Primera edición en castellano, mayo de 2016 |
10 de junio de 2024
Esto igual suena un poco feo, pero quizá lo que más me gusta de los libros que publica Dirty Works sea la página negra inicial, con una esbozo biográfico del autor impreso en letras blancas. Esos textos son minicuentos en sí mismos, y los haga quien los haga (¿Javier Lucini?) se merecen una recopilación aparte, a manera de diccionario de autores.
El relato biográfico de Mark Richard (Louisiana, 1955) es una genialidad, y cuenta incluso con la aparición especial de Larry Brown, otro miembro de la Casa Dirty, del que ya hemos hablado por aquí.
Para variar, The Ice at the Bottom of the World (El hielo en el fin del mundo), no es una novela, sino un libro de relatos (diez), traducido maravillosamente por Tomás Cobos -insisto en que, a los buenos traductores, hay que seguirles la pista tanto o más que los propios autores originales-, que pudo pasar sin pena ni gloria en 1990 si no hubiera sido porque recibió un importante galardón, respaldado por el mismísimo Norman Mailer: el premio PEN/Hemingway, que se supone que es para "primera novela", pero en realidad premia "primeros libros", sean relatos, novelas cortas, novelas o vestiglos literarios.
Merecido y agradecido premio, sin duda, pues de no haberlo obtenido, probablemente nunca hubiéramos visto el trabajo de Richard en castellano. Y, por su brevedad (que en este caso es una virtud) y su intensidad (que genera una incomodísima tensión en cada página), merece muchísimo la pena.
En mi opinión, Richard pertenece a la "escuela Cormac McCarthy" (como William Gay) por su descaro a la hora de redactar diálogos sin puntuación ni indicaciones, y por hacer con la gramática lo que le da la gana, sea ilegal, reprobable o (como es el caso) tremendamente complicado. (Complicado de ejecutar, pero pefectamente legible para un lector capaz de concentrarse en la lectura más allá de 60 caracteres). En un mismo relato de Mark Richard nos podemos encontrar una narración en tercera, primera y segunda persona, en pasado y en presente y casi que también en futuro, todo a la vez o variaciones y permutaciones: es como si a este tipo lo hubieran soltado en una barca con una red y unas botas de agua en una pestilente marisma y le hubieran ordenado: "Anda, ve a ver qué pescas por ahí, gilipollas. Y si no regresas con algo, lo que sea, aunque se trate de una bici vieja o un caballo muerto o un viejo loco cubierto de barro seco o un chiquillo con branquias, te vamos a dar una buena paliza".
Al parecer, esto le ha pasado al pobre Mark, que nació con cadera deforme, al menos otras tres veces, de donde han surgido otro libro de relatos y dos novelas, todas publicadas ya por Dirty en español, si no me equivoco.
Si hemos querido destacar lo jodido que es el estilo del autor y las libertades que se toma, en realidad lo que prima por encima de todo esto son las historias que nos cuenta y el vocabulario sencillo que utiliza para construir frases complejísimas, pero con mucho sentido. Lo que realmente me extraña (y me alegra, confieso) es que no le haya dado por escribir poesía. Yo, personalmente, se lo agradecería con un abrazo si tuviera ocasión de conocerlo, pues seguro que se sintió tentado de meter saltos de párrafo aleatorios en mitad de las frases que resuenan en esa fantasía tremebunda y oscura que es "Niño Pez" (¿la novela del mismo título, también de Richard, será continuación del cuento, o bien una expansión? No lo sé, ya lo averiguaré cuando llegue el momento).
Sus cuentos, además de relatar anécdotas insólitas de horror, miseria, y aviadores que, en pleno vuelo, le hacen un calvo al conductor de un tren, están repletas de sentencias y ocurrencias tan citables como "Por eso nuestros perros no muerden a no ser que seas un ladrón o tengas pensado serlo...", o arranques de relato que te ponen sobre aviso de que vas camino de contemplar burradas, como "Me sentí fatal por lo que tuvimos que acabar haciedo con Buster, el caballo de Vic...". A esas alturas de libro, ya sabes que lo del caballo Buster va a ser un horror innominable digno de Lovecraft.
A lo escritores más noveles, les recomiendo que NO LEAN este libro con ánimo de aprender cómo se debe escribir, sino qué se puede llegar a escribir cuando dominas la técnica y decides saltarte las normas. Si estos relatos los intentara llevar a cabo alguien sin oficio, se habría metido una hostia de primera categoría, tal y como se temían los editores originales del libro, justo antes de que Mailer le diera el ya citado premio. Con honestidad, creo que Richard no sólo es bueno, sino que además tuvo suerte. (Esto último se reparte en el mundo incluso con menos prolijidad que el talento).
Mark Richard, cuando era joven. |
Si el cabrón de Richard no lograra efectos tan jodidamente poéticos con personajes memorables como el Tío Basuras ("¡Y ojito no vayáis a quemar la casa!") o ese viejo comedor de arcilla y chupador de paredes que es el señor León ("El chocho chisporrotea con el calor, cabronazos"), compararía estos relatos, así, por mis santas narices, con la novela corta de Alfonso Sastre Las noches del Espíritu Santo (en Las noches lúgubres, 1964), una sucia fantasía que transcurre en Madrid, junto al arroyo del Abroñigal, un lugar tan séptico y apestoso en la posguerra como los rincones de Louisiana por los que nos obliga a transitar Richard. De hecho, el niño hidrocéfalo de Sastre (hijo de la vampira Amalia y de su marido Zarco) me da tanto miedo o más que el Niño Pez de Richard: infancias paralelas en lugares muy distantes. (Este tipo de comparaciones y asociaciones de ideas son las que surgen cuando uno lee y relee sin solución de continuidad: ves fantasmas donde no los hay, o bien descubres una misteriosa verdad oculta a todo el mundo y sólo tú la puedes percibir Sólo me falta invocar aquí al espíritu del famoso Anfibio de Liérganes, sobre el cual, de acuerdo con Juan Carlos Monroy, Verne llegó a escribir un breve relato).
En cualquier caso: si se dispone usted a leer este volumen, compruebe que tenga al día su cartilla de vacunación, porque es posible que pille el tifus, la tiña, botulismo, la malaria, el dengue o la fiebre amarilla. Allá usted si no me hace caso y se mete a chapotear por los pantanos infestados de serpientes o a jugar a hacer castillos con tierras arcillosas.
El collage de Emma Cohen, portada para la edición de Biblioteca del Terror de Fórum de Las noches lúgubres de Alfonso Sastre. |
En resumen: ¿ante qué y quién estamos? Pues ante un auténtico y purísimo seguidor de la narración estadounidense, con toda su crueldad viciosa, sus visos autobiográficos, la marca de fábrica de la conversación escuchada en la mesa de al lado del bar, la confidencia inconcebible de un desconocido borracho, y los hedores y perfumes que marcan a cualquiera, americano o chino o africano o español, desde la infancia en adelante.
Muy recomendable este libro de cuentos, zona de confort de algunos lectores y, sin duda, un mundo ajeno y alienígena para otros (el título ya sugiere, a partes iguales, viajes decimonónicos estilo Disney, y también la Antártida de Poe y Lovecraft). Pero ya conocen mi opinión: en la variedad está el gusto.
¿Quieren probarlo, por cierto? Inténtenlo con "En la cuerda", que son 4 páginas de perfección en un hervidero de cadáveres. Y ya me contarán...
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Por cierto: ¡feliz 10º aniversario a la familia Dirty! ¡A por otros diez a la voz de "ar"!
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