sábado, 21 de octubre de 2023

El asesino de la carretera, de James Ellroy


20 de abril de 2023

James Ellroy tiene obras buenas, muy buenas y alguna que otra obra maestra. El asesino de la carretera pertenece a la tercera categoría.

Es obra maestra sin paliativos. (O eso, o que a mí me ha pillado de buenas).

Publicada en octubre de 1986, directamente para el mercado como paperback y bajo el título de Silent Terror (en ediciones posteriores, sería Killer on the Road), es una grandísima novela de asesinos en serie, relatada en primera persona por el criminal. Y... ya vamos con las odiosas comparaciones. Que en esta ocasión, no son gratuitas, como verá el lector:

 

La historia está inspirada, según Ellroy, en los crímenes reales de los "Asesinos de la Caja de Herramientas", Lawrence Bittaker y Roy Norris, que violaron, torturaron y mataron a cinco muchachas en California allá por 1979. (Ambos están muertos, y bien muertos). Joyride, de Jack Ketchum, que he leído hace unos días, está inspirada por los asesinatos de Howard Unruh, que mató a trece personas en doce minutos, allá por 1949. También está muerto, y bien muerto.

Joyride se publicó originalmente con el título de Road Kill. Silent Terror, ya lo hemos dicho, se convirtió en Killer on the Road. Ambas historias tienen, como es obvio, algo de road movies. Ambas historias se adentran en los entresijos psicológicos del criminal psicópata.

Las diferencias entre ambas novelas son muchas, muchísimas; ante todo, hay diferencias de estilo (que no de intencionalidad). Ketchum trabaja en tercera persona, lo cual siempre consigue cierta distancia y objetividad sobre el texto. Ellroy nos brinda una primera persona parcialísima y, no obstante, sincera hasta el vómito. Pero desde mi punto de vista, lo que hace que el lector se acerque a estas obras con diferentes expectativas es que Jack Ketchum es un escritor de terror y James Ellroy es un escritor de serie negra.

Mi primera aproximación a El asesino de la carretera cuando lo conseguí de segunda mano o de saldo en Madrid, en alguna parte, hace años, resultó en fracaso. Aguanté veinte o treinta páginas, o menos, y me fui a otro libro. Esto sucedió porque yo esperaba encontrarme una vilenta historia de gángsters y corrupción, como las que ya había disfrutado en El gran desierto, América, La Dalia Negra, Seis de los Grandes, Jazz Blanco, etc., y me encontré con el retrato de un puto chalado que veía cosas raras a su alrededor, colorines y yo qué sé qué. Me dio náuseas, porque en aquel momento me sentía demasiado sensible a la casquería de primer orden, y abandoné. Recuerdo hablar del tema con mi amigo Juan Carlos Monroy Gil, gran lector de novela negra (y de las otras también), quien me mencionó de pasada en una conversación El asesino de la carretera como si fuera una novela más de Ellroy. O esa impresión tuve yo. Me parece que a Juan Carlos también le pilló desprevenido la hostia que supone esta obra de Ellroy.

Y ha sido la grata lectura (con sus vaivenes, pros y contras) de Joyride la que me ha llevado a enfrentarme de nuevo con el psicópata de las narices. (Con el personaje de Ellroy, no con Ellroy. Que también). La lectura tiene estas cosas: es un viaje de asociación de ideas comandado por las apetencias intelectuales de cada momento. Un libro te lleva a otro y, si uno observa con atención, si lee como se debe leer, se encuentra sumido en un pozo de círculos concéntricos y tentáculos resbaladizos que son caminos... o carreteras a otros autores, otros libros.

Una de las primeras cosas que he hecho al terminar de leer El asesino de la carretera ha sido ficharla en La Tercera Fundación bajo los epígrafes "Terror, misterio..." y "Asesinos en serie". Tiene poco de policial, de investigación, de Comisaría 87. Ni siquiera se parece remotamente a la serie de Hannibal Lecter de Thomas Harris, por mucho que también aparezca en LTF bajo las mismas etiquetas. Estamos, más bien, ante un "manuscrito encontrado", de manera que podríamos etiquetar a Martin Michael Plunkett, narrador de la historia, dentro de los autores de nuestra particular Biblioteca de Babel.

La he devorado, la he gozado, me he descojonado vivo con la aparición estelar de ese tío mierda que se llamaba Charles Manson (pues Ellroy sí que tiene sentido de humor)... y me han quedado muy pocas ganas de releerla alguna vez. Vaya, las mismas que de hacer un nuevo visionado de Saló de Passolini. Ya lo he pasado bastante mal, gracias. Y bastante bien, gracias.

La versión española, publicada en tapa dura, con buena tipografía, en la colección La Trama de Ediciones B, corrió a cargo de los difuntos Hernán Sabaté y Montserrat Gurguí, que hicieron un trabajo excelente. (Si ha leído usted en español La tienda o La mitad oscura de Stephen King, Koko de Peter Straub, o Cavadores de Terry Pratchett, en realidad ha leído a Hernán Sabaté).

Y no voy a contar nada más. Ellroy es un maestro y un cabrón. No importa si eres lector de terror, de serie negra, de ciencia ficción, de realismo mágico, de Pele, de Mele o de Panzapelá... Si eres lector, dale una oportunidad a Ellroy. Que la vida son dos días.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario