viernes, 26 de abril de 2024

Rancho X, por El Batería de los Debodis (2024)

 


23 de abril de 2024

Las historias que escribe Alejandro Salvador Alcantud (también conocido como "El Batería de los Debodis") me generan sentimientos encontrados y cierta inseguridad e incomodidad. No como Saló de Pasolini, que está claro que produce repugnancia y admiración, pues el director italiano la concibió como un definitivo tiro en la nuca, un jaque mate a la crítica y al espectador desinformado. La película más terrorífica que se ha filmado no es El exorcista de William Friedkin, sino Saló. Y los peores críticos de Pasolini decidieron asesinarlo el 2 de noviembre de 1975, poco después del estreno del filme. Con tortura incluida. En Albacete, la Filmoteca tenía programada Saló hace unos años (ya en el siglo XXI), pero no recuerdo quién saboteó la proyección, y sufrió la censura: no se proyectó. Me quiere sonar que coincidía con algún festival cinematográfico local, y que Barry Gifford, invitado, anduvo por aquí de bares con Matt Damon.

Esa es la ciudad sobre la cual escribe El Batería de los Debodis.



Alejandro no frecuenta el splatterpunk ni la crítica social realista (como si el realismo fuera posible en literatura), sino el infame mundo del patetismo. Lo patético es lo que mueve a tristeza, y también es lo ridículo, lo lamentable, lo penoso. La contemplación de lo segundo (lo ridículo) lleva a lo primero (la tristeza). Es lo que aquí llamamos "vergüenza ajena" y en inglés, "Spanish Shy", si no recuerdo mal.

Los españoles somos de vergüenza ajena, en efecto. Sentimos como propio el ridículo de los demás. Y nos duele e incomoda sobremanera. Para que el ridículo de alguien te lleve a la risa, ese alguien tiene que caerte muy, muy mal. Por ejemplo: alguien que, en pleno siglo XXI, censura la proyección de Saló.

Así, en las partes supuestamente humorísticas de las obras de Alejandro, la verdad, no me río nunca. Las sufro, como si el ridículo fuera mío. Como eso de Saló en la Filmoteca de Albacete.

Ni puta gracia, oiga.

***

 


Por algún motivo que no termino de entender (supongo que porque nunca conoces del todo a nadie), Alejandro, una de esas excepcionales buenas personas que, por difícil que parezca, lo son demasiado, se ensaña con sus personajes (contra sus personajes) de un modo más perverso que un Michel Myers, un Freddy Krueger o un Jason Voorhees: a fin de cuentas, a las víctimas de estos monstruos, al final, las matan. Algunos de los personajes de Alejandro sufren torturas y violencia física, por supuesto; pero sobre todo, sufren su exposición como criaturas patéticas en todas sus dimensiones: la física, la psicológica, la espiritual, la circunstancial... En las historias de Alejandro, el azar no hace que te toque la lotería, porque el azar es un hijoputa. Si estás en un relato de Alejandro y te toca la lotería, a continuación violarán a tu hija y le darán una paliza, o te secuestrarán por error al haberte confundido con un millonario (con otro millonario distinto), o te caerá un piano encima, al más puro estilo de Mortadelo y Filemón. Pero al contrario que en los tebeos de Ibáñez, no te arrastrarás para salir con un chichón, sino que tu cuerpo se habrá convertido en una amasijo de huesos y carne y sangre ensartados entre teclas blancas y negras .

Qué risa, ¿eh?



Tampoco es un continuador tremendista de Camilo José Cela, que miraba a sus personajes desde lo alto, como un dios todopoderoso, para hacerles sufrir todo tipo de tropelías (o como AM, la inteligencia artificial de "No tengo boca y debo gritar" de Harlan Ellison). En el caso de Alejandro, el autor no está "allá arriba" sino "acá abajo" o "ahí adentro", y se encarga de recordárnoslo una y otra vez con chistes malos de toda la vida, y con chistes metaliterarios que son auto patadas en los huevos: es decir, que no le importa cometer actos anti reglamentarios que, para "el ojo poco entrenado" (que diría Sherlock Holmes) son errores gramaticales, narrativos, estructurales, ortográficos, sintácticos; y que en realidad son casi una disculpa o una inculpación: "Sí, soy yo, el autor, y no estoy por encima de mis personajes. Mírenme, estoy desnudo en la calle y me acaban de pegar una paliza y todo el mundo se está riendo. Qué penoso, todo, ¿verdad?", y esto, con su sonrisa inocente. A Alejandro no le hace falta vestirse el traje del emperador que solemos lucir los autores. Fingimientos, los justos.

Es perverso, este tío. Cuidado si se lo cruzan. Que no los engañe. Parece un trozo de pan, pero cuando escribe...


Este detalle, esta característica de Alejandro, es lo más valiente que pueda hacer un escritor: exponerse. Que su visión del mundo sea la de "todo esto es un chiste malo y al final te mueres" es importante para comprender el trabajo literario del autor. A mí me resulta casi imposible reírme con las catástrofes encadenadas que son todas y cadas una de sus historias, las largas y las cortas. Su serie de relatos sobre Los Tristes (ilutrados por Jesús Sarrión, y que esperamos ver pronto en forma de libro, pues aparecieron como fanzines) ya era una declaración de intenciones: "No os vais a escapar, ni uno solo de vosotros". Cuando se metió en la distancia larga de la novela con Hello, Liotta (Goodbye, Kitty) (2021), se marcó uno de sus tristes en versión extendida, y encima con título en inglés, para molestar a los puretas del castellano.

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Dicho esto, aclararé que las historias de Alejandro, al fin y a la postre, no son tan tristes. Lo que tienen es una mala hostia de mucho cuidado. Si dijera que en Rancho X estamos ante el engendro parido por la copulación antinatural entre Pulp Fiction y La escopeta nacional, iríamos bien encaminados. Además, los referentes del autor son anglosajones en muchos casos, pero también se deja querer por los clásicos. En las páginas previas de Rancho X reproduce citas de Roald Dahl (otro que tal baila: fabricante de rictus profesional), de Bocaccio... y de Espartaco Santoni, nada menos.


El argumento de Rancho X gira en torno a un personaje, un inglés, que busca un potenciador sexual definitivo para hombres. Me imagino que esto entra en el terreno de la ciencia ficción (por los pelos, como "El camino de Indias" de Bioy Casares). Pero el inglés en cuestión, para llevar a cabo sus investigaciones de "mad doctor" (¿terror?) secuestra a varones, a los que castra en la mesa de operaciones (sí, terror, de acuerdo). Pero claro: como la acción pasa de un pueblo murciano a Londres y luego al castillo de Enya y más tarde a Albacete, parece que estamos en el territorio de José Luis Cuerda y sus comedias surrealistas o absurdas. No obstante, también hay por ahí grupos de agentes secretos cutres que quieren pararle los pies al inglés, y hay investigación policial (¿novela negra?). Y mucha corrupción (¿realismo sucio?). Y las escenas de sexo explícito... pues eso, que son muy explícitas (¿pornografía?).

 


El vaivén de personajes no es mareante, sino todo lo contrario: se digiere todo con facilidad, aunque sea la terrible y dramática historia del escalofriante gitano Almaina, la gerontofilia del Boris Johnson (el inglés, más o menos protagonista), o la pasividad consciente (rayana en la senilidad) de Walter (el de la CIA). ¡Hay hasta una puta con corazón de oro!

Añadamos a todo esto el cuidado envoltorio exterior: la portada con una fotografía insinuante, obra del amigo Mortimer, y que quiere remedar la estética de las novelitas pornográficas de finales de los 70 y principios de los 80, y la contraportada con los falsos blurbs que incluyen el comentario de la suegra del autor (que no creo se haya leído nada de lo que escribe Alejandro, pues entonces ya no sería su suegra).


 

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Conclusiones:

Si Rancho X es inclasificable, es porque entra en el subsubsubgénero que denominamos "bizarrro", no en su acepción clásica (que también), sino en la moderna. Es una obra que genera adrenalina y gasta serotonina. Y se lee de mil amores en el hospital, porque te hace pensar: "joder, pues hay gente que está peor que yo". Lo único malo es que, si consigue hacerte reír, te sentirás mal. Y si no te ríes, será porque te estás conteniendo.

Porque sabes que, en el fondo, eres un cabrón hijoputa, o peor: un desgraciado, un pringado, como los personajes de Alejandro.

Al final, va a resultar que el realismo en literatura es Rancho X.

 

(Solicite Rancho X escribiendo a salvadoralcantud@hotmail.com. No hay edición electrónica. PVP: 18 euros).

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