sábado, 29 de junio de 2024

Resumen de la segunda quincena de junio de 2024

La segunda quincena de junio hemos tenido en el Matilda Briggs música y vídeos, serie negra y terror, bolsilibros, metaliteratura y autobombo. Primo Levi, Italo Calvino, Andrew Klavan, Chris Offutt, Silver Kane, William J. Caunitz, Laird Koenig son algunos de los autores que han pasado por aquí para dejarnos con la boca abierta, con regustos amargos o dulces: acción contra introspección, ficción por encima de todo.

Echen un vistazo:

viernes, 28 de junio de 2024

Vídeo: Presentación de "Lugares peligrosos" de Alberto López Aroca, en Albacete (marzo de 2024)

El pasado 19 de marzo de 2024, realizamos la presentación de mi libro de relatos Lugares peligrosos en la Biblioteca Pública de Albacete. El acto contó con la presencia (un privilegio para mí) de la escritora Ana Colchero y el connoisseur Peter Benjamin.

He aquí el vídeo completo del acto, por cortesía de las compañeras técnicas de la BPA.

 

 

En cuanto al volumen propiamente dicho, cuesta 28 euros y lo pueden conseguir, firmado y dedicado (y con el sello especial del autor) escribiendo a fabulasext@hotmail.com; todos los detalles en la ficha del libro.

 

 

OTROS VÍDEOS EN ESTA BITÁCORA

jueves, 27 de junio de 2024

Los cerros de la muerte (Mick Hardin nº1), de Chris Offutt


14 de junio de 2024

Cuando uno es "hijo de", lo más fácil es que te cuelguen un sambenito. Chris Offutt (n. 1954) es hijo de Andrew J. Offutt (1934-2013), un escritor de ciencia ficción, fantasía y pastiches de Robert E. Howard, cuyo grueso de producción literaria tuvo lugar entre las décadas de 1960 y 1980. El nombre de Andrew Offutt se codeaba en antologías con Harlan Ellison, R. A. Lafferty, Brian Aldiss, Damon Knight, Joe Haldeman, y otros muchos autores considerados clásicos del género. Además, Offutt también era John Cleve, autor de más de 400 obras de literatura pornográfica, entre el hardcore más explícito y diversos hibridajes softcore con la ci-fi y las historias de mundos fantásticos.

 

The Sexorcit (1974), una novela fantaporno de John Cleve, pseudónimo (o heterónimo, según Chris) de Andrew J. Offutt.

Un pastiche howardiano de Offutt padre.


Esta curiosa situación la narró el hijo de Andrew en su memoria biográfica My Father, the Pornographer (2016), que la editorial Malas Tierras publicó en castellano en 2019, y que es la obra por la que yo tendría que haber comenzado a leer a Chris Offutt.

Había oído hablar muy bien, y he leído muchas cosas buenas, sobre Offutt hijo. Me he lanzado con The Killing Hills (2021), traducido al castellano por el amigo Javier Lucini como Los cerros de la muerte, y publicado por Sajalín, porque en algún lugar anglosajón leí que "Mick Hardin es lo que Jack Reacher querría ser de mayor". Jack Reacher es el protagonista de una serie larguísima de novelas del británico Lee Child (n. 1954), de serie negra y acción, con adaptaciones al cine y televisión que me han recomendado varios amigos. Yo mismo, conociendo los gustos de mi suegrastro (una caballero sueco que hizo el servicio militar en un tanque), le recomendé a Lee Child en plan tramposo, porque yo no lo había leído (y todavía no lo he hecho). Mi suegrastro se leyó un par de Reachers que yo tenía en inglés y se los regalé; se compró por su cuenta toda la serie para que se la enviaran a su casa en mitad de un bosque lejos de la civilización, en algún rincón de Suecia, y se la zampó enterita. Como comparto gustos con él, tomé nota y ahí estoy, apilando Reachers en inglés o en castellano, para cuando llegue el momento de hincarle el diente.

 


 

La cosa es que el comentario inglés que citaba más arriba me había creado una espectativa falsa: esperaba un thriller de acción con rednecks de Kentucky y mucho bourbon y muchos tacos y muchos muertos, y lo que me he encontrado es una novela detectivesca del tipo whodunnit ambientada, sí, en el mundo de los paletos de Kentucky.

Chris Offutt me ha caído simpático, considero que es un buen estilista, y me pregunto cuánto habrá desechado de la herencia literaria de su padre, y en ese caso, cuánto de eso habrá intercambiado por las enseñanzas que recibió en el Taller de Escritores de Iowa, con James Salter como uno de los profesores. Imagino que la respuesta a esta pregunta está en la memoria Mi padre, el pornógrafo.

El protagonista de Los cerros de la muerte es Mick Hardin, veterano de Irak, Afganistán, etc., y actual miembro de la División de Investigación Criminal del ejército en Alemania; así que, algo tiene de Jack Reacher (ex miembro de la Policía Militar de los USA). Vamos, que estamos ante un súper detective con experiencias pasadas a lo John Rambo (otro clásico literario que se ha convertido en arquetipo), invencible, imparable, etc.

El problema, o la decepción, en mi caso, procede de mi confusión y mis falsas espectativas: yo quería acción a raudales y un protagonista macarra y sentencioso (o al menos, silencioso, como el Parker de Richard Stark) o, puestos a pedir, esperaba un Raylan Givens del gran Elmore Leonard (algo de esto hay en Los cerros de la muerte, pero poco, muy poco); y lo que me he encontrado es una buena novela al estilo de las series de policías indios de Tony Hillerman, pero sin indios y con paletos sureños. Eso sin más que añadir al cóctel, pues esta historia de Mick Hardin, como en las de Hillerman, se plantean las cuestiones personales vitales y problemillas cotidianos de los protagonistas con la pura investigación criminal, en un entorno más o menos costumbrista y pintoresco. Si digo que Los cerros de la muerte comienza con el descubrimiento del cadáver de una mujer, y que la sheriff del pueblo es la hermana de Hardin, tendremos una primera impresión. Si añado que Offutt es prolijo (pero no pesado) en las descripciones de la flora y fauna extraterrestre de Kentucky (animalitos y florecillas de nombres marcianos que no existen en España), creo que el lector se hará una idea de qué va esta novela y qué va a encontrar en ella. Y que no se olvide de Tony Hillerman (uno de los autores predilectos de Ronald Reagan, por cierto) y sus divertidísimos indios americanos, pues si le gusta Chris Offutt, con Hillerman va a disfrutar cual proverbial gorrino en la charca de mierda.

La serie de Mick Hardin es una trilogía (la tercera novela ya está publicada en castellano desde enero de este mismo año) y, personalmente, no me voy a poner a buscarlas como loco. Pero si encuentro esas novelas por ahí y me dicen "cómprame", lo haré. Y si eso no sucede nunca, me temo tampoco me va a pasar nada malo.

 

Cubierta de la edición original, 2021.

 ***

He leído por ahí sobre Kentucky seco, el primer libro de Chris Offutt, que es de relatos. Lo comparan con el primer libro de Donald Ray Pollock (n. 1954), Knockemstiff, también de relatos... pero resulta que el de Offutt es de 1992, y el de Pollock, de 2008. (Esto lo dejo caer por aquí, sibilinamente).

 



Creo que la próxima vez que tenga que encontrarme con el hijo de Andrew J. Offutt será, o bien en la obra sobre su padre, o bien en sus cuentos. Me gusta la forma en que escribe, y espero hallar algo más que un buen relato detectivesco (que no es poco, si es lo que esperas, ni es fácil de ejecutar con éxito; por eso no todas las historias de Sherlock Holmes son igual de buenas).

Todo esto me ha dejado una sensación extraña, y pensamientos sobre mi propio padre, de profesión albañil y aficionado a las películas de tiros, a las de espionaje ("esas complicadas, esas me gustan a mí", decía mi padre), a los bolsilibros... Si eres hijo de un pornógrafo con una cantidad de obra inabarcable (un destajista de las letras, como tantos ha habido en el mundo), deberías aprovechar las cosas que te ha enseñado tu padre, por mucho que prefieras labrarte una reputación propia y deslindarte de su sombra.

Digo yo.

P. D. de 15 de junio: Un ejemplo que invalida mi comentario es la existencia de Joe Hill, hijo de Stephen King, continuista del estilo de su señor Padre. King es un hito en la Historia de la Literatura, independientemente de lo que escriba hoy o mañana, pues la importancia de su aportación está más que demostrada; Joe Hill, sin embargo, lleva camino de ser eternamente el "hijo de".

En fin, qué complicado es todo esto... Me alegro de que mi padre fuera albañil.

 

Edición española (2019), publicada por Malas Tierras.


 

miércoles, 26 de junio de 2024

Si una noche de invierno un viajero (1979), de Italo Calvino

Mi edición de la novela. Bruguera, septiembre de 1983.

(Esta reseña es para aquellos que han leído Si una noche de invierno un viajero. Los que no lo habéis hecho aún, podéis entrar libremente y por vuestra propia voluntad; pero no os garantizo que salgáis de aquí igual que habéis llegado).
 

24 de junio de 2024

...escribiste esta novela pensando en mí, aunque yo por entonces tuviera dos, tres años. (Disculpa que te tutee; me he tomado esta libertad por el mismo motivo que tú: por cercanía, por familiaridad, por crear un vínculo entre tú y yo a través del tiempo y el espacio. Te lo agradezco). Ya sabías que, pasado un tiempo, caería en mis manos y la leería exactamente como describes en el texto. He tardado lo mío en ponerme manos a la obra con ella, pues aunque la conocía de oídas, de comentarios, de rumores, nunca me había topado con un ejemplar. Contigo siempre es lo mismo: El barón rampante está en todas partes, Las ciudades invisibles están a la vista de cualquiera que sepa escarbar un poco en las librerías de segunda mano; pero esta novela...

La he llamado novela porque tú la llamaste novela, maestro, y yo no soy quien para discutirlo. Ahora bien: ya que la escribiste para mí, me pregunto qué habrán pensado los Otros Lectores que se hayan enfrentado a una obra autoproclamada novela y que en realidad es otra cosa un tanto distinta de lo habitual. Se nota a la legua que tenías miedo de no gustar, de que no te comprendieran, de que no comprendieran tu obra; pero también percibo que tenías una fe ciega en mí, pues me encuentro en cada párrafo y en cada uno de los personajes, donde pusiste algo tuyo para mí. Gracias otra vez, de todo corazón.

Probablemente muchos se hayan sentido estafados y hayan devuelto el libro para reclamar su dinero en la librería; habrá alguno que se haya enfadado tanto que no volverá a leer nada tuyo. Tú te lo has buscado al publicar un libro que está dirigido a Un Lector y no a Los Lectores. (Imagino que es un precio pequeño a pagar a cambio de la inmortalidad, ¿cierto? Tú estabas en el secreto desde el principio; sabes eso que saben los Nueve Desconocidos y algunos de sus agentes, y también la diosa terrenal Ayesha, y el no-muerto -y por qué no "no-vivo"- Conde Drácula, y Tyrannus el de la Llama Sagrada, y tantos otros... Si no fuera porque de vez en cuando visitamos cementerios, se diría que vivimos en un mundo en el que nadie muere, ¿verdad? Pero eso sería un error). Mi ejemplar es de segunda mano y, en su interior, lleva la firma de su anterior propietario (propietaria, en este caso). Además, he encontrado una minúscula chuletita escrita con lápiz sobre papel cuadriculado con tablas de notación musical a través de los tiempos. Te habría encantado ese papelito, auque esa persona que estudiaba musicología decidiera que tu libro no merecía estar en su biblioteca. Quizá es uno de esos lectores no releen porque tienen una memoria prodigiosa. O quizá la musicóloga lo prestó, y el volumen paseó por el mundo hasta llegar a la librería de viejo en donde yo lo he hallado.

Estoy seguro de que en muchas ocasiones encontraste ejemplares de tus libros en tiendas de segunda mano, y te imagino considerando lo curioso y contradictorio de la situación para el autor: los libros viajan, y esos es mágico; pero también es cierto que alguien descartó tu libro. En fin: al menos no lo tiró a la basura.

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Reseña de Si una noche de invierno un viajero (Siruela, octubre de 2012)

Tras la dramática muerte de sus padres en un accidente de automóvil, que pudo o no haber sido provocado, Ludmilla entra como novicia en un convento situado en los Alpes suizos. Pero lo que prometía ser una vida consagrada a las almas de los difuntos, empieza oscurecerse cuando una de las monjas, Lotaria, empieza a sufrir estigmas en las palmas de las manos. La priora del convento intenta evitar cualquier publicidad, pero un periodista italiano logra introducirse una noche en la celda de Ludmilla con unos documentos que le mostrará a la joven: primero, uno de esos documentos demuestra, sin dejar lugar a dudas, que Lotaria y Ludmilla son hermanas de sangre. Otro de los documentos afirma que el accidente de sus padres fue un asesinato cometido por una sociedad secreta que rinde culto a los estigmas. Además, el periodista le muestra a Ludmilla el plano de unos subterráneos, bajo el convento, que conducen a un extraño lago, en un valle cercano, junto al cual vive una familia idéntica a la de Ludmilla...

Con este punto de partida (apenas el primer capítulo de la obra), Calvino entreteje una maraña de verdades y mentiras, dobles personas, gemelos separados al nacer y una cáustica atmósfera de omnipresente catolicismo que, por algún motivo, resuena en las páginas como si en realidad se tratara de algún tipo primitivo de paganismo satánico disfrazado de beatitud: hay algo decididamente lúbrico en esta obra, en la que el acto sexual es un imposible para sus personajes, pues siempre son interrumpidos en el momento de iniciar el coito.

Resulta desconcertante el constante cambio de narrador, que tan pronto es Ludmilla, como Lotaria, el periodista, la madre superiora, un perro guardián que vive a la entrada del covento, un investigador privado llamado Ermes Marana, e incluso Silas Flannery, un escritor de éxito vinculado a la familia de Ludmilla por cauces inconcebibles.

En fin, otra obra maestra de Calvino.

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Me pregunto (te pregunto) si, cuando eras partisano de las Brigadas Garibaldi, en algún momento pensabas en el futuro desde el punto de vista la imaginación pura que puede devenir en literaria, o si por el contrario, estabas demasiado centrado en sobrevivir, en combatir y en mantener relaciones sexuales (tenías veinte años cuando aquello, ¿no? ¿En qué ibas a pensar, sino en cambiar el mundo y en tener sexo?). En 1943, Si una noche de invierno un viajero ya existía en potencia, porque tú estabas vivo, aunque faltaban más de treinta años para que lo arrancaras de alguna parte y lo trajeras contigo a este lado de la realidad. Que yo sepa, por entonces no habías escrito nada, y probablemente ya habrías olvidado casi por completo que naciste en Cuba, en un lugar donde tu padre realizaba experimentos científicos. ¿Sería aquello parecido a vivir con el doctor Victor Frankenstein? Lo comento porque, en mi opinión, Si una noche de invierno... está concebida y parida del mismo modo en que el doctor Frankenstein creó e insufló vida a su Monstruo: con pedazos de cadáveres cosidos con puntada gruesa y revividos por medio de una corriente eléctrica caída del cielo, indistinguible de la electricidad que circula por las neuronas y teje redes de enlaces químicos que traducimos en imágenes, palabras, recuerdos e ideas viejas y nuevas.

Quisiste emular a tu padre en el laboratorio, pero tu laboratorio es mucho mayor, pues disponías de instrumentos precisos y una materia prima inagotable: la página en blanco, el bolígrafo o la máquina de escribir, y todo lo que ha existido y lo que no ha existido, a lo que hay que sumar los contrarios de lo anterior (porque la anti existencia, para ti, es nombrable y, por tanto, asible). Y todo esto, dirigido a un único Lector. De nuevo, muchas gracias por tu esfuerzo.

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Reseña de Si una noche de invierno un viajero (Siruela, ed. sin identificar)

La princesa Amaranta lee en una biblioteca que conforma un inextricable laberinto. El libro que lee es Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino. Todos los libros de la biblioteca son Si una noche de invierno un viajero; sin embargo, cada ejemplar contiene una obra distinta que narra una historia distinta. A veces hay personajes que se llaman de forma idéntica pero son, evidentemente, distintos. El joven Nacho Zamora ha leído sobre la princesa y la biblioteca laberíntica y el cautiverio conformado por las interminables versiones de Si una noche de invierno un viajero en una novela de Italo Calvino que se titula, precisamente, Si una noche de invierno un viajero. Nacho Zamora no es más que un lector que se reúne periódicamente en un café de París con otros lectores, como la académica Lotaria o el misterioso anciano japonés que responde al nombre falso de "señor Okeda", uno de esos individuos fáusticos que sólo existen en los libros, o eso piensa Nacho. Lotaria mantiene que la historia que cuenta Calvino en su libro es una simple mixtificación, un juego literario intrascendente, aunque ingenioso. No obstante, en un aparte, el señor Okeda sostiene una opinión distinta: la princesa Amaranta y su laberinto de libros de Calvino existen, y el héroe que ha de salvarla, del que nunca se menciona el nombre, no es otro que el mismo Nacho Zamora. Así, Calvino ha escrito algo que todavía no ha sucedido, pero que va a suceder. El señor Okeda se lleva a Nacho por los bulevares de París hasta la puerta de una vieja librería de la familia Kauderer, inmigrantes cimerios desde la Gran Guerra (la primera), y especialistas en libros raros. Tras la puerta de la librería hay una anciana acartonada que a Nacho le resulta vagamente familiar, como si guardara rasgos comunes con alguien a quien conoce bien; hay estantes repletos de volúmenes hasta un techo envuelto en la oscuridad que, por tanto, no se divisa; la estancia es enorme, y Nacho piensa que ese es el laberinto de la princesa, que quizá todos los libros que hay ahí son Si una noche de invierno un viajero en diversas ediciones y encuadernaciones. Pero el señor Okeda lo conduce hasta la trastienda, en donde hay otra puerta, entreabierta, y le dice a Nacho: "Es por ahí, el camino. Al otro lado".

Calvino demuestra su maestría en el arte de la prestidigitación literaria con esta ¿novela? -la llamaremos así por conveniencia- repleta de espejos y reflejos, de iluminaciones racionales e irracionales, filosofía y metafilosofía, y una entrañable reivindicación de la estructura esencial de las narraciones de aventuras... que subvierte para pasearse por el género erótico, el terrorífico, el policíaco, e incluso la ciencia ficción, en una fantasía a ratos onírica, a ratos indiscutiblemente realista. Imprescindible.

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Tengo que hacerte una confesión: en realidad, no he leído Se una notte d'inverno un viaggiatore. Está fuera de mis posibilidades, y ni siquiera tengo un ejemplar. Podría hacerme con uno fácilmente, y es muy posible que el texto esté pirateado, convertido en código informático que a ti te revolvería las tripas, viajando eternamente por una vasta red de cables de fibra óptica y también en forma de ondas y microondas que rebotan entre satélites artificiales, repetidores, amplificadores y llegan a terminales electrónicas que te habrían hecho tirarte de los pelos y seguir el camino de tu amigo Primo Levi, abajo, por el hueco de la escalera.

Esta idea, la del texto sin un soporte físico, te habría fascinado en un principio, y te habría parecido un concepto maravilloso de infinitas posibilidades. Y cuando hubieras visto el modo en que se utiliza semejante tecnología (la única forma en que se puede utilizar), habrías caído en una depresión y quizá hasta hubieras decidido no volver a escribir una palabra, no volver a hablar, no volver a contemplar una imagen que no saliera de tu propia imaginación y, de forma egoísta, te la habrías apropiado y nadie, nadie, nadie habría conocido esas nuevas obras potenciales porque sabes que jamás se habrían materializado, o peor, sí se habrían materializado, pero sólo para convertirse de nuevo en una serie de impulsos eléctricos binarios, idénticos a los que se habrían producido previamente en tu cerebro. ¿Para qué, entonces, extraerlos de la cabeza, si finalmente habrían de terminar en el mismo lugar de donde salieron? También habrías pensado en Borges y su infinita biblioteca, su libro que contiene todos los libros, y al darte cuenta de que la idea se ha materializado en el éter, te darías cuenta de la inutilidad de elegir ciertas combinaciones de palabras, ciertos nombres de personajes, ciertos sentimientos convertidos en frases, y sabrías que hay máquinas que lo harán mejor que tú mismo, porque después de todo, la paradoja de los monos y las máquinas de escribir y las obras completas de Shakespeare es cierta, sólo cuestión de tiempo, sólo cuestión de monos con máquinas de escribir, como tú, como yo.

El concepto de la infinita reproducibilidad te daría arcadas, y te haría replantearte tus ideas de joven revolucionario y repensar las asociaciones que intersecan la sociedad y el arte, y llegarías a conclusiones en verdad infernales.

Lo que he leído, querido maestro, es un libro que se titula Si una noche de invierno un viajero, escrito por Esther Benítez en 1980, y se supone que es una traducción al castellano de Se una notte d'inverno un viaggiatore. No tengo forma de saberlo con certeza. Lo siento. Lo único seguro es que no es el mismo libro que escribiste para mí. Era casi imposible que llegara hasta mí tal cual lo concebiste; necesitaba un intermediario físico y psíquico que en este caso es Esther Benítez (1937-2001), gallega ya fallecida.

Creo que llegaste a conocer a Esther.

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Reseña de Si una noche de invierno un viajero
(versión castellana de Esther Benítez, Bruguera, marzo de 1980)

Italo Calvino decide comenzar a escribir una metanovela que, de acuerdo con él, quizá debería abrirse con el punto final. Reflexiona acerca del acto de escribir y el de leer para, finalmente, confesar que siempre ha sido un farsante y que, en esta ocasión, quiere cometer la falacia definitiva: componer la obra con fragmentos inconclusos que ya tenía escritos desde hacía tiempo. De hecho, lo que necesita es un hilo conductor, y considera que la primera persona y presentarse a sí mismo como personaje de ficción es una buena idea. En ese momento debe interrumpir la escritura, pues llaman a la puerta de su casa. Se trata de individuo al que no conoce: el hombre, de mediana edad, dice ser un escritor llamado Bazakval y asegura que ha llegado a Italia en busca de refugio, pues lo persigue la policía política de su país (que nunca menciona). Calvino decide dejarlo entrar y ponerlo en contacto con las autoridades, de modo que le sirve algo de comida y le prepara la habitación de invitados. No obstante, Italo recuerda que el nombre de Bazakval le resulta familiar y, en su biblioteca, encuentra una obra traducida al italiano de ese escritor. En la solapa del libro, que se titula Si una noche de invierno un viajero, aparece la fotografía del autor y, para sorpresa de Calvino, no guarda el menor parecido con el hombre que, en esos momentos, lo aguarda, tembloroso, en el salón. ¿Se trata de un impostor? Y si es así, ¿qué lo ha llevado en busca de Calvino? Y si Calvino lo enfrenta a la impostura mostrándole su ejemplar de Si una noche de invierno un viajero, ¿no se estará poniendo en peligro? ¿Debería llamar a la policía?

Así arranca la más extravagante e inteligente de las obras de Italo Calvino, en la que se suceden la exposición de identidades falsas con historias improbables que se truncan con cada contradicción. Pero, en lugar de caer en la trampa de conformar un laberinto de espejos, que habría sido lo más sencillo, Calvino asume desde el principio la responsabilidad de su obra (y la impostura que la misma novela representa) para aclarar todos y cada uno de los puntos oscuros de la trama, en la que podremos ver trucos de travestismo, violencia, referencias a Las Mil y Una Noches, e incluso la presencia de un posible extraterrestre.

El lector no puede escapar a la deshonesta sinceridad con que el autor le toma el pelo página tras páginas mientras, en la realidad, Calvino sigue tecleando su máquina de escribir "como si fuera un chimpancé entrenado para producir material con el que rellenar anaqueles infinitos de infinitas librerías e infinitas bibliotecas que nunca visita ni un solo lector".

Una obra perfecta en su ejecución, con el final más adecuado que jamás se haya escrito.

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Lo más admirable quizá sea tu dominio de los tópicos, de los esquemas reducidos a unas cuantas palabras, quizá sólo a una: "amor", "terror", "pornografía", "guerra", "misterio"... Te has alzado a hombros de gigantes, como intentamos hacer todos los hombres pequeños cuando miramos hacia atrás en el tiempo y contemplamos a nuestros predecesores. Jamás se me hubiera ocurrido que tú, precisamente tú, te atrevieras a escribir una obra de referencia universal utilizando las argucias propias de un autor de novelas de a duro: quizá eso sea lo que me ha enamorado de Si una noche de invierno un viajero, el reconocimiento implícito, el homenaje a todos los autores que en la vida han sido, sin distinción de clases, títulos, temas o prestigio. Has hecho una novela a mi medida; escribiste esta novela pensando en mí, aunque yo por entonces tuviera dos, tres años. (Disculpa que te tutee, me he tomado esta libertad por el mismo motivo que tú: por cercanía, por familiaridad, por crear un vínculo entre tú y yo...

(Vuelva al principio y reléalo cuantas veces quiera)

 


martes, 25 de junio de 2024

Corrupción en la Policía (1984), de William J. Caunitz

 


 

24 de diciembre de 2023

William J. Caunitz, oficial y detective del New York Police Department (NYPD), vivió lo suficiente (desde 1933 hasta 1996) como para escribir seis novelas policíacas y media (la última la concluyó a título póstumo Christopher Newman en 1999), pertenecientes (o más bien, como explicaré después, emparentadas) con el subgénero procedimental. Su primera novela apareció en 1984 y se tituló One Police Plaza; en español apareció con el título de Corrupción en la Policía (Emecé, 1986), en correctísima traducción (no del título, sino del contenido) de Magdalena Senestrari de Salvi. Yo he leído la edición de Plaza y Janés de 1989, y la he disfrutado como un enano, pues me ha sorprendido en muchos aspectos. Y ya anticipo al lector que encontrar esta novela por uno o dos euros es fácil y una auténtica ganga.

 

Como la novela está catalogada (con bastante justicia) como procedimental, me adentré en ella con Ed McBain y los muchachos de la Comisaría 87 de Isola en la cabeza, que son mi admiración y mi solaz policial cuando quiero pensar que el mundo no es tan horripilante como parece (y con esto me refiero a que la violencia es, legalmente, un monopolio del estado en cualquier país civilizado. La civilización es eso). Y algo de eso hay en la obra de Caunitz, que cuenta con la ventaja de escribir "desde dentro del asunto": en una entrevista de 1984, el poli veterano, por entonces jefe de una escuadra de detectives, aseguraba estar harto de su trabajo después de 29 años de servicio.

 


 

El tono de Caunitz se aproxima mucho al de la serie de McBain y utiliza los mismos trucos: hay muchos personajes que pululan y tienen cierto peso, claro; pero se centra en uno o dos, que son los que llevarán las riendas de la historia. No obstante Caunitz, al contrario que McBain, no tiene ninguna cortapisa a la hora de soltar tacos y burradas, a mostrar las partes más escatológicas y cotidianas de una comisaría (la del Distrito 5º de New York, en este caso). Y a eso hay que sumar el tema de su primera novela: el de la corrupción policial, que presenta de un modo tan disparatado e irracional que hace que los polis de Los Ángeles de la maravillosa serie televisiva The Shield (2002-2008) sean unos santurrones pisaverdes. Si lo que cuenta Caunitz en esta novela de ficción tiene algún viso de verdad, entonces resulta que la distopía que vivimos se remonta a varias décadas antes de lo que yo pensaba.

En ese punto difiere de cualquiera de las tramas del Distrito 87 (delitos más o menos convencionales, salvo excepiones honrosas, y perfectamente creíbles), pues lo que es un horripilante caso de asesinato, tiene derivaciones insospechadas en el mundo del terrorismo organizado e implica a los servicios secretos del país, y hasta el Mossad está en el ajo.

 


 

En realidad, todo esto lo podría haber pergeñado un McBain pasado de vueltas y con alguna información comprometedora y radiactiva entre las manos; lo que no se le habría pasado por la cabeza al cronista del detective Carella y sus compañeros es convertir el relato de procedimiento policial en un thriller de acción desaforada que desemboca en un gran "¡boooooooooooooooom!", algo digno de Hollywood y las producciones que empezaban a calar en aquella época, con héroes duros y solitarios (y a veces hasta simpáticos), interpretados por Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Bruce Willis, y un largo etcétera.

 

La edición de Círculo de Lectores. Te apuesto diez contra uno a que, si vas a cualquier tienda de libros de segunda mano de tamaño medio como mínimo, lo encuentras por menos de tres euros.


Esta, digamos, "combinación de subgéneros", resulta que funciona muy bien, por mucho que resulte exagerado imaginar una batalla campal en el centro de New York con armas militares de gran calibre, tanquetas y muertos a cascoporro. Los malos de la historia también funcionan bastante bien y, sin meterse en entresijos psicológicos que no aportarían gran cosa a esta novelaca de tiros, Caunitz logra que casi todo sea creíble... al menos, en el plano hipotético. Que para eso está la literatura; no sólo para hacer el retrato fiel de la sociedad, sino para especular sobre lo que podría llegar a suceder según tal o cual premisa. Y la premisa de Caunitz, poli de New York en 1984, es que tenía compañeros que iban mucho más allá de la sobornable rata con patas, sino auténticos criminales profesionales experimentados y muy bien entrenados. (Algo me dice que el irlandés Garth Ennis posiblemente haya leído a Caunitz, puede que con cierta atención).


Caunitz en 1984, en la contraportada de One Police Plaza. Luego se afeitó el bigote.


En lo que a mí respecta, el siguiente paso consiste en hacerme con el resto de la, por desgracia, cortísima bibliografía de este poli que se las sabía todas, e ir dosificándomela en vena, como un yonqui. En castellano hay, por lo menos, otros tres títulos de Caunitz. Los otros tres que no se tradujeron los pillaremos en inglés, qué remedio... Pero volveremos con este señor "escritor aficionado" (manda huevos) más pronto que tarde.

lunes, 24 de junio de 2024

La niña de las tinieblas (1974), de Laird Koenig

Ilustración de Farré Huguet para la edición de Círculo de Lectores (1975), que es la que yo he leído y que se puede encontrar por precios cercanos al euro. (Esto, sin desestimar la edición reciente de Impedimenta, con trad. de Jon Bilbao).


Hacia el 15 de enero de 2024

Un buen acicate para los que disfrutamos comentando en público lo que nos ha parecido tal o cual lectura es encontrarte con la crítica negativa de una obra que a ti te ha parecido, al menos, bien.

Esto me ha sucedido con The Little Girl Who Lives Down the Lane (1974) de Laird Koenig (1927-2023), pues tras leerla, he dado con una micro reseña fechada en 2004, y recogida en la ficha del libro en La Tercera Fundación, donde un lector se despacha con saña contra la obra de Koenig, y por pedir, pide incluso que el autor sea Patricia Highsmith, cosa que, me parece, no era la intención de nuestro escritor. E hizo muy bien Koenig, pues Highsmith sólo hay una, y nos odia a todos. Koenig, por su lado, no creo que odiara al género humano, aunque es posible que nos considerase unos payasejos, o quizá unos imbéciles. Los escritores suelen ser bastante escépticos, cuando no apocalípticos, en cuanto a la humanidad se refiere. Los autores que "nos dan esperanza" son los que se dedican a la autoayuda, una disciplina literaria muy poco literaria, y que se fundamenta, sobre todo, en el pensamiento mágico y en la mentira (que no en la ficción). La autoayuda es peligrosa, como es peligroso creer en mentiras. Creer que "sólo basta con quererlo" o que "la fe mueve montañas" se parece, por ejemplo, a creer en brujas y a quemarlas en hogueras. Pero basta de esto. Volvamos a Koenig.

 

Laird Koenig, hace muchos años.


Aunque aquel primigenio lector de 2004 no realiza lo que se dice "una gran argumentación" (pues se limita a hacer afirmaciones sobre los puntos que considera negativos en la novela: "Los personajes son irreales, la protagonista tiene unas reacciones inverosímiles, y la exageración siempre acaba en caricatura, lo que sucede con los malos de la novela, que de puro malos resultan ridículos"), se expresa lo bastante bien como para resultar perfectamente respetable... al menos, como persona que tiene una opinión y sabe expresarla. No obstante, también sospecho que no debió leer la novela en circunstancias óptimas, sino todo lo contrario, pues entre su opinión y la mía van el día y la noche, que nunca se juntan, aunque un par de veces se rozan cada veinticuatro horas. No digo que sea imposible que te disguste La niña de las tinieblas (así se tituló en la versión traducida al alimon por, atención, Sebastián Martínez y ¡Luis Vigil! en 1974), pero lo cierto es que una novela relativamente breve (a ojo le calculo unas 45.000 palabras), que está escrita con gran soltura, posee dosis de humor y de ternura y, al mismo tiempo, esa proverbial mala leche propia de (ah, ahora sí) Patricia Highsmith o Ana Colchero o Daphne du Maurier, o bien, la mala sombra de los más oscuros capítulos de Alfred Hitchcock presenta. Yo diría que esta obra es, con todo el derecho del mundo, un clásico de la literatura de terror norteamericana de la década de 1970, como pueden serlo El exorcista y Carrie, por citar un par. (Y como esas dos, nuestra novela también tuvo adaptación cinematográfica).

 


 

Casi, casi, casi estamos en el caminito que conduce al cinismo mágico de Roald Dahl, pasando por un poco de costumbrismo estadounidense (a la manera del gótico sureño, en algunos detalles), y un ritmo impecable que logra evitar distracciones y nos conduce por donde quiere Koenig: sobre todo por el camino de la duda, pero también por el camino del "porqué" y, por ahí hasta el plato de golosinas que es el final de la novela.

 

Una vieja edición de Bantam, en rústica, de nuestra novela.


Quizá esté siendo demasiado críptico y un tanto tripodológo felino (este campo de investigación, la Tripodología Felina, lo inventó Umberto Eco en El pendulo de Foucault), cuando debería haber ido directamente al argumento: Rynn acaba de cumplir catorce años y vive con su padre, escritor inglés, en una casa alejada de un pueblo en una isla, cerca de New York. Rynn se ha criado en Inglaterra y los usos y costumbres de los yanquis le resultan ajenos y groseros. Además, su padre parece que brilla por su ausencia en la casa. Siempre está fuera, de viaje, o demasiado ocupado para atender a los vecinos. Hmmm...

 


 

Rynn recibe visitas no deseadas de distintas personas: unas, la quieren bien; otras, no. Por ejemplo, hay chico poco mayor que Rynn que sabe hacer trucos de magia y, sin duda, la quiere bien (y mucho). Por ejemplo, hay un hombre que es el hijo de la dueña de la casa, que quiere a Rynn de una forma ilegal e inmoral, y ese individuo posee un historial que lo demuestra. Hay un policía local que la quiere bien. La casera la quiere mal, y es una vieja bruja malvada que no sabe nada de hechicerías.

Por otra parte, Rynn... bueno, Rynn tiene secretos. Por ejemplo, ella sabe qué sucede con su padre. Y es muy inteligenteb. También es un poco paranoica, pero eso no quiere decir que ellos no la estén vigilando.

Y... creo que ya he dicho suficiente.

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En mayo de 2023, la Editorial Impedimenta, conocida por lo primoroso y cuidado de sus ediciones, dio rienda suelta a una nueva traducción de nuestra novela, esta vez vertida a castellano por el escritor Jon Bilbao, y bajo el título La chica que vive al final del camino. Acertada, la idea de sacar esta novela del olvido y reintegrarla a las estanterías de las librerías de fondo.

Koenig escribió ocho o nueve novelas más, todas inéditas en español, con la excepción de su primera incursión literaria: The Children Are Watching (1970), escrita en colaboración con su amigo Peter L. Dixon. Los niños vigilan, en versión de Enrique de Obregón, se publicó como número 32 de la colección Esfinge de Noguer (1974), famosa por el muy reconocible diseño de cubierta realizado por Manfred Sommer, y en la que se puede encontrar todo tipo de series negras de gran calidad, firmadas por muchos clásicos de la época: la inevitable Highsmith, Giorgio Scerbanenco, John Le Carré, Trevanian y muchos otros.

En cuanto tenga ganas de leer una relato de niños que me incomode, me pondré con esta otra novela. (Creo que no va a pasar mucho tiempo hasta que le hinque el diente, pues la tengo por aquí, demasiado a mano...)

 

Los niños vigilan (1970), la otra novela de Koenig en castellano.

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Una nota del 22 de junio de 2024

Me entero por un post de mis amigos de Librería Estudio en Escarlata dedicado a las novedades aparecidas durante la pasada Feria del Libro de Madrid, que entre dichas novedades se encuentra Los niños están mirando (junio de 2024), nueva traducción de la novela de 1970, esta vez a cargo de Alicia Frieyro.

 

 

¿Significará esto que, en 2025, tendremos edición española de alguna novela inédita de Koenig? Por ejemplo... ¿The Disciple (1983), por mencionar una al azar?

Bueno, ya veremos...



 

sábado, 22 de junio de 2024

Noticias de ayer: "Los famosos signos de Glozel, supuestas letras ibéricas, en Libia" (1928)

 

Emile Fradin, descubridor (o inventor) de las Tablillas de Glozel, en su museo particular. Viendo la imagen, me dan ganas buscar mis viejas cintas de cassette y abrir yo también un museo. Total, ¿qué voy a perder?


 

Entre el grupo de amigos, contertulios y conspiradores con los que me reúno casi diariamente en Albacete, a la mayoría de los cuales conozco desde hace no menos de treinta años, hay una pequeña subsecta extraoficial, sin nombre (como las buenas y verdaderas sociedades secretas), que siente devoción por la arqueología y el estudio de las civilizaciones desaparecidas, como el famoso Otto Dostmann, cuyos viajes y hallazgos durante el siglo XVIII y principios del XIX siguen sin pasar por un análisis con un mínimo de rigor científico, pues su obra se la han apropiado diversos cónclaves de ocultistas de distinto signo, que van desde los actuales seguidores de Madame Blavatsky hasta la encarnación del siglo XXI del Amanecer Dorado y, sobre todo, los pasticheros lovecraftianos y howardianos.

Ya es un tópico, como mínimo semanal, que me encuentre sentado a la mesa del bar, escuchando el debate de mis queridos y sabios amigos acerca de si la tablilla que acaba de aparecer en tal rincón de Extremadura es tartésica o turdetana; si los actuales movimientos paganistas tienen un cierto tufillo nacionalsocialista al mismo tiempo que europeísta (y todo esto arropado por las especulaciones de una lengua íbera más o menos única, primitivísima, que se habría extendido desde las marismas de Huelva hasta las islas Lofoden, por decir algo); si la teoría de que el idioma ibero es el vasco o alguna variante del tibetano... Tengo ganas de que mi paisano, el escritor José León Cano Ramírez, decano de la literatura de terror albaceteña, aparezca con más frecuencia por estas sesiones de cervezas, pues estoy seguro de que su experiencia como viajero, investigador y periodista arqueológico añadirá mucha información a estas conversaciones.

Estos amigos aprovechan cualquier fin de semana para coger un automóvil y marcharse a visitar tal yacimiento o cual paraje en cualquier rincón de España, asisten a conferencias, y cuentan cosas de las que yo no tengo ni la menor idea: creo que sé más sobre la Atlántida, Lemuria, Mu y las Tierras del Sueño que sobre Grecia, Roma y Fenicia. Así, me viene de perlas darme estos "baños de realidad", que no dejan de ser especulativos, misteriosos y polémicos. En Madrid, hace unos años, era el escritor José Miguel Pallarés el que me hablaba de usos, costumbres y leyendas romanas como si él mismo hubiera servido en alguna de esas legiones que se perdieron en la China; y Alfredo Lara, que de joven participó en excavaciones arqueológicas, también me contaba historietas de la Antigüedad... pero también del Viejo Oeste, de las Guerras Zulúes, y cualquier materia que tuviera de por medio una zona fronteriza mal delineada entre dos grupos pertenecientes a civilizaciones distintas.

Es pensando en todos ellos que rescato hoy el siguiente artículo, publicado en el diario La Voz de Madrid el 5 de septiembre de 1928, sobre un asunto del que jamás había oído hablar: el de las Tablillas de Glozel, un tema que fue candente en su día, hace ya más de un siglo, y que hoy no sé si estará oficializado, desprestigiado o simplemente olvidado. La nota deja claro que las aventuras de ese extraño individuo, el conde de Prorok, de quien ya hemos dado varias noticias por aquí, tenían peso en la comunidad científica de las décadas de 1920 y 1930 y, más importante, despertaba la imaginación de muchos lectores.

Aquí tienen el artículo, firmado por "Un aprendiz de arqueólogo". Que, todo sea dicho, no es mi caso.