28 de noviembre de 2023
A veces es bueno hacer como mi madre y abordar un libro sin conocimientos previos, tan sólo por la corazonada que te transmite la imagen de cubierta, o la risa que te produce el blurb (el comentario elogioso que se suele poner en fajas de papel, cuando no impreso directamente en el libro). En el caso de La caza (Hunting Badger, 1999) de Tony Hillerman, el blurb es de Robert Redford y dice, debajo de una foto del autor: "Sus novelas son lo mejor que he leído nunca".
Es un comentario que podría haberme echado para atrás, porque sinceramente, a Redford lo considero un buen actor, y hasta me cae bien; pero me pone un poco en guardia su faceta de activista (una palabra que rima en consonante con "oportunista"). La verdad es que no soy un gran fan del Festival de Sundance, que auspicia Redford, por mucho que de allí saliera Reservoir Dogs en 1992. También creo que, el hecho de que Alan Moore lo convirtiera en sucesor de Nixon en la presidencia de Estados Unidos (en Watchmen nº12, 1987), fue una forma de exorcizar la improbable carrera política del actor. (En realidad, aquello era un chiste sobre "RR", Ronald Reagan. Pero bien está lo que bien acaba). Y además de todo esto, no me parece que Robert Redford sea una autoridad como lector. Que a lo mejor es muy bueno, ojo, pero es que lectores buenos... hay un buen puñado.
En fin: que el blurb me dio la risa y me gasté un euro por una edición gigante de la colección Gimlet, de Ediciones Diagonal, con la letra bien gorda, como a mi prescibia y a mí nos gusta.
Tony Hillerman (1925-2008), hace una porrada de años.
La caza es una bonita y breve novela policíaca, de esas que yo considero hijas, o más bien nietas, del costumbrismo policial que instauró la serie del comisario Maigret de Georges Simenon. Es decir: que el protagonista (o protagonistas, como en este caso) es el policía y, aunque podamos entrever algo del subgénero procedimental, en realidad lo que nos están contando es la visión y los avatares de la persona, que circunstancialmente, también es agente de la ley. Imagino que el lector podrá pensar por sí mismo en buen puñado de ejemplos de "hijos de Maigret" de todas las nacionalidades.
En el caso de Hillerman, sus polis son indios navajos o, como los denominan sus encarnizados enemigos de otro tiempo, los ute, "Cuchillos Sangrientos".
Nuestra novela parte de un hecho real que tuvo lugar en 1998, cuando tres criminales por los cañones del Colorado después de asesinar al agente Dale Claxton, y la persecución, comandada por el FBI, que tuvo lugar. La tesis de la historia es que, para hacer ese trabajo de rastreo, el FBI tendría que haber dejado el caso en manos de las agencias locales, como la Policía Tribal, en lugar de soltar por en medio de aquellos intrincados cerros y valles a cientos de polis dispuestos a recibir el balazo de un francotirador en cualquier momento. Para demostrar esta idea, Hillerman presenta un caso análogo y fictio en 1999: tres criminales que han atracado un casino indio y han huido por las anfractuosidades del terreno, en camioneta y luego, quizá, en avión. Pero esta vez, el sargento Jim Chee, que ya anduvo por las montañas en 1998 por orden el FBI, y el agente retirado Joe Leaphorn (también conocido como el Lugarteniente Legendario), van a verse envueltos en la investigación de un modo más directo, aun en contra de sus deseos, pues Jim está muy bien de vacaciones y Joe disfruta de su tranquilísimo retiro.
Leaphorn es una suerte de Sherlock Holmes que aplica la filosofía navaja a los misterios criminales (todo es consecuencia de lo que hay a su alrededor y todo está conectado, la mariposa y el desprendimiento de nieve, el canto de la alondra que calma al guerrero, etc.); y Chee es un Watson que admira a su viejo jefe y aspira a convertirse en chamán (de los que curan enfermedades y hablan con los espíritus), por rollos familiares, y porque le va la marcha del misticismo de su pueblo. Entre encontronazos con el FBI (Chee tiene un temperamento bastante fuerte), desayunos, comidas, cenas, caminatas y paseos en coche, y algún que otro entierro más o menos dramático, así como reflexiones sobre la vida y la muerte y unas cuantas leyendas de la región, discurre este correcto relato traducido al castellano con solvencia por Concha Cardeñoso en 2001. (Yo habría traducido "lieutenant" por "teniente", a secas. Pero habríamos perdido la aliteración de "Legendary Lieutenant". Aunque creo que no habría pasado nada).
Ciertamente, es una lectura agradable y sin demasiados requiebros, con un misterio que empieza y termina como tiene que terminr. Lo que también me queda claro es que, antes de La caza, hay otras 13 novelas de Leaphorn y de Chee, juntos o por separado, y que después habrían de llegar unas cuantas más, hasta el fallecimiento del autor en 2008. Como los personajes son muy simpáticos y Hillerman parece que sabe de lo que habla, es bastante probable que vuelva a visitar la diminuta caravana de Jim Chee y acompañar al Lugarteniente Legendario en sus largos paseos al aire libre. A ver qué problemas intrincados pero cotidianos se les presentan...
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