Rosas negras para morir: mismo título, distintas novelas del gran Curtis Garland. |
Suponga el lector por un momento que no es lector, sino autor. (Esto, hoy en día, es extremadamente sencillo, pues hay más autores que lectores. Otro cantar es la intersección que exista entre ambos. La figura del "autor que no es lector", que parece salida de algún bestiario medieval, de Las Mil y Una Noches o de un relato de Sin Plumas de Woody Allen, empezó a existir en algún momento del siglo XX, y en el XXI se ha extendido hasta convertirse en pura cotidianeidad y, en números, quizá supere ya al antaño vulgar "autor que lee todo lo que puede y un poquito más"). Suponga, además, el lector, que escribir es su oficio y su forma de ganarse la vida. Puestos a suponer (que es gratis, así que no racanee con su imaginación, ¡haga el puñetero esfuerzo!), imagine el lector que es capaz de producir, digamos, tres novelas de a duro a la semana, trabajando duro todas las noches hasta el alba. Arañándole horas al sueño. Con la espalda bien fastidiada por los vicios posturales. El cenicero, lleno. El vaso de un licor con hielo, caliente y a la mitad, porque ya ha olvidado que lo tenía ahí para "inspirarse".
Suponga que, como autor, tiene dignidad y autoestima. De modo que, desde que empezó su carrera profesional hasta sus últimos días, no trabaja con una serie de esquemas argumentales, guías o guiones, consignados en una libreta junto a un listado alfabético de nombres o apellidos de posibles personajes para intercambiar en cada nueva obra: usted no trabaja con plantilla, como hacen algunos de sus más exitosos colegas (algunos le han pasado el testigo a sus hijos), sino que es lo que en tiempos modernos llaman "escritor de brújula", es decir: que empieza a escribir y no sabe con certeza adónde va a terminar... aunque sabe que no se puede pasar de los cien folios mecanografiados que conforman una novela de a duro. Ese es el límite. Ahí tiene que estar la historia completa. Ya se encargarán los personajes de hacer lo suyo. Usted se limita a teclear y teclear y teclear, como si un duendecillo le estuviera dictando al oído. Es por eso que sus obras, si no son las de mayor éxito entre el gran público, sí que cuentan con un abultado grupo de seguidores incondicionales que reconocen y admiran su estilo. O eso le gustaría pensar a usted.
Suponga el lector, además, que ejerce durante casi toda su vida ese trabajo de jornalero destajista, y que llega a producir casi 2.000 obras distintas, la mayoría de ellas en el formato de novela corta que hemos mencionado.
Ahora que ya lo hemos puesto en situación, tenemos una pregunta para usted: ¿Cuántos de los títulos de sus muchas obras recuerda...? Ajá... sí... por supuesto... Ajá... Hum... Ejem... Sí, sí... Veamos cuántos ha citado de carrerilla, ¿diez, doce? Los últimos que ha enviado a la editorial, ¿cierto? Y alguna de sus más viejas y queridas obras, a las que guarda un especial cariño por motivos personales. Esas son pocas; tan sólo cuatro o cinco. Ya, ya: para escribir nuevas obras, necesita olvidar las anteriores. Es una necesidad del cerebro, de la mente, como el dormir, como el divagar. El olvido es una herramienta de su trabajo; sin el olvido, no podría seguir adelante. Perfecto. Entendido.
Y a continuación, la pregunta importante: ¿ha repetido usted alguno de los títulos? No, ¿verdad? ¿Está seguro? ¿Sí? Ah, ya, ya; hay muchos títulos parecidos, eso sin duda: La muerte no sé qué, El asesino no sé cuántos, Crimen en quién sabe dónde, El lo que sea del terror, etc., etc.
Pues bien, querido lector que se ha convertido en autor, aunque no sea más que en una fantasía que le he propuesto: póngase como le dé la gana, pero ¡ha repetido algunos títulos! Y no, no son reediciones de la misma obra. Y sí, ya sé que lo habitual entre sus compañeros de profesión es lo contrario: cambiar el título de una novela para venderla dos veces. O tres. Una trampichuela sin importancia y que, por supuesto, usted no comparte, porque no lo necesita. Lo sé de buena tinta. Y lo sé porque resulta que usted ha escrito varias obras completamente distintas con el mismo título. Que es justamente lo contrario de lo que hacen los autores destajistas. ¿Sabe usted que ha escrito dos novelas que se titulan El Sheriff de la Muerte, una en 1983 y otra en 1989? ¿No lo sabía? Pues es cierto. Yo las tengo y las atesoro. Mismo título, novelas completamente distintas. Menuda coincidencia, ¿verdad?
Sí, en serio. Ya sé que usted no guarda todas sus novelas publicadas (¿dónde meterlas, entre tanto libro de consulta y textos clásicos y modernos que usted utiliza y lee y relee para su trabajo?). Pero yo sí que las guardo, porque soy lector y coleccionista. Soy uno de esos que reconocen su estilo y lo admiran. Sé más sobre sus obras que usted mismo. Le voy a poner algunos ejemplos. Atención:
Ojos de hielo (1964), de Donald Curtis. |
Ojos de hielo (1989), de Donald Curtis. |
Ojos de hielo, de Donald Curtis (este es uno de sus muchos pseudónimos), son dos novelas de a duro completamente distintas. La primera se publicó en 1964, en el número 171 de la colección Gángsters, de Editorial Rollán. Es una historia de serie negra, y la tengo aquí, en mis manos. La segunda novela con ese título es un western, y apareció en Astri-Oeste nº187 (Ediciones Astri, 1989), y fíjese, se reeditó hasta tres veces, lo que suma cuatro ediciones distintas para esa misma novelita del Oeste. Ya, ya: hay veinticinco años entre esas dos novelas, una generación completa. Además, la primera Ojos de hielo ya había caído en el olvido desde el lejano día en que se publicó. Y el título, sí, de acuerdo: tampoco es que sea demasiado original. Hay otras novelas de otros autores que se titulan así, sin duda.
Veamos el siguiente caso:
Un millón de dólares (1966), de Donald Curtis. |
Un millón de dólares (1969), de Johnny Garland. |
Agente, Muerte (1971), de Donald Curtis. La portada corresponde a la primera y única reedición en Selecciones Policíacas FBI nº637 (Rollán, 1974) |
Agente Muerte (1984), de Curtis Garland. |
A ver, éste es bien curioso: tenemos Agente, Muerte de Donald Curtis, que se publicó por primera vez en Agente Federal nº223 (1971, con una reedición en 1974); y Agente Muerte de Curtis Garland, que apareció en Servicio Secreto nº1.748 (Bruguera, 1984). Sí, hay casi tres lustros de diferencia y una coma, ¡nada menos que una coma!, que hace que ambos títulos sean distintos, de acuerdo. Luego dicen que las comas no cambian nada y que no son necesarias... Ah, la ortografía, ¿qué haríamos sin ella? ¡Por cierto, esto me recuerda a:
Duelo (1966), de Kent Davis. |
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Crónicas galácticas (enero de 1976), de Curtis Garland. |
Crónicas galácticas (abril de 1985), de Curtis Garland. |
Los extraños (1969), de Addison Starr. |
Los extraños (mayo de 1980), de Curtis Garland. |
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Hay que confesarle al lector, reconvertido en autor durante un ratito, que hemos encontrado otros muchos casos de homonimia en su obra. No vamos a abundar mucho más, ni a citar esas variantes que consisten en un sustantivo, con o sin artículo; otros casos en que el título aparece entre admiraciones o sin ellas... Pero el siguiente resulta extraordinario. Porque ¿cómo se puede olvidar un título que reza Rosas negras para morir?
Rosas negras para morir (julio de 1976), de Curtis Garland. |
Rosas negras para morir (abril de 1978), de Curtis Garland. |
El primer Rosas negras para morir de Curtis Garland se publicó en Servicio Secreto de Bruguera nº1.352 (julio de 1976); el segundo, en la mítica colección ¡Kiai! de Bruguera, nº70, de abril de 1978. Ni dos años transcurrieron entre las dos obras, completamente distintas, aunque ambas concebidas como thrillers cercanos.
Tenemos, pues, una última pregunta para el lector (perdón, para el autor): Sabiendo lo que ahora sabe, pues nos hemos ocupado de señalárselo, ¿escribiría usted una tercera novela titulada Rosas negras para morir? Porque, sabiendo lo que sabemos de usted, no nos importaría. Nos encanta que juegue limpio y que su capacidad creativa llegue a los extremos que hemos expuesto, desnudos, aquí. ¿Quién más, en el mundo, es capaz de repetir títulos sin repetir obras?
Increíble. Fascinante. Admirable. Inigualable. Ese era, es y será Curtis Garland, Donald Curtis, Kent Davis, Addison Starr, Johnny Garland y otros muchos nombres agrupados bajo la sempiterna gorra de visera, el bigote de galán cinematográfico anticuado, de Juan Gallardo Muñoz.
Alberto López Aroca, 5 de agosto de 2024
Juan Gallardo Muñoz (28 de octubre de 1929-5 de febrero de 2013). |
Supongo que antes de repetir título, usaría "Rosas rojas para morir" y luego "Rosas azules para morir". Y con eso, ya tengo una trilogía.
ResponderEliminarY en cuanto a la del millón de dólares, mientras leía pensaba que la segunda la habría titulado "Un millón de dólares y un centavo"
"Per qualche dollaro in più", por supuesto...
ResponderEliminarOtro texto de antología, Alberto. Podría haberlo escrito Borges si hubiera sido lector de novelas de duro (de ser así, seguro que habría sido devoto de Juan Gallardo).
ResponderEliminarGracias, querido anónimo. Me siento abrumado.
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