La diferencia entre el buen
pastiche de Sherlock Holmes y la mera exploitation (explotación)
sherlockiana no es tan leve como pueda parecer a primera vista. De hecho, esa
diferencia es abismal en su sutileza.
Dicha diferencia se llama
“honestidad”, y resulta difícil cuantificarla, esto es, pesarla o contarla. No
se puede detectar por un título o por una cubierta (a pesar de que pueden ser
una buena pista, a veces son signos engañosos).
La verdad es que sólo se detecta
después de haber leído el pastiche. Y se detecta por medio de la intuición.
Quizás, podríamos medir la honestidad por la cantidad de tópicos sherlockianos
falsos de que hace uso. Aunque esta sería sólo una magnitud de otros muchos
raseros personales e intransferibles.
Por ejemplo: un pastiche en el
que Watson es, básicamente, estúpido, es un ejemplo de exploitation
deshonesta. El autor se ha dedicado a reutilizar la imagen difundida por Nigel
Bruce en la serie de películas de la Universal, y que por desgracia se ha
perpetuado en el imaginario popular. Nigel Bruce, que junto a Rathbone realizó
una larguísima serie de obras radiofónicas sobre Holmes, se lamentaba con
amargura de tener que interpretar en el cine a un Watson inepto y tontorrón. En
la radio, en esos guiones que escribían Edith Meiser y Anthony Boucher, el
doctor Watson de Bruce no era una caricatura de sí mismo. Quizás no fuese el
Watson de Conan Doyle, pero recordemos que, a veces, el Watson del Canon
tampoco era él mismo del todo. Al menos, en una ocasión, su nombre no era John,
sino James, y el mismo doctor no sabía con certeza si en tal mes de tal año
estaba soltero, casado o viudo.
La falta de honestidad del
pastiche es la falta de honestidad de su autor. Y el autor es poco honesto
cuando decide utilizar a un personaje que no es suyo y no se molesta en
conocerlo tan bien como a los personajes de creación propia. Esto, para
empezar, es una falta de respeto para con el original (para con el personaje y
para con su creador, aunque este último importa más bien poco en toda esta
diatriba cuando dicho creador desprecia a su personaje y decide que es un buen
vehículo comercial al que no cualquiera, pero casi, puede “casar, matar, o lo
que usted quiera”). Y también es una garantía de que los lectores juzgarán el
pastiche como lo que es: un remedo inferior y que se exhibirá como engendro
edificante de lo que no se debe hacer.
Me gustaría aclarar que, si creo
en una norma para escribir pastiches sherlockianos (o de cualquier otro tipo),
es en esta. Y con ello no quiero decir en ningún momento que todos los
pastiches revisionistas, por el mero hecho de ser revisionistas, carezcan de
esa necesaria honestidad. Un autor puede convertir a Holmes en vampiro, en
vulcaniano o en Jack el Destripador, y estar respetando el espíritu del
original. Lo afirmo sin temor a dudas. Puedo citar ejemplos (varios ejemplos)
de estos tres casos no hipotéticos que menciono.
De la misma manera, afirmo que
un autor puede retratar a Holmes en el 221b de Baker Street, vestido con su deerstalker
y su capa Inverness, y cerrar la historia con el consabido “Elemental, querido
Watson”, y estar siendo un caradura sin escrúpulos que se ha limitado a tomar
una imagen falsa, una frase apócrifa y un par de datos robados de una “fiel
biografía” que en realidad no es más que un pastiche honestísimo, muy
imaginativo y muy satisfactorio.
Estos son casos reales. Esto sucede todo el tiempo.
Y ahora, en un momento en que Holmes y su universo están de moda, mucho más.
La honestidad del pastichero se
puede manifestar en situaciones y planteamientos tan distintos como los
siguientes:
—Cuando el autor tiene una
historia de Sherlock Holmes por contar.
—Cuando el autor tiene una
historia cualesquiera que contar, y llega a la conclusión de que Sherlock
Holmes y su mundo son el cauce ideal para relatarla como, por ejemplo, símbolos
de una época.
—Cuando el autor quiere ponerle
las peras al cuarto al doctor Conan Doyle porque no aguanta tal o cual sucesión
de tics, errores o descuidos (y aquí entramos en el terreno de la parodia, que
puede ser tan honesta como el mejor pastiche. También es este el terreno del
revisionismo).
—Cuando el autor desea saber
“¿qué habría sucedido si Sherlock Holmes...?” más que cualquier otra cosa en el
mundo.
—Y muchas otras.
El autor no es honesto cuando:
—Decide utilizar el nombre de
Sherlock Holmes en una historia que podría haber sido de cualquier otro
personaje.
—Decide escribir un pastiche
sherlockiano porque ahora está de moda y porque el autor cree que tiene unas
ventas garantizadas. En este caso, además de poco honesto, este autor es un
iluso, pues el lector sherlockiano no se parece en nada al Watson
cinematográfico de Nigel Bruce y tiene ojos y oídos en todas partes, como El
Fantasma Que Camina.
—Quiere ridiculizar a Sherlock
Holmes y, sobre todo, a los aficionados a la figura de Sherlock Holmes.
—Piensa que Sherlock Holmes es
una cosa distinta de lo que es —pues la figura de Sherlock Holmes nunca le ha
interesado lo más mínimo— y, en consecuencia, lo convierte en otro personaje.
(Y aquí no estoy hablando de que alguien convierta a Holmes en vampiro,
vulcaniano o Jack el Destripador; sino de que alguien convierta a Holmes en,
digamos, Nick Carter, esto es, le robe sus atributos característicos y le
otorgue los de algún otro. Si alguien tiene la mala idea de hacer esto último,
lo menos que puede hacer es cambiar el nombre de Sherlock Holmes por el de,
pongamos azarosamente, Harry Dickson. Esa sí es una solución honesta).
—El autor tampoco es honesto
cuando plagia de manera consciente (los plagios inconscientes también existen,
y yo no diría que sean deshonestos, sino despistados). Pero esto se puede
aplicar a la vida en general, y no sólo a los pastiches holmesianos, a la
literatura y a cualquier arte en particular.
—Todas las anteriores juntas. Juro que ese caso
existe. Y estoy seguro de que aparecerán nuevos pastiches que habrán de
responder a todos y cada uno de estos puntos.
¿Hay pastiches honestos “malos”?
Por supuesto, del mismo modo en que en el Canon Sherlockiano hay historias
“malas”. No obstante, cualquier historia original del Canon viene avalada por
el hecho de ser un relato original y una “Escritura Sagrada”. Así,
cualquier pastiche honesto que sea “malo” o “mediocre”, se convierte
automáticamente en “simpático” y “cumplidor” cuando tiene el valor de la
honestidad. Y yo aplaudo públicamente ese rasgo. El autor de ese pastiche, a
falta de mayor destreza o de mejores ideas, merece un reconocimiento: mi deseo
de leer más Sherlock Holmes debidos a su pluma. Si el autor es honesto, algo
bueno habrá en su pastiche. Y siempre podrá escribir una obra que me gusté más
que la anterior. De hecho, eso es lo que suele suceder.
¿Hay pastiches deshonestos
“buenos”? Sencilla y rotundamente, no. Quizá, por alguna circunstancia, se los
considere una obra literaria importante, relevante o incluso admirable, ¿quién
sabe? Pero tengo la certeza de que, como pastiche, no valen dos higas.
Porque no son honestos ni con el
lector, ni con Sherlock Holmes.
Nuff' said.
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