miércoles, 21 de enero de 2015

Honestidad pastichera (y holmesiana)






La diferencia entre el buen pastiche de Sherlock Holmes y la mera exploitation (explotación) sherlockiana no es tan leve como pueda parecer a primera vista. De hecho, esa diferencia es abismal en su sutileza.

Dicha diferencia se llama “honestidad”, y resulta difícil cuantificarla, esto es, pesarla o contarla. No se puede detectar por un título o por una cubierta (a pesar de que pueden ser una buena pista, a veces son signos engañosos).
La verdad es que sólo se detecta después de haber leído el pastiche. Y se detecta por medio de la intuición. Quizás, podríamos medir la honestidad por la cantidad de tópicos sherlockianos falsos de que hace uso. Aunque esta sería sólo una magnitud de otros muchos raseros personales e intransferibles.
Por ejemplo: un pastiche en el que Watson es, básicamente, estúpido, es un ejemplo de exploitation deshonesta. El autor se ha dedicado a reutilizar la imagen difundida por Nigel Bruce en la serie de películas de la Universal, y que por desgracia se ha perpetuado en el imaginario popular. Nigel Bruce, que junto a Rathbone realizó una larguísima serie de obras radiofónicas sobre Holmes, se lamentaba con amargura de tener que interpretar en el cine a un Watson inepto y tontorrón. En la radio, en esos guiones que escribían Edith Meiser y Anthony Boucher, el doctor Watson de Bruce no era una caricatura de sí mismo. Quizás no fuese el Watson de Conan Doyle, pero recordemos que, a veces, el Watson del Canon tampoco era él mismo del todo. Al menos, en una ocasión, su nombre no era John, sino James, y el mismo doctor no sabía con certeza si en tal mes de tal año estaba soltero, casado o viudo.

La falta de honestidad del pastiche es la falta de honestidad de su autor. Y el autor es poco honesto cuando decide utilizar a un personaje que no es suyo y no se molesta en conocerlo tan bien como a los personajes de creación propia. Esto, para empezar, es una falta de respeto para con el original (para con el personaje y para con su creador, aunque este último importa más bien poco en toda esta diatriba cuando dicho creador desprecia a su personaje y decide que es un buen vehículo comercial al que no cualquiera, pero casi, puede “casar, matar, o lo que usted quiera”). Y también es una garantía de que los lectores juzgarán el pastiche como lo que es: un remedo inferior y que se exhibirá como engendro edificante de lo que no se debe hacer.

Me gustaría aclarar que, si creo en una norma para escribir pastiches sherlockianos (o de cualquier otro tipo), es en esta. Y con ello no quiero decir en ningún momento que todos los pastiches revisionistas, por el mero hecho de ser revisionistas, carezcan de esa necesaria honestidad. Un autor puede convertir a Holmes en vampiro, en vulcaniano o en Jack el Destripador, y estar respetando el espíritu del original. Lo afirmo sin temor a dudas. Puedo citar ejemplos (varios ejemplos) de estos tres casos no hipotéticos que menciono.


De la misma manera, afirmo que un autor puede retratar a Holmes en el 221b de Baker Street, vestido con su deerstalker y su capa Inverness, y cerrar la historia con el consabido “Elemental, querido Watson”, y estar siendo un caradura sin escrúpulos que se ha limitado a tomar una imagen falsa, una frase apócrifa y un par de datos robados de una “fiel biografía” que en realidad no es más que un pastiche honestísimo, muy imaginativo y muy satisfactorio.

Estos son casos reales. Esto sucede todo el tiempo. Y ahora, en un momento en que Holmes y su universo están de moda, mucho más.

La honestidad del pastichero se puede manifestar en situaciones y planteamientos tan distintos como los siguientes:


—Cuando el autor tiene una historia de Sherlock Holmes por contar.

—Cuando el autor tiene una historia cualesquiera que contar, y llega a la conclusión de que Sherlock Holmes y su mundo son el cauce ideal para relatarla como, por ejemplo, símbolos de una época.

—Cuando el autor quiere ponerle las peras al cuarto al doctor Conan Doyle porque no aguanta tal o cual sucesión de tics, errores o descuidos (y aquí entramos en el terreno de la parodia, que puede ser tan honesta como el mejor pastiche. También es este el terreno del revisionismo).

—Cuando el autor desea saber “¿qué habría sucedido si Sherlock Holmes...?” más que cualquier otra cosa en el mundo.

—Y muchas otras.

El autor no es honesto cuando:


—Decide utilizar el nombre de Sherlock Holmes en una historia que podría haber sido de cualquier otro personaje.

—Decide escribir un pastiche sherlockiano porque ahora está de moda y porque el autor cree que tiene unas ventas garantizadas. En este caso, además de poco honesto, este autor es un iluso, pues el lector sherlockiano no se parece en nada al Watson cinematográfico de Nigel Bruce y tiene ojos y oídos en todas partes, como El Fantasma Que Camina.

—Quiere ridiculizar a Sherlock Holmes y, sobre todo, a los aficionados a la figura de Sherlock Holmes.

—Piensa que Sherlock Holmes es una cosa distinta de lo que es —pues la figura de Sherlock Holmes nunca le ha interesado lo más mínimo— y, en consecuencia, lo convierte en otro personaje. (Y aquí no estoy hablando de que alguien convierta a Holmes en vampiro, vulcaniano o Jack el Destripador; sino de que alguien convierta a Holmes en, digamos, Nick Carter, esto es, le robe sus atributos característicos y le otorgue los de algún otro. Si alguien tiene la mala idea de hacer esto último, lo menos que puede hacer es cambiar el nombre de Sherlock Holmes por el de, pongamos azarosamente, Harry Dickson. Esa sí es una solución honesta).



—El autor tampoco es honesto cuando plagia de manera consciente (los plagios inconscientes también existen, y yo no diría que sean deshonestos, sino despistados). Pero esto se puede aplicar a la vida en general, y no sólo a los pastiches holmesianos, a la literatura y a cualquier arte en particular.

—Todas las anteriores juntas. Juro que ese caso existe. Y estoy seguro de que aparecerán nuevos pastiches que habrán de responder a todos y cada uno de estos puntos.

¿Hay pastiches honestos “malos”? Por supuesto, del mismo modo en que en el Canon Sherlockiano hay historias “malas”. No obstante, cualquier historia original del Canon viene avalada por el hecho de ser un relato original y una “Escritura Sagrada”. Así, cualquier pastiche honesto que sea “malo” o “mediocre”, se convierte automáticamente en “simpático” y “cumplidor” cuando tiene el valor de la honestidad. Y yo aplaudo públicamente ese rasgo. El autor de ese pastiche, a falta de mayor destreza o de mejores ideas, merece un reconocimiento: mi deseo de leer más Sherlock Holmes debidos a su pluma. Si el autor es honesto, algo bueno habrá en su pastiche. Y siempre podrá escribir una obra que me gusté más que la anterior. De hecho, eso es lo que suele suceder.

¿Hay pastiches deshonestos “buenos”? Sencilla y rotundamente, no. Quizá, por alguna circunstancia, se los considere una obra literaria importante, relevante o incluso admirable, ¿quién sabe? Pero tengo la certeza de que, como pastiche, no valen dos higas.

Porque no son honestos ni con el lector, ni con Sherlock Holmes.

Ni con ellos mismos.
 

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