jueves, 29 de agosto de 2024

El intermediario (2005), de John Grisham

 

Cubierta de Alejandro Colucci (2005)

23 de agosto de 2024

Lo prometido es deuda: hemos vuelto con John Grisham de quien hablábamos hace apenas unos días, y con una novela que forma tándem con La Hermandad: El intermediario (The Broker, 2005) es, de nuevo, una obra que se salta el argumento favorito de Grisham para presentarnos una trama de espionaje internacional, ingenio, la CIA, la presidencia de los Estados Unidos de América, y un criminal tan simpático, tan cínico y tan bastardo que nos cae bien desde su primera aparición en la historia.

 

La primera edición de The Broker (2005), de John Grisham.


El criminal en cuestión es Joel Backman, de profesión, broker. En castellano, estamos familiarizados con este término cuando nos referimos a un agente o corredor de bolsa, pero también se utiliza en el sentido de intermediario (que se parece bastante a agente, pero no es lo mismo). En este caso, Backman es intermediario, en efecto, y de la peor calaña imaginable: es mediador político, económico, financiero... Para entendernos: Backman es un abogado de Washington que practica cualquier oficio menos la abogacía. Se dedica al tráfico de influencias, a la creación y manipulación de grupos de presión; a los grandes negocios, a las grandes transacciones de dinero, al "hoy por mí, mañana por ti", pero sin la parte de "mañana por ti". Backman es un individuo temido, odiado y necesitado tanto por políticos como por empresarios de todo el mundo: es el tipo al que recurrir si tienes un problema, si quieres financiación, si quieres mover cierta mercancía especial sin que nadie lo sepa y obtener el máximo de beneficio. Backman es un triunfador, un mujeriego, un mentiroso, un vendedor de humo, una criatura abominable que no sabe lo que es un arma de fuego pero maneja los hilos del poder como si fueran pistolas. A Backman no se le dice "no". A Backman hay que invitarlo a las cenas importantes, incluso en la Casa Blanca. Los diversos lobbies lo escuchan, lo toman en cuenta e incluso le obedecen.

Backman es un monstruo humano, y que me maten si Grisham no logra que estemos de su parte todo el tiempo.

Y es que Joel Backman está condenado a prisión, incomunicado y muy jodido. Se declaró culpable de un delito relacionado con espionaje y con planos y documentos del Pentágono, y lo hizo para salvarle el culo al resto de sus compañeros del bufette y a su hijo Neal, un recién llegado al mundo de los negocios extraordinarios. Sobre Backman pesa una condena de 20 años, de los cuales ha cumplido seis. Seis años de encierro que le han permitido seguir con vida, pues su última hazaña, la que lo llevó a la cárcel, estaba relacionada con un secreto militar y científico robado por un grupo de cerebritos informáticos de Pakistán (nada menos), mejorado por dichos cerebritos, y que Backman y un senador o congresista amigo suyo habían medio vendido a los israelíes, los árabes, los chinos, los rusos y los Estados Unidos. Mil milloncejos de dólares tenían la culpa. Millones que, o bien se han perdido para siempre jamás, o bien Backman tiene guardados bajo un colchón que está dentro de una cámara acorazada enterrada en el centro de algún planeta muy lejano. Todo es posible.

Nuestra historia da comienzo cuando el saliente presidente de los Estados Unidos y su vicepresidente, socio y amigo de toda la vida, andan dándole vueltas a la posibilidad de vender indultos. Así, como suena. Y no es que Bakman haya tenido la posibilidad de intentar comprar a un presidente; pero resulta que la CIA, encabezada por Teddy Maynard —al que conocimos en La Hermandad—, pide o casi ordena al hombre más poderoso del mundo (ejem, ejem) que indulte a Joel Backman. ¿Para qué? Ah, amigos: ese es el quid de la cuestión.

Con este planteamiento, viajaremos con un Backman bastante arrepentido de su pasado —por las consecuencias que ha tenido para él, no porque piense que haya actuado mal en ningún momento— hasta Italia, donde vivirá para aprender el idioma nacional a toda velocidad, bajo la estrecha vigilancia de sus únicos "amigos", y amenazado por la sombra del asesinato en cada esquina.

Y es que todos sus enemigos lo buscan para torturarlo y matarlo... y esto incluye a sus misteriosos benefactores.

***

El intermediario no es una novela de acción (aunque haberla, hayla) ni de misterio (aunque algún secreto sí que se nos desvela), ni tampoco un thriller vibrante. Es, simplemente, una buena historia bien escrita, a la que podemos poner los calificativos que nos dé la gana, aun sabiendo que no vamos a catalagarla correctamente: serie negra, espionaje... ¿aventuras? Yo me decantaría por este último género. Aventuras, sí, sin duda... pero muy, muy grishamianas.

(NOTA: Ya lo he hecho. Ya he escrito grishamiano. Ya no hay vuelta atrás. Ya he reconocido el estilo de este autor, que me va a resultar muy difícil comparar con otros. Mucho me temo que Grisham marcó un antes y un después. Quizá me equivoque, pues aún tengo mucho que leer de nuestro abogado escritor y de sus contemporáneos. Pero me da en la nariz que, a pesar de la antiquísima existencia del Perry Mason de Erle Stanley Gardner, Grisham creó escuela. Ya veremos...)

(NOTA 2: Hasta donde he podido averiguar, Teddy Maynard sólo aparece en las dos novelas mencionadas. Topármelo en la segunda, que es la que nos trae aquí, ha sido un sorpresón y una alegría. Me temo que Grisham decidió jubilar a este personaje. Ojalá me equivoque).

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