La nota que hemos extraído de Memorial Literario (Madrid), correspondiente a noviembre de 1789, posee el tono impersonal, objetivo, directo, científico, insensible, que debe tener el redactor periodístico, ya sea en el siglo XVIII o el XXI. Y, sin embargo, por entre estas líneas impresas detectamos que el sentido de lo maravilloso se desborda, a pesar de cualquier esfuerzo por contenerlo. De la primera a la última línea, estamos ante el relato de una aventura y de un descubrimiento: "pasaron por una hoyada profunda"; "su cabeza, algo descompuesta y como trillada de pasajeros que por allí tenían senda para el mar, no ofrecía a la vista ni ojos ni fístulas respiratorias"; o este otro pasaje que dice
"Desde que el sol nace se hace insufrible su calor en la profundidad hasta el medio día; y en esta hora se mueve un viento tan fuerte y verticoso, que embarazando a los hombres casi la estabilidad, los ciega con la arena que agita en incesantes remolinos."
Ya
quisiéramos, para el día de hoy, tener periodismo (científico,
político, o de sucesos) que pudiera arrojar párrafos como el anterior.
Hacernos sentir vivos, embriagados de curiosidad, creyentes a pies
juntillas en el prodigio que sin duda es real y no superchería: eso
logra el anónimo autor de la noticia, ateniéndose a los hechos de manera
férrea, objetiva. Y al mismo tiempo, implanta en nuestros ojos la
imagen imposible, mágica: dos hombres que contemplan un leviatán
esculpido en roca, al fondo de un vallezuelo hostil del Nuevo Mundo.
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