lunes, 6 de mayo de 2024

Con las mujeres no hay manera (1950), de Vernon Sullivan


5 de mayo de 2024

¿Cómo escribir una reseña o una reflexión seria sobre una historia que es parodia de todo un género, o un subgénero, o patatas fritas? No tengo ni idea. Es decir, ¿qué tengo que pensar de un párrafo como el siguiente, el largo, el que se encuentra en mitad de la página? El que comienza diciendo "No veo por qué no he de ocuparme un poco de Gaya [...]":


 

¿Qué hago con esto? ¿Me río ante la audacia del autor? ¿Lo busco para darle una paliza por tomarme el pelo y permitirse lujos que, supuestamente, me sacan de su historia? ¿Lo felicito? ¿Lo mando al cuerno?

Y así, 158 páginas de Bruguera Libro Amigo, con letra gorda y amplio interlineado, traducidas al castellano por Josep Elías en abril de 1981. Extensión casi, casi de bolsilibro de toda la vida (25.000 palabas en los buenos tiempos; yo le calculo unas 30.000 al original en español de Con las mujeres no hay manera). Y contenido también casi, casi de bolsilibro, por el despiporre, la improvisación, y hasta el punto final. Yo, desde aquí, le pregunto a un par de amigos escritores, que también cultivan esa literatura que raya en el porno pero que es humor negro (negro como un tiro en la nuca, negro como el banquete en que se comen el cadáver de la abuela, negro como robar un automóvil a punta de pistola), estoy pensando en Hernán Migoya y en Alejandro Salvador (alias El Batería de los Debodis), ¿vosotros os atrevéis a meter un parrafito en que el narrador justifique que os ha contado un rollete para aprovechar y vestirse mientras tanto?

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Vernon Sullivan fue un escritor negro nacido en los Estados Unidos (en el sur, sin duda alguna), país en donde no lograba publicar sus obras, allá por los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial. Es muy probable que Sullivan fuese un veterano del Pacífico y quizá anduvo por Iwo-Jima, o puede que desembarcara en las playas de Normandía el Día-D. Ni idea.

En fin, el caso es que, ante las negativas editoriales, probó suerte en Francia, donde el británico James Hadley Chase había sido un pelotazo comercial a inicios de 1946 con El secuestro de Miss Blandish (No Orchids for Miss Blandish, 1939). Y un osado editor, Jean d'Halluin, responsable de las Éditions du Scorpion, tuvo a bien darle una oportunidad a la novela I Shall Spit On Your Graves (Escupiré sobre vuestra tumba) de Sullivan, que se publicó en francés en noviembre de 1946

Vernon Sullivan en algún lugar de Atlanta, hacia 1948.

 

La versión francesa fue un éxito rotundo y millonario, pues la crítica decidió unánimente (o casi) que se trataba de basura pornográfica, desagradable, gratuitamente violenta, injusta y, sobre todo, ofensiva para la sociedad. Así, las ventas se multiplicaron, fue un gran éxito de público lector, y la obra proporcionó pingües beneficios al traductor y al editor durante años. El 7 de febrero de 1947, el Cartel d'action sociale et morale, dirigido por el arquitecto protestante Daniel Parker, expuso en público lo maligna y peligrosa que era esta obra redactada por algún demonio salido del Infierno. La siguiente novela de Sullivan, publicada en 1948, tenía por protagonista a un tal Dan Parker. Pura coincidencia.

Todo esto le importó poco a Vernon Sullivan, pues no vio ni un céntimo de estas primeras novelas ni de las otras dos que publicaría en Francia en los años siguientes (dos obras que, por excesivas, por demencialmente fantasiosas y por intolerables, ya entraban directamente en el género de la parodia del hardboiled y el policial convencional). Esto se debió a que, además de ser un escritor extranjero y negro (en realidad, mulato, tanto que casi parecía blanco), Vernon Sullivan no existía en nuestro plano de realidad. Aunque en principio lo negó, el traductor francés Boris Vian (músico, ingeniero, inventor y otras muchas cosas) era el verdadero autor, y no existían originales en inglés de estas obras, netamente yanquis, o más bien, netamente anti yanquis. Anti humanas, se podría decir. O demasiado humanas, más bien.

Boris Vian fue un escritor francés, de corta vida (1920-1959), pese a lo cual tuvo tiempo de meterse en cualquier berenjenal imaginable: igual traducía a Raymond Chandler que a Alfred Van Vogt, o fundaba junto a sus amigos Le club des Savanturiers, una secta (como se autodeminaba) consagrada a la literatura de ciencia ficción. No vamos a hablar de la parte musical de su biografía y bibliografía jazzística, ni de la condena a la cárcel por sus obras como Vernon Sullivan, ni del indulto que impidió que pasara quince años en prisión por sus escritos, ni de sus matrimonios, ni de sus padres, ni nada de eso. Todo se puede encontrar por ahí, en libros y en la Red de Redes.

No obstante, comprenda que aquí tenemos a un hombre odiado y perseguido que a punto estuvo de dar con sus huesos en una celda, por los delitos de escribir novelas (guarrillas y descaradas, cierto), o por componer canciones como Le Deserteur (1954).

 



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Elles se rendent pas compte (Con las mujeres no hay manera) se publicó en 1950, y esta vez no acompañó el éxito de ventas a la nueva novela de Sullivan-Vian, ni a cualquier otra de las que publicó por entonces. Esto, al parecer, estaba relacionado con la prohibición de sus obras, la cancelación de las adaptaciones teatrales, etc. Tanto da ahora. O no. A fin de cuentas, estamos hablando de una obra que, si se publicara hoy, y llegara a manos de lectores sensibles, terminaría entre las llamas y a Boris Vian se le borraría de los libros de Historia de la Literatura. Su nombre se recordaría, quizá, por la canción de La Unión, la del Lobo hombre en París.

Y es que en esta novela, Vian no sólo se atreve a hablar de sexo humano en todas sus vertientes (cita el escandaloso Informe Kinsey), sino que lo hace desde el cachondeo y la más pura mala baba que imaginarse pueda. No se trata de que se exhiban relaciones homosexuales, travestismo y tríos, sino que también hay violaciones, violaciones consentidas (si es que esto es posible... y lo es, en el mundo del sadomasoquismo), violencia a mansalva, castraciones mortales, asesinatos, y muy poca seriedad. En una nota al pie, el autor apunta a la autocensura, y afirma que no se puede hablar o escribir sobre "ciertas formas agradables de pasar el rato", pero sí sobre "enviar a gente a que mate y muera en Indochina". (De esto, algo aprenderían los ciudadanos de los Estados Unidos pocos años después, y con el tiempo, se encargarían de que todo el mundo supiera situar en un mapa ese lugar llamado Vietnam).

Boris Vian en París, 1947.

El narrador es un pijo yanqui, pero muy pijo, con mucha pasta, metido a investigador aficionado. Los rivales: una banda de lesbianas que drogan, chantajean y se aprovechan de sus ¿inocentes? víctimas. La misión del pijo y de su hermano: destruir la banda y reconvertir a la heterosexualidad, por las buenas o por las malas, a todas esas pobres jovencitas menores de edad (aunque alguna tenga 28 años y sepa francés, griego y bantú, si es necesario).

Boris Vian reparte patadas antisistema como un Bruce Lee pasado de farlopa, y no hay un solo detalle, un solo personaje, que no responda a una interpretación muy borde del mundo real. En la serie del Distrito 87 de Ed McBain, recuerdo algunos pasajes violentos, acerca de menores, prostitución y drogas, que se acercaban a estas sordideces con seriedad; pero Boris Vian convierte esta parafernalia en una fiesta obscena... y, no lamento decirlo, divertidísima. Porque una persona puede escribir una burrada como es esta novela, ofensiva para el 99,9% de la población mundial de ayer, hoy y siempre, y seguir siendo una persona que no ha cometido un delito en su puñetera vida ni le ha hecho mal a nadie. Una buena persona, incluso.

Qué gran ejemplo es Con las mujeres no hay manera de obra literaria condenada -pues sólo describe acciones de culpables declarados-, y perpetrada por un perfecto inocente.

Nota final: apostaría dos perras gordas a que el gran Curtis Garland leyó esta novela, y por fechas (edición española de 1981; antes no creo que a nadie se le pasara por la cabeza traducir a Sullivan-Vian), es pefectamente posible. Me ha parecido ver su huella en Máscara para el crimen (1984), de la que ya hablamos por aquí. Pero a lo mejor es que tengo visiones.


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