miércoles, 14 de agosto de 2024

La hermandad (The Brethren, 2000), de John Grisham

Primera edición en castellano, en tapa dura.


 

12 de agosto de 2024

¿Me creerá alguien si digo que, a mi provecta edad, he leído por primera vez a John Grisham? Y lo que es más, ¿es posible que me haya gustado tanto como para querer repetir?

Eso es lo que me ha sucedido con La Hermandad (The Brethren, 2000), una muy buena novela negra. Y sí, digo "novela negra", y no "thriller legal", porque no es eso. Al parecer, según dicen los críticos, La Hermandad es una rara avis dentro de la amplia producción de Grisham, que desde sus inicios ha contado una y otra vez la historia de un personaje (un abogado de algún tipo) que se ve metido en un lío de mil demonios, corre muchos peligros, y termina triunfante, millonario y con la chica.

 

La primera edición en inglés, año 2000. Como en España.


Bueno, pues La Hermandad no es eso ni por casualidad. Lo que relata Grisham son dos historias paralelas, a cual más apasionante: la primera historia es la de tres jueces que cumplen sus respectivas condenas en el penal de Trumble, una cárcel de mínima seguridad para gente pacífica. Estos tres jueces, ya entrados en edad, están allí por delitos muy distintos: desde el atropello mortal de dos viandantes (con alcohol y una chica desnuda como copiloto), al robo de los beneficios de un bingo solidario. Estos tres caballeros, tristes, se han montado en Trumble un curioso tinglado, por medio del cual dirimen disputas entre los presos, o bien estudian y revisan casos de sus correligionarios para presentar recursos (a cambio de un estipendio ilegal, por supuesto). Todo eso está muy bien, pero es que además se dedican a la extorsión por correo, en busca de homosexuales ricos que no han salido del armario. Y, con la ayuda de Trevor, un abogado de mierda que es el enlace de la Hermandad con el mundo exterior, la cosa les funciona bien.

Por otra parte está Aaron Lake, un político de Washington bastante limpio, al que la CIA le hace una oferta que no puede rechazar: renunciar a cualquier cosa que haya dicho en público en favor del recorte presupuestario de armamento, a cambio de la Presidencia de los Estados Unidos de América. Y para conseguir esto, dispondrá de fondos económicos ilimitados. El director de la CIA es un anciano en silla de ruedas, Teddy Maynard, con un historial que hace que James Bond parezca un oso amoroso. Teddy afirma que la macdonalización (esta es la palabra que emplea) de Rusia durante los años tras la caída de la URSS no ha funcionado, y que hay un ruso, un tipo muy chungo, que está reconstruyendo el ejército, las fábricas de armamento, e incluso los misiles nucleares. En las últimas legislaturas, Estados Unidos ha reducido cada vez más el presupuesto de armamento, y esto es intolerable ante el inminente peligro que supone una Rusia en la que el capitalismo no ha funcionado como debería. De ahí que Teddy, siempre mirando por el bien de su país, haya decidido intervenir directamente en las próximas elecciones, y garantizarse un candidato perfecto que, con un mensaje apocalíptico, haga que el pueblo estadounidense se cague encima y le vote quiera o no quiera.

Aaron Lake, un progresista convencido y un don nadie, acepta encantado el trato con la CIA. Apretón de manos. Carrera meteórica en ascenso, calculada al milímetro por el maquiavélico, agotado, Teddy Maynard, que sabe que con dinero se puede comprar a los medios de comunicación, a senadores, a congresistas y a quien haga falta. Tan sólo un pequeño detalle sin importancia le ha pasado desapercibido a los impecables agentes de la Compañía, detalle que el lector habrá adivinado nada más arrancar nuestra historia...


Contraportada de la primera edición española.


***

He empezado y terminado esta novela con la sensación de estar leyendo la última novela sobre la CIA (o casi) que se escribió en el siglo XX, entendiendo a la CIA como lo hacíamos por aquel lejano año 2000: una agencia de espionaje de los Estados Unidos que se preocupaba, sobre todo, por los intereses de las empresas de su nación en los países extranjeros, y que no dudaba en asesinar reyes y presidentes, torturar, cometer masacres, negociar con el Diablo... A partir del 11 de septiembre de 2001, día recordado porque A) la CIA cometió un histórico autoatentado en los USA o B) la CIA cometió el pecado mortal de la negligencia absoluta cuando no pudo detener el mayor atentado perpetrado en territorio nacional, la Compañía pasó a un discreto segundo plano: en la ficción, los agentes de la CIA luchaban heróicamente contra los integristas islámicos por todo el mundo y, en menor medida, contra narcos mexicanos, colombianos, etc; en la realidad, la CIA apuntaba a la existencia de armas de destrucción masiva donde no las había, o buscaba la pista de terroristas internacionales que ellos mismos habían fabricado, o "no sabe, no contesta", porque ya no existe, puesto que nadie habla de ellos. O de ella. De la Compañía.

(De todo esto ya hablamos en nuestra reseña de una novela de a duro de los años 50 escrita por Pedro Víctor Debrigode).

 

El escudo, sello o emblema de la CIA.


Tengo la escalofriante sensación de que si La Hermandad de Grisham cae en manos de un lector nacido en el año 2000 o después (y no creo que los lectores nacidos en esas fechas sean criaturas mitológicas como el grifo, el centauro o la sirena, aunque tampoco puedo asegurar lo contrario), no va a terminar de entender el contexto real, o las referencias a la Guerra del Golfo de 1991. No sé si los nacidos en esas fechas sabrán que Vladimir Putin fue primer ministro de la Federación Rusa en 1999, presidente interino en 2000 tras la renuncia de Boris Yeltsin, y... bueno, pues hasta ahora, ahí está este caballero criado en y por la KGB, que fue como la CIA, pero en Rusia. (Desde entonces, la KGB ha cambiado de siglas, hábilmente, como si fuera la personificación de un súper agente secreto que cambia de nombre y de piel en cada nueva misión. Yo me he perdido ya con los cambios de nombre, pero está claro que sigue existiendo el mismo perro con distinto collar).

 

El escudo, sello o emblema de la KGB.



En La Hermandad no se menciona a Putin, sino a un ruso ficticio; pero Grisham demuestra que se veía venir muchos eventos futuros en Rusia y en el resto del mundo. Y además, no peca de ingenuo al mostrar una conspiración de la CIA, conspiración en toda regla, para poner a un presidente de los USA que sirva de marioneta a la industria armamentística no sólo norteamericana, sino de todo el planeta. Grisham también es lo bastante inteligente como para mostrar que, en el fondo, la CIA sigue siendo una chapuza y sus agentes y directores, unos chapuceros que se pueden caer con todo el equipo y terminar en manos de... bueno, ya se imaginará el lector.

La Hermandad es un tónico rejuvenecedor (no hay modo de sentirse viejo leyendo esta historia), un memento mori político que proporciona perspectiva ante la apocalíptica actualidad, un relato negrísimo... y por encima de todas estas consideraciones, es una diversión de mil demonios con mucha mala leche.


John Grisham, hace veinticuatro años, luciendo palmito en la contraportada de The Brethren.

 

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