19 de septiembre de 2023
La forma en que algunos mueren, de Ross Macdonald. Editorial Alfa, Colección Los Extraordinarios, 1985.
De acuerdo con Philip José Farmer, el detective privado Lew Archer era hijo natural de Sam Spade y de la esposa de su socio, Archer. (Farmer también decía que Spade era descendiente del profesor George Edward Challenger, creo recordar que por vía del periodista Edward Malone y Enid, hija de Challenger. Pero no me hagan mucho caso. Ni a Farmer).
Si continuamos con el punto de vista mitográfico creativo, el cronista de Lew Archer fue Kenneth Millar, que firmó la versión literaria de los casos de Archer con el nombre de Ross MacDonald. Millar recogió, al menos, 18 casos de Archer, publicados como otras tantas novelas entre 1949 y 1976, así como un buen puñado de cuentos más, alguos de ellos inconclusos.
The Way Some People Die (1951) es la tercera novela de serie de Archer, y en castellano está traducida como La forma en que algunos mueren. Siempre me resulta difícil decir cosas sobre las historias de Lew Archer, o al menos, cosas que no sean pura generalidad. Por ejemplo: es una lectura maravillosa y absolutamente recomendable. Te pone los pelos de punta y te hace reír, y la versión española realizada por Raquel Bengolea es muy buena, pero la edición habría necesitado un repasito ortotipográfico. No me atrevo a decir que sea una de las mejores novelas de la serie de Archer, porque, como decía mi querido y llorado amigo, el escritor vasco Javier Abasolo, "MacDonald sólo escribió una novela. Pero cada vez lo hacía mejor". Si La forma en que algunos mueren es la tercera de Archer, y El martillo azul (The Blue Hammer, 1976) es la última, no podemos detectar muchas diferencias, salvo el hecho de que El martillo... es una insuperable obra maestra de la literatura, un puro martillazo en la sien del lector, del que difícilmente se recuperará durante el resto de sus días.
De acuerdo con mis notas, mi primera (y un poco tardía) aproximación a MacDonald y su Archer fue el 5 de julio de 2010, con la lectura de El caso Galton (The Galton Case, 1959), octava novela de la serie. Poco después, el 9 de julio de ese mismo año, finalicé Dinero negro (Black Money, 1966), décimo tercera entrega de Archer. Y ahí tuve que detenerme, porque imagino que ya no soportaba más tensión dramática y más belleza. (Lo que me leí a lo largo del día 10 de julio, para distanciarme de esas sensaciones, fue el volumen Un hombre llamado Spade de Dashiell Hammett, mucho más directo y menos visceral que el puñetero Archer... pero me quedó la sensación de que sí, que el detective de la Costa Oeste era descendiente del tipo que investigó el caso del Halcón Maltés). Después, y hasta 2018, leí seis o siete u ocho novelas más de la serie de Archer, y luego alguna otra, y ahora La forma en que algunos mueren. Tengo la sensación de haber leído mil novelas de MacDonald y, al tiempo, como indicaba Abasolo, tan sólo una novela. La misma.
Lo que puede parecer una crítica, es en realidad la constatación de un hecho: soy incapaz de reproducir el argumento de cualquiera de las novelas de Archer. La que acabo de tragarme en un par de días comienza con una madre que busca a su hija desaparecida. Dentro de una semana, habré olvidado a los hermanos Tarantine, a los gángsters, al sheriff, al camello que abusa de chicas mientras ellas están de viaje por vía intravenosa, a Danning el actor frustrado, a la divorciada que vivía para cuidar a sus hombres... Estoy seguro de que olvidaré el desenlace y solución del misterio que ha pasado por ex boxeadores, matones, ladrones, estafadores, asesinos y, sobre todo, mentirosos. En las historias largas de Archer, es casi imposible seguir la pista del argumento, porque lo que realmente importa es todo lo que está sucediendo en cada escena, todos los retratos, todos los diálogos, todas las descripciones poéticas -que no aburridas, no, no, no, en absoluto- de los lugares que visita el protagonista, el festival de perfumes y hedores, el sexo implícitamente explícito (o al revés), el desfile de parias y de personajes insólitos o terriblemente familiares... El misterio, el caso, es tan sólo el hilo argumental, y si MacDonald comete algún error o hace alguna trampa, ni me entero ni me importa. Lo único que tengo claro es que el recorrido es siempre una gozada para cualquier lector dispuesto a dejarse llevar, y también, que Archer resolverá el caso y nos contará hasta el último de esos detalles que, en realidad, ya nos importan un bledo en las últimas páginas.
No sé cómo es posible que leyera dos novelas seguidas de Ross MacDonald allá por 2010; supongo que, como era más joven, no terminaba de creer lo que mis ojos y mi cerebro habían procesado, y tuve que repetir la experiencia, como un niño que quiere volver a subir a la montaña rusa porque la primera vuelta le ha resultado insuficiente.
Ahora soy más viejo y ya me conozco los entresijos de la atracción de feria casi de memoria. Y prefiero espaciar los viajes con Lew Archer, o prepararlos con antelación. Tantas emociones reales a flor de piel son demasiado para cualquiera. Al niño le gusta la montaña rusa, el adulto ha llegado a la conclusión de que sí, que está muy bien... pero le da un poco de miedo.
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