La expulsión del Edén, de Miguel Ángel. |
Hoy es 15 de noviembre, festividad de San Alberto Magno, también conocido como "el Grande". No es que sea yo muy aficionado a las vidas de santos, pero desde que conocí al personaje (mi santo patrón), me ha tentado la idea de escribir una hagiografía en clave de... bien, digamos que "a mi manera". Por ejemplo: una de las historias apócrifas que tenía en mente se habría titulado "El Jardín del Edén de los Monstruos", en la cual, Alberto tendría acceso a una "máquina del tiempo" (muy posiblemente relacionada con Don Illán, mágico de Toledo que vivió en tiempos de Alberto), con la que proyectaría viajar hasta los días de Adán y Eva, previos al Diluvio Universal, con el firme propósito de borrar el pecado original de nuestras almas humanas y pecadoras desde que salimos del útero... tan sólo para encontrarse con un mundo poblado por unas criaturas enormes, semejantes a lagartos terribles, aves Roc, y serpientes marinas. Pero nunca la he escrito, más que aquí, en dos o tres líneas.
Mi interés en este personaje histórico se debe a la leyenda, repetida y conocida hasta la saciedad, sobre Alberto y su discípulo, Santo Tomás de Aquino (nada menos que el patrón de los científicos), que reproduzco a continuación. La he extractado de un artículo más extenso, firmado por Pedro de Prado y Torres, y publicado originalmente en El Mundo Pintoresco (Madrid), el 31 de octubre de 1858. La leyenda es esta:
Sirva la leyenda albertiana como introducción a una nota de prensa verídica, también relacionada con el mundo de los autómatas y las inquietantes "cabezas parlantes" (lo cual me recuerda un relato que publicamos hace poco en la revista Ulthar 18: "Los misteriosos estudios del profesor Kruhl", de Paul Arosa, y que recomiendo a cualquier lector interesado en el horror grandguignolesco francés de inicios del siglo XX).
La siguiente nota la he extraído de Gil Blas (Madrid), con fecha del 5 de enero de 1868:
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