27 de agosto de 2024
Al neoyorquino Frank de Felitta (1921-2016) le estaré eternamente agradecido por dirigir un vulgar telefilme que, hoy, recordamos todos los aficionados al terror. (Todos lo que brincamos de los cuarenta años, quiero decir). Se trata de La oscura noche del espantapájaros (1981) protagonizada por un odioso Charles Durning, a quien todos amamos odiar por su papel en El golpe (1973). La peli del espantapájaros, que yo recuerde, se distribuyó en España en vídeo, e imagino que la emitieron en el canal UHF (se pronuncia "eluachefe") en algún momento a principios de la década de 1980. (Consejo gratis para plataformas de televisión en línea: cread un canal que se llame UHF y que emita cosas de los tiempos del UHF, incluida la carta de ajuste y anuncios ochenteros. Para empezar, todos los Documentos TV en la época en que el programa abría con la sintonía de Ry Cooder para la película Paris-Texas). Como bien indican las reseñas de acá y allá, esta película inauguró el subgénero de "espantapájaros asesinos", que con el tiempo ha crecido. Aún hoy tenemos obras de autores que, con esa idea, acaban de inventar la rueda para los nuevos públicos. Cualquier día de estos inventarán el vampiro y el hombre lobo.
Las otras obras literarias más o menos célebres de De Felitta son El exorcismo de Audrey Rose y El ente, dos películas basadas en novelas de este autor nada prolífico. No las he leído y, a pesar de los pesares, probablemente lo haga en algún momento, en el futuro. Pero no mañana ni pasado.
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Ahora, vamos con la parte dura: hablar de esta novela que me ha generado sentimientos encontrados. Por una parte, es un relato correcto. Por otro, es una historia que ya he leído mil veces. Se denomina detective, chica y asesino en serie con truco.
En este caso, el truco es Hitchcock.
Con estos datos, ya tiene usted la novela completa. Sí, es exactamente como se la imagina. No hay sorpresa. Me remito a la
SINOPSIS
Un asesino comete varios crímenes que, de alguna manera, imitan los asesinatos que aparecen en películas de Alfred Hitchcock. El detective Santomassimo se encarga del caso y recurre a la ayuda de la joven y guapa profesora Kay Quinn de la universidad. El detective y la profesora se lían. Al asesino le da igual, él va a lo suyo. Todo el rato revolotea la sombra de las películas de Hitchcock. El asesino silba en una ocasión la melodía de introducción de la serie de televisión Alfred Hitchcock Presents. El libro titula mal la pieza musical de Gounod, que en realidad es Marcha fúnebre para una marioneta, no "de las marionetas". A nadie le importa. El final es el que pueda imaginar el lector.
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Edición original en tapa dura, 1990. Lo que el halcón sostiene en el pico no es un pedazo de masa encefálica, sino una palomita de maíz ensangrentada. |
Lo lamentable es que Frank de Felitta haya ejecutado como novela larga (casi 350 páginas) una historia que Curtis Garland habría despachado en 96. Y eso es lo que pedía esta historia, que me extraña no se convirtiera en un telefilme: 96 páginas y ni una más.
El lector sabe, o debería saber, que no soy afecto a las malas críticas, y esta no pretende serlo. Ahora bien, lo que digo en el párrafo anterior, sin que vaya en detrimento (todo lo contrario) de Juan Gallardo Muñoz, es cierto: Marcha fúnebre de las marionetas podría haber sido un bolsilibro publicado en Selección Terror o en Punto Rojo, y habría resultado dignísimo, incluso es posible que muy bueno. Toda la parafernalia relacionada con Hitchcock es interesante, y Curtis Garland la habría aprovechado tan bien o mejor que De Felitta. El problema es que De Felitta tiene que meter un buen puñado de sentimentaloides escenas de cama que son relleno al 100%. Muchas, demasiadas partes del libro, las dedicadas al coleccionismo de mobiliario, o incluso las partes policiales, resultan huecas y falsas. Estamos ante un decorado de cartón piedra.
En 1991, cuando Ediciones B trajo a España Funeral March of the Marionettes en buena traducción de Antonia Kerrigan, Curtis Garland ya no publicaba nuevas novelas policíacas. Por entonces, Curtis había escrito cientos de historias con el detective, la chica y el asesino serial con truco, y ya no frecuentaba el género. Para mí, el problema es que la parte procedimental de nuestra novela recrea un tópico que nunca ha existido más que en la ficción, y que ya estaba obsoleto cuando De Felitta escribió y publicó su novela. En 1988, Thomas Harris había publicado El silencio de los corderos, que es una perversa versión del tópico "detective, chica, asesino serial con truco", en el que Harris invirtió los roles de los protagonistas (y, de acuerdo, aquí no tenemos detectives, sino agentes del FBI); y unos años antes, también nos había iluminado con El dragón rojo, del que podemos decir tres cuartos de lo mismo.
Pero esto no es lo más grave. Lo gordo es que el detective Fred Santomassimo (que yo he leído todo el tiempo como "Santomassino") es miembro de Los Angeles Police Department, y el escritor James Ellroy ya llevaba un buen puñado de años contándonos su versión hiperrealista del LAPD. En 1990, cuando apareció la novela de De Felitta, también se publicó L. A. Confidential de Ellroy, la tercera entrega del "cuarteto de Los Ángeles". En 1990, quien más, quien menos, sabía que el LAPD tenía a sus espaldas una larguísima historia de corrupción policial, una historia que, lejos de terminar, estaba a punto de convertirse en el escándalo Rampart. (Es el caso en que se inspira libremente esa obra maestra televisiva que es The Shield).
¿Cómo podía competir De Felitta con la frescura, la modernidad, el descaro, la crudeza, las palabrotas de Ellroy? ¿Qué pudo decir cuando, en 1991, se estrenó la adaptación cinematográfica de The Silence of the Lambs? ¿Qué iba a hacer con su novela-guión sobre "el asesino Hitchcock", sino guardarlo en un cajón e intentar no volver a pensar en él?
Es más, ¿qué pensaría De Felitta cuando, en 1992, cayó en sus manos El eco negro de Michael Connelly? Después de leer la primera entrega de la biografía de Harry Bosch, detective del LAPD, ¿qué pensaría de su Fred Santomassimo, intrépido e impoluto detective descendiente de anticuarios italianos?
Además, ¿es que De Felitta no se había leído ninguna novela de Ed McBain y el Distrito 87 de Isola? ¿No había visto Hill Street Blues? Está claro que el autor no realizó el trabajo de documentación que sí hizo Arthur Hailey cuando publicó Detective en 1997.
Todo esto me ha rondado la cabeza durante la lectura de esta Marcha fúnebre. Mi conclusión es evidente: si se hubiera publicado en 1980, año en que falleció Alfred Hitchcock, habría tenido sentido. Habría sido un bonito homenaje. Se habría leído con interés e incluso con cariño. Publicarla y ambientarla en 1990... es, sencillamente, anacrónico.
Frank de Felitta. |
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