannibal, la secuela de la secuela... La espera había merecido la pena, y todas las críticas negativas se convirtieron en una afrenta personal contra mí, porque apuntaban directamente a Harris. Y fue entonces cuando me di cuenta de que Harris era mi amigo. Y con los amigos voy a muerte, tú, sí, te estoy hablando a ti, que mi infancia es barrio y campo y la sangre es roja y si hay que llegar a las manos, ahí estaremos. Otro de mis amigos, Stephen King, declaró que el personaje de Hannibal Lecter era "el Drácula del siglo XX", o algo así, y luego, en alguno de sus libros de ensayo o en algún artículo, llamó a Harris gandul egoísta que nos estaba privando de su talento. Esa es la crítica propia de un amigo, por cierto.

A todo esto, la película de Ridley Scott basada en la nueva novela de Harris también estaba bien; muy bien, de hecho. Hay a quien no le gusta nada. Bah, ¿a quién le importa?

La primera edición en castellano de Hannibal.
 

Y llegó 2006 y Hannibal Rising (en España: Hannibal: el origen del mal), que parecía más una novelización de la película de Peter Webber de 2007 que otra cosa. La novela era muy corta, y sí, era mucho mejor que la película, pero... daba la impresión de algo forzado, con un punto de auto reciclaje bastante obvio, vamos: un escritor que se quiere quitar de encima una obligación que le ha llovido del cielo y le produce pereza, aburrimiento y mucha rabia. Y con razón, pues al parecer, Harris la escribió bajo la presión de Dino DeLaurentis, que lo amenazó con proseguir la franquicia Lecter sin su creador. 

Lo incomprensible en este caso es que a Harris le importaran dos pimientos lo que hicieran los mamones del cine de Hollywood (los desgraciados a los que Mario Puzo retrata en su magistral El último Don) con su personaje. Lo mismo habría dado que Harris se hubiera quedado al margen, cobrando regalías, pues al fin y a la postre, Hannibal Lecter ha seguido con su vida al margen del tipo ese de Tennessee, el que se va a cuidar ibis y patos y garzas en Florida y a curar zarigüeyas gigantes de Sumatra. Hasta la buena de la agente Starling del FBI, la prima de pueblo de la agente Dana Scully, se le ha emancipado a Harris.

Edición de bolsillo de Hannibal: el origen del mal

Confieso que no sé gran cosa sobre estos más o menos recientes productos televisivos, pero miedo me da que se parezcan al Manhunter (1986) de Michael Mann, que adaptaba Red Dragon (1981) de Harris. Que sí, que la película tiene sus defensores, pero yo no me encuentro entre ellos. (La novela, eso sí, me parece una obra maestra del thriller de terror).

El dragón rojo, en tapa dura de Bruguera.

¿Qué más puedo añadir sobre mi amigo Thomas Harris? Poco. Acerca del doctor Lecter ya escribí algo en su día, en un reportaje titulado "Los nuevos héroes: el tipo de gente que USTED nunca querría ser", publicado en el suplemento cultural Ínsula el 20 de junio de 2005, y en el que postulaba la metamorfosis de algunos arquetipos clásicos y sus modernas encarnaciones. Además de Lecter, ahí estaban Frank Castle (y por defecto, Mack Bolan), John Costantine y el ladrón Parker. Cualquier día de estos lo recuperaré en este blog, pues ahora que caigo, redacté aquello antes de que existiera Hannibal Rising.

En fin: Thomas Harris es un curioso peso pesado del bestseller de calidad, y no debería necesitar ayuda ni publicidad extra o gratuita.

O eso creía yo.

Portada de Ínsula nº20

Primera página de mi reportaje sobre "Los nuevos héroes".

***

El 15 de julio de 2019, mi amigo Francisco Javier Lara de la Flor, irredento sherlockiano y perteneciente a la secta del Ka-Tet, posteó en Facebook la noticia de la inminente aparición de una nueva novela de Harris, titulada Cari Mora. El post obtuvo tres "me gusta" (uno de ellos del enormísimo Manuel Berlanga, tristemente desaparecido), y el único comentario que obtuvo el enlace de Javi era mío. Dije: "Esto SÍ es una buena noticia. No tenía ni idea."

Y después de aquello, no volví a saber absolutamente nada de Cari Mora. No me tropecé con la novela en comentarios de redes sociales, ni una mención en tertulias, ni una reseña que me saltara al cuello desde algún grupo de Facebook, ni en un periódico, una revista, un blog. No la vi en los anaqueles de las librerías tradicionales de fondo, ni tampoco me tropecé con el título en el millón de librerías de segunda mano que he visitado desde entonces. Nada de nada. Hasta el punto que olvidé aquella noticia, que para mí era tan importante como el anuncio oficial de Twin Peaks: 25 años después, o como cojones se llame esa puta obra maestra de David Lynch (otro amiguete, por si alguien se lo pregunta).

Para mí, es un misterio que la novela me pasara desapercibida. También es cierto que, tras su aparición en España en octubre de 2019, es posible que se diluyera entre las miles de novedades editoriales de la campaña navideña, y después... ya saben: la Plaga.

Ahora, me entero, John Connolly, escritor irlandés, puso a caldo Cari Mora en cuanto salió. He leído su respetable y llorona reseña ("cómo me hubiera gustado hablar bien de Harris, pero mi honradez me lo impide", viene a decir), y lo que yo lamento son los muchos spoilers que mete: se podría haber cortado un pelo, el compañero y colega Connolly. En cualquier caso, que alguien del nivel del creador de la saga del detective Charlie Parker te ponga la novela a caer de un burro, no creo que ayude mucho a la popularidad de tu trabajo. (Sigo sin haber leído a Connolly, a pesar de la insistencia de Alfredo Lara. Todo llegará).

No se trata de la mejor novela de Harris; e incluso puedo decir, ahora que la he leído, que quizá sea la menos buena (a falta de Domingo negro, que sigue pendiente, como ya he dicho). Pero también es cierto que lo peor que escriba Harris es mejor que... bien, digamos "mejor que una patada en los huevos", para no herir sensibilidades. Porque al menos servidor, no está aquí para hablar mal de los colegas del gremio.

Domingo Negro, edición de Bruguera.

Cari Mora es un interesante híbrido, fruto de nuestros tiempos. Para empezar, es una novela de aventuras pura y dura, como aquellas de las que hablaba Luis Ardila en 1931: trata de la búsqueda de un tesoro oculto, desconocido y sobre el cual pesa la maldición de que, cualquiera que intente obtenerlo, morirá. Además, hay un monstruo que guarda el tesoro. También hay barcos, o sea, mucho ambiente marítimo; y por supuesto, varios grupos en discordia que desean hacerse con el peligroso cofre.

Aventuras, ¿verdad? Sin duda. De manual. Hay mil historias con este mismo argumento, idéntico, punto por punto. Y todos sabemos que si hay un tesoro, un dragón, un monstruo, un fantasma lo guarda. Y habrá que descifrar una clave que permita acceder a bla bla bla. El escarabajo de oro de Poe. El pozo de la muerte de Preston y Child. ¡La isla del tesoro de Stevenson! Algunas de las de Tarzán, algunas de las de Doc Savage... Si quieren, hacemos un concurso, a ver cuántas historias nos salen.

Pero... resulta que el tesoro consiste en un montón de lingotes de oro (25 millones de dólares, más o menos) que pertenecían al narcotraficante colombiano Pablo Escobar, y están ocultos bajo una de sus casas de Miami, conectados a tropecientos kilos de semtex, que es un potente explosivo capaz de mandarte a la puñetera Luna.

Y si tenemos el tesoro de un narco de altísimo nivel, lo que procede es que también haya piratas, que aquí están representados por una asociación de marinos criminales de Barranquilla, conocidos por conformar la sociedad secreta de Las Diez Campanas (pocas bromas con estos cabrones). Y luego, tipos aún peores que los piratas ladrones asesinos criminales sin escrúpulos, etc.

 

Y por último, está Caridad Mora, que fue secuestrada por las FARC cuando era niña (una infancia que no habría envidiado ni Hannibal Lecter, oiga), y logró escapar y llegar a los Estados Unidos con una maleta cargada de amargura, conocimientos letales sobre cualquier tipo de acción terrorista, guerra de guerrillas, secuestros, ejecuciones, uso de armas blancas y de fuego pesadas y ligeras... y un gran amor por los animales y por su libertad, es decir, su derecho a que la dejen en paz por siempre jamás.

La especialidad de Thomas Harris es la de crear villanos sin paliativos, indudables, odiosos hasta desearles una muerte lenta. Después de los terroristas de Black Sunday, se inventó al "Hada de los Dientes" de Red Dragon, y de ahí escaló para utilizar al verdadero villano de su anterior novela, Hannibal Lecter, convertido en supremo protagonista de The Silence of the Lambs, donde eclipsaba a ese pobre bastardo desgraciado al que llamaban Buffalo Bill. En Hannibal le dio la vuelta al marcador, y aquí el doctor Lecter ya era un malvadísimo súper héroe que se enfrentaba al millonario depravado Mason Verger y a sus sicarios, extraídos de la mafia italiana. Y en Hannibal Rising, el joven y heróico y taradísimo y un poco despistado Hannibal se las veía, en sus tiempos mozos, con una banda de criminales que igual practicaban el canibalismo que la trata de blancas y lo que hiciera falta: cuanto más chungo, mejor. Criminales que, por cierto, eran responsables de la peculiar actitud de Hannibal hacia la vida humana.

Gary Oldman, en el papel de Mason Verger

En Cari Mora repite su exitoso (aunque ya un tanto agotado) esquema: gente muy muy muy mala (los ladrones, nuestros viejos piratas) contra gente que, ahora sí, por fin, no es que sea peor, es que son putos diablos encarnados hiperpoderosos e intocables. Para que el lector se haga una idea de qué niveles de maldad estamos hablando: eche un vistazo (o lea de una vez por todas) a Al otro lado del río de Jack Ketchum y tome nota de las prácticas de los malos y sus jefas, y multiplíquelo por un número al azar, uno alto. O bien, si ha leído Torso de Edward Lee (cosa que yo no me atrevo a hacer de momento, porque mi sensibilidad tiene un límite), piense en lo que sucede en esa historia, pero aplíquelo al poder político absoluto que otorga el dinero (con muuuuuchos ceros) en un país africano de los más problemáticos y jodidos. Por ejemplo.

Tenemos a un súper villano personal e intransferible en la figura del psicópata (por llamarlo de alguna manera, pues como sucede con Lecter, "no tienen un nombre para lo que es") Hans-Peter Schnider, cuya descripción -un hombre alto, corpulento, completamente calvo, sin pestañas, de febril imaginación, gran dibujante, y demencialmente cruel- es clavada, clavadita a la de ese otro súper villano de la literatura moderna: el juez Holden, misterioso personaje pseudohistórico que maneja los hilos en Meridiano de sangre de Cormac McCarthy. Si Schnider no es un descendiente directo de Holden, entregaré a mis superiores el arma reglamentaria y mi carné de mitógrafo creativo.

Mis impresiones sobre este batiburrillo argumental: si partimos de la base de que la traducción de Jesús de la Torre es correcta, hay unos cuantos pasajes en los que el uso del tiempo presente es absolutamente prescindible y sólo sirve para que cansinos y puretas como yo se quejen. Por lo demás, es puro Harris (como dijo King de esta misma novela), con esos destellantes detallitos que suele introducir, como la cacatúa que perteneció a Pablo Escobar y los monstruos de Hollywood que se guardan en la casa del tesoro, la escena en que el detective de policía (porque también hay polis en la historia) visita a su mujer en una residencia para enfermos muy fastidiados, la filosofía de la escuela de ladrones, la conservera de caracoles fabricados con carne de rata... en fin, toques de genio. Luego, en el terreno del gore, me ha ganado por goleada, pues ha conseguido darme náuseas sin mostrarme un carajo: ya sólo las ideas que insinúa, a mí me trastornan, literalmente, y me llevan al terreno de Ambrose Bierce y a gritar "pero ¡cómo pueden pasar esas cosas!" Así de increíble es lo que cuenta en esta historia.

Así que, resulta que lo menos bueno que ha escrito Thomas Harris es una novela de aventuras casi splatterpunk, que también es un thriller de terror realista que estira el horror hacia límites intolerables. Es corta. Y a estas alturas de la vida, tampoco te sientes engañado por que no se trate de un nuevo El silencio de los corderos. O porque la tipografía de le edición española es, en contra de lo acostumbrado, tan enorme que dan ganas de pegarle una paliza a la Editorial Suma de Letras, que ha vendido el libro al peso. Pero eso sí: la edición, en general, es una preciosidad. Me quito el sombrero y las innecesarias gafas de la presbicia.

Por lo que a mí respecta, mi amigo ha cumplido. Y espero con ansia (y un poco de miedo, a decir verdad) averiguar qué nuevas burradas inhumanas se le ocurren para la próxima novela.

Ave atque vale.


Noticias de ayer. Petra y la casa encantada

 


Extraído de El Sol (Madrid), 11 de enero de 1922.

 

 Más noticias de Casas encantadas.

lunes, 30 de octubre de 2023

Una entrevista realizada por Omar Corral Gamboa. Primera Parte.

Esta es la primera parte de una extensa entrevista que Omar Corral Gamboa, PhD en Lengua y Literatura Españolas por la Texas Tech University, me hizo recientemente. Omar viene realizando un seguimiento exhaustivo de mi trabajo, desde el otro lado del Atlántico. Sólo ahora, después de no sé cuántos años, he podido ver, a través de la pantalla de mi ordenador, su rostro de joven detective salvaje, crítico, inconformable, apasionado, juguetón, insaciable, incansable, que se disfraza de investigador serio y tranquilo tras sus gafas y su indomable flequillo. Si a Clark Kent le funciona, ¿por qué no a Omar?

 

Este occult doctor literario de nueva generación lleva a sus espaldas un largo período de docencia en El Paso (Texas) y, a escondidas, cuando se quita las gafas y se despeina, se viste con su capa sagrada favorita, toma asiento en un humilde trono de madera, deja que sus sabuesos de Tíndalos se pongan a sus pies o incluso que se le suban al regazo, y pasa horas y horas visionando y revisionando la saga cinematográfica de Perros Callejeros y toda la filmografía quinqui española, así como los innumerables fantaterrores hispánicos que en el mundo han sido. También se mete entre pecho y espalda cualquier pedazo de papel en el que diga "Curtis Garland", y surca en su polvorienta nave fluvial los cauces secos de bibliotecas y bibliografías improbables, por no decir imposibles. Y esto lo hace tan sólo para satisfacer su curiosidad, esa misma que mató al gato. Omar Corral es, además, el fruto de una Edad Multicultural en la que la cultura se ha convertido en propiedad privada, como si eso fuera posible, y como Omar no comulga con más credo que el suyo, es capaz de atizarle duro a las barreras del tiempo, el espacio y los idiomas, y les pega tan fuerte que se quedan temblando a su paso. Cuidado, pues, con lo que se aproximen a este investigador de lo fantástico, porque en su esencia se mezclan las semillas del heroismo y la monstruosidad, no sabemos en qué proporciones...

En ocasiones pienso en Omar y me digo que este intrépido caballero no sabe en qué lío se ha metido, pues ha tomado la decisión de remar contracorriente en mitad de un desierto.

Omar Corral ha escrito varios papers dedicados a diversos aspectos de mi obra literaria y su relación con otros autores; por ejemplo, se puede consultar en línea Curtis Garland en Sherlock Holmes y los zombis de Camford de Alberto López Aroca (mayo de 2023), pero también es autor de El prototipo de la dialéctica de imperios del Quijote en Necronomicón Z (2012) de Alberto López Aroca, y de la extensísima disertación Inmune a sí mismo: Cervantes en la narrative zombie hispana contemporánea, tesis que se puede solicitar escribiendo a la Texas Tech University. Hay más, y lo que habrá de venir. Pero de momento, tenemos aquí este pequeño trabajo audiovisual de archivo que, me parece a mí, puede convertirse en un largo, larguísimo work in progress...

Muchas gracias por tu amistad, Omar.


 

 (Vea la 2ª parte de esta entrevista AQUÍ).

 

Noticias de ayer. Viudas de Bengala.

Una noticia dedicada a los lectores de La vuelta al mundo en 80 días (1872), de Jules Verne.




Extraído de El Correo (Madrid), 25 de noviembre de 1831.

 


domingo, 29 de octubre de 2023

Noticias de ayer. Panteras en España

Aunque resulte extraño, existe en España cierta tradición de avistamientos de grandes felinos, usualmente identificados como panteras. En algunos de estos casos, las fieras desconocidas llegaron incluso a dar muerte a algunas personas. A continuación, presentamos varios ejemplos que tuvieron lugar en Cataluña, Valencia y Aragón:

 

 Extraído de El Clamor Público (Madrid), 11 de mayo de 1847:

 

 Extraído de La España (Madrid), 26 de octubre de 1853.

 

Extraído de La Nación (Madrid), 10 de marzo de 1928.

 


A estos casos, podemos añadir como curiosidad una nota sobre un increíble espectáculo de luchas de fieras, que al parecer fueron bastante populares durante el siglo XIX. Es otro ejemplo de las muchas salvajadas que se cometían en tiempos no tan remotos, e incluso en la actualidad:

Extraído de El Popular (Madrid), 6 de agosto de 1849:

 


 

 

 

La crueldad de la bestia (serie Sean Doyle nº1), de Shaun Hutson

 

22 de octubre de 2023

No todo son grandes triunfos y lecturas maravillosas. En este caso, la traducción de Marco Aurelio Galmarini -que utiliza giros incompresibles para servidor, como el de las constantes heridas "interesadas" (en el sentido de "producir daño en un órgano", acepción que yo desconocía)- y las muchas erratas ortotipográficas de la única edición en castellano de La crueldad de la bestia de Shaun Hutson han convertido una lectura que, quiero pensar, deseo, debía ser mucho más fluida en el texto inglés. Esto, independientemente del argumento, hace que este sea un título fallido de la colección Gran Súper Terror de Martínez Roca, que tantos gozos y alegrías nos dio en su momento.

Renegades (1991) es el nombre original de esta novela británica que mezcla el thriller de acción con el horror sobrenatural, producida por un autor especialista en splatterpunk que, en esta ocasión, limita el derramamiento de sangre y la descripción de heridas y muertes explícitas, híbridos arrancados de placentas, vómitos y chorlitazos de tripas, a una ensalada de tiroteos y persecuciones en automóvil. Ciertamente, esas escenas de violencia (repito: de acción) no son precisamente lo mejor del relato, ni mucho menos, pero esto quizá sea una apreciación personal del que suscribe: entiendo que la diferencia entre unas y otras armas y municiones da como resultado heridas más o menos espectaculares; pero que se me informe del modelo, marca, calibre y número de serie de todas y cada una de las pistolas, revólveres y ametralladoras que utilizan los personajes, sobre si todo si me lo cuentan cada puñetera vez que alguien desenfunda el arma, pues... me aburre soberanamente, y me produce la sensación de que, aquí, alguien ha pasado mucho tiempo charlando largo y tendido con tiradores profesionales o aficionados, tomando notas, consultando manuales de armamento, y metiendo todo el batiburrillo con calzador en la historia. Que sí, que aporta credibilidad a la narración... pero a mí lo que me da es ganas de saltarme páginas (cosa que no hago nunca jamás, palabrita del niño Whateley).

 

La prometedora trama no está nada mal: en la Provenza (Bretaña francesa), un tipo investiga en una iglesia abandonada y encuentra una vidriera que representa a varios monstruitos comeniños, y que claramente está relacionada con el histórico mariscal Gilles de Rais, cuyas atrocidades brujeriles están recogidas en las páginas de la Historia del Crimen. Paralelamente, un grupo armado y desconocido revienta a tiros una de las más trascendentes conversaciones de paz en el Ulster. Y entra en escena Sean Doyle, agente antiterrorista británico que, a todo esto, es más irlandés que los leprechauns. También es un sociópata suicida desde que lo pilló de lleno una bomba del IRA y lo dejó marcado para siempre. El tercer argumento en discordia sa llama David Callahan (y su esposa Laura): David ha sido un exitoso delincuente, especialista en todo tipo de contrabando y tráfico internacional, incluido el de armas. Cuando las cosas se pusieron peligrosas en Londres los Callahan, David decidió retirarse con su señora a una fortaleza perdida en Irlanda. David y Laura, nos explica Hutson, son un par de chalados sádicos que andan en busca de alguna experiencia definitiva en el terreno de hacer el hijo de puta. Pero Hutson nos ahorra los detalles escabrosos, cosa que me parece insólita: es como si el caballero que escribió Némesis se estuviera conteniendo las ganas de relatar un banquete de carne humana o los detalles de una suculenta cámara de torturas. Increíble pero cierto.

 

En lugar de las burradas aberrantes de Hutson, nos encontramos con una historia que parece deudora directísima del gran Jack Higgins y sus muy disfrutables thrillers protagonizados por terroristas del IRA o por militares británicos. Y, de vez en cuando, un leve aviso de "que viene el Coco" con el rollo de la vidriera de las narices, y capitulillos en cursiva que describen las actividades, en otra dimensión, de algún fantasma, algún demonio, algún monstruo, o a saber qué. (Esto es lo que interpreto yo).

Para ser sincero, y como sabrá cualquiera que me conozca o me haya leído, me encanta el hibridaje de géneros y, cuando me encontré con que en esta historia de antiguas brujerías había elementos de terrorismo y tiros, me las prometí muy felices. En ese sentido, creo que he tenido todo el tiempo en mente esa disparatada novelaca de terror que es Sepulcro (Sepulchre, 1987) de nuestro querido y llorado James Herbert, compatriota de Hutson, en la que el protagonista, Halloran, también es un veterano de las incursiones militares británicas en Belfast, un tipo durísimo, héroe de acción con pasado dramático, etc., que ve enfrentado a las triquiñuelas de, ¡sí!, un súpervillano de tipo sobrenatural, adorador del malvado dios Marduk (un primo sumerio de Pazuzu), rodeado de serviciales psychokillers sadomasoquistas y que por tener, tiene hasta un monstruo tentaculado en un lago. O eso creo recordar. (Me consta que Sepulcro no tiene muchos fanes a lo largo y ancho del mundo. Bueno, pues yo soy uno de esos pocos, a mucha honra. Y aprovecho para darle las gracias a Emilio Carrión, que me la recomendó hará unos veintitantos años).

 

Para rematar el asunto, resulta que el ya mencionado Jack Higgins publicó en 1992 (casi un año después de la aparición de Renegades de Hutson) El ojo del huracán (Eye of the Storm; no confundir con Storm Warning (1976), también de Higgins, y que en España se tradujo de idéntica manera: El ojo del huracán), la primera novela de la serie de Sean Dillon, súper terrorista del IRA que terminará trabajando por los Servicios de Inteligencia Británicos. Ciertamente, Sean Doyle y Sean Dillon son nombres muy, muy, muy parecidos, y ambos tienen más puntos en común que diferencias. (Aprovecho para recomendar Eye of the Storm a los lectores de Higgins, pues sirve de puente puente entre las aventuras de Liam Devlin -el irlandés de Ha llegado el águila (1975), por ejemplo, a quien encarnó Donald Sutherland en la versión cinematográfica- y su sucesor y discípulo, el brutal, sangriento y simpatiquísimo Sean Dillon).


He averiguado, por medio de un elemental sondeo en la Red de Redes, que Hutson recuperó a Sean Doyle en dos novelas más, en las que, de acuerdo con los argumentos, lo sobrenatural brillaba por su ausencia. Se trata de White Ghost (1994, sobre el IRA y las triadas chinas en Gran Bretaña) y Knife Edge (1997, sobre la paz en el Ulster y algún ingles experto en bombas que no está contento con perder su trabajo), donde continuarían las hazañas del indestructible Doyle.

Por supuesto, ninguna de estas dos secuelas está publicada en castellano. Pero visto el resultado de La crueldad de la bestia, casi lo prefiero: odio llevarme una mala impresión de un autor por culpa de la traducción. Y me niego a tomarle manía a Shaun Hutson. Me cae bien este tío.

 

 

Noticias de ayer. Serpiente gigante.

 

 

Extraído de El Heraldo de Madrid, 26 de mayo de 1906.

viernes, 27 de octubre de 2023

Licencia de investigador (Punto Rojo nº533), de Curtis Garland

17 de octubre de 2023

En el mes de julio de 1972, Juan Gallardo Muñoz publicó, al menos, siete novelas; de ellas, cinco las firmó como Curtis Garland, y las otras dos eran westerns firmados por Donald Curtis. Está lejos de ser imposible que, precisamente ese mes, apareciera algún título más escrito por Juan Gallardo y publicado por las editoriales Alonso y Rollán.

Tan sólo con estas siete, publicadas todas por Editorial Bruguera, tendríamos un mes de verano magnífico que dedicar al estudio y los intríngulis de la carrera literaria de Gallardo Muñoz. Uno de esos títulos es El manuscrito del Destripador (Servicio Secreto nº1.145), que ya recuperamos en nuestro volumen Jack el Destripador de Curtis Garland. Otro título de ese mismo mes, que ha alcanzado cierto renombre entre los bolsilibreros y curtisólogos, es La Metrópolis (La Conquista del Espacio nº103), que servidor aún no ha leído.

Y también de julio de 1972 es el número 533 de Punto Rojo, Licencia de investigador, un abierto homenaje al hardboiled norteamericano, en cuyo frontispicio encontramos una cita de Ellery Queen hablando de Sam Spade, el prototípico detective creado por Dashiell Hammett.

Nuestro protagonista y narrador es Steve Caine, detective privado de New York que pasa a engrosar la enorme nómina de investigadores creados por Juan Gallardo (supongo que, un siglo de estos, intentaremos hacer un listado). De Caine sabemos todo lo que hay que saber: "No soy un ángel, ni tan siquiera un tipo excesivamente decente. Me gusta el dinero, y he visto siempre los billetes de menor valor por lo que, como humano que soy, no dudaría en hacer un puñado de cosas por ganar más y ver en mi bolsillo un puñado de billetes de mil. Aunque esas cosas no fuesen completamente honestas. Después de todo, uno se harta de ver que los demás no ponen demasiados remilgos en lo que hacen cuando se trata de ganar dinero". A esto hay que sumarle su afición por el alcohol y, sobre todas las cosas del universo, las mujeres bellas.

Y así, ya tenemos un arquetipo con patas y una Walter PP del .32 en el bolsillo. ¿Qué nos falta? La hermosa cliente viuda (rubia despampanante, joven y rica), que asegura haber visto a su difunto marido con una fulana... después de que el cadáver de ese caballero fuese incinerado. Hay mucha pasta para el honrado Steve Caine en lo que parece ser un sencillo caso de confusión de identidad. Pero de sencillo, nada, pues las huellas del "hombre resucitado" llevarán a nuestro detective al Club Vampyr, adornado con rostros de Drácula, murciélagos y luces fantasmales; y luego a la sede de una secta "esotérico zodiacal", comandada por el gurú que se hace llamar Profesor Zodiac, y que en mi opinión, está descrito como una suerte de Charles Manson que, en lugar de un rancho en California, tiene a su "familia" de jovencitas hipnotizadas y drogadas en un lujoso apartamento de Manhattan.

Así, entre pacíficas visitas a funerarias, clínicas privadas y pisos de prostitutas de lujo, Caine se encontrará con algún que otro muerto (ahora sí, bien muerto), con sus amigos del New York Police Department, con matones a los que Caine domina a puñetazo limpio, y... bien, todo lo deseable en un pastiche que, al fin y a la postre, tiene más resonancias de La maldición de los Dain (1929), por el ambiente ocultista que comparte con nuestra novelita, que de El halcón maltés (1930).

Un entretenimiento redondo y gratísimo que se lee con una sonrisa en los labios, una sonrisa que sigue impresa tras el punto final. Y eso es mucho para "una simple novela de a duro".

 

Para consultar opiniones sobre otros bolsilibros, puede visitar mi blog NOVELAS DE A DURO, con más de un centenar de micro reseñas.

Noticias de ayer. La bruja Colchona. El Chin-Chuap.

 



Extraídos de El Clamor Público (Madrid), 26 de mayo de 1849.

 

jueves, 26 de octubre de 2023

Las horas vacías (87th Precinct nº15), de Ed McBain

 


24 de octubre de 2023

¿Cómo se mueve Ed McBain en distancias más o menos cortas? Respuesta: como pez en el agua.

The Empty Hours (1962) es el volumen número 15 de las aventuras, desventuras, hazañas, dramas y comedias de los Muchachos de la Comisaría 87. Y tiene la particularidad de ser el primero que contiene varias historias, tres novelas cortas que van de las 60 a las 70 páginas cada una, aproximadamente.

La primera novelita, que da título a la compilación, se publicó en 1960, en el nº1 del efímero Ed Mcbain's Mystery Book, una publicación que sólo llegó al tercer número, a pesar de que iba cargada de grandes firmas y personajes, con relatos del Lew Archer de Ross MacDonald, Shell Scott de Richard S. Prather, Chester Drum de Stephen Marlowe, e historias independientes de Fredric Brown, Donald Westlake, Lawrence Block, Richard Matheson, Anthony Boucher, Robert Bloch y Stuart Palmer, entre otros. Casi nada...

Las horas vacías recoge un fascinante caso de asesinato, repleto de confusiones: desde el color de piel de la víctima, pasando por su verdadera identidad, el móvil del criminal, y todo lo que pueda entorpecer una investigación procedimental de esta categoría se presenta ante los detectives Carella, Cotton Hawes y Meyer Meyer. La víctima es un caso en sí misma, una de esas "madejas embrolladas" que desconciertan al más pintado. Y la solución a un problema que, llegado al punto muerto, debe pasar al archivo de "no resueltos", no aparecerá más que, como ya saben los lectores, gracias al "procedimiento" de los agentes de Isola... pero desde una perspectiva que jamás habrían esperado en este asunto.

La segunda historia, que lleva el sencillo título de J, se publicó originalmente en 1960 o 1961, pero no hemos logrado averiguar dónde. Cuando se alza el telón, el escenario es idéntico al de las novelita anterior: un asesinato, ahora en un callejón, a la espalda de una sinagoga. Pero el problema es que, en esta ocasión, el muerto es un rabino en uno de los barrios más conflictivos de Isola, donde el mestizaje es la norma, la convivencia incómoda es obligatoria, y el odio entre etnias, razas y religiones -que allí las hay como para aburrir- es la ley.

Se trata de otra buena historia criminal, con su planteamiento, nudo y desenlace, protagonizada por el bueno del detective Meyer Meyer, quien ni siquiera estaba de servicio cuando apareció el cadáver: son sus compañeros que están de guardia los que sacan a Meyer de la cena familiar de la Pascua judía porque, a fin de cuentas, la víctima es "uno de los suyos". Y esos "suyos" no son personas abiertas con las que sea fácil tratar.

A través de los interrogatorios de Meyer conoceremos el entorno del rabino y de la comunidad judía de Isola (y también, de la comunidad antisemita), en una impecable narración que, estoy seguro, no superaría el tamiz de la actual corriente de corrección política -y más aún estos días, en que se ha reavivado de forma brutal la carnicería entre Israel y Palestina-. Y esto es porque McBain, a través de Meyer Meyer, no deja títere con cabeza cuando va de fanatismo en fanatismo, y tiro porque me toca, hasta el fanatismo final y definitivo.

J es una de las historias de la Demarcación 87 que no voy a olvidar fácilmente y que recomiendo a todo el mundo con fervor. Sobre todo, a cualquiera que sepa que los espectros políticos, religiosos y sociales van del blanco al negro pasando por un infinito degradado de tonalidades grises, pero la sangre fruto del asesinato siempre es roja. Igual que la que corre por las venas del asesino.


Storm (Tormenta) se publicó por primera vez, creo, en este volumen de 1962, y al parecer es la única historia de la saga donde se da la espalda a ese personaje coral que es la omnipresente Ciudad. De hecho, parece que estemos ante el episodio de alguna serie de televisión "de personaje" (Colombo, Se ha escrito un crimen, Kojack, etc.), pues el protagonista absoluto es el gigantesco detective Cotton Hawes, el tipo del mechón blanco en la cabellera roja, que se marcha de vacaciones a una estación de esquí, en algún lugar al sur de Vermont y a varias horas de Isola, en compañía de una bella y simpática bailarina. Todo es perfecto en la nieve y en la cama, salvo el crimen: una joven instructora de la estación aparece muerta, empalada con un bastón de esquí, en el telesilla que acaba de tomar Hawes. Y aquí veremos cómo la policía local es una pesadilla procedimental e inepta que pasa por encima de los consejos de Hawes y no se lo piensa dos veces a la hora de ponerle unas esposas al único tipo que parece tener puñetera idea de lo que hacer en un caso de asesinato. Pero, claro está, alguien tendrá que resolver el asunto, aunque las pruebas se hayan adulterado o se haya permitido que la nieve las cubra. Para eso se encuentra allí el detective Hawes, con o sin esposas, en la cama con su bailarina o recibiendo martillazos en mitad del monte nevado: para anhelar el regreso a su querida ciudad, su querido distrito, su querida Comisaría 87. Y es que en casa se está como en ningún sitio, aunque tu casa sea una apestosa oficina repleta de polizontes y criminales.

En cuanto a la edición, he leído la de Editorial Diana, en la colección Caimán nº247 (noviembre de 1962), pues el libro no se volvió a publicar nunca en castellano. La traducción es obra de José C. Mireya que, como sucede con estas versiones de Caimán, está redactada en un mexicano bastante profundo. Y no obstante, se deja leer con más soltura de la que aportan algunos traductores netamente españoles.

 

Como curiosidad complementaria, quiero apuntar que hay otra traducción (anónima) de la novelita The Empty Hours en el número de agosto de 1967 de la edición en castellano de Ellery Queen's Mytery Magazine; y J también tuvo nueva vida en nuestro idioma, de la mano de Jordi Fibla Feito, en el volumen Los mejores relatos policíacos 2 (1987) de Martínez Roca, en la colección CRIM Novela negra.