Advertencia del 18 de noviembre de 2023
El siguiente artículo lo escribí el 5 de marzo de 2010 para este cuaderno de bitácora, que en aquella época tenía otro emplazamiento. Al igual que el texto titulado "Mi madre y Sherlock Holmes", quedó varado en las entrañas de mi ordenador, y ha viajado de disco duro en disco duro. Nunca lo rescaté. Hasta ahora.
Hay muchas cosas sobre el personaje de Basil, el ratón detective de Baker Street, que he conocido después. Ahora hay una edición completa en castellano, realizada por mis amigos del Círculo Holmes, y Luis de Luis Otero, uno de los más desconcertantes holmesianos que en el mundo han sido, publicó una extensa monografía sobre el asunto del ratón credo por Eve Titus. También, la editorial Blackie Books ha vuelto a publicar la primera novelita de la serie, no sé si alguna más.
Pero nada de esto viene al caso ante estas viejas palabras, que son pura añoranza. No he retocado ni una coma. Para qué, si el que habla no soy yo, sino otro mucho más joven.
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Basil, a los pies de Sherlock Holmes. Ilustración de Paul Galdone. |
Seré sincero: pensaba publicar esta entrada en Navidad (en alguna Navidad, no en la más reciente), pero no he tenido más remedio que ofrecérosla ahora. Toda esta reseña encierra un montón de nostalgia, y me parecía apropiado publicarla en una época más “apropiada”, o al menos, más en sintonía con lo que deseo contaros respecto al Gran Ratón Detective de Baker Street.
Al carajo, amigos sherlockianos. Ni Navidades, ni leches en vinagre.
Y no obstante, empezaré por el principio, como está mandado.
La primera noticia que tuve de Basil (el ratón que vivía en el 221b de Baker Street) se remonta al año 1986, cuando yo tenía diez añitos, y ya conocía al Maestro por dos vías fundamentales: parte de la traducción de Amando Lázaro Ros publicada por Editorial Molino (en diversas ediciones, que rondaban por mi casa gracias a mi padre y a mi hermano Daniel), y sobre todo, gracias a la mítica película Asesinato por decreto (1979), de obligatorio visionado para los seres humanos. (Soy holmesiano gracias a Plummer y Mason, y quien piense otra cosa, debería ahorcarse ahora mismo).
Cartel español de Asesinato por decreto, que yo vi por primera vez una noche, en la tele. De esos polvos han venido estos lodos... |
En Albacete, mi ciudad natal y donde actualmente resido, existían diversos cines “a la antigua usanza”: nada de multisalas ni zarandajas de esas, sino enorme teatros con palcos y demás historia, que acogían a las juventudes y las senectudes ante cualquier cinta, estuviera o no calificada o recomendada para menores o mayores. (Por aquella época, claro, yo estaba harto de las películas “Toleradas”, y empezaba a dejarme ver en aquellas “Para todos los públicos”. Sé que parece la misma clasificación, pero eso de “Toleradas” sonaba y era para niños muy pequeños; lo de “Todos los públicos” tenía algo que ver con que lo vieran jovencitos muy jovencitos, y personas adultas, a la par y sin complejos. Me explico: Rollos de “Tom Hanks, detective acompañado”, y otras tontunas).
Uno de los míticos cines de Albacete, ya desaparecidos —hoy día quedan unas nauseabundas salas Yelmoplex que merecen la extinción inmediata, pues son caras, están lejos, y se sirven del chimpancé que, desde tiempos inmemoriales, trabaja en mi localidad—, era el Carretas, sito en la plaza del mismo nombre. Allí, en el año 1987, se anunciaba en cartel la última producción de Disney, Basil, el Ratón Superdetective, un título que en su versión castellana algo debía de beber de esas comedias de acción de Eddie Murphy (un cómico negro salido del Saturday Night Live, que tampoco era para tanto) a las que por aquí nos referimos como Superdetective en Hollywood.
A mí, aunque era un chiquillo, nadie me engañaba: el ratón no era el negro de la pistola en Beverly Hills, sino el puñetero Sherlock Holmes convertido en personaje Disney. Vaya si no.
Por aquel entonces, mi hermano Daniel era el más directo responsable (aunque mi hermana Suli también se comió su parte) de sacarme por ahí a hacer El Mal, a pegarme como una lapa a mis mayores, y sobre todo —o eso es lo que yo recuerdo—, de llevarme al cine. Joder, la que hoy es la ex mujer de Dani me llevó (en solitario, sin su novio) a ver Superman III, la de Richard Pryor tirándose desde un rascacielos con esquíes... Aquello debió ser la prueba de amor que necesitaban para casarse... Pero no sé, a mí no me pregunten...
La vi en el cine Capitol de Albacete, con mi ex cuñada. La cola para verla era... obscena. |
Sé que había algún motivo especial, aunque seguro que no tenía nada que ver con sacar buenas notas, buen comportamiento, ni nada por el estilo. En mi familia nunca se han premiado esas mierdas, cosa que me parece bien. Pero había algo, un compromiso, vaya usted a saber el qué, que hizo que Dani me llevara de la mano —¿quizá una improvisación bien intencionada?— al puñetero cine Carretas para ver al Sherlock Holmes ratón.
El Carretas se encontraba en lo que a mí me parecía una cuesta interminable hasta la Plaza de las Carretas, una lugar antiguo e inhóspito, repleto de solares y casas salidas de algún pueblo lejano, muy lejos del hogar familiar que yo conocía. Era una peregrinación en toda regla.
El trayecto de ida fue glorioso, repleto de ilusiones y, sobre todo, de ganas. A mi hermano Dani le encanta (o al menos le encantaba) ver películas de críos con críos, cosa que, estoy seguro, sigue haciendo con su hijo. (Yo perdí ese gusto a los diecinueve años, cuando me llevé a mis mil millones de sobrinos a ver Las Tortugas Ninja III a un cine Capitol repleto de criaturas que me pegaron la varicela, lo que me retuvo todo un verano en casa. Debió ser en pago por el ancestral sacrificio de mi ex cuñada. El universo sigue algún tipo de orden, etc).
Y cuando llegamos a la puerta, después de atravesar los Parajes de los Condenados, el Lago de la Muerte, la Zona Negativa (que está pegada a la Zona Fantasma), Latveria, un par de campos de minas Claymore, el Bosque de los Monstruos Sin Cuello, el Territorio de la Mano Negra y Chinatown, nos encontramos con que el cine Carretas estaba cerrado.
Para siempre. Para siempre jamás.
Mi hermano Daniel, hace unos pocos años, en uno de sus habituales encuentros con monstruos. Durante su última aventura, resolvió El Problema de la Bolsa Misteriosa. Qué familia esta... |
Allí estaba el cartel de Basil el Ratón Superdetective, pero en ninguna parte se indicaba que aquello estaba “cerrado por defunción”, “hemos salido cinco minutos”, ni nada de nada.
El Carretas había llegado a su fin.
Y lo que es peor, yo me quedé sin ver al Sherlock Holmes ratón que anunciaban en la tele. Tampoco llegábamos a tiempo de meternos en otro cine, pero, ¡qué más daba! Yo lo que quería era ver al jodido Ratón Sherlock.
El cartel español de la película. |
***
Algún que otro año después, decidí que ya era lo suficientemente mayor (yo habría dicho entonces “grande”) como para hacer regalos de Reyes. De Reyes Magos. Nunca he sido fan de Papá Noel —o como dicen los snobs, “Santa Claus”—. Hice mis esfuerzos. Regalé cosas a mis padres y a mis hermanos. Cosas baratas. Libros. De saldo en una librería (ya inexistente, ¿se llamaba Mobe...?) de la calle Dionisio Guardiola, antes de llegar a los míticos —y no poco misteriosos— Almacenes Navarro. (Se dice que son un negocio de lavado de dinero negro, ¡qué necedad...!)
Tras un expositor de cristal, donde se guardaban volúmenes con precios que debían rondar las doscientas, trescientas y cuatrocientas pesetas, había algo titulado Basil de Baker Street. El dibujo de la cubierta, con un ratón fumando en pipa (y un Watson ratonáceo y con bigote), me evocaba, por alguna loca razón, a los cuadernos infantiles de Richard Scarry. Qué prodigio, amigos. Scarry es un puto Maestro.
Mis adorados Cuadernos Richard Scarry, que publicó Bruguera entre 1980 y 1981. Con esto y con la cartilla Amiguitos, aprendí a leer antes de ir al colegio. |
Por supuesto, vi la luz: Basil de Baker Street era el Sherlock Holmes ratón de Disney.
Reuní el dinero necesario para auto regalarme ese librito de Montena —con preciosas ilustraciones interiores de Paul Galdone— para los Reyes Magos. Incluso pedí que me lo envolvieran en la tienda, y más tarde, en mi casa, le pegué un pedacito de papel con mi nombre para unirlo al resto de regalos. Aquello fue a principios de diciembre, y aguanté sin abrirlo —eso es mono de yonqui auténtico, se lo digo yo— hasta el 6 de enero, el día en que muchos holmesianos, sobre todo en los Estados Unidos, se reúnen para celebrar el apócrifo nacimiento del Maestro.
Qué cosas...
Mi ejemplar de Basil de Baker Street, de Montena. |
Intenté leer el libro a mis sobrinos (ya por entonces tenía unos cuantos), sin demasiado éxito. Y es que Basil de Baker Street era toda una novela, y no un cuentecillo como esos troquelados de Caperucita Roja, Riquete el del Copete, o Los Siete Cabritillos. Basil daba más de sí.
Riquete el del Copete. Producciones Editoriales, 1978. |
Habría de llegar a mis manos, concretamente en la Biblioteca Pública de Albacete, la primigenia edición de Sherlock Holmes de Baker Street, la famosa edición de Valdemar de la biografía del Maestro escrita por William S. Baring-Gould, para que yo me enterara de que la novelita infantil de Eve Titus tenía un auténtico valor sherlockiano. ¡Diablos, aparecía allí, citada entre un montón de títulos inencontrables —y no traducidos al castellano— donde se desentrañaban los misterios del Gran Detective!
O sea, ¡los misterios de Sherlock Holmes!
¡En serio!
La biografía de Sherlock Holmes, escrita por William S. Baring-Gould, vuelve a aparecer por aquí. Y no por última vez, imagino...
***
Ahora, miles de años después, he visto la película a la que mi hermano Dani, con riesgo de su pellica —así decimos por estas tierras—, intentó llevarme.
Todas las tribulaciones, amigos míos, merecieron la pena. Más divertida que la magistral serie de Miyazaki (sobre todo el episodio de El rapto de la señora Hudson), mejor que The Private Life of Sherlock Holmes de Vincent Starrett, y más espectacular que The Science-Fictional Sherlock Holmes, que es un volumen impagable —sobre todo en el mal sentido de la palabra—), Basil, el Ratón Superdetective es un motivo vital para mí, una imagen que reúne a Sherlock Holmes con los personajes de Viento en los sauces (de Kenneth Grahamme), otra obra maestra indiscutible de la literatura infantil, y donde por cierto, se homenajea a Conan Doyle.
Y la música de Mancini es una gozada.
Y yo, amigos holmesianos, soy como un niño.
O mejor dicho, soy, en las pocas ocasiones en que no lidio con fuerzas sobrenaturales y malignas e incomprensibles, un niño.
Un niño.
Sólo un niño.
...
Qué gusto da...
Viento en los sauces de Kenneth Grahamme incluye un capítulo sherlockiano. |
El rapto de la señora Hudson, según Miyazaki. Reminiscencias de Lady Frances Carfax, diría yo... |
The Private Life of Sherlock Holmes de Vincent Starrett. Imprescindible. |
The Science-Fictional Sherlock Holmes, de 1960. Una maravilla. |
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