lunes, 27 de noviembre de 2023

Fantasmas (Phantoms, 1983), de Dean R. Koontz

Mi ejemplar de Fantasmas de Koontz.


16 de noviembre de 2023

Koontz otra vez. "El Stephen King para pobres", "mediocre autor de historias de miedo", "el mismo esquema, otra vez", "novela entretenida sin más", "miedo, lo que es miedo, no da", "muy irregular", "nada del otro mundo", "lo mejor es el comienzo", "yo al libro le pondría un 6 o un 7"... Así opinan muchos, muchísimos de los lectores de Koontz, una y otra y otra y otra vez. No entiendo cómo es que vuelven a él. Como decía Richard Laymon: si no te gustan las espinacas, no comas espinacas.

Confieso que a mí, cómo no, Koontz me ha decepcionado en más de una ocasión. Pero también me decepciona Stephen King ("el Dean Koontz para ricos", supongo), y no por eso dejo de desearle cada año que le den un puto Nobel de Literatura que no necesita para absolutamente nada.

Phantoms (marzo de 1983), que aquí tradujo el difunto Hernán Sabaté como Fantasmas en 1988 para la archiconocida y recordada Gran Súper Terror de Martínez Roca, es tan buena, tan brillante, tan redonda, tan divertida, tan terrorífica, tan imprescindible, tan imprevisible, tan original y a la vez tan clásica, tan revisitable, como la mejor de las novelas de (no voy a decir King porque no me da la gana) cualquier otro escritor consagrado al género.

 

La portada original, gestaltista, de Phantoms. No es gran cosa, y recuerda al logotipo de la célebre franquicia de discotecas de los años 80, Penélope.

El 20 de octubre de 2014, la librería Cyberdark, con motivo de los días previos a la festividad de Todos los Santos (y el Día de Difuntos, y la Noche de Halloween y el cumpleaños de Jason Voorhees y lo que sea necesario, oiga, compre, compre, que me los quitan de las manos) me pidió una de esas listas, mutables con el tiempo, que en este caso era la de mis diez libros favoritos de terror, y la publicó en redes "sociales". Se trataba de los siguientes títulos:

El exorcista, William Peter Blatty
Fantasmas, Dean R. Koontz
Cementerio de animales, Stephen King
El caso de Charles Dexter Ward, H.P. Lovecraft
La investigación, Stanislaw Lem
Las noches lúgubres, Alfonso Sastre
Libros sangrientos, Clive Barker
El circo de la familia Pilo, Will Elliot

Entre los comentarios que suscitó esta lista, que mi buen amigo y gran colega Óscar Mariscal aplaudió a rabiar para mi sonrojo (porque a Óscar lo quiero tanto como lo respeto y admiro), destacó la sorpresa y gozo de algunos compañeros por la presencia de Las noches lúgubres de Sastre, desconcierto por la inclusión de La investigación de Lem, el confeso desconocimiento más o menos mayoritario de la obra maestra de Will Elliot, que me descubrió (como tantas otras cosas) mi hermano Daniel... y el desacuerdo de otros colegas, como Carlos Díaz Maroto, que no compartían mi gusto por Koontz, ni siquiera en esta novela, que acaso sea la más comentada y mejor valorada de su producción. Y mira que Koontz tiene carretadas de libros...

 

 

 

***

Y ahora, amigos, toca viaje en el tiempo. La próxima parada: cuando los tatanka dominaban la llanura, antes de la llegada del hombre blanco y su palo-que-escupe-fuego, la Edad en que los pacíficos nativos de Al-Basit sólo guerreábamos entre nosotros por naderías gramaticales, literarias, de pinceles de trazo fino y un quíteme usted allá esas comas entre el sujeto y el verbo o saco la siete muelles.

Verán ustedes:

Paquete vacío del extinto tabaco Bisonte, en cajetilla blanda.

Leí Fantasmas, según mis notas privadas, entre el 23 y el 28 de febrero de 1999, en un ejemplar que saqué de la Biblioteca Pública del Estado en Albacete, que imagino ya estará debidamente expurgado y destruido, o bien en manos de algún perverso coleccionista que habrá emigrado de la ciudad para nunca volver a pisarla. Creo que la paseé por el Campus Universitario y por diversas salas de estudio, pero tengo el cristalino recuerdo de leer páginas y páginas mientras tomaba café solo largo y fumaba Bisonte, uno tras otro, en la cafetería Galas (que aún existe, pero ya no tiene mesa de billar y los extractores de humo están apagados, aunque sigue siendo un rincón pintoresco), en el nº15 de la calle Marqués de Villores, a una manzana de donde vivo actualmente. Venía de un radiante principio de año, dos meses de una racha de lecturas excelentes y que me marcaron (esto lo sé porque hoy podría hablar de ellas como si las hubiera leído ayer), entre las que se encontraban el díptico escocés formado por Secuestrado y Catriona de Robert Louis Stevenson; Sherlock Holmes contra Fu Manchú de Cay Van Ash; los tres últimos volúmenes de la serie del Mundo del Río de Philip José Farmer; una relectura de El sabueso de los Baskerville; y dos obras teatrales: la divertidísima e irreverente Óscar y Sherlock de Santiago Moncada, y El cuervo, de Alfonso Sastre, que es una pieza magistral de la fantasía y el terror. (También leí en ese lapso el primer volumen de la serie de capa y espada de Arturo Pérez-Reverte, El capitán Alatriste, que estaba firmada por el escritor y su hija Carlota. Nunca volví con Diego Alatriste. Quizá lo haga algún día. Pero si me das a elegir entre una espada y una Desert Eagle, me quedo con la última... salvo que se trate de la espada de Alan Breck).

 

El Galas, cuando aún tenía billar. Esta imagen no puede ser demasiado antigua...

El cuervo de Alfonso Sastre, en la edición de Escelicer.

Sherlock Holmes contra Fu Manchú, de Cay Van Ash: objeto de coleccionistas, muy codiciado.

Acababa de terminar la obra teatral de Sastre, de escalofrío y extrañas distorsiones temporales, cuando me puse con Fantasmas. Entré a pelo, con un único aviso previo que consistía en haber leído, años atrás, un par de novelas de Koontz: Susurros (Whispers, 1980) y La visión (The Vision, 1977), ambas muy entretenidas, la primera bastante terrorífica y por encima de la media de cualquier escritor, Koontz incluido.
Y Fantasmas me sorbió la sangre y el seso desde las primeras páginas.
 
Susurros: candidata a relectura dentro de un tiempo...

La Visión: un excelente thriller sobrenatural.

La sinopsis es muy sencilla: la población de Snowfield, un pequeño pueblo de montaña, ha desaparecido de la noche a la mañana. Como la tripulación del Mary Celeste en diciembre de 1872, por ejemplo. Y lo que encuentran los primeros visitantes es una sucesión de horrores inexplicables en un repentino pueblo fantasma. (Donde digo "horrores inexplicables", quiero decir "cosas que dan MIEDO". En serio).

Éste es un argumento que está basado en muchos casos reales y todavía sin resolver, como los del del bergantín citado, o los de la famosa colonia americana de Roanoke y la misteriosa palabra CROATOAN que apareció grabada en un árbol. (Sobre Roanoke, Farmer escribió una curiosa novela titulada Dare, de 1974; y el mismo autor afirmaba, en otra obra, que Tarzán estuvo a bordo del Mary Celeste el día en que sucedió lo que sucediera allí. Y si no recuerdo mal, Phileas Fogg y el Capitán Nemo también tuvieron algo que ver con los marineros esfumados, siempre de acuerdo con el mitógrafo creativo de Peoria. Pero otro día hablaremos de estas cosas farmerianas y woldnewtonianas...).

 

Croatoan: la palabra misteriosa es lo único que quedó de la colonia de Roanoke

Dare, de Farmer, en castellano. Una explicación a lo que sucedió en Roanoke.


En el caso de Snowfield, lo que se encuentra escrito (en un espejo) no es la palabra croatoan, sino lo siguiente:

Una pintada que, parafraseando a Sherlock Holmes, "no es el nombre de un célebre criminal, Watson, sino el de un escritor y el título de su libro, el cual está íntimamente relacionado con el caso de la desaparición masiva de Snowfield, un asunto para el que el mundo aún no está preparado".

Cuando pasé la última página y cerré el volumen resobado de la biblioteca, supe que se acababa de leer una de mis novelas favoritas de terror.

 

La edición de Círculo de Lectores de Fantasmas. Es fácilmente encontrable y contiene la traducción de Sabaté. Yo la he regalado unas cuantas veces. Si veo un ejemplar, lo compro, lo guardo, y le doy a alguien una grata sorpresa.
 

***

Fantasmas de Koontz es una gran obra, abiertamente lovecraftiana; pero al mismo tiempo, prescinde de las típicas referencias canónicas a las que recurrimos los continuadores de la obra de Lovecraft: en esta novela no tenemos a Cthulhu ni la ciudad sumergida de R'Lyeh, ni existen invocaciones extractadas del Necronomicón de Abdul Al-Hazred, ni andan por ahí los Marsh de Innsmouth. Sin embargo, Koontz juega en el terreno del horror cósmico, ese que muestra al ser humano como una cagadita de ratón frente a todas las cosas aberrantes e inconcebibles que existen en el infinito cosmos y más allá del tiempo y el espacio, ese tipo de horror que surge cuando se nos enseña que las leyes que conocemos (físicas, matemáticas, biológicas) no valen un pimiento en cuanto las sacas del planeta Tierra... y a veces, ni aquí funcionan como deberían cuando intervienen fuerzas extrañas. Y ese pedazo de cabrón que es Koontz se las arregla para que pasemos mucho tiempo considerando si ese "Ancient Enemy", el Enemigo Ancestral, es el mismísimo Diablo, Satanás, El De Los Cuernos, un Pazuzu salido de El exorcista de Blatty, cuando en realidad se trata de una de esas cabronadas que decíamos arriba, un horror cósmico. (De hecho, uno de los detalles que recuerdo con mayor agrado y sorpresa fue el guiño que Koontz hacía a la novela de Blatty, ¡una maravilla!).

Pero es que, por si esto fuera poco, Koontz, joder, se las arregla para explicarnos (de forma que lo entendamos perfectamente) la naturaleza de ese horror y, puesto en harina, nos lo muestra en todo su esplendor, es decir: hace algo que para Lovecraft era inconcebible.

En lugar de susurrarnos al oído la existencia de unos cultistas siniestros que adoran a una deidad maligna e innombrable (por impronunciable), lo que aquí tenemos es a una banda de delincuentes en motocicleta, auténticos psicópatas asesinos en serie y torturadores, cuya principal afición consiste en secuestrar chicas y hacerles eso de "follar y lo que sigue", siendo "lo que sigue" no apto para estómagos como el mío. Así que, sí: aquí sí que vamos a ver la influencia de la entidad demoníaca, con toda la sangre y alambres para atar manos y demás parafernalia. Porque el horror cósmico también puede ser un poco gore.

No voy a seguir más adelante, porque acabaría destripando con mi entusiasmo una novela que merece leerse sin introducciones. De hecho, es una pena que su adaptación cinematográfica, pobre para lo que es el texto original, tuviera tanta difusión y la haya visto hasta el gato. Pero eso es un mal necesario, al parecer.

De Fantasmas, reclutamos para nuestra Biblioteca de Babel a Timothy Flyte y su The Ancient Enemy, un ensayo forteano sobre las desapariciones masivas a lo largo de la historia, que debería penetrar en nuestro plano de realidad YA.

 

Peter O'Toole encarnó a Timothy Flyte en la versión cinematográfica de Fantasmas. Él hizo bien su papel, pero el guión se quedaba corto...

***

¿Les importa si hago una pequeña confesión? No he releído Fantasmas desde aquella vez, en 1999. Pero tan sólo de escribir toda esta recensión realizada de pura memorieta, me entran unas ganas locas de volver a las calles vacías, o casi vacías, de Snowfield.

A ver si son tal y como las recuerdo...


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