Mitología creativa: artículos sobre Sherlock Holmes, el Capitán Nemo, Tarzán, Doc Savage, Cthulhu... y otros miembros de esa misma familia... por ALBERTO LÓPEZ AROCA. Casa fundada el 27 de febrero de 2006
Ha llegado el momento de desempolvar mis viejos listados de historias sobresalientes (debidamente actualizados) para alimentar a esa máquina monstruosa que ha terminado llamándose Club de Literatura de Terror y otros géneros, un club de lectura que celebramos en la Biblioteca Pública del Estado en Albacete (calle San José de Calasanz), todos los lunes a las 19.30 horas.
Instantánea del vídeo de presentación del Club de lectura de terror y otros géneros de la Biblioteca Pública de Albacete, dirigido por Alberto López Aroca (presente).
Durante la primera temporada, que consistió en 21 sesiones (pues el club abrió sus puertas en enero de 2024), leímos a Lovecraft y Poe, a Stephen King y a Cliver Barker, a Conan Doyle y a Ambrose Bierce... pero también a José Echegaray y Julio Cortázar, a Daphne du Maurier y a don Juan Manuel, a Lope de Vega y a Arthur Machen, a R. A. Lafferty y a Alfonso Tornero, a José Luis Zárate y a Alfonso Sastre... y me dejo un puñado de nombres en el tintero. A fin de cuentas, le tenemos que dar la razón al maestro King:
Aquí les dejo el enlace para inscribirse en línea; aunque también se puede hacer de forma presencial, en la biblioteca. Es gratuito, y sólo hace falta tener el carné de usuario (que también es gratuito). El plazo para formalizar la inscripción finaliza el día 21 de septiembre. Los que se retrasen, que pregunten sin compromiso, pues lo normal es que se puedan subir al tren en marcha...
Y ahora sí, concluimos esta pequeña invitación para los amigos que quieran compartir con nosotros las tardes de escalofrío, horror, sorpresa, incomodidad y vellos erizados. Si es esto lo que busca usted, recuerde que tiene todos los lunes, desde el 8 de octubre, una cita ineludible... una auténtica Cita en Samarra...
Hace unos días, tuve el inmenso placer y honor de participar en Código Pulp, el podcast realizado por mi amigo y colega, el escritor Hernán Migoya. A Hernán lo conozco, como mínimo, desde 1995 o 1996, año en que mi hermano Sergio Bleda me llevó de la mano a visitarlo en el stand de Ediciones La Cúpula del Saló del Cómic de Barcelona para presentarle proyectos y, sobre todo, muestras de ilustraciones de amigos dibujantes de Albacete. Desde entonces hemos coincido un montón de veces; lo volví a visitar en Barcelona con Sergio, esta vez en la redacción de La Cúpula (recuerdo que me enseñó el tomito recopilatorio en inglés de City of Glass, adaptación de la novela de Paul Auster que había realizado David Mazzuchelli, que iban a publicar en tres números de la colección Brut Cómics); y luego nos hemos encontrado en saraos diversos en Albacete y Madrid. Siempre nos saludamos con un abrazo. (Se lo doy yo, que soy muy de contacto físico).
Hernán es el creador de un personaje literario, Manu Williams, que por desgracia, me temo, está olvidado y va pidiendo rescate inmediato. También es autor de un montón de tebeos, novelas y libros de relatos; tiene narices que fuera por uno de estos últimos que Hernán se hiciera famoso a lo bestia: Todas putas (2003) desencadenó un escándalo censor, caza de brujas en toda regla, como no habíamos visto en España desde tiempos de Franco, posiblemente. Todo en ese asunto es lamentable, salvo el libro de Hernán, y lo peor es que muchos escritores profesionales, supuestos compañeros, se posicionaron frontalmente en favor de la censura y del linchamiento público. Esto es algo que, desde una perspectiva ética, me parece horrible, y sólo se explica por una cuestión de filiaciones políticas, oportunismo y uno de los pecados capitales más odiosos de mi lista personal: la falta de elegancia, que es casi peor que tirar piedras contra tu propio gremio, un gremio frágil como las vanidades de los autores, ignorado por el público, y cada vez más irrelevante, como indicó en su día Alan Moore. Hoy, los que favorecen la censura son legión.
Se diría que todo esto ya es agua pasada, pero lo cierto es que Hernán ya no vive en su país natal, sino en Perú. Podría contar más batallas (que no batallitas) de Hernán, como su paso por el fangoso mundo del cine y otras sordideces; o la aventura que vivió cuando se fue a Estados Unidos en busca de Charles Williams (del espíritu de Williams, en realidad; Williams se suicidó en 1975, como tantos otros escritores a lo largo del tiempo) para escribir la enorme biografía titulada La tormenta y la calma (2001).
Además de todas estas anécdotas, Hernán es un riguroso fanático de la cultura popular en todas sus manifestaciones, y como tal, reivindica lo improbable y, en ocasiones, lo imposible. En el apartado de la literatura popular, es un enamorado de los viejos autores españoles de bolsilibros, así como de sus inmediatos predecesores, surgidos de las cenizas de la guerra civil. Una de sus principales obsesiones es El Coyote de José Mallorquí, y para hablar de don César de Echagüe, de la obra de Mallorquí, y de lo humano y lo divino, me invitó Hernán a su podcast Código Pulp.
Este es un momento tan bueno como cualquier otro para que recordemos la existencia de Bernabé Dombón y Oliveros, inventor español del siglo XIX y posible tunante (tenemos motivos para denominarlo así). Los tres recortes de prensa que ofrecemos a continuación no son más que la punta del iceberg para los investigadores que se interesen en este personaje real, que parece salido de las páginas de Verne, Poe o los hermanos Álvarez Quintero. Hemos recurrido a varios periódicos de la época, pero se puede rastrear a Dombón en otros muchos archivos.
Para abrir boca, eche el lector un vistazo a "Máquina para volar", nota que tomamos de El Clamor Público (Madrid), con fecha del 8 de mayo de 1858:
Este cachondeo con su invento volador provocó que el mismo Dombón saltara a la palestra con un comunicado, que tomamos del diario La Iberia (Madrid), del 12 de mayo de 1858:
Por último, daremos un salto en el tiempo hasta el día 8 de agosto de 1861, donde Dombón vuelve a aparecer en La Iberia, ya convertido en un científico loco, misterioso y casi mitológico:
Como resumen del estado de la cuestión del Dombón Volador, tomamos un par de páginas de un librito publicado en Madrid, en 1863: Globos y ascensiones aerostáticas. Apuntes curiosos, de M. J. Pascual:
Para los cotilleos (algunos en verdad morrocotudos), otras invenciones como una máquina hidráulica para elevar el agua (en 1847), acusaciones de estupro sobre su hija (en 1870), visitas de la reina Isabel II (en diciembre de 1858), explotaciones mineras, y otras curiosidades de Bernabé Dombón, recomendamos al lector que se convierta en investigador y pruebe suerte, pues estamos ante un fragmento de Historia Oculta, de siniestros aires, muy mal enterrada por los Nueve Desconocidos.
Una imagen de Robur el conquistador (1886), de Jules Verne.
Por fin, por fin, por fin termina el malhadado mes de agosto, epígono de los hornos infernales de julio y discreto anunciador de futuras temperaturas más bajas y dichosas. Durante esta última quincena, la tripulación del Matilda Briggs no se ha tomado días libres ni vacaciones, pues ha tenido tiempo de ahondar en la obra de Juan Gallardo Muñoz e incluso especular sobre un título que no hemos leído. Hemos tenido que lamentar, demasiado tarde, el fallecimiento de uno de los pilares del bolsilibro español, tal y como lo conocemos: el gran Lou Carrigan, uno de los grandes maestros. Hemos echado un vistazo a ciertos avistamientos diabólicos en el siglo XIX; James Ellroy nos ha contado una tierna historia de amor repleta de perversiones criminales; Frank de Felitta nos ha regalado su homenaje a Alfred Hitchcock, en forma de novela de a duro hipertrofiada; y también hemos vuelto con John Grisham, que cada día nos cae mejor, y no sólo por su capacidad de supervivencia en el mundo editorial de las últimas décadas, sino porque es un narrador nato, como lo es Stephen King, Curtis Garland, Arthur Conan Doyle o Henry Rider Haggard. Con éste último hemos hecho una visita a Zululandia, nada más y nada menos.
Aquí tienen todo este material inflamable, al alcance de la punta de los dedos. Sean bienvenidos.
Lo prometido es deuda: hemos vuelto con John Grisham —de quien hablábamos hace apenas unos días—, y con una novela que forma tándem con La Hermandad: El intermediario (The Broker, 2005) es, de nuevo, una obra que se salta el argumento favorito de Grisham para presentarnos una trama de espionaje internacional, ingenio, la CIA, la presidencia de los Estados Unidos de América, y un criminal tan simpático, tan cínico y tan bastardo que nos cae bien desde su primera aparición en la historia.
La primera edición de The Broker (2005), de John Grisham.
El criminal en cuestión es Joel Backman, de profesión, broker. En castellano, estamos familiarizados con este término cuando nos referimos a un agente o corredor de bolsa, pero también se utiliza en el sentido de intermediario (que se parece bastante a agente, pero no es lo mismo). En este caso, Backman es intermediario, en efecto, y de la peor calaña imaginable: es mediador político, económico, financiero... Para entendernos: Backman es un abogado de Washington que practica cualquier oficio menos la abogacía. Se dedica al tráfico de influencias, a la creación y manipulación de grupos de presión; a los grandes negocios, a las grandes transacciones de dinero, al "hoy por mí, mañana por ti", pero sin la parte de "mañana por ti". Backman es un individuo temido, odiado y necesitado tanto por políticos como por empresarios de todo el mundo: es el tipo al que recurrir si tienes un problema, si quieres financiación, si quieres mover cierta mercancía especial sin que nadie lo sepa y obtener el máximo de beneficio. Backman es un triunfador, un mujeriego, un mentiroso, un vendedor de humo, una criatura abominable que no sabe lo que es un arma de fuego pero maneja los hilos del poder como si fueran pistolas. A Backman no se le dice "no". A Backman hay que invitarlo a las cenas importantes, incluso en la Casa Blanca. Los diversos lobbies lo escuchan, lo toman en cuenta e incluso le obedecen.
Backman es un monstruo humano, y que me maten si Grisham no logra que estemos de su parte todo el tiempo.
Y es que Joel Backman está condenado a prisión, incomunicado y muy jodido. Se declaró culpable de un delito relacionado con espionaje y con planos y documentos del Pentágono, y lo hizo para salvarle el culo al resto de sus compañeros del bufette y a su hijo Neal, un recién llegado al mundo de los negocios extraordinarios. Sobre Backman pesa una condena de 20 años, de los cuales ha cumplido seis. Seis años de encierro que le han permitido seguir con vida, pues su última hazaña, la que lo llevó a la cárcel, estaba relacionada con un secreto militar y científico robado por un grupo de cerebritos informáticos de Pakistán (nada menos), mejorado por dichos cerebritos, y que Backman y un senador o congresista amigo suyo habían medio vendido a los israelíes, los árabes, los chinos, los rusos y los Estados Unidos. Mil milloncejos de dólares tenían la culpa. Millones que, o bien se han perdido para siempre jamás, o bien Backman tiene guardados bajo un colchón que está dentro de una cámara acorazada enterrada en el centro de algún planeta muy lejano. Todo es posible.
Nuestra historia da comienzo cuando el saliente presidente de los Estados Unidos y su vicepresidente, socio y amigo de toda la vida, andan dándole vueltas a la posibilidad de vender indultos. Así, como suena. Y no es que Bakman haya tenido la posibilidad de intentar comprar a un presidente; pero resulta que la CIA, encabezada por Teddy Maynard —al que conocimos en La Hermandad—, pide o casi ordena al hombre más poderoso del mundo (ejem, ejem) que indulte a Joel Backman. ¿Para qué? Ah, amigos: ese es el quid de la cuestión.
Con este planteamiento, viajaremos con un Backman bastante arrepentido de su pasado —por las consecuencias que ha tenido para él, no porque piense que haya actuado mal en ningún momento— hasta Italia, donde vivirá para aprender el idioma nacional a toda velocidad, bajo la estrecha vigilancia de sus únicos "amigos", y amenazado por la sombra del asesinato en cada esquina.
Y es que todos sus enemigos lo buscan para torturarlo y matarlo... y esto incluye a sus misteriosos benefactores.
***
El intermediario no es una novela de acción (aunque haberla, hayla) ni de misterio (aunque algún secreto sí que se nos desvela), ni tampoco un thriller vibrante. Es, simplemente, una buena historia bien escrita, a la que podemos poner los calificativos que nos dé la gana, aun sabiendo que no vamos a catalagarla correctamente: serie negra, espionaje... ¿aventuras? Yo me decantaría por este último género. Aventuras, sí, sin duda... pero muy, muy grishamianas.
(NOTA: Ya lo he hecho. Ya he escrito grishamiano. Ya no hay vuelta atrás. Ya he reconocido el estilo de este autor, que me va a resultar muy difícil comparar con otros. Mucho me temo que Grisham marcó un antes y un después. Quizá me equivoque, pues aún tengo mucho que leer de nuestro abogado escritor y de sus contemporáneos. Pero me da en la nariz que, a pesar de la antiquísima existencia del Perry Mason de Erle Stanley Gardner, Grisham creó escuela. Ya veremos...)
(NOTA 2: Hasta donde he podido averiguar, Teddy Maynard sólo aparece en las dos novelas mencionadas. Topármelo en la segunda, que es la que nos trae aquí, ha sido un sorpresón y una alegría. Me temo que Grisham decidió jubilar a este personaje. Ojalá me equivoque).
Al neoyorquino Frank de Felitta (1921-2016) le estaré eternamente agradecido por dirigir un vulgar telefilme que, hoy, recordamos todos los aficionados al terror. (Todos lo que brincamos de los cuarenta años, quiero decir). Se trata de La oscura noche del espantapájaros (1981) protagonizada por un odioso Charles Durning, a quien todos amamos odiar por su papel en El golpe (1973). La peli del espantapájaros, que yo recuerde, se distribuyó en España en vídeo, e imagino que la emitieron en el canal UHF (se pronuncia "eluachefe") en algún momento a principios de la década de 1980. (Consejo gratis para plataformas de televisión en línea: cread un canal que se llame UHF y que emita cosas de los tiempos del UHF, incluida la carta de ajuste y anuncios ochenteros. Para empezar, todos los Documentos TV en la época en que el programa abría con la sintonía de Ry Cooder para la película Paris-Texas). Como bien indican las reseñas de acá y allá, esta película inauguró el subgénero de "espantapájaros asesinos", que con el tiempo ha crecido. Aún hoy tenemos obras de autores que, con esa idea, acaban de inventar la rueda para los nuevos públicos. Cualquier día de estos inventarán el vampiro y el hombre lobo.
Ahora, vamos con la parte dura: hablar de esta novela que me ha generado sentimientos encontrados. Por una parte, es un relato correcto. Por otro, es una historia que ya he leído mil veces. Se denomina detective, chica y asesino en serie con truco.
En este caso, el truco es Hitchcock.
Con estos datos, ya tiene usted la novela completa. Sí, es exactamente como se la imagina. No hay sorpresa. Me remito a la
SINOPSIS
Un asesino comete varios crímenes que, de alguna manera, imitan los asesinatos que aparecen en películas de Alfred Hitchcock. El detective Santomassimo se encarga del caso y recurre a la ayuda de la joven y guapa profesora Kay Quinn de la universidad. El detective y la profesora se lían. Al asesino le da igual, él va a lo suyo. Todo el rato revolotea la sombra de las películas de Hitchcock. El asesino silba en una ocasión la melodía de introducción de la serie de televisión Alfred Hitchcock Presents. El libro titula mal la pieza musical de Gounod, que en realidad es Marcha fúnebre para una marioneta, no "de las marionetas". A nadie le importa. El final es el que pueda imaginar el lector.
***
Edición original en tapa dura, 1990. Lo que el halcón sostiene en el pico no es un pedazo de masa encefálica, sino una palomita de maíz ensangrentada.
Lo lamentable es que Frank de Felitta haya ejecutado como novela larga (casi 350 páginas) una historia que Curtis Garland habría despachado en 96. Y eso es lo que pedía esta historia, que me extraña no se convirtiera en un telefilme: 96 páginas y ni una más.
El lector sabe, o debería saber, que no soy afecto a las malas críticas, y esta no pretende serlo. Ahora bien, lo que digo en el párrafo anterior, sin que vaya en detrimento (todo lo contrario) de Juan Gallardo Muñoz, es cierto: Marcha fúnebre de las marionetas podría haber sido un bolsilibro publicado en Selección Terror o en Punto Rojo, y habría resultado dignísimo, incluso es posible que muy bueno. Toda la parafernalia relacionada con Hitchcock es interesante, y Curtis Garland la habría aprovechado tan bien o mejor que De Felitta. El problema es que De Felitta tiene que meter un buen puñado de sentimentaloides escenas de cama que son relleno al 100%. Muchas, demasiadas partes del libro, las dedicadas al coleccionismo de mobiliario, o incluso las partes policiales, resultan huecas y falsas. Estamos ante un decorado de cartón piedra.
En 1991, cuando Ediciones B trajo a España Funeral March of the Marionettes en buena traducción de Antonia Kerrigan, Curtis Garland ya no publicaba nuevas novelas policíacas. Por entonces, Curtis había escrito cientos de historias con el detective, la chica y el asesino serial con truco, y ya no frecuentaba el género. Para mí, el problema es que la parte procedimental de nuestra novela recrea un tópico que nunca ha existido más que en la ficción, y que ya estaba obsoleto cuando De Felitta escribió y publicó su novela. En 1988, Thomas Harris había publicado El silencio de los corderos, que es una perversa versión del tópico "detective, chica, asesino serial con truco", en el que Harris invirtió los roles de los protagonistas (y, de acuerdo, aquí no tenemos detectives, sino agentes del FBI); y unos años antes, también nos había iluminado con El dragón rojo, del que podemos decir tres cuartos de lo mismo.
Pero esto no es lo más grave. Lo gordo es que el detective Fred Santomassimo (que yo he leído todo el tiempo como "Santomassino") es miembro de Los Angeles Police Department, y el escritor James Ellroy ya llevaba un buen puñado de años contándonos su versión hiperrealista del LAPD. En 1990, cuando apareció la novela de De Felitta, también se publicó L. A. Confidential de Ellroy, la tercera entrega del "cuarteto de Los Ángeles". En 1990, quien más, quien menos, sabía que el LAPD tenía a sus espaldas una larguísima historia de corrupción policial, una historia que, lejos de terminar, estaba a punto de convertirse en el escándalo Rampart. (Es el caso en que se inspira libremente esa obra maestra televisiva que es The Shield).
¿Cómo podía competir De Felitta con la frescura, la modernidad, el descaro, la crudeza, las palabrotas de Ellroy? ¿Qué pudo decir cuando, en 1991, se estrenó la adaptación cinematográfica de The Silence of the Lambs? ¿Qué iba a hacer con su novela-guión sobre "el asesino Hitchcock", sino guardarlo en un cajón e intentar no volver a pensar en él?
Es más, ¿qué pensaría De Felitta cuando, en 1992, cayó en sus manos El eco negro de Michael Connelly? Después de leer la primera entrega de la biografía de Harry Bosch, detective del LAPD, ¿qué pensaría de su Fred Santomassimo, intrépido e impoluto detective descendiente de anticuarios italianos?
Todo esto me ha rondado la cabeza durante la lectura de esta Marcha fúnebre. Mi conclusión es evidente: si se hubiera publicado en 1980, año en que falleció Alfred Hitchcock, habría tenido sentido. Habría sido un bonito homenaje. Se habría leído con interés e incluso con cariño. Publicarla y ambientarla en 1990... es, sencillamente, anacrónico.
Tras leer el siguiente artículo de opinión (parece que es el texto editorial) que extraemos del Diario Catalán (Barcelona, 9 de abril de 1895), nos quedamos con la boca abierta ante la existencia indudable de un occult doctor francés, un médico, que usa por nombre de guerra el belicoso título de Doctor Bataille. Sus archienemigos: los luciféricos masones. Los fenómenos que Bataille describe: fantasmagóricas apariciones de Satanás; la existencia de un taller en Gibraltar donde el diablo Hermes, encarnado en forma humana, realiza sus terribles fabricaciones; sesiones espiritistas en Berlín durante las cuales se escuchan las voces de los condenados al Infierno; la increíble Sofía Walder, que atravesaba planchas de acero como si estuvieran hechas de humo; y aquella vez en que un esqueleto persiguió a un satanista, lo atrapó y le arrancó la cara de un mordisco.
Tendremos que estudiar con detenimiento esta obra y a este "Doctor Bataille" quien, al parecer, no era otro sino el tremendo vendedor de humo, estafador, escritor plagiario y ex masón Léo Taxil, archienemigo del general confederado Albert Pike. (Sobre Pike, no está de más echar un vistazo a la novela Los papeles póstumos, de Juan Carlos Monroy y el que suscribe). De Sofía [Sophia] Walder, sabemos que aseguraba ser la bisabuela del Anticristo.
En fin, demasiada información para un introito tan breve. Mejor, pasen y lean nuestro artículo, arrancado de las garras de las postrimerías del siglo XIX...
Masones adorando al Bafomet, figura supuestamente ideada en 1854 por el mago Eliphas Levi, que estaría relacionado con los Rosacruces. ¡Menudo cacao tenían los ocultistas del XIX! ¡Y eso que aquí no mencionamos el Amanecer Dorado ni la Teosofía!
Sophia Walder, la bisabuela del Anticristo. En serio. (New York Journal, 23 de agosto de 1896).
Edición de muerte (1971): ¿una aventura hasta ahora desconocida de Brian Kervin?
24 de agosto de 2024
La investigación de la obra de Juan Gallardo Muñoz no deja de depararnos nuevas informaciones y sorpresas, incluso cuando la realizamos de forma superficial.
Tomemos, como ejemplo, la cubierta que reproducimos arriba: la he visto por primera vez hace apenas una hora, en la web de ventas Todocoleccion.net, la he examinado mínimamente, y me he percatado al instante de la frase en inglés, entrecortada, que aparece en portada: "M-31 and the Monster from Prehistory". Especulemos:
Sospecho que ese era el título que Juan Gallardo propuso inicialmente para Edición de muerte (Agente Federal nº241; 1971; hay reedición FBI Selecciones nº642; Rollán, 1974): M-31 y el monstruo prehistórico.
Para empezar, estamos casi con total seguridad ante una historia de Brian Kervin, Agente M-31, que no figura en nuestros listados de aventuras del James Bond de Juan Gallardo, un personaje sobre el que escribió no menos de 22 historias, entre novelas largas, cortas y relatos. Su primera aparición tuvo lugar en la novela Dedos de plata (FBI Club nº1, Rollán, 1965) de Curtis Garland; la última documentada fue la tardía La isla de los espías (Servicio Secreto nº1754; Bruguera, abril de 1984), también de Curtis Garland. Tan tardía que no se puede descartar que este finale de Kervin no sea, en realidad, una reedición de alguna de las viejas aventuras de M-31.
Digo que "no se puede descartar" porque, en el "apartado M-31" de los estudios curtisianos, no tengo noticia fehaciente de nadie que se haya leído todas las aventuras conocidas de Brian Kervin. Yo no lo he hecho y, por supuesto, ni tengo ni he leído Edición de muerte, que habremos de sumar a la serie, repetimos, casi con total seguridad.
Los listados de la serie los van haciendo los aficionados curtisólogos a golpe de lectura, y la información pasa de unos a otros por vasos comunicantes virtuales. Ahora mismo, en línea, encontramos el listado que realizó Alberto Sánchez Chaves en abril de 2016, en La Memoria del Bolsilibro; y el de Carlos Díaz Maroto, en diciembre de 2016, en Universo Bolsilibro. (Al margen, están los títulos de la serie fichados en La Tercera Fundación, que toma como fuentes los listados anteriores y las aportaciones más actuales).
Emprender una reedición cronológica de las aventuras del súper agente Brian Kervin constituye un riesgo claro de no hacer un buen trabajo, de dejar algún título fuera de esta hipotética nueva edición.
Al margen, me había planteado al comenzar estas líneas la posibilidad de especular sobre el sugerente contenido de esta novela: M-31 y un monstruo prehistórico sugiere un Scooby Doo del tamaño de MechaGodzilla, pero también un viaje en el tiempo, experimentos nucleares en el fondo de los océanos, el Lago Ness, "La sirena del faro" de Ray Bradbury, o cualquier cosa imaginable. Pero finalmente, optaré por tener paciencia hasta que Edición de muerte (¿una trama sobre un libro maldito o prohibido... pero con monstruos prehistóricos? ¡Qué disparate tan maravilloso!) caiga en mis manos y pueda leerla y saber y opinar de primera mano.
Y un último pensamiento: James Bond, que yo sepa, nunca se enfrentó a un dinosaurio. Brian Kervin, al parecer, sí. Qué grande era Curtis, y cuántas alegrías nos da a sus lectores.