Como el Conde de Prorok, de quien dimos noticia anteriormente, el (creemos) británico Frank Edward Hayter (n. 1902) fue uno de los últimos aventureros y exploradores de la vieja escuela, es decir: parece salido de los libros de aventuras de Henry Rider Haggard, Jules Verne, Conan Doyle, Edgar Rice Burroughs y tantos otros autores, para invadir la realidad con sus increíbles hazañas, viajes, testimonios y hallazgos. Las idas y venidas de estos extraordinarios caballeros seguían llamando la atención en un mundo que, a pesar de haber sufrido una guerra mudial (la Gran Guerra, que se decía por aquel entonces), todavía conservaba cierto aire de misterio, ingenuidad y genuina curiosidad por lo desconocido. Por contra, hoy parece que lo sabemos todo, ya sea si hay vida extraterrestre, si el universo es finito, y si en tal guerra los buenos son unos y los malos son los otros. Todo está clarísimo, a la distancia de un dedo. No hay nada que investigar, pues basta con preguntar, en voz alta o por escrito, al Oráculo Que Todo Lo Sabe.
Cuando se intenta trazar la biografía de alguno de estos personajes, uno se encuentra con muchas dificultades, puesto que la realidad y la leyenda se entremezclan y, a la postre, lo que se suele obtener es un retrato de claroscuros, repleto de matices que están muy por encima de la aparente blanquinegridad (quería decir unidimensionalidad, pero me ha apetecido inventarme un palabro) de Indiana Jones, del profesor Challenger, de Lara Croft o de Dora la Exploradora. Como sucede con una de las antecesoras de estos individuos, la célebre (o infame) Madame Blavatsky, alrededor de los aventureros de la vida real se entremezcla el sentido de la maravilla y la búsqueda del tesoro perdido con sucios trabajos de espionaje para tal o cual país, expolios arqueológicos, negocios sucios y la ambición pura y dura que genera el brillo del oro. Eso es lo que hallamos cuando investigamos a tipos capaces de llegar más lejos que nadie, de arrostrar peligros, inviduos que iban armados y preparados para enfrentarse a las bestias de la selva o a los hostiles indígenas. (Algo parecido nos sucede con esos "hostiles indígenas": a poco que se profundice, resulta que las dos visiones maniqueístas sobre ellos, esto es, la de "los salvajes" y la de "las víctimas", que en apariencia son contradictorias, resulta que se complementan y arrojan una compleja luz sobre las culturas y pueblos que en el mundo han sido. Dicho de otro modo: los hombres civilizados cometen salvajadas; los hombres salvajes conforman civilizaciones. El grano se separa de la paja a golpe de bandera, de Dios y de oro para invertir en armamento).
Guerreros Danakil (1862). |
Son historias de aventuras, a veces historias espantosas para no dormir. Por ejemplo: he leído en inglés el relato de cómo el joven Hayter, que ansiaba ser Allan Quatermain en África, pero tan sólo había conseguido convertirse en taxidermista del zoo de Londres, fue enviado a las montañas de Abisinia en busca de cien ejemplares de babuinos, cosa que logró, a pesar de tener que enfrentarse a los guerreros Danakil, (esto es, miembros del pueblo Afar). Y, eso sí, un brujo lo hechizó por robar animales sagrados. Al parecer, en el viaje de vuelta en barco, durante una tormenta, los animales escaparon a cubierta, donde organizaron una buena... Se dice que en los siguientes años de su vida, Hayter sintió que la maldición lo perseguía, y mientras practicaba la colecta de ratas y mariposas raras, y se labraba una reputación como prospector de oro, su salud fue deteriorándose cada vez más.
Fue autor de, al menos, tres extensas narraciones de sus expediciones: In Quest of Sheba's Mines (1935), Gold of Ehiopia (1936) y African Adventurer (1939). Y nosotros, que no hemos ahondado mucho más en la figura del explorador, mejor cederemos la palabra a sus contemporáneos.
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A continuación, presentamos dos artículos de la época sobre Hayter y sus increíbles viajes y descubrimientos. El primero de ellos, "El misterio de la Creación está en África", es obra de Lady Drummond Hay (periodista y aventurera británica, corresponsal de guerra en Abisinia y, más tarde, corresponsal en Manchuria), y lo hemos tomado del diario publicado en español La Opinión (Los Ángeles, California), del 14 de diciembre de 1931. El segundo, "¿Se encontraron los famosos tesoros de la reina de Saba?", es un extenso reportaje con imágenes, en apariencia anónimo (posiblemente sea una traducción) publicado en la revista Aconcagua (Buenos Aires), en enero de 1932.
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