Mi edición de la novela. Bruguera, septiembre de 1983. |
(Esta reseña es para aquellos que han leído Si una noche de invierno un viajero. Los que no lo habéis hecho aún, podéis entrar libremente y por vuestra propia voluntad; pero no os garantizo que salgáis de aquí igual que habéis llegado).
24 de junio de 2024
...escribiste esta novela pensando en mí, aunque yo por entonces tuviera dos, tres años. (Disculpa que te tutee; me he tomado esta libertad por el mismo motivo que tú: por cercanía, por familiaridad, por crear un vínculo entre tú y yo a través del tiempo y el espacio. Te lo agradezco). Ya sabías que, pasado un tiempo, caería en mis manos y la leería exactamente como describes en el texto. He tardado lo mío en ponerme manos a la obra con ella, pues aunque la conocía de oídas, de comentarios, de rumores, nunca me había topado con un ejemplar. Contigo siempre es lo mismo: El barón rampante está en todas partes, Las ciudades invisibles están a la vista de cualquiera que sepa escarbar un poco en las librerías de segunda mano; pero esta novela...
La he llamado novela porque tú la llamaste novela, maestro, y yo no soy quien para discutirlo. Ahora bien: ya que la escribiste para mí, me pregunto qué habrán pensado los Otros Lectores que se hayan enfrentado a una obra autoproclamada novela y que en realidad es otra cosa un tanto distinta de lo habitual. Se nota a la legua que tenías miedo de no gustar, de que no te comprendieran, de que no comprendieran tu obra; pero también percibo que tenías una fe ciega en mí, pues me encuentro en cada párrafo y en cada uno de los personajes, donde pusiste algo tuyo para mí. Gracias otra vez, de todo corazón.
Probablemente muchos se hayan sentido estafados y hayan devuelto el libro para reclamar su dinero en la librería; habrá alguno que se haya enfadado tanto que no volverá a leer nada tuyo. Tú te lo has buscado al publicar un libro que está dirigido a Un Lector y no a Los Lectores. (Imagino que es un precio pequeño a pagar a cambio de la inmortalidad, ¿cierto? Tú estabas en el secreto desde el principio; sabes eso que saben los Nueve Desconocidos y algunos de sus agentes, y también la diosa terrenal Ayesha, y el no-muerto -y por qué no "no-vivo"- Conde Drácula, y Tyrannus el de la Llama Sagrada, y tantos otros... Si no fuera porque de vez en cuando visitamos cementerios, se diría que vivimos en un mundo en el que nadie muere, ¿verdad? Pero eso sería un error). Mi ejemplar es de segunda mano y, en su interior, lleva la firma de su anterior propietario (propietaria, en este caso). Además, he encontrado una minúscula chuletita escrita con lápiz sobre papel cuadriculado con tablas de notación musical a través de los tiempos. Te habría encantado ese papelito, auque esa persona que estudiaba musicología decidiera que tu libro no merecía estar en su biblioteca. Quizá es uno de esos lectores no releen porque tienen una memoria prodigiosa. O quizá la musicóloga lo prestó, y el volumen paseó por el mundo hasta llegar a la librería de viejo en donde yo lo he hallado.
Estoy seguro de que en muchas ocasiones encontraste ejemplares de tus libros en tiendas de segunda mano, y te imagino considerando lo curioso y contradictorio de la situación para el autor: los libros viajan, y esos es mágico; pero también es cierto que alguien descartó tu libro. En fin: al menos no lo tiró a la basura.
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Reseña de Si una noche de invierno un viajero (Siruela, octubre de 2012)
Tras la dramática muerte de sus padres en un accidente de automóvil, que pudo o no haber sido provocado, Ludmilla entra como novicia en un convento situado en los Alpes suizos. Pero lo que prometía ser una vida consagrada a las almas de los difuntos, empieza oscurecerse cuando una de las monjas, Lotaria, empieza a sufrir estigmas en las palmas de las manos. La priora del convento intenta evitar cualquier publicidad, pero un periodista italiano logra introducirse una noche en la celda de Ludmilla con unos documentos que le mostrará a la joven: primero, uno de esos documentos demuestra, sin dejar lugar a dudas, que Lotaria y Ludmilla son hermanas de sangre. Otro de los documentos afirma que el accidente de sus padres fue un asesinato cometido por una sociedad secreta que rinde culto a los estigmas. Además, el periodista le muestra a Ludmilla el plano de unos subterráneos, bajo el convento, que conducen a un extraño lago, en un valle cercano, junto al cual vive una familia idéntica a la de Ludmilla...
Con este punto de partida (apenas el primer capítulo de la obra), Calvino entreteje una maraña de verdades y mentiras, dobles personas, gemelos separados al nacer y una cáustica atmósfera de omnipresente catolicismo que, por algún motivo, resuena en las páginas como si en realidad se tratara de algún tipo primitivo de paganismo satánico disfrazado de beatitud: hay algo decididamente lúbrico en esta obra, en la que el acto sexual es un imposible para sus personajes, pues siempre son interrumpidos en el momento de iniciar el coito.
Resulta desconcertante el constante cambio de narrador, que tan pronto es Ludmilla, como Lotaria, el periodista, la madre superiora, un perro guardián que vive a la entrada del covento, un investigador privado llamado Ermes Marana, e incluso Silas Flannery, un escritor de éxito vinculado a la familia de Ludmilla por cauces inconcebibles.
En fin, otra obra maestra de Calvino.
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Me pregunto (te pregunto) si, cuando eras partisano de las Brigadas Garibaldi, en algún momento pensabas en el futuro desde el punto de vista la imaginación pura que puede devenir en literaria, o si por el contrario, estabas demasiado centrado en sobrevivir, en combatir y en mantener relaciones sexuales (tenías veinte años cuando aquello, ¿no? ¿En qué ibas a pensar, sino en cambiar el mundo y en tener sexo?). En 1943, Si una noche de invierno un viajero ya existía en potencia, porque tú estabas vivo, aunque faltaban más de treinta años para que lo arrancaras de alguna parte y lo trajeras contigo a este lado de la realidad. Que yo sepa, por entonces no habías escrito nada, y probablemente ya habrías olvidado casi por completo que naciste en Cuba, en un lugar donde tu padre realizaba experimentos científicos. ¿Sería aquello parecido a vivir con el doctor Victor Frankenstein? Lo comento porque, en mi opinión, Si una noche de invierno... está concebida y parida del mismo modo en que el doctor Frankenstein creó e insufló vida a su Monstruo: con pedazos de cadáveres cosidos con puntada gruesa y revividos por medio de una corriente eléctrica caída del cielo, indistinguible de la electricidad que circula por las neuronas y teje redes de enlaces químicos que traducimos en imágenes, palabras, recuerdos e ideas viejas y nuevas.
Quisiste emular a tu padre en el laboratorio, pero tu laboratorio es mucho mayor, pues disponías de instrumentos precisos y una materia prima inagotable: la página en blanco, el bolígrafo o la máquina de escribir, y todo lo que ha existido y lo que no ha existido, a lo que hay que sumar los contrarios de lo anterior (porque la anti existencia, para ti, es nombrable y, por tanto, asible). Y todo esto, dirigido a un único Lector. De nuevo, muchas gracias por tu esfuerzo.
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Reseña de Si una noche de invierno un viajero (Siruela, ed. sin identificar)
La princesa Amaranta lee en una biblioteca que conforma un inextricable laberinto. El libro que lee es Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Todos los libros de la biblioteca son Si una noche de invierno un viajero; sin embargo, cada ejemplar contiene una obra distinta que narra una historia distinta. A veces hay personajes que se llaman de forma idéntica pero son, evidentemente, distintos. El joven Nacho Zamora ha leído sobre la princesa y la biblioteca laberíntica y el cautiverio conformado por las interminables versiones de Si una noche de invierno un viajero en una novela de Italo Calvino que se titula, precisamente, Si una noche de invierno un viajero. Nacho Zamora no es más que un lector que se reúne periódicamente en un café de París con otros lectores, como la académica Lotaria o el misterioso anciano japonés que responde al nombre falso de "señor Okeda", uno de esos individuos fáusticos que sólo existen en los libros, o eso piensa Nacho. Lotaria mantiene que la historia que cuenta Calvino en su libro es una simple mixtificación, un juego literario intrascendente, aunque ingenioso. No obstante, en un aparte, el señor Okeda sostiene una opinión distinta: la princesa Amaranta y su laberinto de libros de Calvino existen, y el héroe que ha de salvarla, del que nunca se menciona el nombre, no es otro que el mismo Nacho Zamora. Así, Calvino ha escrito algo que todavía no ha sucedido, pero que va a suceder. El señor Okeda se lleva a Nacho por los bulevares de París hasta la puerta de una vieja librería de la familia Kauderer, inmigrantes cimerios desde la Gran Guerra (la primera), y especialistas en libros raros. Tras la puerta de la librería hay una anciana acartonada que a Nacho le resulta vagamente familiar, como si guardara rasgos comunes con alguien a quien conoce bien; hay estantes repletos de volúmenes hasta un techo envuelto en la oscuridad que, por tanto, no se divisa; la estancia es enorme, y Nacho piensa que ese es el laberinto de la princesa, que quizá todos los libros que hay ahí son Si una noche de invierno un viajero en diversas ediciones y encuadernaciones. Pero el señor Okeda lo conduce hasta la trastienda, en donde hay otra puerta, entreabierta, y le dice a Nacho: "Es por ahí, el camino. Al otro lado".
Calvino demuestra su maestría en el arte de la prestidigitación literaria con esta ¿novela? -la llamaremos así por conveniencia- repleta de espejos y reflejos, de iluminaciones racionales e irracionales, filosofía y metafilosofía, y una entrañable reivindicación de la estructura esencial de las narraciones de aventuras... que subvierte para pasearse por el género erótico, el terrorífico, el policíaco, e incluso la ciencia ficción, en una fantasía a ratos onírica, a ratos indiscutiblemente realista. Imprescindible.
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Tengo que hacerte una confesión: en realidad, no he leído Se una notte d'inverno un viaggiatore. Está fuera de mis posibilidades, y ni siquiera tengo un ejemplar. Podría hacerme con uno fácilmente, y es muy posible que el texto esté pirateado, convertido en código informático que a ti te revolvería las tripas, viajando eternamente por una vasta red de cables de fibra óptica y también en forma de ondas y microondas que rebotan entre satélites artificiales, repetidores, amplificadores y llegan a terminales electrónicas que te habrían hecho tirarte de los pelos y seguir el camino de tu amigo Primo Levi, abajo, por el hueco de la escalera.
Esta idea, la del texto sin un soporte físico, te habría fascinado en un principio, y te habría parecido un concepto maravilloso de infinitas posibilidades. Y cuando hubieras visto el modo en que se utiliza semejante tecnología (la única forma en que se puede utilizar), habrías caído en una depresión y quizá hasta hubieras decidido no volver a escribir una palabra, no volver a hablar, no volver a contemplar una imagen que no saliera de tu propia imaginación y, de forma egoísta, te la habrías apropiado y nadie, nadie, nadie habría conocido esas nuevas obras potenciales porque sabes que jamás se habrían materializado, o peor, sí se habrían materializado, pero sólo para convertirse de nuevo en una serie de impulsos eléctricos binarios, idénticos a los que se habrían producido previamente en tu cerebro. ¿Para qué, entonces, extraerlos de la cabeza, si finalmente habrían de terminar en el mismo lugar de donde salieron? También habrías pensado en Borges y su infinita biblioteca, su libro que contiene todos los libros, y al darte cuenta de que la idea se ha materializado en el éter, te darías cuenta de la inutilidad de elegir ciertas combinaciones de palabras, ciertos nombres de personajes, ciertos sentimientos convertidos en frases, y sabrías que hay máquinas que lo harán mejor que tú mismo, porque después de todo, la paradoja de los monos y las máquinas de escribir y las obras completas de Shakespeare es cierta, sólo cuestión de tiempo, sólo cuestión de monos con máquinas de escribir, como tú, como yo.
El concepto de la infinita reproducibilidad te daría arcadas, y te haría replantearte tus ideas de joven revolucionario y repensar las asociaciones que intersecan la sociedad y el arte, y llegarías a conclusiones en verdad infernales.
Lo que he leído, querido maestro, es un libro que se titula Si una noche de invierno un viajero, escrito por Esther Benítez en 1980, y se supone que es una traducción al castellano de Se una notte d'inverno un viaggiatore. No tengo forma de saberlo con certeza. Lo siento. Lo único seguro es que no es el mismo libro que escribiste para mí. Era casi imposible que llegara hasta mí tal cual lo concebiste; necesitaba un intermediario físico y psíquico que en este caso es Esther Benítez (1937-2001), gallega ya fallecida.
Creo que llegaste a conocer a Esther.
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Italo Calvino decide comenzar a escribir una metanovela que, de acuerdo con él, quizá debería abrirse con el punto final. Reflexiona acerca del acto de escribir y el de leer para, finalmente, confesar que siempre ha sido un farsante y que, en esta ocasión, quiere cometer la falacia definitiva: componer la obra con fragmentos inconclusos que ya tenía escritos desde hacía tiempo. De hecho, lo que necesita es un hilo conductor, y considera que la primera persona y presentarse a sí mismo como personaje de ficción es una buena idea. En ese momento debe interrumpir la escritura, pues llaman a la puerta de su casa. Se trata de individuo al que no conoce: el hombre, de mediana edad, dice ser un escritor llamado Bazakval y asegura que ha llegado a Italia en busca de refugio, pues lo persigue la policía política de su país (que nunca menciona). Calvino decide dejarlo entrar y ponerlo en contacto con las autoridades, de modo que le sirve algo de comida y le prepara la habitación de invitados. No obstante, Italo recuerda que el nombre de Bazakval le resulta familiar y, en su biblioteca, encuentra una obra traducida al italiano de ese escritor. En la solapa del libro, que se titula Si una noche de invierno un viajero, aparece la fotografía del autor y, para sorpresa de Calvino, no guarda el menor parecido con el hombre que, en esos momentos, lo aguarda, tembloroso, en el salón. ¿Se trata de un impostor? Y si es así, ¿qué lo ha llevado en busca de Calvino? Y si Calvino lo enfrenta a la impostura mostrándole su ejemplar de Si una noche de invierno un viajero, ¿no se estará poniendo en peligro? ¿Debería llamar a la policía?
Así arranca la más extravagante e inteligente de las obras de Italo Calvino, en la que se suceden la exposición de identidades falsas con historias improbables que se truncan con cada contradicción. Pero, en lugar de caer en la trampa de conformar un laberinto de espejos, que habría sido lo más sencillo, Calvino asume desde el principio la responsabilidad de su obra (y la impostura que la misma novela representa) para aclarar todos y cada uno de los puntos oscuros de la trama, en la que podremos ver trucos de travestismo, violencia, referencias a Las Mil y Una Noches, e incluso la presencia de un posible extraterrestre.
El lector no puede escapar a la deshonesta sinceridad con que el autor le toma el pelo página tras páginas mientras, en la realidad, Calvino sigue tecleando su máquina de escribir "como si fuera un chimpancé entrenado para producir material con el que rellenar anaqueles infinitos de infinitas librerías e infinitas bibliotecas que nunca visita ni un solo lector".
Una obra perfecta en su ejecución, con el final más adecuado que jamás se haya escrito.
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Lo más admirable quizá sea tu dominio de los tópicos, de los esquemas reducidos a unas cuantas palabras, quizá sólo a una: "amor", "terror", "pornografía", "guerra", "misterio"... Te has alzado a hombros de gigantes, como intentamos hacer todos los hombres pequeños cuando miramos hacia atrás en el tiempo y contemplamos a nuestros predecesores. Jamás se me hubiera ocurrido que tú, precisamente tú, te atrevieras a escribir una obra de referencia universal utilizando las argucias propias de un autor de novelas de a duro: quizá eso sea lo que me ha enamorado de Si una noche de invierno un viajero, el reconocimiento implícito, el homenaje a todos los autores que en la vida han sido, sin distinción de clases, títulos, temas o prestigio. Has hecho una novela a mi medida; escribiste esta novela pensando en mí, aunque yo por entonces tuviera dos, tres años. (Disculpa que te tutee, me he tomado esta libertad por el mismo motivo que tú: por cercanía, por familiaridad, por crear un vínculo entre tú y yo...
(Vuelva al principio y reléalo cuantas veces quiera)
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