sábado, 16 de abril de 2022

En torno a las tertulias literarias (Segunda Parte)

José Luis Serzo, ayer, hace veinte años, o en algún momento a mitad de camino.

(Continuación de En torno a las tertulias literarias 1ª parte)

Durante aquella estancia madrileña en el año dos mil y poco, en la que me permitieron convivir con ellos dos maravillosos amigos y artistas, Luis Escribano y Gabriel Molero, tuve el placer de compartir muchas horas y días y mañanas y tardes con José Luis Serzo, que no sé cómo diablos se autodefinirá ahora mismo, pero para mí siempre será un pintor de primera categoría, consagrado al arte por el arte.

Serzo me condujo a una suerte de tertulia inclasificable, pues no se reunía en un lugar fijo, sino que saltaba de aquí para allá, por entre los rieles de los metros y los trenes de cercanías de Madrid, y pasaba por las galerías de arte más en boga de aquellos días, los talleres de diversos pintores y, por suerte, tenía parada los domingos en el Museo del Prado. (Sobre esto último, sobre las visitas que Serzo y yo hicimos al Prado, hay alguna que otra aventura notable, como la del Misterio de la Cámara Acorazada o las Peripecias de los Pasillos Para Fumadores. Algunas de esas historias dan para escribir uno o dos cuentos, por lo menos: "Había una joya azul, muy grande, en el centro de la cámara, bajo un foco de luz, y tenía la forma de algo que he olvidado, porque ya quedó muy atrás en el tiempo. Y sin embargo, hoy..." Esto sería una cita de un relato no escrito, ni concebido, ni nada de nada).

El tesoro del Delfín en el Museo del Prado. Creo que eso es lo que vimos Serzo y yo hace eones, pero ¿quién sabe? A lo mejor allí también tienen algún marciano, como en el Área 51. Y joyas mágicas, azules, volátiles, inaprehensibles, clarkashtonianas...

José Luis me llevó a conocer a algunos de los más notables artistas del momento (y de ahora mismo), y me permitió ver en vivo y en directo no sólo sus creaciones y su método de trabajo, sino el de otros muchos caballeros del ramo, como el siempre inquietante y sorprendente Óscar Seco (con quien tuve la suerte de colaborar en un catálogo con un par de cuentos, uno lovecraftiano y otro de kaijus en la II Guerra Mundial), y el extrañísimo pero cercanísimo -qué misterio- Che Marchesi. El padre de Óscar había tenido una relación íntima con la elaboración de algunos de los más míticos álbumes de cromos de tiempos ancestrales; el de Marchesi había sido pintor de decorados para películas y para el teatro. A José Luis Serzo habría que echarle de comer aparte, como decimos por aquí: él también me permitió que dijera alguna cosa respecto a su obra en catálogos y panfletillos de exposiciones. La primera década de los dosmiles se prestaba todavía a esas cosas.

Óscar Seco, genio y figura y monstruos en mitad de la guerra.

 

Por Cthulhu, ¿qué estaba haciendo yo allí, entre esa gente magnífica e incomprensible? ¿Me estaban tomando el pelo? ¿Se lo estaba tomando yo?

Marchesi, hoy (o hace unos años), haciendo lo suyo por todo el mundo. Admirable, amigos.

 

Con Luis y con Gabi, que por fuera y por dentro son personas buenas y generosas, teníamos microtertulias diarias nocturnas, muy espirituosas, a las que asistían muchos de sus amigos: por ejemplo, Mariano Quillén-Oquendo. Las botellas de Four Roses, a las que los Hermanos de San Serapión nunca tuvieron acceso, se acumulaban, vacías, como por arte de magia. No faltaba de nada, jamás. Ni comida, ni bebida, ni visitas, ni conversación. Una noche, Mariano destruyó al personaje de Rafael Núñez, Cazador de Psicópatas, que yo había creado años antes. No me dejó salida. Ni siquiera me permitió llevarlo a un acantilado suizo para que muriera dignamente. Rendirse ante la lógica aplastante y la evidencia también es aprender. (Otra cosa es que yo sea capaz de aprender algo de alguien tan brillante como Mariano).

Hoy, Luis es uno de los dos responsables de Uno Editorial, y Gabi acaba de sacar un disco con su grupo, Los Inocentes, en el que colabora Karina.

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Mi padre tuvo un cáncer de próstata, de modo que volví a Albacete para echar una mano y ver cómo se desarrollaba el asunto. Madrid no me había matado, pero tenía miedo de lo que le pudiera pasar a mi familia.

Esa es la verdad.

Mi padre, Miguel López García, fallecido en 2019. No lo mató el cáncer sino el Alzheimer. O una neumonía derivada del Alzheimer. O que ya estaba harto de no entender nada y ver fantasmas de perros, de personas. Quién sabe.


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En 2012 regresé a Madrid, y entré en la Tertulia de la Tercera Fundación (LTF) de la mano de mi amigo Javier Vidiella, supongo que a finales de ese mismo año. Ahí, al menos, tuve la delicadeza (y la suerte) de esperar a que me invitaran. He estado asistiendo a las tertulias mensuales, el tercer jueves de cada mes, hasta el año 2020, en que ya saben ustedes lo que sucedió en el mundo. En la tertulia de LTF se intercambian libros, se compra y se vende y se regala, y llevan tantos años reuniéndose que las conversaciones literarias pasan a veces (muchas veces) a un segundo plano. Pero eso no importa. Lo que cuenta es la cerveza, los chopitos (y los chupitos de después), las tortillas de camarón... y los libros inencontrables que faltan en las colecciones de los miembros. Pues en este caso, estamos hablando de una tertulia de coleccionistas de fantasía, ciencia ficción y terror, que se consiguen unos a otros esos ejemplares malditos, y que además elaboran (elaboramos) la base de datos de género más importante de España, y la mejor, pienso yo, a nivel internacional.

Servidor, en un momento feliz, en la tertulia de LTF, hacia 2013. (Los suscriptores del crowdfunding de Los náufragos de Venus sin duda lo saben mejor que yo).

 

Durante aquel mismo período, un grupo de aficionados a la figura de Sherlock Holmes fundamos la Tertulia Sherlockiana (o Holmesiana) de Madrid, que hoy día está en proceso de recuperación, pues se detuvo en marzo de 2020 (y no hace falta que repitá el porqué). Ahí nos hemos estado reuniendo editores, autores, connoisseurs y, sobre todo, holmesianos. De esta tertulia han surgido diversas iniciativas, y la menos importante no es la ingente cantidad de relatos pasticheros que se han escrito y publicado, no sólo de Holmes, sino también de Harry Dickson (le Sherlock Holmes americaine), Tarzán, Jules de Grandin, etc., etc.


Un efecto enriquecedor de las tertulias: la creatividad en forma de micropastiches. Imagen tomada del natural, con minifanzines (o micropastiches) de la Tertulia Holmesiana (o Sherlockiana) de Madrid.


 (Continuará...)

 

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Y si son tan amables, y están interesados en cosas como éstas que contamos arriba, no dejen de visitar (hasta el 19 de abril, pues cerraremos el plazo) la página dedicada a la suscripción de VAMPIROS DE CURTIS GARLAND, tal y como enlazamos aquí).


Y si por un casual de estos de la vida, lo que buscan son máquinas de asedio medievales y cachivaches de ese estilo, visiten PCTWOOD, de mi amigo Pascual Correa Toledo.


 

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