martes, 31 de octubre de 2023

Cari Mora, de Thomas Harris


30 de octubre de 2023

Cuanto más viejo soy, más ganas me dan de echarle una mano a un viejo amigo cuando le hace falta. Pues esa es la relación que los lectores llegamos a tener con algunos autores, aunque dicha relación sea, en apariencia, unilateral: al menos, nos consideramos sus amigos. Pero la cosa va más allá, en realidad.

Un ejemplo muy claro de esto que afirmo sucede con Stephen King. Muchos, muchísimos lectores se consideran amigos suyos. Pues no. No es que "se consideren", es que realmente son sus amigos, aunque Stephen King no los conozca por nombre, apellidos, apodo... ni de vista, vamos. Sin embargo, King sabe que los "fieles lectores" están ahí, y los valora mucho, vaya si no. ¿O acaso King no es consciente de que su fortuna se la han brindado sus lectores? ¿No sabe que escribe lo que le da la gana cuando le da la gana, única y exclusivamente por obra y gracia de sus lectores? Coño, ¡pues claro que son sus amigos! ¡Y claro que lo sabe! Y sin duda, lo aprecia.

Stephen King

Esta curiosa amistad aparentemente unilateral, que se parece mucho al amor imposible del fan consagrado a una estrella de cine, tiene además la característica de que trasciende el tiempo y el espacio, y vence a la mismísima Muerte. Y esto se debe al carácter de la literatura, que sobrevive al autor. Pienso que Lovecraft, que no anduvo corto de amistades durante su vida (por mucho que algún que otro biógrafo diga lo contrario), ha tenido muchos, muchísimos más amigos después de muerto. Por ejemplo, servidor. Cuando alguien se mete con Lovecraft, algo en mis tripas, algo puramente emocional, me impele a defenderlo. A él y a su obra. Considero que Lovecraft es uno de esos viejos amigos y lo frecuento una y otra vez, siempre a través del mismo cauce: sus historias.

Lovecraft

Este fenómeno de la amistad unilateral no sucede con todos los autores, ni muchísimo menos. Por algún motivo, no me siento amigo de Arthur Conan Doyle, pues lo siento algo más lejano que algunas de sus creaciones, como Sherlock Holmes, Watson y el profesor Challenger. Pero, claro está, no me puedo considerar "amigo" de esos personajes. Estoy como una cabra, pero tampoco nos pasemos.

Soy amigo de Stephen King (aunque llevo un tiempo bastante enfadado con él; en fin: los amigos también discuten y se distancian) y de Lovecraft, y también soy amigo de Juan Perucho, de Richard Laymon, de Philip José Farmer, de Richard Stark (me resulta difícil llamarlo "Donald" o "Don"), de Raphael Aloysius Lafferty, de Jean Ray, de Alan Moore, de Garth Ennis, de Curtis Garland... Soy amigo de autores sobre los que he escrito nota necrológica, y aun así siguen vivos para mí. Soy amigo de escritores que murieron mucho antes de que yo naciera. Soy amigo de gente a la que no voy a conocer nunca jamás, con la que nunca me tomaré una cerveza, con la que no compartiré confidencias.

Soy amigo de Thomas Harris.

Thomas Harris

Harris, nacido en Tennessee en 1940, es uno de esos raros individuos que andan por ahí medio escondidos, temerosos de que sus seguidores lo reconozcan y lo asalten con preguntas, apretones de manos, besos, abrazos y una pila (pequeña) de libros para firmar. Al parecer, su trayectoria vital consiste en: un montón de años dedicado al periodismo de sucesos en Texas, y luego una etapa neoyorquina en una agencia de noticias. Justo entonces vendrían los libros, las adaptaciones al cine, las regalías, la creación de una franquicia que se llama "Hannibal Lecter"... Pero todo eso no ha sido más que un paréntesis entre lo que realmente hace Harris, que es vivir y curiosear aquí y allá, en centros de rehabilitación de aves o quién sabe dónde más. Él asegura en alguna de las escasas entrevistas que ha concedido que tiene una oficina adonde va "a que le llegue la inspiracion"... pero estoy bastante seguro de que pasa allí poco tiempo. Porque lo que es escribir, escribe poco. (Quizá sea un gran lector, y eso es lo que acaba haciendo en el sofá cama de su oficina).

Como gran parte del resto de la humanidad viviente, conocí a Harris a través de la oscarizada película El silencio de los corderos (1991) de Jonathan Demme, que resultó ser A) ¡una novela de 1988! y B) ¡la secuela de una novela de 1981!

¡Había Hannibal Lecter antes de Clarice Starling!

El cartel de la película, en versión española.

Leí los libros, me fascinaron, y lloré unos años porque no había más secuelas. (Recuerdo esos llantos y el crujir de dientes, en compañía de mi gran amigo lecterólogo, Miguel Ángel Aguilar Avilés). Me compré la primera novela de Harris, Black Sunday (Domingo Negro, 1975), pero por pura rabia no la leí. Sigo sin haberla leído. Tengo una edición cochambrosa en rústica y reencuadernada en plan casero en tapa dura por alguien, y en algún momento sacaré tiempo y entraré al trapo y me la zamparé. A fin de cuentas, Harris es un amigo.

En 1999 tuvo a bien complacer a los lectores con Hannibal, la secuela de la secuela... La espera había merecido la pena, y todas las críticas negativas se convirtieron en una afrenta personal contra mí, porque apuntaban directamente a Harris. Y fue entonces cuando me di cuenta de que Harris era mi amigo. Y con los amigos voy a muerte, tú, sí, te estoy hablando a ti, que mi infancia es barrio y campo y la sangre es roja y si hay que llegar a las manos, ahí estaremos. Otro de mis amigos, Stephen King, declaró que el personaje de Hannibal Lecter era "el Drácula del siglo XX", o algo así, y luego, en alguno de sus libros de ensayo o en algún artículo, llamó a Harris gandul egoísta que nos estaba privando de su talento. Esa es la crítica propia de un amigo, por cierto.

A todo esto, la película de Ridley Scott basada en la nueva novela de Harris también estaba bien; muy bien, de hecho. Hay a quien no le gusta nada. Bah, ¿a quién le importa?

La primera edición en castellano de Hannibal.
 

Y llegó 2006 y Hannibal Rising (en España: Hannibal: el origen del mal), que parecía más una novelización de la película de Peter Webber de 2007 que otra cosa. La novela era muy corta, y sí, era mucho mejor que la película, pero... daba la impresión de algo forzado, con un punto de auto reciclaje bastante obvio, vamos: un escritor que se quiere quitar de encima una obligación que le ha llovido del cielo y le produce pereza, aburrimiento y mucha rabia. Y con razón, pues al parecer, Harris la escribió bajo la presión de Dino DeLaurentis, que lo amenazó con proseguir la franquicia Lecter sin su creador. 

Lo incomprensible en este caso es que a Harris le importaran dos pimientos lo que hicieran los mamones del cine de Hollywood (los desgraciados a los que Mario Puzo retrata en su magistral El último Don) con su personaje. Lo mismo habría dado que Harris se hubiera quedado al margen, cobrando regalías, pues al fin y a la postre, Hannibal Lecter ha seguido con su vida al margen del tipo ese de Tennessee, el que se va a cuidar ibis y patos y garzas en Florida y a curar zarigüeyas gigantes de Sumatra. Hasta la buena de la agente Starling del FBI, la prima de pueblo de la agente Dana Scully, se le ha emancipado a Harris.

Edición de bolsillo de Hannibal: el origen del mal

Confieso que no sé gran cosa sobre estos más o menos recientes productos televisivos, pero miedo me da que se parezcan al Manhunter (1986) de Michael Mann, que adaptaba Red Dragon (1981) de Harris. Que sí, que la película tiene sus defensores, pero yo no me encuentro entre ellos. (La novela, eso sí, me parece una obra maestra del thriller de terror).

El dragón rojo, en tapa dura de Bruguera.

¿Qué más puedo añadir sobre mi amigo Thomas Harris? Poco. Acerca del doctor Lecter ya escribí algo en su día, en un reportaje titulado "Los nuevos héroes: el tipo de gente que USTED nunca querría ser", publicado en el suplemento cultural Ínsula el 20 de junio de 2005, y en el que postulaba la metamorfosis de algunos arquetipos clásicos y sus modernas encarnaciones. Además de Lecter, ahí estaban Frank Castle (y por defecto, Mack Bolan), John Costantine y el ladrón Parker. Cualquier día de estos lo recuperaré en este blog, pues ahora que caigo, redacté aquello antes de que existiera Hannibal Rising.

En fin: Thomas Harris es un curioso peso pesado del bestseller de calidad, y no debería necesitar ayuda ni publicidad extra o gratuita.

O eso creía yo.

Portada de Ínsula nº20

Primera página de mi reportaje sobre "Los nuevos héroes".

***

El 15 de julio de 2019, mi amigo Francisco Javier Lara de la Flor, irredento sherlockiano y perteneciente a la secta del Ka-Tet, posteó en Facebook la noticia de la inminente aparición de una nueva novela de Harris, titulada Cari Mori. El post obtuvo tres "me gusta" (uno de ellos del enormísimo Manuel Berlanga, tristemente desaparecido), y el único comentario que obtuvo el enlace de Javi era mío. Dije: "Esto SÍ es una buena noticia. No tenía ni idea."

Y después de aquello, no volví a saber absolutamente nada de Cari Mori. No me tropecé con la novela en comentarios de redes sociales, ni una mención en tertulias, ni una reseña que me saltara al cuello desde algún grupo de Facebook, ni en un periódico, una revista, un blog. No la vi en los anaqueles de las librerías tradicionales de fondo, ni tampoco me tropecé con el título en el millón de librerías de segunda mano que he visitado desde entonces. Nada de nada. Hasta el punto que olvidé aquella noticia, que para mí era tan importante como el anuncio oficial de Twin Peaks: 25 años después, o como cojones se llame esa puta obra maestra de David Lynch (otro amiguete, por si alguien se lo pregunta).

Para mí, es un misterio que la novela me pasara desapercibida. También es cierto que, tras su aparición en España en octubre de 2019, es posible que se diluyera entre las miles de novedades editoriales de la campaña navideña, y después... ya saben: la Plaga.

Ahora, me entero, John Connolly, escritor irlandés, puso a caldo Cari Mora en cuanto salió. He leído su respetable y llorona reseña ("cómo me hubiera gustado hablar bien de Harris, pero mi honradez me lo impide", viene a decir), y lo que yo lamento son los muchos spoilers que mete: se podría haber cortado un pelo, el compañero y colega Connolly. En cualquier caso, que alguien del nivel del creador de la saga del detective Charlie Parker te ponga la novela a caer de un burro, no creo que ayude mucho a la popularidad de tu trabajo. (Sigo sin haber leído a Connolly, a pesar de la insistencia de Alfredo Lara. Todo llegará).

No se trata de la mejor novela de Harris; e incluso puedo decir, ahora que la he leído, que quizá sea la menos buena (a falta de Domingo negro, que sigue pendiente, como ya he dicho). Pero también es cierto que lo peor que escriba Harris es mejor que... bien, digamos "mejor que una patada en los huevos", para no herir sensibilidades. Porque al menos servidor, no está aquí para hablar mal de los colegas del gremio.

Domingo Negro, edición de Bruguera.

Cari Mori es un interesante híbrido, fruto de nuestros tiempos. Para empezar, es una novela de aventuras pura y dura, como aquellas de las que hablaba Luis Ardila en 1931: trata de la búsqueda de un tesoro oculto, desconocido y sobre el cual pesa la maldición de que, cualquiera que intente obtenerlo, morirá. Además, hay un monstruo que guarda el tesoro. También hay barcos, o sea, mucho ambiente marítimo; y por supuesto, varios grupos en discordia que desean hacerse con el peligroso cofre.

Aventuras, ¿verdad? Sin duda. De manual. Hay mil historias con este mismo argumento, idéntico, punto por punto. Y todos sabemos que si hay un tesoro, un dragón, un monstruo, un fantasma lo guarda. Y habrá que descifrar una clave que permita acceder a bla bla bla. El escarabajo de oro de Poe. El pozo de la muerte de Preston y Child. ¡La isla del tesoro de Stevenson! Algunas de las de Tarzán, algunas de las de Doc Savage... Si quieren, hacemos un concurso, a ver cuántas historias nos salen.

Pero... resulta que el tesoro consiste en un montón de lingotes de oro (25 millones de dólares, más o menos) que pertenecían al narcotraficante colombiano Pablo Escobar, y están ocultos bajo una de sus casas de Miami, conectados a tropecientos kilos de semtex, que es un potente explosivo capaz de mandarte a la puñetera Luna.

Y si tenemos el tesoro de un narco de altísimo nivel, lo que procede es que también haya piratas, que aquí están representados por una asociación de marinos criminales de Barranquilla, conocidos por conformar la sociedad secreta de Las Diez Campanas (pocas bromas con estos cabrones). Y luego, tipos aún peores que los piratas ladrones asesinos criminales sin escrúpulos, etc.

 

Y por último, está Caridad Mori, que fue secuestrada por las FARC cuando era niña (una infancia que no habría envidiado ni Hannibal Lecter, oiga), y logró escapar y llegar a los Estados Unidos con una maleta cargada de amargura, conocimientos letales sobre cualquier tipo de acción terrorista, guerra de guerrillas, secuestros, ejecuciones, uso de armas blancas y de fuego pesadas y ligeras... y un gran amor por los animales y por su libertad, es decir, su derecho a que la dejen en paz por siempre jamás.

La especialidad de Thomas Harris es la de crear villanos sin paliativos, indudables, odiosos hasta desearles una muerte lenta. Después de los terroristas de Black Sunday, se inventó al "Hada de los Dientes" de Red Dragon, y de ahí escaló para utilizar al verdadero villano de su anterior novela, Hannibal Lecter, convertido en supremo protagonista de The Silence of the Lambs, donde eclipsaba a ese pobre bastardo desgraciado al que llamaban Buffalo Bill. En Hannibal le dio la vuelta al marcador, y aquí el doctor Lecter ya era un malvadísimo súper héroe que se enfrentaba al millonario depravado Mason Verger y a sus sicarios, extraídos de la mafia italiana. Y en Hannibal Rising, el joven y heróico y taradísimo y un poco despistado Hannibal se las veía, en sus tiempos mozos, con una banda de criminales que igual practicaban el canibalismo que la trata de blancas y lo que hiciera falta: cuanto más chungo, mejor. Criminales que, por cierto, eran responsables de la peculiar actitud de Hannibal hacia la vida humana.

Gary Oldman, en el papel de Mason Verger

En Cari Mori repite su exitoso (aunque ya un tanto agotado) esquema: gente muy muy muy mala (los ladrones, nuestros viejos piratas) contra gente que, ahora sí, por fin, no es que sea peor, es que son putos diablos encarnados hiperpoderosos e intocables. Para que el lector se haga una idea de qué niveles de maldad estamos hablando: eche un vistazo (o lea de una vez por todas) a Al otro lado del río de Jack Ketchum y tome nota de las prácticas de los malos y sus jefas, y multiplíquelo por un número al azar, uno alto. O bien, si ha leído Torso de Edward Lee (cosa que yo no me atrevo a hacer de momento, porque mi sensibilidad tiene un límite), piense en lo que sucede en esa historia, pero aplíquelo al poder político absoluto que otorga el dinero (con muuuuuchos ceros) en un país africano de los más problemáticos y jodidos. Por ejemplo.

Tenemos a un súper villano personal e intransferible en la figura del psicópata (por llamarlo de alguna manera, pues como sucede con Lecter, "no tienen un nombre para lo que es") Hans-Peter Schnider, cuya descripción -un hombre alto, corpulento, completamente calvo, sin pestañas, de febril imaginación, gran dibujante, y demencialmente cruel- es clavada, clavadita a la de ese otro súper villano de la literatura moderna: el juez Holden, misterioso personaje pseudohistórico que maneja los hilos en Meridiano de sangre de Cormac McCarthy. Si Schnider no es un descendiente directo de Holden, entregaré a mis superiores el arma reglamentaria y mi carné de mitógrafo creativo.

Mis impresiones sobre este batiburrillo argumental: si partimos de la base de que la traducción de Jesús de la Torre es correcta, hay unos cuantos pasajes en los que el uso del tiempo presente es absolutamente prescindible y sólo sirve para que cansinos y puretas como yo se quejen. Por lo demás, es puro Harris (como dijo King de esta misma novela), con esos destellantes detallitos que suele introducir, como la cacatúa que perteneció a Pablo Escobar y los monstruos de Hollywood que se guardan en la casa del tesoro, la escena en que el detective de policía (porque también hay polis en la historia) visita a su mujer en una residencia para enfermos muy fastidiados, la filosofía de la escuela de ladrones, la conservera de caracoles fabricados con carne de rata... en fin, toques de genio. Luego, en el terreno del gore, me ha ganado por goleada, pues ha conseguido darme náuseas sin mostrarme un carajo: ya sólo las ideas que insinúa, a mí me trastornan, literalmente, y me llevan al terreno de Ambrose Bierce y a gritar "pero ¡cómo pueden pasar esas cosas!" Así de increíble es lo que cuenta en esta historia.

Así que, resulta que lo menos bueno que ha escrito Thomas Harris es una novela de aventuras casi splatterpunk, que también es un thriller de terror realista que estira el horror hacia límites intolerables. Es corta. Y a estas alturas de la vida, tampoco te sientes engañado por que no se trate de un nuevo El silencio de los corderos. O porque la tipografía de le edición española es, en contra de lo acostumbrado, tan enorme que dan ganas de pegarle una paliza a la Editorial Suma de Letras, que ha vendido el libro al peso. Pero eso sí: la edición, en general, es una preciosidad. Me quito el sombrero y las innecesarias gafas de la presbicia.

Por lo que a mí respecta, mi amigo ha cumplido. Y espero con ansia (y un poco de miedo, a decir verdad) averiguar qué nuevas burradas inhumanas se le ocurren para la próxima novela.

Ave atque vale.


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