lunes, 10 de junio de 2024

Crímenes bestiales (1975), de Patricia Highsmith

 

La edición, barata, encontrable y manejable, que yo he leído. La traducción, muy buena, es de A. B. V. (1985).


7 de junio de 2024

The Animal Lover's Book of Beastly Murder es una colección de trece relatos publicada originalmente en 1975, aunque alguno de los cuentos ya había aparecido, por ejempo, en Ellery Queen's Mystery Magazine. En España, cuando llegó (en marzo de 1984, según LTF), se tituló Crímenes bestiales, y es uno de los libros más publicados, editados y reeditados de Patricia Highsmith en castellano (y en otros idiomas). Habrá quien piense que esto se debe a que el título original anuncia que es una recopilación de relatos para amantes de los animales, que van a ver cómo los bichos hacen justicia frente a la odiosa raza humana.

Edición original, 1975.


 

Es una forma de verlo, y de hecho, comparto esta opinión. No obstante, la crudeza y crueldad (y realismo) con que Highsmith retrata la vidas de elefantes, camellos, ratas, monos, gatos, perros, cabras, hámsters, etc., tampoco invita al "amor incondicional por nuestros pequeños compañeros de planeta", ni chorradas de esas. Aquí, Highsmith entra en el terreno del gore sin ninguna clase de cortapisa, y nos recuerda, sobre todo, al Ambrose Bierce más desatado, ese que escribió los relatos "Aceite de perro" o "El hipnotizador" (ambos incluidos en El Club de los Parricidas y otros relatos) antes de irse a México para autopracticarse la eutanasia, por el sencillo método de ser gringo en una revolución mexicana. (Esto último, lo de la eutanasia, lo dijo Bierce; no es invención mía).

 

Los amantes de la literatura de terror splatterpunk tienen aquí al abuelo del género, en todo su horripilante esplendor. Los relatos que dan título a esta antología son cinco, todos escritos durante el siglo XIX, todos publicados originalmente en periódicos y alguna revista.


Así que, aquí tenemos a Patricia Highsmith en todo su esplendor, su sentido de la ironía, y su lenta y laboriosa labor de torturar y asesinar a toda la especie humana por medio de la escritura. Sinceramente, por lo que sé de la autora, debió de pasarlo en grande redactando estos relatos de animales, muchos de ellos maltratados, que acaban con sus maltratadores. En otros casos, en otros cuentos, los bichos simplemente actúan de acuerdo con su naturaleza e instinto, y no hacen nada de particular cuando acaban con vidas humanas: los hurones no son conocidos por su particular amor a nuestra especie, y sí por tener unos dientes afilados como agujas que se enganchan a la carne humana que da gusto. Y los hámsters... ¡ay, los hámsters...!  El relato "Los hámsters contra los Webster" es una pequeña joya por su protagonista, el pequeño Larry Webster, quien me recuerda al niño de ese otro prodigio de puto mal rollo que es "La cometa" (incluido en la antología La casa negra). Los razonamientos que expone Highsmith en el cuento de los roedores "domésticos" son lógicos y terroríficos; las acciones de los bichos son pefectamente comprensibles (y terribles); pero la interacción humana... ay, los humanos. Ay, las familias. Ay, papá y mamá...

 


 

El primer relato del libro, "La absolutamente última actuación e Corista", narrado en primera persona por un elefante, me parece el más fallido, pues presenta un caso que se me antojó lacrimógeno, y no la hiel y la bilis que uno espera hallar en Highsmith. Menos mal que continué, y menos mal que tan sólo otro de los relatos está contado en primera persona (concretamente, el de la cucaracha, que es un cuento poco dañino y muy simpático); no obstante, en prácticamente todos los textos, Highsmith utiliza la "inhumana" (guiño, guiño; codazo, codazo) perspectiva del animal. Salvo, claro, "El día del ajuste de cuentas", también conocido coo "el de la factoría de gallinas", que es escatológico, brutal, desalmado, irreverente, antipolítico y devastador. Y es que debe ser difícil ponerse en el lugar de un pollo hembra aprisionado y torturado durante toda su vida. Y más difícil todavía, ponerse en el lugar de cientos, miles de estas aves que consumimos a diario.

(Empiezo a intuir que la idea de "justicia poética" que manejaba Patricia Highsmith es semejante a la de "justicia a secas" del Dios del Antiguo Testamento).

Tenemos un estremecedor ejemplo de lealtad post-mortem en el cuento de perros "Ahí estaba yo, cargando con Bubsy", y salvajadas como "La muerte de la temporada de trufas" (cerdos) o la historia de cierre, "Paseo en chivo" (cabras), que quizá sea la más divertida... salvo por las partes en que Highsmith no nos ahorra el maltrato al animal. También, es impresionante que nuestra querida (aunque dé miedo) Patricia no incluyera la zoofilia en alguno de sus textos. Igual sí lo hizo, pero guardó el cuento en un cajón...

 



Para mí, está claro que la autora dio con un pequeño filón, una "máquina de hacer churros" que empleó de forma ejemplar, personal y utilísima: para fabricar un libro de cuentos que se vendería por todo el mundo en cantidades industriales, y todo eso sin hacer daño a ningún animal durante el proceso. Salvo, quizá, alguna mosca o mosquito que haya quedado estampada en las páginas de algún ejemplar. Cucarachas no, porque las cucarachas son más listas que el hambre.

En resumen: otra de esas lecturas obligatorias que había ido dejando pasar durante los años y que ya he resuelto. Qué bien lo he pasado, ¡qué mal lo he pasado!

 

Patricia Highsmith con su gato, planeando al alimón la destrucción de la especie humana. No con un gran "¡katapum!" definitivo, sino poquito a poco, golpe a golpe, mordisco a mordisco, gotita a gotita de sangre...


 

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