jueves, 30 de mayo de 2024

La casa negra (1981), de Patricia Highsmith

 


24 de mayo de 2024

A Patricia Highsmith, de fama internacional, no se la puede leer sin tener ideas preconcebidas respecto a su obra, pues precisamente su fama de persona antisocial y de carácter (de mal carácter), descreída, etc., la precede. Y el personaje, como sucede con tantos otros autores, se come a la escritora.

Highsmith, en su madurez.

Muy pocos de los que la conocieron tenían una buena opinión de ella como ser humano, pero estaban de acuerdo en que era una autora absolutamente brillante. Al margen de lo que dijeran sobre Highsmith unos y otros, yo soy uno de sus admiradores, pero eso sí, voy con pies de plomo cada vez que me pongo con uno de sus libros, porque todos y cada uno de ellos son peligrosos y pueden hacer que el mundo se te venga encima. El pesimismo de Patricia Highsmith es más un montón de verdades incómodas apiladas una sobre otra y sobre otra, que un ataque a la naturaleza obscenamente egoísta y ridícula del ser humano.

También hay quien dice que Highsmith le aburre. No me extraña, porque no es una autora que necesite recurrir de forma sistemática a las tripas de fuera o a los helicópteros de combate o a los tiroteos o las peleas de puñetazos para hacernos entender su punto de vista y la moraleja de sus historias, que es la de la inmoralidad humana, o mejor, que no hay moraleja. Si por ella hubiera sido, apuesto a que ya nos habríamos extinguido.

No me sorprende. Y ni siquiera me parece mal. Es lo que uno puede esperar de una artista de la incomodidad, una maestra en el arte de hacernos sentir mal por ser quienes somos.

***

Highsmith, de mediana edad.

Hablando en términos de literatura de terror, pues eso es lo que cultivaba Patricia Highsmith, estableceré la siguiente (odiosa) comparación: si Lovecraft propuso que el ser humano era una insignificancia que no merecía calificativos positivos ni negativos precisamente por su pequeñez ante el gran horror de la vastedad, la infinitud de un cosmos que está repleto de gigantes inconcebibles; Highsmith postulaba, por el contrario (o de forma complementaria) que, después de todo, sólo estamos nosotros, y eso es lo que cuenta. Y ese "nosotros" es mezquino, estúpido, malvado, abominable, aberrante... y esto, sin necesidad de recurrir a especies extraterrestres o de otras dimensiones. Highsmith ni siquiera se parece a Jack Ketchum, supuesto repórter del lado más oscuro del ser humano, pues Ketchum nos informa de los extremos de la malignidad de nuestra especie. Patricia Highsmith nos cuenta más o menos lo mismo, pero para ella no hace falta que unos vecinos paletos torturen hasta la muerte a una chica: un simple grupo de amigos bien avenidos (en apariencia) pueden ser igualmente horripilantes, incluso mucho más que los de aquella banda de la que hablaba Peter Debry. Esto, el terror generado en el seno de la manada humana -del grupo de amigos-, es lo que recoge en el escalofriante "No era de los nuestros", perteneciente al volumen de cuentos La casa negra (The Black House, 1981), que en mi edición de Alianza de 1985 (reimpresión de 1988), no acredita a un traductor. Una pena, pues es un gran trabajo, de acuerdo con La Tercera Fundación, de Maribel de Juan.

Highsmith, en su juventud.

Este volumen es, de arriba a abajo, una especie de "anti-Alfred Hitchcock presenta", es decir, un cúmulo de finales que un lector poco avisado (y lo he escrito bien: avisado, no "avispado") podría considerar truncos, y que son más redondos que el mejor giro final inesperado: quizá por eso mismo, por la ausencia de verdadera sorpresa o de elemento realmente extraordinario, estos finales son inesperados y suponen un mazazo intelectual y emocional, todo a la vez.

La serie de TV de Hitchcock.


En las historias de La casa negra, ninguna buena acción queda impune (salvo, quizá, en "Bajo la mirada de un ángel sombrío"... aunque aquí, en realidad, lo que ocurre es que se premia una mala acción). Por ejemplo, tenemos la buena acción del relato marítimo "El sueño del Emma C.", donde unos marineros rescatan a una bella joven del mar y, en consecuencia, la tripulación se sumerge en un caos mental onírico tan terrible como hermoso.

 


"Tener ancianos en casa" es otro ejemplo de buena acción castigada, pero en este caso, habemus retruécano y "contrapuntos, que se suelen quebrar de sotiles" (Don Quijote, Parte Segunda, cap. XXVII): la "sotileza" de Highsmith, aquí, se convierte en una burrada que podría haber pergeñado Richard Laymon, el hombre que escribió el insuperable relato "Kitty Litter" (1992), inédito en castellano y un reto para cualquier traductor.

 

Portada de la primera edición en inglés, 1981.

 

Luego tenemos las historias que tratan sobre la estupidez humana, que por fuerza resulta peligrosa. "Donde fueres" es un estupendo ejemplo, con una magnífica ambientación italiana que nos hace pensar en algunos de los mejores relatos de Daphne du Maurier (en concreto, sus historias venecianas, que son archiconocidas). En este cuento tenemos por protagonista a la bella, turgente, esposa ornamental de un alto cargo del gobierno, que empieza verse acosada por un par de pervertidos, sin otra relación entre ellos que su fascinación por la dama: uno es un mirón, y el otro es un sobador. Lo que el lector debería saber de antemano (y si no, lo aprenderá en esta historia) es que la vida es muy complicada, tu mejor amigo es tu enemigo, y la venganza, como la guerra, hace extrañísimos compañeros de cama... y de crimen.

También sobre estupideces trata "Acabar con todo", relato de un joven con dos prometidas, y su solución al problema; y lo mismo sucede con "Lo que trajo el gato", sobre el hallazgo de un fragmento de persona, y "Desprecio de tu modo de vivir", que combina la idiocia con la buena acción que merece un castigo.

 

Highsmith con un gato. Como tantos otros humanos, la autora era más de gatos que de personas.

 

El volumen se completa con tres historias que, si no son las mejores (porque el nivel de disfrute con los cuentos de Highsmith es siempre difícil de cuantificar), al menos son las más distintas:

"La cometa" es la historia de un niño. Y podría ser un cuento de Ambrose Bierce, paisano y predecesor de Highsmith, por su deliberada amoralidad y mala leche. (Estos dos, pienso, quizá fueran parientes lejanos. Se parecen demasiado en demasiadas cosas).

"La casa negra" es un homenaje a los cuentos de casas embrujadas y de lugares malditos... pero escrito por nuestra querida repartidora de vinagre. No diremos más que cualquier otro autor habría hecho cualquier cosa, menos lo que se le ocurrió a Highsmith.

"Los terrores de la cestería" me ha impresionado por muchos motivos. Primero, es quizá el único de esta serie que cuenta con un elemento que podríamos denominar fantástico o sobrenatural. Segundo, esboza una teoría antigua sobre atavismos en el ser humano, la de la "memoria racial", que podemos rastrear en autores como Rider Haggard, y la autora aplica sus consecuencias de un modo interesantísimo. Tercero, tengo mis dudas acerca de si esta historia producirá miedo o inquietud a cualquier lector: mucho me temo que Highsmith la concibió para mí, o para algún otro lector que padeciera problemas psiquiátricos y cierta apertura de mente. No creo que sea un relato para todos los públicos y, aunque sólo tiene una interpretación, posiblemente no agrade a casi nadie.

Pero es que Patricia Highsmith ya no es una autora para todos los públicos. Y, la verdad, ardo en deseos de ver cómo "retocan" su obra los censores modernos y "conservan el espíritu original"... 

 

Copia autógrafa de "The Black House". Es la número 12, o puede que la número R. Con esta autora nunca se sabe...

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