jueves, 7 de abril de 2022

El mejor libro del mundo cuando tenía 7 años (y ahora también)


El mejor libro del mundo se llama El enigma de las extrañas criaturas, y es obra de un simpático caradura estadounidense llamado John A. Keel (25 de marzo de 1930-3 de julio de 2009). El título original de esta obrita es Strange Creatures from Time & Space (1970), y su edición en castellano, en versión de Lidia Porta, se publicó en 1981, en la colección Enigmas de Libro Express. En esa colección se publicaron otros títulos como El enigma de la Sábana Santa y El enigma de los mapas de Piri Reis (ambos de P. Guirao, al que muchos lectores bolsilibrescos conocemos como Peter Kapra, entre otros pseudónimos), o El enigma de la desaparición de los dinosaurios de Jorge Blaschke.

Yo conseguí mi ejemplar, calculo que hacia 1983 o 1984 como tarde, en la Feria del Libro Antiguo y Ocasión de Albacete, donde formaba parte de numerosos saldos de la época. (Mi memoria no es tan buena como algunos quieren creer, pero me atrevería a jurar que mi hermano Daniel compró, esa misma mañana lluviosa, libresca y maravillosa, su ejemplar -yo no tengo uno, por desgracia, y bien que lo siento- de la edición de Adiax de Los sabuesos de Tíndalos, de Frank Belknap Long, que se publicó en octubre de 1981; de modo que, al menos la fechas saldísticas cuadran a la perfección).

Mi hermano Daniel lo tiene, pero yo no. Y por ahí, lo venden por un pastizal auténtico...

Desde aquel día, habré leído El enigma de las extrañas criaturas no menos de veinte veces, y no puedo imaginar la cantidad de ocasiones en que lo he utilizado como referencia, o me he entretenido en buscar el caso de la Criatura Peluda Gigante de Viloví en Barcelona, o las historias medievales sobre los andantes invasores "peces con armadura", los cerdos monstruosos (de resonancias hodgsonianas) y los perros espectrales que aparecían en iglesias tras la caída de un oportuno rayo, o el caso de la pútrida criatura del pantano que atacaba a los automóviles que pasaban por las inmediaciones de una central nuclear, la cual "había cerrado durante un tiempo debido a un pequeño incidente sin importancia". El libro ha viajado conmigo en tren, en coche y posiblemente en avión (y, casi seguro, también en bicicleta, en mis periplos infantiles por las inmediaciones de la aldea de Calabazas, vecina de Calabacicas y próxima a Casas Viejas). Está maltrecho y los parches a base de cinta adhesiva se superponen en el lomo, unos sobre otros, de manera que la suciedad de antaño se ha conservado como un mosquito jurásico en ámbar. Sólo he tenido en mis manos, si mal no recuerdo, otro ejemplar: concretamente, en casa de los padres del escritor Alfonso Tornero, e imagino que es propiedad de Germán Tornero, que sin duda lo leyó con agrado (y mucho escepticismo) en su día.

Cubierta original, con ilustración de Frank Frazzetta. ¡De Frank Frazzetta, nada menos!

 

Suelo tener mi librito siempre en casa, a mano. De hecho, lo he tomado de la mesilla de noche para escribir esta carta de amor irracional e incondicional que no me atrevo a denominar "artículo". Nunca he prestado mi ejemplar, y por tanto, nunca lo he perdido. Es la clase de ensayo literario (sí, literario) que uno espera encontrar en la proverbial e imaginaria "tienda maravillosa de curiosidades que es un portal entre varios mundos" o, más posiblemente, abandonado junto a un contenedor de basuras (que también suele ser una encrucijada entre varios mundos, en demasiados sentidos).

Harto de ver esto, día tras otro.


Por supuesto, no se trata de una novela ni de una antología de relatos. Es un tipo de libro, supuestamente de "divulgación", que hoy casi ha dejado de existir en las librerías, quizá porque, con el tiempo, consumir productos de esta clase es equiparable al consumo de pornografía... pues los dos ámbitos sehan quedado relegados al espacio virtual (ficticio, intangible) de la Red de Redes.

El enigma de las extrañas criaturas es un delicioso paseo por la criptozoología de la década de 1960 en USA, donde Keel y "su equipo" (fueran quien fuesen) recogían testimonios, notas de prensa, entrevistas y relaciones insólitas sobre serpientes marinas, abominables hombres de las nieves y de las ciénagas, visitantes nocturnos de dormitorios, hombres voladores, animales imposibles, avistamientos de cíclopes, de gigantes peludos o lampiños, aves de trueno, demonios venidos de otros mundos, y toda una serie de fenómenos que atentan contra la razón. Si algo falta en este libro, quizá sea una referencia a la historia que, según me recordó hace ya unos años mi querido amigo, el ilustrador, escritor y connoisseur, Luis Miguez, contaba el profesor Van Helsing en Drácula (1897) acerca de la enorme araña que habitaba en una iglesia española, y que por las noches se bebía el aceite de las lámparas. 


Estaríamos ante un trabajo semejante al de los bestiarios medievales, o al de tantos y tantos pliegos de cordel y relaciones de noticias de los siglos XVI en adelante, si no fuera porque todos estos fenómenos que compila Keel parecen formar parte de una especie de conspiración invisible salida de las páginas de Erik Frank Russell y su Barrera siniestra.

Sinister Barrier, de Russell. Para leerlo YA.

Pero no. Porque la Barrera siniestra de Russell era deudora de Charles Fort. Y obviamente, Keel se declara deudor y seguidor del "abuelo de todo esto", el Fort autor de El libro de los condenados, y de dos o tres volúmenes más dedicados a compilar recortes de prensa e informes de revistas científicas donde coleccionó los fenómenos recogidos por la ciencia, y que la misma ciencia no podía acoger: lluvias de peces, objetos volantes no identificados, el Mary Celeste, el misterio de Kaspar Hauser, piedras sangrantes, meteoros imposibles...

Es decir: Charles Fort coleccionaba ephemera relacionada con lo inexplicable.

Charles Fort.

 

La diferencia fundamental entre la literatura de ficción que suelo abordar, visitar, glosar y estudiar, y esta otra cosa distinta, estriba en que lo último, lo de Fort y Keel, pretendía ser -como apuntábamos- divulgación. No sé si científica, patafísica o paralelepípeda. Filosofía (prohibible, como cualquier otra cosa hoy día), y teorías disparatadas que, en determinado momento, sonaban razonables... como un buen argumento de ficción imposible que, de repente, se torna probable. (Me muero cada vez que leo la descripción de los científicos tipo A y los tipo B en nuestro pequeño, insignificante volumen, y lo comparo con la realidad que nos rodea).

Si he de mencionar otros libros que haya disfrutado TANTO como este al que me refiero, tendría que irme a Juan Perucho, a Hammett, a Jim Thompson, a Donald Westlake, a Conan Doyle, a Arthur Machen, a Lovecraft, a Stephen King...

¿...va usted viendo el patrón de comportamiento, de gustos literarios, de lecturas...? ¿No...?

Yo tampoco.

¡Mátenme!

***

Todo este compendio de apuntes, vaguedades, proto-diatribas, insinuaciones y confesiones que no espero que USTED comparta en modo alguno, tienen relación con algunos comentarios que he leído en los últimos días acerca de Peter Kolosimo y su pasión (explotadora, aprovechada) por los Mitos de Cthulhu. ¿No sabe usted quién es Kolosimo, autor de El planeta incógnito, ese librito que mi hermano Miguel (no Daniel; pero el libro se quedó en casa de mis padres) halló abandonado en un tren allá por 1978, tan sólo para que yo, pocos años después, pudiera ver las únicas fotografías fidedignas del Monstruo del Lago Ness y las pisadas del Yeti?


Bueno. Pues si no conoce a Peter Kolosimo, eso quiere decir que no le ha dado tiempo ha juzgarlo como un cantamañanas, un aprovechado, un estafador... un mentiroso. Así, aún estará a tiempo de leer sus libros (no sólo el citado, sino también No es terrestre, y otros muchos, incluso más demenciales). Y puede que, si tiene la mente abierta y no está pensando en términos contemporáneos peyorativos, hasta pueda disfrutarlos como se merecen. Pues tengo pocas dudas de que estos libritos se escribieron para eso: para disfrutarlos, y para sembrar de ideas siniestras a una, a dos, a tres, a cuatro generaciones de escritores del género fantástico.

Kolosimo, Keel, Fort... son nuestras versiones contemporáneas de Madame Blavatsky; son los textos de consulta para escritores de ficción que buscan ideas que, en algún tiempo, se pudieron tomar en serio... tanto, que para el lector resultaban plausibles cuando las hemos convertido en cuentos y novelas de pura imaginación.

***

 

A estas alturas de la vida, me gustaría saber cuál es el problema con todos estos libros que, hace treinta, cuarenta, cincuenta años, se vendían como divulgación científica, y hoy se leen como debemos leer a Antonio de Torquemada y su Jardín de Flores Curiosas (1570), ciertas secciones del Teatro crítico Universal (1726-1740) de Feijóo, o a otros muchos autores, divulgadores de su tiempo, que contaban fantasías, teorías, y disparates mucho más inconcebibles e imaginativos que los que proponen Kolosimo, Fort y, por supuesto, John A. Keel, en sus obras. Echen un vistazo al médico francés Ambroise Paré y su selección de monstruos, de "siniestros mendigos itinerantes", y entenderán de qué estoy hablando.

Posiblemente, haya que introducirse en el espíritu hedonista, abierto, bibliófilo, un tanto cínico y al tiempo deseoso como un infante de dar con el prodigio, de un Juan Perucho, para poder disfrutarlos debidamente.

 

 

***

Y si son tan amables, y están interesados en cosas como éstas que contamos arriba, no dejen de visitar (hasta el 19 de abril, pues cerraremos el plazo) la página dedicada a la suscripción de VAMPIROS DE CURTIS GARLAND, tal y como enlazamos aquí).


Y si por un casual de estos de la vida, lo que buscan son máquinas de asedio medievales y cachivaches de ese estilo, visiten PCTWOOD, de mi amigo Pascual Correa Toledo.




 

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