miércoles, 31 de julio de 2024

El exquisito placer de leer una novela de a duro


 

29 de mayo de 2024

Son pequeñas, pero no tanto como los minilibros de la vieja colección Pulga o los famosos "crisolines" de Aguilar. Tienen un tamaño menor que los Bruguera Libro Amigo o las viejas ediciones en rústica de Alianza Editorial, con maravillosas cubiertas de Daniel Gil.

 

Ejemplares de la colección Pulga.


Crisolines de diversos tamaños. Los normales son los grandotes.

Bruguera Libro Amigo.


Una cubierta de Daniel Gil para Alianza, perfectamente distinguible del resto de portadas de la época.


El formato es de 15 centímetros de altura por unos 10,5 de anchura, aproximadamente. Tienen, por regla general, entre 96 y 128 páginas, aunque hay excepciones. Están encuadernados en rústica, pegados a la americana, si bien en sus primeros tiempos estaban formados por cuadernillos cosidos y luego encolados a una cubierta impresa a todo color en un papel mucho más frágil y quebradizo que las gruesas páginas de papel reciclado, de pulpa, en donde a veces encontramos una virutilla de madera que, debidamente extirpada con la uña del dedo índice, se lleva consigo una o dos letras del texto.

 


 

Aunque no es una norma fija, lo habitual es que estas novelitas estén repletas de huellas; tantas que, en manos de Sherlock Holmes, obtendríamos información sobre docenas de personas distintas que, como los cavernícolas de antaño o los grafiteros de hoy, han querido dejar su firma para la posteridad. Esa firma puede ser un nombre o un apellido, pero también un símbolo o una marca personal (como la Z del Zorro), e infinidad de involuntarias y descuidadas manchas de aceite, grasa, margarina, aceite, sangre y otras secreciones, e incluso fragmentos de pan, de algún embutido, de chocolate. Está la lista de la compra, la suma de una serie de gastos previstos y presupuestos varios (reparación de coche, lavadora, televisión...), números de teléfono sin prefijo ("Anselmo aparejador" seguido de seis números), críticas del lector ("el autor es un enfermo", "muy buena", "repugnante", "mala", etc.), mensajes obscenos y chistes gráficos improvisados. Muchas veces encontraremos objetos que han servido como marcapáginas: un billete de metro o de autobús, un pedazo de periódico, un cordelito, ¡una fotografía de carné!... Y luego están los sellos en tinta azul, roja, negra, verde, de los establecimientos por donde han pasado y se han intercambiado por otros ejemplares a cambio de una minucia sólo expresable en pesetas: desde la tienda de ultramarinos del más humilde pueblo de Extremadura al kiosco de la Ramblas de Barcelona, papelerías de Madrid, Murcia y Alicante... hasta podemos encontrar sellos modernos, del siglo XXI, correspondientes a librerías "solidarias" que recuperan y "liberan" viejos libros a cambio de "una mísera donación".

 


 

Encontrar una novela de a duro que esté como nueva "no es imposible, sólo muy difícil", que dijo el Dr. Clark Savage, Jr. en cierta ocasión. Lo normal es que, junto a las huellas citadas, hallemos mutilaciones internas y externas: las páginas de título de colección y cortesía se solían reciclar para arreglar ejemplares muy estropeados, reencuadernados artesanalmente por papeleros y libreros ociosos, armados con grapadora y celofán (esa ácida bestia negra de los restauradores de libros). Quizá los peores ejemplares sean los que se han restaurado con pegamento Supergén, esa corrosiva pasta marrón, incómoda, que con el paso de  los años se fragmenta y se desprende, llevándose consigo pedazos de papel.

 

Uno de los principales asesinos de bolsilibros: el Supergén.


¡Qué frustrante puede ser el pasar la página 57 y ver que, tras la 58, va la 61! Y el mayor de los traumas: ¡la mutilación de la página final, donde se resolvía en conflicto en apenas unas líneas apresuradas! En cuanto a las mutilaciones externas, obviamente, estamos hablando de las cubiertas, que en ocasiones brillan por su ausencia. Y mejor no hablar demasiado de la solución de algunos a este problema: sustituir las tapas ausentes por las de otra novela cualesquiera que haya perdido la tripa. Eso sucede con "mi ejemplar" (por llamarlo de algún modo) de la mítica Rancho Drácula (1960) de Silver Kane, que heredé de mi padre: la cubierta está ahí, perfectamente visible, pero en el interior hay un viejo western del gran Keith Luger. Bien... pero no es lo mismo que tener Rancho Drácula en su edición original.

 

Mi pobre ejemplar de Rancho Drácula.

Estas publicaciones han tenido varias denominaciones y, hoy, la más extendida es la de "bolsilibro". Personalmente, yo siempre he preferido "novela de a duro", pues el término "bolsilibro" se presta a confusión con cualquier otro tipo de libro en (supuesto) formato de bolsillo. La novela de a duro, que tan sólo durante un corto espacio de tiempo costó un duro (es decir, una moneda de cinco pesetas), se convirtió en una institución y en una forma de entender la edición y el consumo de la literatura popular en España. El formato de novela de a duro sustituyó al anterior formato de revista pequeña, que no era otro sino el de las revistas pulp de Estados Unidos, quizá un poco reducido. La extensión de aquel antiguo formato, donde vieron la luz personajes como El Coyote de José Mallorquí, El Pirata Negro de Arnaldo Visconti, El Encapuchado de Guillermo López Hipkiss, El Corsario Azul de J. León, los españolísimos Nuevos Héroes de Hombres Audades de Editorial Molino, y tantos y tantos otros, era prácticamente la misma que las de las posteriores novelas de a duro. (Salvando, repito, excepciones): algo más de 25.000 palabras.

¿Qué interés pueden tener para el lector del siglo XXI estas obras calificadas como subliteratura por varias generaciones de investigadores académicos? ¿Cómo puede aproximarse alguien hoy a estas noveluchas infraliterarias sin ponerse guantes de látex y una mascarilla? ¿No sería conveniente rociarlas con gel hidroalcohólico? ¿Cuántos gérmenes, cuántos bacilos inmundos han vivido y crecido entre sus polvorientas páginas? Y ¿quedará vivo alguno de esos peligrosos bichos mutantes, pervivientes cual medusa inmortal o monstruo lovecraftiano? ¿Qué atención merecen historias que llevan títulos como Un hombre llamado samurai, Un camión lleno de calamares, La succión de las mujeres-vampiro, El asesino toca la zambomba, El secreto de los yetis, El tanque fantasma, Idilio al anochecer, Diablos en la ionosfera, De soldado a general, Hombres de goma, ¡Mata, espíritu de muerte!, Toque de degüello, Vampiros en Tolar, Medio kilo y una pipa...? Por necesidad, tienen que ser y son historias escritas a toda velocidad, sin más corrección posterior que la del linotipista de la imprenta. Y por si esto fuera poco, por si la limitación de espacio no fuera suficiente, las novelas de a duro estaban fuertemente condicionadas por la censura y por las líneas editoriales, que exigían matrimonios para el héroe y finales felices.

 

No nos la hemos inventado. Existe. Y una especie de Ernest Borgnine está en la portada.


¿A quién le puede interesar esto, cuando cada semana tenemos flamantes novedades editoriales salidas de plumas insignes, avaladas por sellos veteranísimos, junto a miríadas de libros autoeditados, coeditados, subeditados, infraeditados por profesionales y aficionados (indistinguibles por sus nombres, todo sea dicho de paso)? ¿Por qué mancharse los dedos de polvo y forzar la vista con una novela de a duro cuando tenemos a nuestro alcance, y a precios muy competitivos, tantísimas nuevas obras de todo género y condición imaginable, e incluso versiones debidamente expurgadas para evitar que nos sintamos ofendidos? (Porque, y de eso hemos preferido no hablar, la censura de las novelas de a duro no es la misma que la censura de hoy: si antes los protagonistas estaban condenados al matrimonio, también es verdad que las mujeres eran víctimas propiciatorias también condenadas al matrimonio; las personas de otras nacionalidades y razas podían recibir un trato humillante; y las identidades sexuales diversas, cuando hacían su aparición, no recibían demasiada comprensión, pues los personajes heterosexuales pertenecían a un colectivo mayoritario que detestaba las sexualidades e identidades distintas).

 




***

La primera aproximación es, inevitablemente, visual y táctil: ya sean los lomos con sus títulos (algunos ilegibles, desgastados o arrancados), o las portadas (algunas brillantes óleos ejecutados por maestros; otras, toscas y kitsch, como dibujadas mal a conciencia o quizá por un niño; muchas, robadas de fotogramas de películas, con actores y monstruos célebres reinterpretados y recontextualizados para la ocasión; técnicas mixtas que mezclan acrílico y collage; trabajos rápidos y mal pagados). Sobre unos y otras se deslizan los ojos y los dedos con cierta suavidad y, a veces, un poco de aprensión por el inmediato pensamiento de las otras muchas manos que habrán hecho exactamente lo mismo: tocar. Manos sucias de albañil que lee mientras defeca en un rincón de la obra; manos de un niño de doce años que, una tarde de verano, pasa las páginas mientras se rasca el cerebro a través de la nariz; manos de portero que acaba de orinar y se ha olvidado de lavarse porque quiere regresar a la historia y llegar al final antes de que termine su turno; manos de soldado en su garita; manos de carpintero, de fontanero, de escayolista, de acerero, de pescador, de frutero, de abogado, de funcionario de prisiones, de preso, de ladrón de baja estofa, de yonqui, de secretaria, de ama de casa, de maestro que ha sustraido la novela a un alumno, de dama de la calle que gusta de leer finales felices y muy románticos...

 



Luego están los autores, o más bien, los nombres falsos con que publicaban los autores, nombres que, en algunos casos, se convertían en personajes y, en otras ocasiones, en personas de carne y hueso. Muchos de los que conocieron a Juan Gallardo Muñoz en persona, en realidad estuvieron con Curtis Garland. Silver Kane, pseudónimo de Francisco González Ledesma, protagonizó un buen puñado de novelas. H. S. Thels y Law Space conversaban en algunos prólogos para recriminarse ideas sobre la robótica, el futuro de la humanidad o el pesimismo... pero detrás sólo se encontraba la pluma y la mente de Enrique Sánchez Pascual.

 


 

La novela de a duro será infraliteratura, pero también alcanza los estratos de la metaliteratura, de la referencialidad y la auto referencialidad, y siempre está a un paso del pastiche y mete las narices en la mitología creativa, voluntaria o involuntaria.

 



Hay más novelas de a duro que años de vida para leerlas, y hay que elegir. El lector conoce la infinita variedad de géneros y subgéneros que los autores trataron en estas miles de obras, y sabe que, aunque opte por uno (western, por ejemplo) puede toparse, en realidad, con otro (detectivesco, por ejemplo). Pongamos por caso la novela El diablo con fusil, de Clark Carrados, que además de bélica, también es una historia de gángsters y de pactos con el Diablo, todo en una sola obra.




Los ojos y las manos recorren los diversos ejemplares en la estantería, en una cajón, en una caja de cartón, en una pila en precario equilibrio... y la intuición y el capricho lo llevan hasta un título determinado de un autor determinado.

El placer comienza si no ahí, tan sólo un poco antes, con la anticipación. El lector querrá, como buen lector realista, lo imposible: repetir las mejores experiencias ya vividas y, al mismo tiempo, que lo sorprendan de nuevo.



No es importante que la novela sea una variación sobre el tópico de los polimorfos o el de los ultracuerpos si al final resulta que detrás de toda la aventura se encuentra ¡una banda de vampiros espaciales! Tampoco es baladí dar con una historia criminal (es decir, protagonizada por criminales) que en realidad es una narración de viajes en el tiempo; o la novela del Oeste en la que encontramos un caso de posesión diabólica; o sencillamente, una buena trama policíaca con detective hard-boiled cortado por el patrón de los clásicos y el transfondo del mundo del jazz, del blues... todo, ejecutado a la velocidad del rayo en una Olivetti por un escritor de oficio en tres o cuatro sentadas, sin detenerse a corregir, y obteniendo un resultado óptimo y digno de figurar en cualquier antología de textos clásicos.

***

Que el lector no se lleve una idea equivocada: nuestra exposición del tema de las novelas de a duro es sentimental, pero también intenta ser objetiva. Hablamos aquí de amor por la literatura desconocida, no catalogada, no clasificada, limpia de mácula y producida a destajo. Hablamos de historias en estado puro. Cada uno de esos miles y miles de diminutos libritos puede guardar en su interior una sorpresa, un hallazgo, un descubrimiento trascendental, un divertido relato... un placer reservado, hoy, para los paladares más exquisitos.

Que nadie le diga lo contrario.


martes, 30 de julio de 2024

Cuenta atrás (2001), de Gregg Hurwitz

Edición de bolsillo de febrero de 2005 (colección Byblos nº240, Ediciones B). Por desgracia, este es mi ejemplar, que tras la lectura se ha convertido en una baraja. Tendrá que pasar por talleres.

 

28 de julio de 2014

Fuerzas Especiales de los USA. Monstruos. El enigma de otro mundo (Who Goes There?, 1938) de John W. Campbell Jr. en Jurassic Park (1990) de Michael Crichton. Y, cosa rara, ni un solo tiro, cosa que marca una importante diferencia con la película Aliens (1986) de James Cameron.


 Introducción (o excurso inicial)

El estadounidense Gregg Hurwitz (1973) me acaba de demostrar que es alumno, seguidor o imitador (tanto da) de la escuela de Michael Crichton y, por tanto, pertenece a la dinastía de Arthur Conan Doyle y Julio Verne. (Recordemos que Crishton dedicó La amenaza de Andrómeda a Conan Doyle). A Hurwitz se le considera "escritor de novela negra"; estoy seguro de que lo es, y lo voy a comprobar en cuanto tenga ocasión. Pero es que el autor de El mundo perdido (1912) también fue el creador de Sherlock Holmes y de esa incursión temprana en la serie negra (un paso más allá del detectivismo) que es El valle del terror (1914), novela que sirve de prólogo a Cosecha Roja (1927) de Dashiell Hammett, es decir: la inauguración extraoficial del hardboiled. Verne, que escribió Viaje al centro de la Tierra (1864) y creó al profesor Otto Lidenbrock una noche en que soñó el futuro y entrevió las largas barbas de toro asirio del profesor George Edward Challenger (quien, a la sazón, nació en 1863, esto es, el año en que Verne estaba escribiendo la crónica del viaje subterráneo de Lidenbrock), también creó al inspector Fix de Scotland Yard, que siguió por todo el globo terráqueo la (errónea) pista de Phileas Fogg, quien supuestamente había desvalijado el Banco de Inglaterra (La vuelta al mundo en 80 días, 1872); a Karl Dragoch, coordinador de la policía fluvial del Danubio, que se infiltraría en el barco del pescador (y presunto pirata, asesino y ladrón) Ilia Brusch (El piloto del Danubio, póstuma, 1908), y a otros agentes de la ley que, en el fondo, son herederos directos del inspector Javert, el policía francés obsesionado con Jean Valjean (Los miserables, 1862). Verne anticipó el género del thriller judicial, explotado en el siglo XX por John Grisham, con Los hermanos Kipp (1902); e incluso el thriller convencional, al estilo de la saga cinematográfica de La jungla de cristal (Die Hard, cinco entregas desde 1988), con El faro del fin del mundo (redactada en 1901 y publicada en 1905).

 

Un policía francés: el inspector Javert.


 

Viaje al centro de la Tierra: ¿un tecnothriller del siglo XIX?

 

El mundo perdido: ¿otro tecnothriller?

 

Y podríamos seguir así hasta el infinito, pues los géneros de la ficción rara vez nacen puros y libres de influencias, sino que surgen como híbridos: son el fruto de una arquitectura erigida sobre edificaciones más antiguas, e intentar socavar los cimientos originales implicaría destruir la obra actual. En cuanto al hibridaje y las mutaciones (en genética y en literatura), son parte de la evolución: con suerte, tenemos montones de nuevos especímenes, de los cuales sobreviven solamente los más viables, que acaban por reproducirse. Los demás, como aberraciones que son, desaparecen sin dejar huella.

 Fin de la introducción

Una escena de El valle del miedo (1914), un equívoco caso de Sherlock Holmes por donde se desliza el tono hardboiled que estaba a la vuelta de la esquina.


Primera edición de la primera entrega de Cosecha Roja, de Dashiell Hammett.

***

Donde escribo thriller, el lector puede entender aventuras, si así lo desea. Yo lo prefiero, pero el término thriller es más reciente, y se parece mucho al suspense (que, como en Latinoamérica, quizá deberíamos traducir como "suspenso", por mal que suene en España): se supone que el thriller tiene elementos de misterio policíaco, detectivesco, negro, o puede que de espionaje; pero me parece que eso no acaba de definirlo. Me sigo quedando con "aventura", y lo de thriller, para cuando me dé la gana.

 

Edición original de Cuenta atrás (en inglés, por supuesto).

 

Cuenta atrás (Minutes to Burn, 2001), es novela de aventuras contemporánea; novela fantástica (de ciencia ficción), para más inri. Y futurista, pues la tiene lugar seis años después de que se publicara: en este 2007 (que para nosotros ya es una ucronía, ¡paradojas de las etiquetas literarias!), los movimientos de las placas tectónicas han convertido el continente sudamericano en un infierno, y el Ecuador en un lugar inestable política y geológicamente hablando, no demasiado apto para la vida humana, la cual requiere cantidades industriales de crema antisolar para evitar las quemaduras producidas por los imparables rayos ultravioleta. El Ejército de Estados Unidos anda ocupado en Colombia y en otros países adyacentes, en compañía de las fuerzas militares de las Naciones Unidas, y no tiene tiempo para tonterías, como por ejemplo, el pequeño proyecto de investigación científica que pretende colocar balizas GPS en la isla de Sangre de Dios (la más occidental de las Islas Galápagos) para detectar con antelación los continuos movimientos sísmicos. Los científicos tienen que pedir favores a los mandos castrentes de los USA, y lo que consiguen es un pequeño equipo de reservistas de las Fuerzas Especiales, incluido un chalado que sobrevivió a Vietnam y que responde al nombre de Savage.

En principio es una misión sencilla y sin peligro, pero el caso es que, en cuanto llegan a Guayaquil, los gángsters locales (qué pillastres tan rápidos) les roban la munición, que en esos momentos, por allí, es oro puro. Así que, sin armas, se marchan a Sangre de Dios para hacer de niñeras de los bebés científicos. Qué coñazo para las Fuerzas Especiales. Qué aburrimiento.

Peeeeeero... en Sangre de Dios está pasando algo muy feo y muy grande. Tiene que ver con los terremotos, y con cosas muy pequeñitas que han salido del subsuelo de los fondos marinos, y que afectan a otras cosas que llevan mucho tiempo viviendo en la isla: unas líneas más arriba, decía yo que "el hibridaje y las mutaciones son parte de la evolución". Pues eso mismo...

Así, tenemos un escenario cerrado en el que un grupo de personas experimentadas tendrán que hacer frente a una amenaza mortal con las manos desnudas, como en El faro del fin del mundo, como en La jungla de Cristal, como en El enigma de otro mundo.

¿Tengo que decir que me lo he pasado bomba con Cuenta atrás?

 

Sea sensato (no como yo) y busque esta edición en tapa dura de nuestra novela. No se le descuajaringará a las cincuenta páginas.

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En una entrevista de 2019, Hurwitz decía: "‘There are two things you can’t do in a novel,’ says Hurwitz. ‘You can’t make a gun mistake and you can’t kill a cat, because the gun people and the cat people will come after you. I made a gun mistake 20 years ago and I still get emails about it!’" En román paladín: "Hay dos cosas que no puedes hacer en una novela. No puedes cometer un error con un arma de fuego y no puedes matar al gato, porque la gente de las armas y la gente de los gatos vendrán a por ti. Cometí un error con un arma hace 20 años y ¡todavía recibo correos electrónicos al respecto!"

Simplemente por este simpático comentario, y tras haberme zampado Cuenta atrás, me he convertido en lector continuista (que no necesariamente incondicional) del autor.

 

Gregg Hurwitz, en una imitación casera de la criatura de The Thing de John Carpenter, basada en la maravillosa novela corta de Campbell, Jr.

 

La traducción al castellano de Carolina Isern es competente, aunque le habría venido bien que un corrector serio se trabajase un pelín algunas repeticiones de palabras. Pero no es importante, ni afecta a la lectura.

La edición de bolsillo que he leído se me ha deshecho entre las manos: la goma de la encuadernación se ha secado y el libro, ahora, es una baraja. La ilustración de portada, por cierto, es de mi amigo Alejandro Colucci, en uno de los trabajos más antiguos que le conozco.

 

La goma de la encuadernación se ha quedado rígida y débil tras el paso de 19 años, con consecuencias nefastas para la lectura.

 

Un libro de bolsillo con 19 años de edad. Tengo libros con encuadernación fresada hace 70 años y se pueden leer sin que se quiebre la goma.

 

Y, para finalizar, algunas consideraciones sobre otras obras:

Mientras he estado leyendo Cuenta atrás, he tenido en mente todo el rato una novelita de Curtis Garland, El día de la mantis (La conquista del espacio nº192, abril de 1974), que me consta gustó a pocos, y que para mí es una diversión tan grande como la mantis gigante que aparece en la historia. No hice reseña en su día, y me ha sorprendido ver comentarios de amigos lectores que la ponen a caldo. A mí me parece una obrita maravillosa.



El día de la mantis (1974).

 

La otra novela con la que es imposible no comparar Cuenta atrás es la posterior Henders (Fragment, 2009) de Warren Fahy, que leí en 2015 tras ver la recomendación del gran escritor y amigo, Armando Boix. Henders tiene en común muchísimo con la novela de Hurwitz, pues tiene un planteamiento casi idéntico: militares que escoltan a un grupo de científicos que van a realizar un reality show (¡!) en una isla desconocida. Y lo que encuentran en la isla de Henders, igual que sucede con la isla de Sangre de Dios, tiene mucha hambre y ganas de reproducirse...

 

Henders, trad. de Gerardo di Masso (Planeta, 2010).

 

Fragment (2009), la versión original de Henders.

 

Por supuesto, también la recomiendo fervorosamente a los amantes de estas voluminosas virguerías palomiteras, que mantienen vivo el espíritu de Verne, de Conan Doyle, y del mismísmo King Kong, rey de la isla de la Calavera. 

Y es que, amigos, yo también soy pecador, y bebo de las mismas aguas que todos los demás pecadores, y me aupo a los hombros de los mismos gigantes... tal y como se puede comprobar en el volumen cuya portada reproduzco a continuación, a modo de cerrojazo.

¿Quiere usted vacaciones? Viaje a nuestras islas y disfrutará de una experiencia inolvidable...

 

Charlie Marlow y la rata gigante de Sumatra (2012). Sigue a la venta.

lunes, 29 de julio de 2024

sábado, 27 de julio de 2024

Resumen de la segunda quincena de julio de 2024

 


 


El mes de julio nunca se acaba demasiado pronto, y en el Matilda Biggs nos gustaría darlo por terminado... pero sabemos que aún coleará tres días de la próxima semana. Vean, si no, los calores que hemos pasado con Marc. R. Soto, Andrew Klavan y José Mallorquí, y los diversos periplos que hemos propuesto los últimos días: a la caza y captura de la bestia de Gévaudan y el Monstruo de Jerusalén; en busca de obras inexistentes y la magia de traerlas a la realidad; y más, mucho más. Adelante.