La Huella nº25, abril de 1974. Portada de Enrique Martín. |
20 de agosto de 2024
Si algo me queda claro después de leer Dragones del karate (publicada en la curiosa colección La Huella de Bruguera, en su nº25, de abril de 1974) es que a Juan Gallardo Muñoz le encantaba llamar a sus villanos misteriosos "El Dragón". Así, de memorieta y sin consultar nada, recuerdo un "Dragón de Oro" villano (no confundir con los Tres Dragones de Oro, el grupo de héroes de las artes marciales cuyas aventuras recogió Curtis Garland en la colección ¡Kiai! de Bruguera) en la novela El templo de los siete ídolos, una de las que publicó en la tardía colección Tam-Tam; y otro "Dragón", también jefe de un grupo de bandidos o de una sociedad secreta, o lo que prefiera el lector, en el western En el Oeste hay dragones (Bisonte nº1263, marzo de 1972), de Donald Curtis.
Tam-Tam nº88, agosto de 1984. |
Bisonte nº1263, marzo de 1972. |
Esto es casi un vicio de Gallardo, y me temo que podría explotarse en términos mitográfico creativos. A fin de cuentas, hablamos de un mismo esquema: un malvado que se oculta bajo un apodo de reminiscencias orientales, que posee unos recursos dignos de Fu Manchú (aunque luego no sea para tanto), y cuya identidad secreta es la de... bueno, un individuo distinto en cada historia. Creo recordar que en La flor alucinante de Donald Curtis (Agente Federal nº96; 1968) también había un villano de estas características; lo que no sé en estos momentos es si se hacía llamar "El Dragón".
Agente Federal nº96; 1968. |
En esta rutinaria Dragones del karate, Curtis Garland utiliza la consabida trama de "búsqueda de un McGuffin desconocido" mezclada con la investigación de una serie de extraños asesinatos, en apariencia inconexos, pero relacionados por la parafernalia samurai del criminal. La gracia de esta novelita estriba en que transcurre en Japón de forma casi íntegra, y su protagonista es una especie de "asesor e informador de empresas" norteamericano que forma equipo con su colega japonés: Norman Robbins y Kodaya So. Por supuesto, tal como se dice explícitamente en la historia, el oficio de estos dos (eso de "asesores") es otro nombre para decir "detectives privados" especializados en casos de mucha, mucha pasta. El otro punto de interés se encuentra en que Curtis utiliza lo que ha leído sobre artes marciales, y nos cuenta los orígenes chinos de este tipo de lucha (o filosofía, o lo que sea), los nombres y versiones de dichas modalidades de disciplinas y, de paso, se marca un par de escenas de lucha karateca al estilo Curtis: poniendo nombre a los movimientos, a las katas, o como se quiera llamar eso que hacen los que practican estos... deportes. (De rollos técnicos karatecas, judocas y kungfutecas nos hincharíamos tres años más tarde en la ya citada serie de los Tres Dragones de Oro, que no por la pesada descripción de los tipos de golpes y fintas, alienígenas para los profanos como servidor, es menos disfrutable).
Curtis nos habla del Japón de mediados de los 70 como un lugar claramente mediatizado por las empresas europeas y norteamericanas, en donde los ejecutivos nacionales conducen vehículos europeos de primera, en lugar de sus Toyotas y Hondas. Es un país avanzado e idealizado, y Curtis nos da un paseo por barrios y avenidas de Tokyo y Kyoto, tirando, sin duda, de mapas y guías.
Lo que, a título personal, ha llamado mi atención, es lo siguiente: Curtis debió de escribir esta novela con su habitual apresuramiento (en el mes de abril de 1974, tengo contabilizadas hasta siete novelas publicadas por Juan Gallardo), que sorprendentemente no daba lugar a errores, confusiones y cabos sueltos. Pero creo que esta vez lo hizo tan rápido que la novela, por una vez, se le quedó corta: la historia queda cerrada y bien cerrada en torno a la página 88 u 89; el resto, hasta la 96, es relleno puro y duro. Éste es un hecho insólito, tal y como sabrán los lectores de bolsilibros, pues lo normal es lo contrario: un final de dos párrafos que se notan recortados para cuadrar la paginación. Sin embargo, aquí es al revés, y Curtis no nos relató el banquete de bodas y los momentos íntimos en el tálamo nupcial por pudor, supongo. Pero si hubiera querido, lo habría podido hacer.
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En realidad, poco más se puede decir de esta entretenida (y ya) novelita de a duro, salvo que es la segunda (o la tercera, si contamos En el Oeste hay dragones) en la que utilizó como tema y trasfondo las artes marciales: la primera (o segunda) fue Kárate contra Kung-Fu, publicada en Servicio Secreto nº1275, cuatro meses antes de que apareciera nuestro Dragones del karate; hay reseña del amigo Carlos Díaz Maroto, que nos indica que aquella novela es mejor que la presente. Luego vendrían los Tres Dragones de Oro (1977-1978), policiales como La noche del samurai y fantacientíficos como Samurai, siglo XXI... Pero esas son otras historias, de las que daremos cuenta en el momento oportuno.
Mientras tanto, seguiremos meneando el cedazo en busca de las pepitas de oro y procuraremos no olvidar por completo el material menos extraordinario.
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