Edición de Poliedro (2004), fotografía de Michael Banks. |
13 de diciembre de 2023
Black Hornet (1994) es la tercera novela de la serie del investigador circunstancial Lew Griffin, creado por el norteamericano James Sallis en 1992 con The Long-Legged Fly (en castellano, El tejedor, Poliedro, 2003). Sallis procede del mundo de la ciencia ficción, género del que ha publicado una carretada de cuentos desde 1967. De éstos, hay un puñado traducidos al castellano aquí y allá, incluso en la célebre y llorada Nueva Dimensión. Harlan Ellison hablaba maravillas de Sallis y, como marca de fábrica, nuestro autor menciona El extranjero de Albert Camus en todas y cada una de sus novelas. O eso dicen por ahí.
La típica lectura de los negros de barrios bajos en Nueva Orleáns, en los años 60-70. |
Si hubiera sabido esto último (lo de Camus) antes de empezar a leer El avispón negro (traducción al castellano de Elena de Grau), se me habría puesto la mosca detrás de la oreja. La única información previa que me ha hecho ir con el pie echado es la que proporciona la solapa biográfica del libro, que comienza diciendo: "James Sallis (Arkansas, 1944) es poeta, novelista [...]", y con ese arranque ya saltaron mis alarmas. Para entendernos: si a James Ellroy lo llamas "poeta" en su jeta, es probable que te suelte a su perro Barko para que te muerda la garganta y te desangres poco a poco. Si a Elmore Leonard le hubieran dicho "poeta", él habría respondido "pues súbete la bragueta". Si se lo dicen a Michael Connelly, imagino que responderá: "Disculpe, se confunde. Usted se refiere al otro, a Connolly, el irlandés. No se preocupe, me sucede a menudo. Todos los días, de hecho". Cualquier año de estos, Quentin Tarantino obtendrá el Nobel de Literatura por sus guiones cinematográficos, que convierte en poemas conceptuales de tipo visual.
¿Me explico? Bien, basta ya. Vamos al tajo:
Estamos en... ¿los años 70, más o menos? Supongo que sí. Aunque el narrador está en el presente, que imagino será 1994. No importa.
En Nueva Orleáns hay un francotirador que mata gente al azar. Es un imitador de una nueva moda: negros que matan blancos en tiroteos furibundos, sin motivo aparente.
Lew Griffin, nuestro narrador, es un negro de aspecto peligroso (pero muy, muy, muy buena gente; Tiene el corazón de oro & other Great Hits) que trabaja para una agencia de detectives haciendo chapucillas, sobre todo como guardaespaldas. El tío es complejo: por una parte, es un alcohólico tirado que vive a escondidas en un lugar de mala muerte, invisible para la sociedad; por otro, es lector de Camus, de novelas difíciles, y de ciencia ficción. De Philip K. Dick, por ejemplo. Su novia es una camarera negra muy guapa que casi, casi, casi es una profesional de la calle. Casi, ¿vale? Pero también lee, ¿eh? Ojo. Tiene en su casa revistas y "una cosa que se llama El asesino dentro de mí". (La Verne, que es el nombre de la chica, tiene un gusto excelente, en mi opinión).
"...una cosa que se llama El asesino dentro de mí..." Qué cachondo, el señor Sallis... |
Mientras Lew sale de un bar a la calle con una conocida periodista local, una cuarentona cotilla y también alcohólica, el francotirador ataca y mata a la mujer ante las narices de Lew. Y ahora, claro, un asunto que a él ni le va ni le viene, se convierte en algo personal. Chaaaaaaaaaaaaaan...
Así, entre vaso y vaso de bourbon, de whiskey, de ginebra, de vodka, de lo que sea, y palizas varias y algún tiroteo, Lew Griffin se va acercando al anónimo francotirador, tirando de la lengua a sus amigos, todos ellos viejos negros, músicos de blues, antiguos mercenarios, periodistas... Y también andan por ahí agrupaciones de activistas negros, desde los supuestamente pacifistas Yoruba (hay por ahí un robo de unos cuantos miles en fondos donados a Yoruba que se cruza en el camino de Griffin) hasta los Panteras Negras, y otros individuos incluso más belicosos.
Lew lo entiende todo y a todos, que es lo mismo que decir que no entiende nada ni a nadie. El mensaje está claro: ya no hay carteles de retretes para negros, y "los de su clase" ya pueden entrar por las puertas principales de los hoteles y sentarse a las barras de bar a emborracharse como cualquier blanquito. Pero siguen viviendo en un apartheid, condenados al fracaso y a la miseria. Que sí, que esto es así. Pero no me lo cuente usted, señor Sallis: muéstremelo.
Con esto, el lector debería hacerse una idea aproximada de qué se va a encontrar en esta novela.
Los Panteras Negras, en sus buenos tiempos. |
Ahora bien, vayamos con mi impresión: la parte política y quejosa es tan obvia que resulta panfletaria. La narración, lamento decirlo, es muy confusa, y creo que por una vez, la culpa no es de la traducción: Sallis plantea diálogos en los que no sabemos ni qué personajes están hablando, ni dónde están, ni nada de nada, hasta que han transcurrido varias páginas. Y encima, se marca unos párrafos poéticos sobre el pasado (¡y sobre el futuro!) en mitad de cualquier segmento de la historia, esté contando lo que esté contando. Te pierdes. No se entiende. Te obliga a volver páginas atrás. Te dan ganas de saltar del coche en marcha y acabar con tu sufrimiento.
Poesía moderna, pura y dura.
A todo esto: la foto en grises de la solapa, en la que vemos a Sallis con su gato (punto a favor), me hizo pensar que el autor era negro. (Creo que, ahora, la corrección política dicta que se llame afrodescendientes a los negros. El problema es que, en Albacete, hay un buen puñado de afrodescendientes, pues yo los veo jugar en la calle y salir del colegio y esas cosas; pero más todavía son los africanos africanos, o sea, adultos nacidos en los más diversos países del África negra -¿o será "el África afrodescendiente"?-. Y por otra parte, mis buenos amigos Jalil y Lila son africanos... pero de Túnez y de Argelia, respectivamente. Y bastante blancos de piel, diría yo. Ahora menos, porque se han trasladado de Madrid a Alicante, y algo se les habrá pegado el sol de Levante. En fin...) Pero no: resulta que Sallis es blanco. Y que ha escrito no una novela, sino varias, sobre un detective negro que denuncia el racismo en la sociedad estadounidense.
Sorprendente giro de los acontecimientos, ¿verdad? (Esto, por cierto, ya lo había hecho Ed Lacy, judío y americano y blanco como la cal, en los años 50 y 60 con su personaje, el detective negro Touie Moore. Y un poco después, desde 1965, el también americano y también blanco John Ball creó la figura del Teniente Virgil Tibbs, al que todo el universo recuerda encarnado por Sidney Poitier).
James Sallis. Resulta que no es negro. |
El detective negro (1957) de Ed Lacy.
La primera novela de Virgil Tibbs, publicada originalmente en 1965. |
Por mí, perfecto. El problema es que no le creo una palabra a Sallis. No me suena a verdadero. No me creo a ese outsider llamado Lew Griffin (en homenaje a Lew Archer, supongo), que es un matón hiper cultivado en el mundo literario y, al mismo tiempo, un bondadoso fuera de la ley que tiene un pie a cada lado del charco e imparte justicia con sus propias manos. Vamos, sin ir más lejos, como yo. Ni más ni menos.
Añadiré que, quien hizo todo lo anterior, pero con una matrícula de honor (y sigue haciéndolo, que yo sepa) es Walter Mosley, norteamericano y negro, en su serie del detective Easy Rollins, un personaje enorme. Con la voz de su protagonista, Mosley realiza un largo recorrido por los Estados Unidos del racismo desde los años 30 hasta los 70 (por lo menos), sin necesidad de decir una mierda ni de emitir un puñetero juicio... pues Mosley lo que hace es mostrar esa mierda. Con claridad, con sujeto y predicado, con nombres y adjetivos. Con todas las letras. Y ya, el lector juzgará qué coño ha leído. Sin llantinas ni pataletas.
No sé. Me pregunto si Sallis siente que, por ser blanco, tiene que pagar algún peaje.
Walter Mosley sostiene entre sus manos a Edgar Allan Poe. Cosas de Grandes Maestros. |
La primera novela (1990) de la larga serie del detective negro Easy Rollins: maravillosas, todas las entregas. De verdad. |
Y, como diría Colombo desde la puerta de salida, "ah, una cuestión más": Sallis es una autoridad en la figura de Chester Himes, el gran escritor negro de la serie ídem, un clásico inmortal, absolutamente maravilloso. Himes aparece como personaje en la novela como el exiliado voluntario que fue (está enterrado en Alicante, si no recuerdo mal). He visto pocos cameos de famosos tan gratuitos como este. En serio.
En las últimas diez páginas de El avispón negro, se cita a James Joyce, a Herman Melville, a Poe, a Don Quijote, y hasta Más que humano de Theodore Sturgeon. Pero también la versión de Martín Fierro que escribió Borges, y el gran final (la última página) es, directamente, una cita de En los reinos de Taifa de Juan Goytisolo, nada menos.
Más que humano, de Sturgeon. |
Chester Himes en 1936. |
Me imagino a Chester Himes, el hombre que mostró al mundo la suciedad, la pobreza, el horror de Harlem a través de Sepulturero Jones y Ataúd Johnson, detectives del NYPD (a los que la novela cita mal, pues cambia el nombre de uno de ellos... pero es un fallo de corrección), leyendo esta obra de Sallis y pensando: "Exactamente ¿qué es lo que hice mal?"
Y me imagino a Walter Mosley en la misma circunstancia, pensando: "No es suficiente con que me tenga que largar de Netflix como guionista de su Star Trek de mierda por utilizar la n-word, y ahora esto".
De todo corazón, lo siento muchísimo por el trabajo del compañero James Sallis, que imagino debe tener muy buena intención. Pero, con honestidad, cuando la ficción que escribes no es más que un cúmulo de paparruchas (pensamiento mágico, en el mejor de los casos) y falsos sentimientos de culpabilidad, te alejas de la literatura y te acercas peligrosamente a la peor clase de propaganda: la que no se traga ni tu propio público, porque ni siquiera está bien escrita.
Mis disculpas si he entendido mal a Sallis, pero esto es lo que he leído, y esto es lo que pienso al respecto: que antes de volver a acercarme a Sallis, me pondré con unas cuantas novelas que no he leído de Himes. Porque me gusta que me cuenten la verdad de primera mano, y no que me vendan motos.
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Algunas obras de Chester Himes disponibles en castellano. Hay muchas más:
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