miércoles, 8 de noviembre de 2023

El superviviente, de James Herbert

 


7 de noviembre de 2023

The Survivor (1976) es la tercera novela del escritor británico James Herbert (1943-2013), y figura en un lugar destacado entre las obras mencionadas (para bien) por Stephen King en su seminal ensayo Danza macabra (Danse Macabre, 1981).

El volumen de King es muy famoso, una deliciosa lectura para los aficionados al género del horror, gustosos de ociosear. Una de las cosas que más recuerdo de dicho libro, que muchos revisitamos de cuando en cuando, es la enconada defensa que King hace de su colega inglés, a quien sus paisanos defenestraban y consideraban un escritor de segunda o tercera fila. (No me hace tanta gracia cuando King pasa por encima de Richard Laymon, cuando no lo insulta directamente, y además, lo excluye -al menos en la cuidada edición española de Valdemar- del mismísimo índice onomástico). King llega a comparar a Herbert con un moderno Robert E. Howard por motivos técnicos y literarios que, sospecho, desaparecen en la traducción al español. Cierto es también que Herbert es directo, bestia y honesto, como Howard, y no se anda con florituras innecesarias, también como Howard. Pero por desgracia, Herbert no tiene apenas relatos, un género que, por algún motivo, le resultaba ajeno. Los pocos que hay son, en su mayoría, fragmentos "perdidos" o extractos de novelas más largas. Y los que he leído funcionan bien ellos solitos, como es el caso de "Maurice y Mog" (1987), en castellano en el inencontrable volumen Horror 7 de Gran Súper Terror.


El superviviente, publicado en la colección Fábula de Planeta en septiembre de 1979, con versión castellana de César Armando Gómez, no me ha matado. Que es exactamente lo que le sucede al protagonista de la novela, un copiloto de aerolíneas comerciales que sobrevive milagrosamente a un accidente catastrófico: un avión con cerca de trescientas personas que se estrella a tiro de piedra de la célebre localidad de Eton, esa que alberga una escuela de donde han salido poetas, presidentes y otras personas traumatizadas de por vida.


Me toca hablar por hablar, pues aún no le he hincado el diente a La invasión de las ratas ni a La niebla, las dos novelas de Herbert inmediatamente anteriores a ésta; pero tengo la sensación de que, durante sus primeros años como novelista profesional, el autor concibió una fórmula, lo que yo llamo una "máquina de hacer churros", que consistía en combinar en la coctelera dos géneros: el de catástrofes y el de horror fantástico o sobrenatural.



El género de catástrofes llevaba algunos años generando dinero con éxitos literarios y cinematográficos como The Tower (1973) de Richard Martin Stern y The Glass Inferno (1974) de Thomas N. Scortia y Frank M. Robinson, dos novelas que conducirían al guión de esa maravillosa producción de Irwin Allen que se llama The Towering Inferno (El coloso en llamas, 1974, dirigida por John Guillermin; y también The Poseidon Adventure (1969) de Paul Gallico, que daría pie a la célebre película homónima de 1972. Hay muchos más ejemplos y antecedentes, pero la obra que convirtió la década de 1970 en una sucesión de desastres fue la novela Airport (1968) del anglocanadiense Arthur Hailey, fabricante de exitosísimos bestsellers, como Hotel (1965). Cualquier ser humano nacido antes de 1990 ha visto la película Aeropuerto (1970), así como sus diversas secuelas, derivados y parodias.



Pero no todo el mundo ha leído El superviviente de Herbert, quien dejó atrás sus ratas invasoras (a las que volvería con dos entregas más) y su gas catastrófico para ir directamente a la fuente del género, que es Hailey... y de paso, se metió en un fregado curiosísimo que por momentos recuerda a The Twilight Zone, salpimentado con The Exorcist (1971) de William Peter Blatty y un pellizco de Hell House (1971) de Richard Matheson.



La historia, que no llega a las 250 páginas, gira en torno a las secuelas del accidente en Eton, y está estructurada de modo que conozcamos el misterio que rodea al protagonista, sufriente sobreviviente que no recuerda nada de lo que sucedió durante el vuelo (lo cual es una jodienda para los investigadores oficiales del caso); y al mismo tiempo, los extraños, salvajes, sangrientos sucesos que tienen lugar entre los habitantes del pueblo: es en estos "cuadros de costumbres" donde el Herbert más cafre brilla con luz propia. Así, tenemos un capítulo dedicado al amnésico piloto, y luego otro donde se recoge alguna burrada casi splatterpunk, amén de sobrenatural, en apariencia aislada... pero que, por supuesto, se encuentra íntimamente ligada a la trama principal.

Esta frágil torrecita de capítulos alternos ha dado pie a críticas no demasiado acertadas, en mi opinión, donde se habla de "compendio de relatos independientes unidos por un hilo" (un fixup, que dicen en inglés, o la Primera Parte de Don Quijote de La Mancha, que digo yo), pero no lo veo así, ni mucho menos. Considero que es una obra un tanto deslavazada, pero no por su estructura, sino porque no me parece que Herbert consiguiera transmitir el latido del horror lógico (o más bien, consecuente) que sí subyace, de forma explícita o implícita, en sus novelas posteriores (al menos, en las que sí he leído, que son unas cuantas). No creo que Herbert se pensara mucho esta obra; más bien, se diría que la vomitó sobre el teclado de la máquina de escribir a toda velocidad y con una fecha de entrega pendiendo de su cabeza, como la proverbial Espada de Damocles. Y a la manera del prolífico Robert E. Howard, como apuntaba King. Esa es mi impresión.

Donde digo horror lógico (o consecuente) quiero decir horror que sigue una serie de reglas dentro de una ficción. Cosa que, en El superviviente, no sucede, porque se desmadra. Tan pronto estamos enfrentados a un montón de almas en pena, como sospechamos de la presencia de un brujo malvado y pronazi; o bien se trata de un auténtico diablo salido de las páginas del Dictionaire Infernal de Collin de Plancy (un personaje llega a mencionar a los demonios Agaliarept y Glasyalabolas, y alguno más), o quizá un terrorista chalado, o ¡una muñeca diabólica y embrujada!... Vamos, que es un lío resuelto por medio de la varita mágica del escritor, lo que se llama un deus ex-machina, como saben todos los lectores de Apocalipsis de Stephen King.

El demonio Caacrinolas, Glasyalabolas, Glasyabolas... y tiene más nombres, el perrito.

Quiero añadir, en descargo de mi querido y llorado James Herbert, que he leído la novela en circunstancias muy poco propicias (por cuestiones puramente médicas y personales), y lo que tendría que haber sido un par de sentadas, se ha prolongado a lo largo de una tontísima semana de releer páginas una y otra vez. En buena lid, tendría que haber dejado el libro en la estantería y pasar al siguiente. Pero Herbert no me lo ha permitido, y esto, por mucho que yo esgrima chorradicas sobre argumentos deslavazados e hibridajes fallidos, habla en favor del libro y no en su contra. Y admito, además, que no me esperaba el final, abrupto y sencillo como el de un bolsilibro de Curtis Garland. Lo cual no es ni bueno ni malo, sino todo lo contrario.

Querido James, volveremos a vernos pronto.

 

Portada de The Survivor, con muñeca diabólica incluida. Y sí: sale dentro. Como tantas otras cosas...

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